30 de mayo de 2014

CAPÍTULO 76 - MI PRIMERA VEZ (Parte 1)

Había venido Dani por fin para pasar con nosotros la última semana de aquel verano en la playa, en el que había estado bastante ausente. Nos reunimos en casa de Sergio con unas cervezas y salió el tema de nuestra primera vez, algo de lo que no recordaba haber hablado antes con ellos:

Como recordaréis, os conté cómo fue mi primera experiencia sexual con otro tío, el peque, de mi colegio. Después de aquel encuentro que tuvimos y de cascarme unas cuantas pajas pensando en lo que habíamos hecho, empecé a saludarle en los recreos y por la calle cuando nos cruzábamos, encontrándome siempre con su más absoluta indiferencia. Soñaba con volver a repetir aquellos momentos en las duchas, fuera dentro del colegio o fuera de él. En aquellos tiempos, no existía un internet tan evolucionado como tenemos ahora y, ni mucho menos, estaba en la mayoría de los hogares, así que no había oportunidad de meterse en chats ni nada parecido. Ligar en el colegio y con 13 o 14 años se hacía imposible, a no ser de que quisieras que te hicieran la vida muy complicada. El peque pasaba de mi, jamás lograba dar con el sin que fuera con sus amigotes y siempre lo asocié a eso... De hecho, uno de los días en los que le saludé efusivamente por quincuagésima vez, coincidimos en el recreo en el baño, me agarró por el cuello y me invitó a no dirigirle la palabra si él no lo hacía primero. Me lo tomé al pie de la letra y me entró un bajón tremendo, ahora que mi sexualidad estaba despertando a tope, que tenía ganas de cogerle y hacerle más cosas, de pronto, todo se esfumaba. Así pasaron dos años más. No, con 15 años no me atrevía a ir a baños de centros comerciales a ligar, a pesar de que sabía que se hacía, no me atrevía a ir a zonas de cruising (¡¡me costó otros 8 años decidirme a hacer cruising!!), así que me resigné y di por hecho que llegaría a la mayoría de edad más virgen que una monja. Proposiciones femeninas tuve unas cuantas, pero fue algo que más allá de algunos besos y tocamientos, nunca me llamó la atención.

Lo bueno para mi es que el día que soplé las velas de mi tarta de 16 cumpleaños pedí un deseo que pareció cumplirse. Ya podéis imaginar cuál. Desde aquella única vez con el peque empecé a experimentar con dedos en mi culo mientras me pajeaba, en la cama, en la ducha con agua y jabón... Había leído sobre las relaciones homosexuales en alguna revista y siempre tuve claro que me iba a gustar más dar que recibir, y salvo alguna excepción, fue así durante mucho tiempo al principio. Así, en pleno 1º de Bachillerato los profesores de varias asignaturas empezaron a fomentar el trabajo en equipo mediante asignaciones de trabajos en pareja, en los que no podíamos elegir la pareja, nos era dada. Y a mi me tocó con El Cata en varios trabajos de Filosofía, Literatura, Historia e inglés, un chico que siempre que había fútbol venía con la camiseta oficial del Barça y eso, en mi colegio, era poco menos que sacrilegio, así que desde pequeño le apodaron el cata, de catalán, y se quedó con ello para toda la vida. Nos conocíamos desde niños, pero no habíamos coincidido en la misma clase desde que íbamos a 4º de Primaria, así que había llovido, nos habíamos desarrollado y estábamos cambiados. El Cata hacía deporte, algo así como escalada en un pabellón deportivo de mi ciudad, no recuerdo, junto con otros de la clase y el desarrollo de sus cuerpos era evidente y más destacado que el del resto. Con 16 años ya tenía bastante claro que me gustaban más las porras que las almejas y lo cierto es que El Cata se había desarrollado muy bien. 

Solíamos quedar en la biblioteca del barrio para hacer los trabajos, pero a veces se llenaba tanto que era imposible concentrarse y cambiamos la biblioteca por su casa, que estaba a 10 minutos andando de la mía, prácticamente sin cambiar de calle. Las primeras veces era todo muy frío: llegar, ofrecerte algo de beber, hacer el trabajo, preguntarte al final un poco sobre fútbol y chicas y poco más. No obstante, trabajo tras trabajo podría decir que nos acabamos haciendo amigos, hablando algo más en clase, y aunque estábamos en grupitos que podríamos calificar de rivales, al final fui quedando con su grupito para algún cumpleaños al que me invitaban o alguna salida por la zona de marcha de mi ciudad. Las parejas eran las mismas para todo el curso y más aún si íbamos sacando buenas calificaciones. Jamás me hice ilusiones de intentar algo con él, pero cada vez pasar tiempo a su lado se hacía más agradable. Incluso empezó a salir con una compañera de clase y no se cortaban precisamente a la hora de demostrar su amor en el patio del colegio o fuera del mismo, con toqueteos y restregones incluidos, lo que provocó que les cayeran muchas críticas de los más envidiosos. Total, que ya tenía asumido que entre el y yo solo habría la más bonita de las amistades. 

Sin embargo, tiempo después, a mediados de curso, para marzo creo recordar, me empezó a hablar de sexo. Por lo visto, su chica era un poco estrecha o vergonzosa y aparte de restregarse y hacerle alguna paja, no iba mucho más allá. Y al Cata esto le traía por el camino de la amargura. Como eramos unos 32 en clase más o menos todos sabíamos de todos y me preguntaba por qué yo había cortado con cual, o por qué había rechazado a tal con lo buena que está. Me contaba cómo se besaban, cómo la metía mano, cómo le pajeaba, cómo se hacía la reacia a chupársela con las ganas que él tenía y cómo le negaba constantemente hacer el amor por primera vez el uno con el otro. Total, que medio en broma medio en serio, le dije: eso es que tienes un pollón y la tienes asustada, tío. Se empezó a partir de risa y me preguntó: No creo, ¿no? A ver tú qué crees. Y diciendo esto se bajó el pantalón y me enseñó sin apenas pudor su rabo medio morcillón:

- Hombre, pues normalita, ¿no? - dije con cara pícara.
- Espera que me la ponga dura, joder - dijo.

Y se la empezó a menear y aquello creció como a unos 18 centímetros con una anchura muy estándar. Era larga, pero no muy ancha, lo justo, tampoco nada que asustara, quizá por su longitud a una chica virgen como era su novia. Estaba circuncidada y tenía un glande prominente. En aquel instante no pude quitar ojo y se me puso dura, cosa que el notó, pero no le pareció raro:

- Espera tío, vamos a hacer una cosa...-dijo, saliendo de la habitación.

Al volver traía una cinta VHS y la puso en el televisor-combi de 14" que tenía en su habitación. Una película porno hetero con una rubia pechugona despampanante y el tío que simulaba ser un albañil.

- Es de mi viejo, se la pillé el otro día... Vamos a cascarnos una paja, a ver quién se corre antes -dijo tumbándose en la cama.
- ¿En serio? -acerté a decir.
- Anda, no te hagas el loco que te ha puesto empalmado todo lo que te cuento, ¿eh? Vente aquí, que cabemos -me dijo.

Y así hice, me tumbé a su lado, me bajé el pantalón y empezamos a pajearnos, cada uno la suya. Hacía como que miraba a la tele, pero por el rabillo del ojo lo que realmente miraba era su polla, el botar de sus huevos y su negra pelambrera, al final opté por mirar hacia delante, lo que me hacía mucho más fácil mirarle la polla con discreción y aquella forma de pajearse y de verle, me puso tan cachondo que no tardé en correrme y "ganar" aquella competición. Mientras me corría noté cómo El Cata miraba cómo la leche me salía del rabo y se me quedaba en el pecho, de tal modo que aquello, por algo desconocido, debió excitarle y a los 40 segundos se corrió. Nos limpiamos, guardó la VHS y seguimos tan de colegas. 
Las pajas se repitieron en varias ocasiones, le picaba mucho que siempre me corriera yo antes que el, pero tras unas cuantas veces me dio la sensación de que le gustaba verlo. 

Llegó junio, mes tradicional de exámenes finales, agobios y calor. Había que hacer un último trabajo que nos iba a llevar varios días, pero El Cata estaba serio y cabreado. Al llegar a su casa me contó que su chica entre la regla y los exámenes le tenía a dos velas, aún no habían follado, pero la chica le cascaba pajas todas las semanas. Y que con tanto agobio el necesitaba un desahogo, que no podía con tanta presión. A lo que mi mente reaccionó: "vamos, que te apetece otra paja a dúo y no sabes cómo decirlo". Y así era. Sus padres llegaban tarde de trabajar, así que no había problemas de ser pillados. Sin embargo aquel día fue todo más calmado, más pausado y, por primera vez, con ambos completamente desnudos (por el calor como excusa). Su cuerpo me volvía loco, soñaba con sobárselo, chupárselo, tocarle el culo, la polla... Puso la película, esta vez, para mi sorpresa, era una película de temática bi. Su padre tenía una buena colección que creía escondida. Iluso. 

Empezamos a pajearnos como de costumbre hasta que dijo: relaja, vamos a disfrutar de esto un poco más, a ver quien la mantiene dura sin tocarse. Esa y otras pruebas mientras una morena de rodillas se la chupaba a dos tíos en la pantalla, para más tarde, uno de esos tíos ponerse de rodillas y chupar la polla al que quedaba de pie ayudado por la morena.


- Lo que daría por una buena mamada... es que hasta me daría igual que me la chupara un tío...-dijo, el muy cabrón, mirándome a los ojos fijamente y balanceando su rabo. 

- Uff, ya ves tío -contesté.
- En serio, es que me daría igual...-insistió.

Por mi mente pasaron muchas cosas. Muchos miedos. Muchas inseguridades. Pero, total, sólo quedaba un año de colegio, tan malo no podría ser aunque yo me pusiera a chupársela y se supiera. Así que me levanté, bajé la persiana de su habitación y le dije:

- Cierra los ojos.

- ¿Y eso? -contestó.
- Siempre propones tú las pruebas o jueguecitos, ahora me toca a mí... -dije tembloroso.

Cuando vi que cerró los ojos, me puse en la cama con mis piernas por fuera de las suyas, cogí su polla con la mano y me la metí en la boca. Habían pasado más 3 años desde aquella mamada al peque, pero chupar una polla es como montar en bici: una vez se aprende, no se olvida. Empecé a chupársela despacio, acariciándole los huevos, de arriba a abajo, metiéndome todo lo que me entraba, entre pequeños susurros de: oh tío, si, joder, ufff, por fin, dios, esto es el paraíso, joder, sigue, más rápido, más rápido... Notaba como las venas de su polla se endurecían y aceleré el ritmo, ya sudando como un cerdo, hasta que me llenó la boca de su lefa pastosa. Tardé en soltar aquella polla y cuando lo hice, fui al baño, escupí y pude ver como El Cata seguía en la cama. Me hizo un gesto para que me tumbara, y ni corto ni perezoso, me casqué una paja para que el viera cómo me corría. Por alguna circunstancia le daba morbo. 

Me levanté de nuevo a limpiarme y me soltó una cachetada en el culo: 

- Tampoco me importaría follarme un culo que un coño, total, son agujeros -dijo.

Toda una declaración de intenciones. Lo se.
(To be continued)


27 de mayo de 2014

CAPÍTULO 75: EL NÓRDICO

Nos habíamos visto en varias ocasiones, incluso recuerdo que alguna vez habíamos participado en algún círculo morboso en el que nos habíamos tocado, rozado, insinuado, pero nunca habíamos ido más allá. Llevábamos tiempo sin vernos, de hecho pensaba que no nos volveríamos a ver... ya que es raro que cuando ves a un tío en una zona de cruising de forma habitual, en varias épocas del año, éste desaparezca. A pesar de que había habido feeling entre ambos, siempre terminaba por aparecer alguien más o no acabábamos de concretar y de conectar, pero la atracción estaba ahí.

En aquella última semana de aquel verano pasaron muchas cosas, fue una semana más intensa que casi el resto del verano, que no es que se hubiera dado mal, para nada, pero si al principio del verano me hubieran dicho que tantas cosas estaban por pasar en los últimos días, no lo habría creído. Por eso mismo, como quedaban pocos días, quedé con Sergio en volver a la caseta esa misma tarde de miércoles. Después del polvo con el ejecutivo nos habíamos vuelto a acercar como siempre habíamos estado, y es que a mi ya me resultaba muy forzado mantenerme lejos de él. No había por qué. No iba a ser malo. Dani ese verano estaba más liado y a medio camino entre Madrid y el levante, por distintas entrevistas de trabajo que le iban surgiendo. Aquel día no estaba con nosotros.

Después de comer, me eché la siesta y al rato me puse en marcha. La casa de Sergio pillaba de camino hacia la playa, así que normalmente era yo el que iba a buscarle y ya nos poníamos en marcha. Cogimos camino a la playa, nos quitamos la camiseta y empezamos a andar. Sergio estaba especialmente atento conmigo e incluso llegó a cogerme de la mano durante un tramo de nuestro paseo, pero imagino que mi cara de What The Fuck! le hizo soltarme poco después, todo con naturalidad. Y allí llegamos. Se notaba que era finales de agosto, no había ya tanta gente por La Caseta, se veía mucho menos movimiento y aquel día, hasta cerca de las 7, nada interesante apareció por allí. No es que no hubiera nadie, si no que de los hombres que había, no nos gustaba ninguno como para pasar un buen rato. Solíamos tener proposiciones, miradas, algunos que se arriesgaban a pasar muy pegados a ti y te rozaban insinuándose... pero no, nada de nuestro gusto.

Fue entonces cuando apareció él. Estábamos dentro de la pinada, apenas se veía la caseta desde dentro, pero él era fácil de ver: un hombre de unos 33 años, bastante algo, corpulento, con pelo rubio corto, ojos claros, piel blanca ligeramente bronceada, serio... el típico nórdico, vaya. No, no era un chico de revista ni mucho menos, pero tenía un atractivo basado en su masculinidad y corpulencia que nos ponía bastante cachondos. Ya no contábamos con verle, hacía tiempo, como dije antes, que no aparecía por allí, así que esta vez no había que dejar pasar la oportunidad. El nórdico pasó por nuestro lado, nos echó una mirada y yo le guiñé un ojo. Pareció no enterarse o no quererse enterar, de tal forma que decidimos seguirle con prudencia, lo suficiente para que notara el interés. Y nos tuvo varios minutos dando vueltas por la pinada sin tomar ninguna decisión.

Me daba en la nariz que el nórdico no se iba a lanzar. Las veces que había coincidido con el y se había puesto en actitud de poder comenzar algo, siempre había sido en situaciones en las que ya había algo sexual ocurriendo. Pasaban minutos y no se lanzaba. No solía pasar mucho tiempo por ahí, si no encontraba nada, se marchaba. Al menos esa era la rutina que había seguido en otras ocasiones. Sergio me hizo una propuesta para no dejarle escapar y me pareció buena idea. ¿Funcionaría? A una distancia de alrededor de 70 metros, le hice un gesto con el brazo para que viniera y salí andando con Sergio, bajando uno de los terraplenes que llevaba a una zona algo más discreta. Allí abajo nos quitamos el bañador y nos quedamos totalmente desnudos, situados en un hueco entre varios pinos que permitía vernos desde arriba. Cuando el nórdico llegó al terraplen, nos empezamos a acariciar los huevos el uno al otro mirándole con cara de vicio. ¡Bingo! Había funcionado, el nórdico ya estaba bajando el terraplen para llegar a nuestro encuentro. Se encontraba ya en el comienzo de la entrada de aquella estancia acercándose con cautela, mientras miraba como Sergio y yo nos pajeábamos las pollas con calma y tacto, le hice un gesto con la cabeza animándole a acercarse y así lo hizo, poco a poco y poniéndome una mano en el culo cuando llegó a nuestro lado. Me lo empezó a acariciar mientras nos miraba con cara de deseo y no le llevó mucho tiempo echar la otra mano que tenía libre a nuestras pollas. Las agarró con fuerza y empezó a pajearnos, sin quitarnos la mirada de los ojos.

Cuando pudimos ver en sus ojos y en su pantalón lo cachondo que estaba, le cogí de la mano, se la aparté de nuestras pollas y entre Sergio y yo le acercamos mucho más a nosotros. Estabamos los tres ya bastante pegados en ese momento, de tal modo que le quitamos la camiseta. No estaba tan fibrado como parecía, pero tenía un cuerpo fuerte que no tardamos en empezar a sobar mientras le comíamos el cuello y él con sus robustas manos nos cogía del culo, intentando abrirse camino con uno de sus dedos de forma disimulada. Vaya, parecía estar claro cuál era su rol. En ese momento, Sergio y yo nos agachamos y le bajamos el pantalón, encontrándonos con la sorpresa de que no llevaba ropa interior y directamente salió aquella polla dura con pelo pelirrojo. No era un pollón, no era el pollón que siempre nos habíamos imaginado que tendría, pero era suficiente para seguir con aquel momento de calentón. Una polla circuncidada de alrededor de 14 centímetros más dura que una piedra; le miramos a los ojos azules que tenía y nos cogió de las cabezas invitándonos a hacerle una mamada. Ya sabía por qué. Nos había visto hacerlo en otras ocasiones y parecía que le daba morbo.
Fui el primero en metérmela en la boca, a la par que Sergio pegaba su cabeza a la mía y le comía los huevos. Aquella polla tan dura no sabía a nada, y mira que es raro. Ni mal, ni bien. Un sabor neutro, que comenzó a aderezarse cuando tras varios lametones y comidas de glande empezó a excitarse y expulsar un poco de líquido preseminal. Sergio y yo empezamos a intercambiarnos su polla de boca en boca, a pasarnos el glande de una boca a otra empujándolo con la lengua o directamente dejándolo en la boca del otro. El nórdico empezó a gemir, cogió la cabeza de Sergio y empezó a follarle la boca con ganas. Así que me levanté, me pusé detrás del nórdico, le sobé ese gran culo que tenía, le abracé por detrás clavándole mi polla en sus huevos, por debajo del culo, y le cogí la polla para cascarle una buena paja. 

Le pregunté en inglés si quería correrse o le apetecía follarnos, pero fue claro en su única expresión. Quería correrse ya. Así que Sergio esperó debajo de él de rodillas y yo empecé a cascársela con ganas hasta que un chorro de leche muy líquida impactó en el pecho de Sergio. No sé, esperé algo por su parte. Quizá que se agachara a chuparnosla, o que quisiera pajearnos y continuar con aquello. Pero no, simplemente le ofreció un pañuelo de papel a Sergio, se vistió, nos dio un beso en la mejilla y se despidió con un: Hope to see you again guys. 

Sergio y yo nos quedamos locos. Años de estarle viendo por allí, de producirnos un morbo impresionante para que al final solo quisiera una mamada con paja sin apenas habernos rozado el culo y tocado un poquito las pollas al principio. Yo la tenía dura. A mi el nórdico, a pesar de todo, me había producido un buen calentón, y aprovechando que Sergio seguía medio sentado en el suelo, me acerqué con cara de vicio a él:

- Mira cómo me ha puesto verte comiéndosela con esas ganas...-le dije.

No se lo pensó mucho. Se puso de rodillas y cogió mi polla que empezó a devorar con ganas. Disfrutaba mucho con sus mamadas, así que cerré los ojos, le cogí de la cabeza y continuó metiéndose mi polla hasta el fondo de su garganta una y otra vez, sin parar, sin apenas coger aire. Sergio era un experto. No necesitaba avisarle de que me iba a correr, él ya me conocía, ya sabía los movimientos que mi cuerpo produce justo antes de correrme, ya sabía cómo se endurecía mi polla antes de echar la leche, así que se empleó a fondo, aceleró el ritmo y le eché toda mi leche en su boca, soltando un buen gemido. Eso era lo que me gustaba de hacerlo con él, que podía terminar dentro. Y el también. Me la dejó bien limpia, sólo había que secarla. Y me había quedado tan agotado, que extendí una toalla, le cogí, lo abracé y nos quedamos allí desnudos hasta que el aire de última hora de la tarde se tornó fresco y nos marchamos a casa. 

23 de mayo de 2014

CAPÍTULO 74: EL EJECUTIVO (SEGUNDO ENCUENTRO)

Había pasado ya un tiempo desde nuestra última y primera vez. Nunca soy optimista, después de varias decepciones nunca espero volver a repetir con un tío y menos aún si se trata de un casado, con vida pública hetero. Desde aquella primera vez apenas habíamos cruzado un par de Whatsapps y siempre partiendo de él. No quise ponerle en situaciones complicadas así que siempre tuve claro que no sería yo quien mandara un mensaje para proponerle plan. Y parecía que aquel verano que terminaba me tenía preparadas varias sorpresas inesperadas, de las que mi ejecutivo fue una de ellas.

Recibo un Whatsapp a medio día conciso y claro: "¿Qué haces esta tarde a eso de las 6?" No había más preguntas, con él era y es así. Y sabía que la respuesta tendría que ser igual: concisa y clara. Sí o no. Y a qué hora. No habría más. El "sí" lo tenía claro, pero había un problema: esta vez no tenía sitio, toda mi familia estaba en casa a estas alturas de agosto y hasta septiembre no se marcharían. No me apetecía nada rechazarle, por miedo a que siguiera tirando de agenda o encontrara otro tío con el que pasar buenos ratos, no debería resultarle muy difícil. Así que llamé a Sergio y le pregunté que qué tenía de comer.

Llegué a su casa dispuesto a ser el Marcos más majo, simpático y romanticón que tanto le gustaba a él. Unas bromitas por aquí, unas sonrisas por allá, carantoñas por aquí, toqueteos por allá... Solía funcionarme con él. Sabía que en el fondo estaba pillado por mi y que si de él hubiera dependido, llevaríamos siendo pareja formal desde hacía ya tiempo. Jugaba con eso, podéis odiarme o pensar que era una mala persona. Pero lo hacía. No obstante, ese día se me quedó cara de póker cuando, comiendo un plato de pasta improvisado, me soltó:

- ¿Qué quieres Marquitos? Porque quieres algo. 
- ¿Qué pasa? ¿Que no puedo venir a ver mi Sergio preferido? -le dije mientras le pasaba la mano por la espalda y le revolvía el pelo.
- Suéltalo ya -añadió.

De tal manera que, como nunca le había visto así, decidí ser lo más franco que pude: Mira, hace meses quedé con un tío que conocí por Grindr. Un hombre maduro, ejecutivo, casado, con vida hetero que busca echar un polvo de vez en cuando. Y está muy bueno [dije, mientras sacaba el móvil para enseñarle unas fotos]. Lo que pasa que tiene poco tiempo y no tiene sitio.
Al principio su cara fue neutral, apenas encontré reacción. Estuvo pensativo durante unos segundos, hasta que: Claro y como el tonto de Sergio está solo, has pensado que os puedo dejar mi casa de picadero. A lo que respondí: Para nada, quiero que juguemos los dos con él. Que tenga dos culos que trabajar y que follar. Y quiero follarte con él.

Me miró a los ojos con esa cara neutral y se lanzó a por mi como un lince hambriento que se lanza a cazar a su presa, con rapidez para que no se le escape. Empezó a comerme la boca con desenfreno tumbándome en el sofá con él encima de mi, tardó 10 segundos en quitarme la camiseta y empezar a chuparme el torso, los pezones y... mi punto débil: el cuello. Así que le agarré, le quité la camiseta y empezamos a frotar nuestros cuerpos mientras nos besábamos y nuestras manos se ocupaban de tratar de quitarnos los pantalones y los calzoncillos sin levantarnos del sofá. Pasaron pocos minutos y con Sergio aún encima de mi, nuestros cuerpos totalmente desnudos y nuestras pollas erectas no paraban de frotarse. Como una follada en la que ninguno mete y solo restriega. Con el sudor propio de los calores del verano y el fuego de nuestros cuerpos. Tenía muchas ganas de Sergio, pero por razones que ahora no importan, ese verano le evité bastante. No tenía una compenetración con otro tío como la que tenía con él. Le cogí de la mano y me lo llevé a la ducha, donde cada uno se ocupó de duchar al otro con masajes, tocamientos, mamadas bajo el agua... hasta que me decidí a apoyarle contra la pared, cerrar el agua y empezar a comerme aquel culo que tan loco me volvía. No suelo lamer culos, pero el de Sergio era caso aparte. Me encantaba sentir como mi lengua se abría paso en aquel culo tan de revista, sentir la estrechez del principio y cómo, poco a poco y con el trabajo de mis dedos, conseguía que se abriera y dilatara para mi, a la vez que Sergio no paraba de gemir, de pajearse y de pedir que le follara contra la pared. Pero no iba a ser, había que reservarse, así que me levanté y salí a secarme con la perpleja cara de Sergio, que estaba más caliente que el pico de una plancha. 

- ¿En serio me vas a dejar así? -preguntó entre asombrado e indignado.
- Claro, ya verás que buena follada te pega el ejecutivo -dije guiñándole un ojo con chulería (cosa que Sergio detestaba).

Salí del baño con Sergio relatando por bajini y escribí, dos horas y media después, mi respuesta al ejecutivo: A las 18:00 en Paseo XXXX número X, piso X. Te tengo una sorpresa que no te defraudará. A los dos minutos recibí respuesta: Ok, allí estaré. No me gustan las sorpresas.

Lo cierto es que era arriesgado. Tampoco le conocía tanto para saber si le molaría tener a dos culos para follarse como quisiera, pero a un tío que buscaba descargar... ¿cómo no iba a gustarle tener dos culos para el solo?
Le expliqué a Sergio lo que buscaba el ejecutivo y mi plan: mover la cama de su habitación para que nos permitiera esperarle medio tumbados boca bajo con las piernas así como colgando, enseñándole nuestro culo. Ofreciéndole la mínima complicación. Sergio estuvo de acuerdo y, mientras preparaba la habitación, me fui al baño a prepararme. Con lo caliente que me había puesto el rollo con Sergio, no necesité mucho preparatorio para llegar a meterme tres de mis dedos hasta el fondo. Supuso un récord que solía tener en dos, pero sabía que si sufría un poco con tres, disfrutaría de la follada con el ejecutivo. 

La hora se acercaba, así que nos desnudamos de nuevo quedándonos así. Y puntual como un reloj sonó el telefonillo, simplemente dije: sube y cierra la puerta de casa al entrar. Nos dirigimos a la habitación y nos tumbamos para que lo primero que viera fueran nuestros ya dilatados culos. Oimos como subía las escaleras, cómo entraba y cómo cerraba la puerta tras de sí. Simplemente le dije un "por aquí" y no tardó en encontrarnos. Se detuvo en el quicio de la puerta y dijo:

- Vaya, vaya. Hoy tengo tarea doble. Ya se me está poniendo dura solo de ver cómo os voy a reventar esos culazos -relató.

Nos pusimos de pie, nos acercamos y como dos auténticas zorras, nos pusimos a sobarle el paquete mientras le quitábamos la corbata, le desabrochábamos la camisa, el cinturón, el pantalón, los zapatos y los calzoncillos bóxer anchos... lo que nos dejó ver, que efectivamente, aquella polla de 16 cm gorda seguía igual de erecta y bonita que siempre. Ese día venía con barbita de unos días que le daba un aire aún más varonil de lo que ya por sí tenía. Y aquel cuerpo definido seguía en forma. Así que, ya de rodillas los dos, comenzamos a hacerle una calmada mamada a dúo que incluía lametones de polla y huevos. Y para no perder el tiempo, le pusimos con la boca un condón que teníamos preparado (joder, es mucho más difícil de lo que parece). A continuación nos tumbamos de nuevo en la cama, nos pegó un par de cachetadas a cada uno y decidió empezar conmigo. Por ser cumplidor, imagino. No se entretuvo mucho con los dedos porque debió darse cuenta de que aquello estaba ya preparado, así que con decisión y suavidad empezó a clavarme su estaca. Lo hizo poco a poco, pero me dolió cuando la tuve entera dentro, más que la otra vez. Me contuve y empecé a mover el culo sensualmente para indicarle que podía seguir, con lo que empezó a moverse lentamente, a meterla y sacarla con lentitud, mientras que con su mano derecha le metía un par dedos ensalivados a Sergio. El ejecutivo estaba muy cachondo, se le notaba, y aquella lentitud con la que empezó a follarme se convirtió enseguida en un bombeo firme, rápido y constante, que me permitió acostumbrarme y empezar a disfrutar de aquello. Hubo un momento en el que le detuve y fui yo el que movía el culo con firmeza de atrás adelante, pero me resultó tan cansado, que el recuperó la iniciativa y cuando mejor lo estaba pasando, me la sacó y se la metió a Sergio sin contemplaciones. Sergio gritó, debió dolerle, pero el ejecutivo hizo lo mismo que conmigo. Primero despacio, para después follárselo a tope, mientras yo disfrutaba de sus dos dedos izquierdos dentro de mi culo y me pajeaba viendo cómo se lo tiraba a mi lado. Sergio gemía más que yo, así que el cabrón lo estaba disfrutando tanto que me puse a comerle la boca y aquello debió de excitar tanto al ejecutivo que se corrió casi sin control dentro de Sergio, y el propio Sergio, que se pajeaba soltó un chorro de leche en las sábanas de la cama algo así como 15 segundos después, aún con la polla del ejecutivo dentro.


Solo quedaba yo, de tal manera que me puse boca arriba y esperé la paja de consolación del ejecutivo, que esta vez, se quitó el condón, se limpió con un clinex y se sentó al lado mía para pajearme mientras con cierta timidez me sobaba el torso y los brazos con la mano que tenía libre. Sergio me comía la boca a mí ahora y aquello me estaba poniendo ya muy malito. 2 o 3 minutos, no tardé más en soltar una corrida que me llegó hasta la barbilla. Y ya sí, el ejecutivo pidió permiso para asearse. Me sorprendió que me sobara tanto el cuerpo, no era lo habitual, pero sí un paso adelante que quizá en otra ocasión nos permitiera experimentar algo más.

- Joder, folla como un toro -me dijo Sergio visiblemente encantado.
- Ya te lo dije.

Nos limpiamos con unas toallitas y nos pusimos el calzoncillo. El ejecutivo volvió del baño y se empezó a vestir mientras charlábamos un poco y le presentaba a Sergio como es debido. El tío había quedado muy satisfecho, pero como la otra vez, ya miraba el reloj en señal de que iba tarde. Así que no le entretuvimos y se marchó. Nada más salir de la puerta llamó a la mujer para contarle que había un accidente en la carretera y estaba el tráfico parado. En total, no habrían pasado más de 40 minutos desde que llegó, pero al final debía suponer algo más de una hora de retraso en su casa.

A las dos horas me mandó un Whatsapp: "lo de hoy ha sido fabuloso Marcos, ya solo tu me pones berraco, pero con tu amigo a la vez has puesto el listón muy alto. ¿Qué será lo próximo? Os veo pronto". 

19 de mayo de 2014

CAPÍTULO 73: EL REGRESO DE 'S' Y SUS CONSECUENCIAS

El tiempo avanza más rápido de lo que parece y el final estaba tocando para aquel verano, que como los anteriores, estaba siendo intenso en todos los aspectos. Lo que más coraje me producía era el saber, con plena conciencia, que esos veranos en los que pasábamos mes y medio, dos y hasta casi tres meses en la playa tocarían a su fin más pronto que tarde. Algún día tendríamos un trabajo serio con tus correspondientes 30 días de vacaciones e incluso puede que los tres amigos no volviéramos a coincidir por allí en un tiempo indeterminado. Por esa razón sabíamos que teníamos que aprovechar aquellos días como si fueran los últimos, a pesar de que agosto ya nos iba avisando mediante sus días más cortos de que cuando menos quisiéramos pensarlo, ya tendríamos un pie en Madrid.

Por supuesto, estaba obligado a quedar por tradición con mis amigos playeros, aquellos con los que compartí mi infancia y adolescencia en la playa, aquellos a los que había cambiado por Sergio y Dani hacía algunos veranos. Aquellos con los que, cada vez, me unían menos cosas. Nunca me lo tuvieron en cuenta, nunca encontré caras de enfado en ellos, siempre los brazos abiertos y una insistencia que año tras año se producía para vernos en al menos dos ocasiones. Aquel grupo se mantenía cohesionado, el único disidente había sido yo; además, desde que la mayoría trabajaba, se ponían de acuerdo con mucha antelación para cogerse las vacaciones juntos. Su rutina siempre era la misma: playa juntos, tardes de cañas en la playa, noches de alcohol, buen rollo y fiesta. Durante muchos años también fue la mía.

Había una cosa que temía de quedar con ellos y era el hecho de tener que volver a ver a Santi. No le vi durante las fiestas de julio, como suele ser habitual, así que estaba claro que en agosto iría. Y cuando recibí la visita de Raúl para decirme que habían quedado todos para el próximo sábado y así reunirnos y salir de fiesta "por los viejos tiempos", supe que cuando decía "todos", eso incluía a Santi. ¿Cómo reaccionar? Después de nuestros tríos, después de sus chantajes, que al final hasta me dejaron buen gusto.
Claro que... A Sergio el hecho de quedar con mis amigos y que en ese grupo estuviera Santi, no le hizo la más mínima gracia, pero estaba claro que el no pintaba nada en el grupo.

Me lo tomé con filosofía, intenté no darle muchas vueltas, pero el sábado llegó y la hora de quedar no se hizo de rogar. Primero cenita en un restaurante que se acababa de fusionar con un argentino, mítico del pueblo, con buenas carnes y buenas tapas. Allí me senté en el extremo opuesto a Santi, ya que para eso había llegado con antelación. Era una mesa para 10: 5 en un lado y 5 en otro, yo estaba en la misma fila de Santi, pero en su lado opuesto, así que prácticamente ni nos miraríamos. El saludo fue frío por parte de ambos, quizá el más frío de todos. Pero no importó. Las cañas y sangrías que regaban la cena iban haciendo efecto y la cena fue agradable y distendida, hasta que Santi empezó a alardear de cuántas se había follado ese año y lo machote que era. Me dio la sensación de que trataba de marcar territorio. Y el tema "tías" salió y fue cuando todos empezaron a garrulear de mala manera, quizá era lo que peor llevaba de todo. Eran buena gente, pero no dejaban de ser los típicos chavales de barrio, que sin llegar a ser canis, a veces lo rozaban.

Como era previsible acabamos en una discoteca de música techno del polígono, aquella que casi cada año cambiaba de dueños o de nombre y que era la típica discoteca que después podría salir en programas como Callejeros. Aquella noche no estaba tan abarrotada como solía y allí continuamos bebiendo; mis amigos llevaban ya un puntazo curioso, porque lo cierto es que bebían como esponjas. Cuando yo me estaba acabando una copa, ellos llevaban ya tres. Fue, con el alcohol en punto máximo, cuando Santi empezó a acercarse a mí, a intentar entablar alguna conversación, a contarme alguna anécdota divertida, a ser uno más de los que se quitaban la camiseta, a ponerme la boca tan cerca... Como ya os dije, Santi entra dentro de mi Top 5 de chicos que me ponen caliente con poco... Y tenerle ahí con la boca tan cerca era difícil de resistir, pero no era el lugar ni el momento. La noche siguió con Santi flotando cual mosca cojonera a mi alrededor, a eso de las 4 de la madrugada 4 de mis amigos que habían ligado, salieron al polígono con sus respectivas chicas en busca de lugares más íntimos. Quedábamos 6, Santi y yo entre ellos, lo que lo deja en 4, y uno de ellos estaba sentado ya encontrándose mal después de haber bebido tanto.

El resto estábamos en la barra medio bailando cuando, quizá por costumbre, anuncié que iba al baño. Siempre lo hacíamos. Desde siempre. Nunca había respuesta, pero lo anunciábamos. El baño masculino era espacioso: al menos 7 urinarios de pared, 4 lavabos y unos 4 cubículos con retrete. Siempre iba a estos últimos, en todos los lugares y en todos los casos y si encima tenían pestillo, mucho mejor. Manías de uno. Pero no había pestillo, eso ya lo sabía, así que como siempre me fui al último y me puse a mear. Raro, no estaba muy sucio para ser esas horas. En el cubículo de al lado mía se escuchaban a 2 o 3 tíos dándose un homenaje de vete tú a saber qué, pero sólo se escuchaban fuertes aspiraciones nasales. Tardé en mear, pero terminé, bajé la tapa y cuando me dispuse a abrir la puerta, que se abría para adentro simplemente tirando del pomo, llegó el susto.

Al principio solo noté como un tío me lanzaba la mano al cuello y me empotraba de nuevo dentro del baño con fuerza y cierta violencia, ordenándome que no gritara ni hablara (en las puertas de acceso a los dos baños siempre solía haber personal de la disco). Me golpeé levemente la cabeza con la pared y caí sentado en la taza. ¡Menos mal que había bajado la tapa! Por la voz ya le había reconocido, era Santi:

- ¡¿Qué cojones haces tío?! - exclamé, con cara de cabreo.
- Shhh... Shhh baja la voz coño y perdona, no quería ser tan brusco -respondió.

Y allí estaba el, apoyado en la puerta que ahora estaba cerrada, sin camiseta, dejándome vez como su fibrado cuerpo se metía cual anillo al dedo en aquellos vaqueros ajustados que en ese momento realzaban el tamaño de su polla empalmada. El cabrón sabía que me volvía loco y esa era mi debilidad ante él.

- ¿Qué pasa? ¿Qué quieres? -le inquirí. 
- Esto es lo que pasa... -dijo, desabrochándose los botones del pantalón y sacando de aquel boxer rojo su majestuosa polla dura como una estaca.
- Lleva esperándote todo el año -continuó, mientras se acercaba a mi meneándosela con tacto. Cómetela - añadió.

¿Qué iba a decirle? ¿Que no quería? ¿Que no me gustaba? ¿Que estaba enfadado? No iba a colar. Así que me puse serio, le miré con cara de desafío provocando que él arqueara sus cejas, y con decisión le bajé el pantalón, le agarré del culo y me tragué aquella polla como si nunca me la hubiera comido, saboreando cada centímetro, con delicadeza en el glande y con firmeza cuando me acercaba a la base; le mamé los huevos un rato, pasándomelos por la lengua y humedeciéndolos bien, cosa que le volvía loco, volví a la polla y le puse sus manos en mi cabeza para que me follara a su ritmo y como le diera la gana. Aquella polla me encantaba, desprendía una hombría nada desagradable y era una auténtica delicia. A pesar del alcohol que llevaba en sangre, la erección la mantenía de forma impecable, aunque el placer que le proporcionaba debía ser tal éxtasis que la conciencia se le iba por momentos. Así que aproveché ese momento para lamerle su perfecto torso fibrado y comerle la boca, encontrando la correspondencia de su lengua, sin dejar de pajearle. Le apoyé contra la pared y me puse en cuclillas para seguir con mi trabajo oral, mientras el bullicio del baño continuaba. A mi no me importaba. A el tampoco. Era el momento de disfrutar de aquello.

Y pasó lo que ninguno de los dos habíamos previsto. Total, de 4 cubículos era el último, la última opción. Recuerdo cómo se abrió la puerta de par en par y me pilló con la polla de Santi lo más dentro de mi boca posible. Recuerdo cómo nos giramos a mirarle y recuerdo perfectamente su cara de estupefacción, sorpresa y desencaje, sólo expresados por un leve Joder dicho entre lo que parecía un suspiro. 

Pascual. El mayor del grupo, al que siempre llamábamos por su apellido. Un chico de piel blanca y pecas, con pelo claro tirando a pelirrojo. Carácter marcado y fuerte, siempre había sido el líder del grupito, el que más proponía, al que nadie le discutía, el que daba la cara por ti y te defendía a muerte. A cualquiera de nosotros. Pacual salió corriendo. Y sólo a mi se me ocurrió cerrar la puerta de golpe y seguir chupándole la polla a Santi hasta que se corrió salpicándome la cara con su leche caliente. Se supone que lo suyo era haber salido detrás de él a contarle alguna excusa. Pero... ¿para qué? Total, la polla de Santi no podía haber llegado a mi boca por algún accidente misterioso, así que acabé con el trabajito, nos limpiamos y salimos juntos del baño sin que Santi pudiera mascullar una sola palabra. En la barra nos esperaban algunos de nuestros amigos:

- ¿Qué pasa? ¿Estabais giñando o qué? -nos preguntaron.
- No tío, el Santi, que bebe mazo y lo ha echado todo -me excusé, colando perfectamente la excusa.
- Oye, ¿y el Pascual? Le hemos visto entrando al baño hace un rato -comentó Álvaro.
- Ni idea... -dije.

Teníamos que encontrar a Pascual, así que les dije que me llevaba a Santi a casa (que no se de dónde había sacado otra copa que ya llevaba en la mano) porque se encontraba mal. Y bueno, del todo mentira no fue, porque cada vez le costaba más andar. Me costó dios y ayuda que subiera la cuesta que comunica el pueblo con el polígono y de ahí a su casa. Fuera del polígono no había ni rastro de Pascual, así que dimos por hecho que se había ido a casa. Saqué las llaves de su bolsillo, abrí la puerta y haciendo el menor ruido del que dos personas borrachas son capaces de hacer, le subí a su habitación y le quité los vaqueros dejándolo tumbado en la cama:

- Quédate, por favor - balbuceó Santi, quedándose dormido justo después.

La idea era tentadora, pero no el momento. Dejé las llaves en su mesilla y me fui. Me marché a casa, abrí el portal y me dispuse a subir las escaleras cuando me tropecé con él.
Allí estaba, en la oscuridad, sentado en las escaleras del primer rellano. Pascual. Di la luz y me senté a su lado.

- Así que era esto lo que pasaba -dijo. Que lo que a ti te van son los rabos -continuó, con la mirada perdida en algún punto de la pared.
- Es complicado resumirlo solo así -contesté.
- Y que nunca has tenido la confianza ni los huevos de decirnos nada, después de tantos años -añadió, visiblemente decepcionado.
- Es complicado Pas...-fui a decir, pero me interrumpió.
- Mira, no me cuentes historias. Déjate de complicaciones. Hacemos chistes de maricones, bromeamos, pero joder Marcos, joder, somos nosotros, que no vamos pegando palizas a maricas, ni metiéndonos con nadie... Que nos conocemos desde canijos, que me se tu vida o eso creía. Y ahí con el Santi, que esa es otra. ¿También el Santi? -siguió.

Pascual tenía muchas preguntas. Era tarde y el rellano no era lo más apropiado, así que vimos amanecer charlando en un parque no muy lejano. Sí, fue en ese momento en el que nuestra amistad se rompió para siempre. Mis amigos, como reproduzco en la conversación de arriba, siempre han hecho chistes de "maricas", pero nunca se han metido directamente con nadie. Eran chavales de barrio, pero no mala gente, no en ese sentido homófobo. Aún así, nunca encontré el momento de decírselo, ni tan siquiera lo tenía planteado. No era algo a hacer. Y eso fue lo que le dolió, a la par que contemplar la escena, que según él, siempre recordaría cuando nos mirara a la cara. Siempre me recordaría de rodillas en el suelo con la polla de Santi en la boca.
Fue una conversación de un par de horas muy sincera, no hubo enfados, pero sí consecuencias. El lazo que nos unía desde que teníamos 7 años se rompió. Con Pascual las cosas nunca volvieron a ser las mismas, saludos fríos, conversaciones típicas y poco más. Nunca dijo nada a los demás, tan siquiera lo habló con Santi, que no se acordaba casi de nada, en eso habíamos quedado. 


Se sintió traicionado y la traición se paga. El pago fue nuestra amistad.


16 de mayo de 2014

CAPÍTULO 72: EL MASAJISTA MORBOSO

Me dañé la espalda. No recuerdo exactamente cómo: si nadando en la playa con Dani y Sergio, ya que solíamos hacer competiciones entre nosotros, para ver quién llegaba más lejos sin cansarse y cosas así; si fue por una mala postura durmiendo o si fue por la follada en el sling de la pasada entrada. El caso es que al día siguiente me comenzó un intenso dolor de espalda que no remitía, sólo con analgésicos y sólo mientras duraba su efecto. Probé con un masajito de Sergio, que se ofreció encantando y lo hizo lo mejor que pudo, pero no se pasó. Mi fisioterapeuta habitual estaba en Madrid, a 500 kilómetros, y no tenía pensado regresar todavía. Pedí precio por los alrededores, pero todo me parecía exagerado. Es lo que tienen muchos de los lugares de costa, que los dentistas, fisioterapeutas y demás inflan los precios para hacer sus agostos. Aún recuerdo cuando me pidieron más de 100€ por hacerme un empaste en una muela. ¿Estamos locos?

Dos o tres días después, navegando por Grindr y Bendr, encontré a un chico con un físico envidiable que se describía como fisioterapeuta y masajista profesional, añadiendo que no buscaba sexo y publicitando un enlace a un blog sencillito en el que recogía sus tarifas y experiencia. Según esto estaba titulado y exclusivamente ofrecía masajes a hombres. Me lo pensé. Si no iba a ser con él, me iba tocar soltar una pasta por hacerlo con vete tu a saber qué fisioterapeuta del pueblo. Y lo cierto es que no me pillaba lejos, en Alicante. Le llamé y, al percatarse de que quizá no me fiaba mucho, me invitó a ir a su gabinete sin compromiso ni coste.

Aprovechando el coche de Dani le pedí que me llevara, Sergio se apuntó y ambos se quedaron dando una vuelta mientras yo conocía a Rubén. Su estudio no estaba en pleno centro de la ciudad, pero tampoco muy lejos. Llegué a la hora convenida y me recibió en pantalones de chándal cortos y una camiseta de tirantes perfecta para intuir todo el esplendor de su currado cuerpo. Era bien alto, guapo, morenazo y gentil. Su gabinete no era más que una habitación de su casa adaptada con una camilla, con poca iluminación, cremas, aceites, algunos carteles decorativos del cuerpo humano en las paredes y un equipo de música que a nivel ambiente reproducía música chill. Allí estuvimos un rato hablando de lo que me pasaba en la espalda y Rubén sonaba bastante profesional, con discreción, pero siempre tratando de convencerme de que su masaje era lo que necesitaba. Lo describió como masaje terapéutico-sensitivo, acordamos la tarifa y una fecha y hora. Me convenció, porque además, y pese a habernos conocido vía app, no se habló de sexo en ningún momento, que es lo que habría cabido esperar. Cosas tipo happy ending y tal. Con esto, Sergio se quedó mucho más tranquilo.

Así que nada, volviendo a tirar de Dani para que me llevara, a los dos días allí me planté para que de una vez me quitara la contractura que me estaba arruinando los días. Esta vez fue algo distinto. Rubén simplemente me recibió en slips. Cómo estaba el cabrón. Me invitó a pasar y a ponerme cómodo, así que entendí que también debía quedarme en calzoncillos. Una vez estaba en calzoncillos, boxers ese día, pasé al baño y cuando regresé a la habitación me lo encontré totalmente desnudo. Qué culazo tenía:

- Venga, acaba de ponerte cómodo, túmbate boca abajo en la camilla y cúbrete con esta toalla -dijo.

No respondí. Me bajé los calzoncillos, los coloqué sobre una mesilla auxiliar, me tumbé boca abajo y me puse la mini-toalla sobre el culo. Las luces bajaron considerablemente y la música de relax comenzó a sonar a volumen ambiente. Pude escuchar como quitaba el tapón a varios de los botes con aceites y cremas que tenía preparados y cómo me lo extendía por las piernas, que fue el punto de comienzo del masaje. Vaya manos tenía, nunca había recibido un masaje con tanta precisión y firmeza, teniendo a la vez un punto de tacto y cierta sensualidad. Estuvo bastante tiempo tratándome los gemelos y los muslos, mientras yo permanecía impasible en un estado de relajación y tranquilidad absoluto. Tan siquiera el hecho de que me quitara la toalla del culo me alteró lo más mínimo. Empezó a masajearme los glúteos como si se tratara de cualquier otra parte del cuerpo, rozando peligrosamente mi agujero, pero sin llegar a adentrarse en él. Después de esto, fue subiendo poco a poco hacia la espalda, en la que se entretuvo durante al menos 20 minutos. Fue la parte más dolorosa, porque así tenía que ser, y supe exactamente cuando la contractura había sido eliminada. 

A continuación se subió a la camilla, que era amplia, y se sentó sobre mi culo dejándome sentir como sus huevos y su polla (dura, por cierto) se apoyaban en él. El masaje sobre mi espalda comenzó a ser mucho más tierno y sensual y me avisó en susurros de que ahora venía su parte preferida: el cuerpo a cuerpo. De una manera bastante sensual comenzó a restregar su duro cuerpo contra el mío, dejándome sentir su cálida respiración sobre mi espalda y cuello y cómo, casi sin quererlo, su dura polla se encontraba con el agujero de mi culo cada vez que su cuerpo subía y bajaba. Desperté un poco de mi letargo y aquello me produjo tanto morbo que tuve una erección casi instantánea. Espero que no me diga que me de la vuelta, pensaba todo el rato tratando de bajar mi erección, pero no hubo suerte:

- Por favor, date la vuelta -me pidió mientras se ponía al final de la camilla.

Lo hice, sintiendo como mis mejillas se ponían calientes, despacio y con los ojos entreabiertos, mostrando toda la dureza de mi polla. Temí una mirada de sorpresa, una amable reprimenda o algún comentario. Pero nada. Sólo una frase salió de los labios de Rubén:

- Relájate, cierra los ojos, disfruta.

Así lo hice. Él comenzó a masajearme las piernas y los muslos de nuevo, con más aceites por la parte delantera. No se entretuvo en exceso y cuando llegó a los huevos no dudó en masajearlos, al subir a mi mástil tampoco dudó en masajearlo con paja calmada. Se sentó sobre mi polla, dejándola morbosamente aplastada por su culo, y comenzó a trabajarme el pecho y el cuello. Eso me hizo relajarme, aunque mi polla no bajaba ni queriendo. Cuando terminó pude sentir que se levantaba, sin bajarse de la camilla. Se hizo el silencio y al tener los ojos cerrados no pude sentir donde se hallaba mi masajista. Fue el calor y la humedad de una hambrienta lengua que empezó a devorar mi polla lo que me hizo situar a mi masajista. Me la estaba mamando. Y a mi no me apetecía quejarme lo más mínimo. Se la estuvo comiendo con mucho tacto, suavidad y mimo durante largo rato, en el que yo trataba de evitar correrme con antelación. El cabrón me miraba con cara de pillo mientras me la chupaba, así que le cogí de los hombros y le invité a subir hacia mi boca. Comenzamos a enrollarnos con bastante desenfreno, que poco a poco fue bajando al ritmo que Rubén marcaba: un ritmo tranquilo y sosegado. Me dio a probar su polla, una polla normalita, morena y de las que tienen el glande acabado en punta. No son mis favoritas, pero esta sabía a gloria. Eso sí, no tardó en volver a tomar la iniciativa y bajarse a mi polla para volverla a mamar con más energía. No tardé en correrme. Intenté quitarle la cabeza para no hacerlo dentro, pero insistió y me corrí en su boca de forma abundante. Cuando terminé se levantó al baño y pude escuchar cómo escupía, abría un bote de algo y se enjuagaba la boca con insistencia. Al volver a la habitación me trajo una toalla levemente humedecida y, sin yo mover un dedo, me estuvo aseando. 

- Puedes quedarte tumbado el tiempo que quieras -dijo.

No sentía fuerzas. No se cómo explicaros. Pero me sentía sin fuerzas para levantarme, así que me quedé allí 10 minutos, en los que el se tumbó al lado mía abrazándome. Después me levanté con tembladera de piernas y comenzamos a vestirnos sin decir nada.

- ¿Te ha gustado? -preguntó rompiendo el hielo.
- Sí...-dije.
- ¡Buf! ¡No me convences! -dijo con una ligera carcajada.
- Bueno, gustado no, he disfrutado como un enano. Pero para serte sincero, no me esperaba la parte sexual -dije.
- ¿Ah no? ¿Es la primera vez que te das un masaje de este tipo? - preguntó como extrañado.

Entonces le expliqué que siempre me habían masajeado fisioterapeutas porque del ejercicio solían salirme contracturas con cierta frecuencia. Rubén me dijo que en la mayoría de sus casos el tema de los dolores solía ser una excusa y que todo el mundo le acaba pidiendo sexo, pero que conmigo se había percatado de que la contractura y el estrés de mi espalda era real y por eso se había parado tanto en esa parte, aunque sin renunciar a la parte sexual que el creía asumida. Se disculpó incluso, pero le dije que no lo hiciera, que me había encantado y que incluso, de haber surgido, me lo habría follado ahí mismo. 

Me invitó a un café, estuvimos charlando de otros temas y al rato me marché con mucha cordialidad y buen rollo. Sin embargo, la pregunta se pasaba por mi cabeza: ¿he pagado por sexo? No, ¿no? Yo sólo venía a darme un masaje. Y os prometo que, en principio, esa era mi única intención. 

A los dos días, Rubén me escribió por Whatsapp para ver si me apetecía tomar algo con él por Alicante. Y eso fue el comienzo de algo más intenso de lo que cabría haber esperado. (Continuará).




12 de mayo de 2014

CAPÍTULO 71: LO QUE PUDO Y NUNCA FUE

¿Habéis experimentado alguna vez esa sensación de cruzarte con un hombre, que de pronto todo el tiempo se detenga en una fracción de segundo y tengas la sensación de que ese hombre sería el hombre de tu vida? ¿Con el que podrías plantearte algo serio y quizá abandonar tanto escarceo? Pues esta va a ser la primera historia que os cuente situada en Madrid, no será la última, pero el blog seguirá casi al 100% basado en la Vega Baja alicantina, como hasta ahora.

Cuando todo esto ocurrió ya conocía el mundo del cruising y había terminado mis estudios, es una historia bastante reciente dentro de lo que cabe. Comencé a trabajar en un lugar a una hora de mi residencia habitual, y esto me obligaba a coger dos medios de transporte: el coche y el tren. Ir al centro de Madrid a trabajar en coche es toda una locura en la que se te puede ir mucho tiempo, así que tuve claro desde el principio que debía optar por las líneas de Cercanías. Normalmente, cuando viajaba en el tren, durante unos 40 minutos aproximadamente, solía ir con los cascos y la música, o leyendo alguna app del móvil totalmente absorto en mis pensamientos. No solía fijarme excesivamente en la gente y menos teniendo en cuenta que a las horas en las que yo lo cogía, íbamos como sardinas en lata de la cantidad de gente que se montaba. 

Sin embargo, cuando salía de trabajar todo era distinto. Salía tan agotado que, a veces, ni música me apetecía escuchar y entonces sí me fijaba más en la gente que a esas horas de la tarde/noche seguía invadiendo los trenes, esta vez, rumbo a casa. Y así fue como me fijé en él, en este chico que cumplía uno por uno todos mis ideales y cánones de belleza que siempre he buscado en otro hombre: estatura media tirando a alto, alrededor de 1,80cm, complexión atlética, cuerpo de gimnasio, de modelo de revista, culo en su sitio, siempre afeitado y con la cara suave, ojos claros, pelo de punta y rapado o más corto en los laterales, mirada desafiante, actitud de machote y buena forma de vestir, adecuada según el momento. Con traje, que le sentaba como un guante, si iba a trabajar o ropa ajustada de sport cuando el tiempo acompañaba. Era imposible no fijarse en el, en cada uno de sus gestos, en cada una de sus acciones, en cómo subía las escaleras, en cómo las bajaba, en cómo se movía ese culo que quedaba tan bien embutido en esos pantalones chinos marrones, en quién se fijaba y, lo más importante, en dónde se bajaba. En cuál sería su destino.

Y su destino era el mío. Y el lugar donde aparcaba el coche, siempre al lado o enfrente de donde yo lo hacía. Y el tramo hasta casa, en un 70% coincidente con el mío. Vivíamos en el mismo barrio. Lo único que nos diferenciaba era la parada de nuestro lugar de trabajo, la mía siempre una después o una antes, según el sentido del trayecto. Las coincidencias fueron acentuándose, hasta tal punto que comenzamos a coincidir algunos días a la ida y todos a la vuelta. Mismo vagón, misma zona de sentarse que ninguno de los dos habíamos variado. Así día tras día, semana tras semana, mes tras mes. Llegó un punto en que entre ambos se producía un cortés saludo con nuestras miradas o un arqueo de cejas, nada más que eso. Él con su móvil y yo con el mío. Y otro arqueo de cejas cuando cada uno se metía en su coche, pareciendo decir un "hasta mañana". 

No me atrevía a hablar con él ni a decirle nada. Con el paso del tiempo me hice lanzado en el mundo del cruising, pero siempre he sido una persona tímida, los que vengáis leyendo el blog desde el principio lo sabréis por las primeras entradas llenas de miedo y confusión. Pocas veces, fuera de este mundillo, he sido yo quien llevara la iniciativa y esta vez no iba a ser distinta. 

El hielo se rompió a comienzos de una semana en la que mi padre, por temas laborales, necesitaba el coche. Que en realidad era su coche, pero me dejaba muy a menudo. En el trayecto de vuelta a casa en el tren la rutina cobró protagonismo y se quebró en el momento que llegamos a la parada de destino y yo empecé a bajar la calle andando en vez de montarme en algún coche. Mi ideal chico se montó en el suyo como habitualmente. Cuando ya llevaba un trecho de calle bajado, se acerca un coche despacio por detrás y me pita:

- ¿Dónde te has dejado el buga* hoy tío? - preguntó una voz fuerte.

Me giré y le vi a él con la ventanilla bajada parando el coche y mirándome. Sí, se dirigía a mí.

- Pues... es que mi viejo lo necesita... - balbuceé presa de los nervios.
- Anda, monta que te acerco, que no debes vivir muy lejos - se ofreció.

Está claro que ni me lo pensé, no le hice insistir. Abrí la puerta del copiloto, me senté, me puse el cinturón y le agradecí el gesto. No ya solo era la primera vez que hablábamos, sino que encima me ofrecía su coche. ¿Era esto un gesto? ¿Un acercamiento para algo más? A fin de cuentas no le ofreces tu coche a cualquier desconocido que te cruces en el tren.

Me preguntó exactamente mi destino y como vivo en una calle principal, le hice dar un poquito de vuelta para que me dejara en un aparcamiento no muy transitado donde poder darle un poco de charla y lanzarme. Me comentó que el vivía justo en el otro extremo del barrio y cuando paró, empezamos a charlar de a qué nos dedicábamos, a qué instituto habíamos ido y demás puntos de conversaciones típicas. En esto que se quita el cinturón:

- Qué calor hace ya para estar en junio, ¿no? - dijo, mientras se quitaba la chaqueta del traje que dejaba mostrar una ceñidísima camisa blanca que dibujaba sus pectorales y bíceps sin ningún reparo.

Qué queréis que os diga. Yo lo vi claro y me lancé a comerle la boca. Mi chico ideal se quedó completamente estático mirándome con una cara de confusión brutal, lo que sin decir nada ya me dio la sensación de que me había equivocado y mi afán por conseguir a este chaval me había jugado una mala pasada. 

- Pero... tío... ¿qué coño haces? - consiguió decir, visiblemente sorprendido y sin saber cómo reaccionar, mientras me apartaba.
- Pufffffff qué palo, lo siento mucho tío... debe ser que te he entendido mal - respondí.
- ¿Entenderme mal? ¿Pero acaso te he dado yo motivos para que me comas la boca así? - dijo ya tirando a cierto cabreo - Si es que no se puede ser amable, está claro - remató.
- Que va tío, que lo siento mucho de verdad, llevaba viéndote desde hace tiempo y la verdad es que me molabas, pero ya te digo, que lo he pillado mal, que lo he hecho mal. Perdóname, en serio.

Me miró con una cara de desafío que temí que me soltara un guantazo en la cara, pero no, no pasó nada más. Nos quedamos charlando un buen rato y resultó que el chico tenía novia desde hacia mucho tiempo. Pasaron unas semanas de rareza entre nosotros, pero con el tiempo al final nos hicimos colegas y de cuando en cuando nos tomamos alguna cerveza juntos. Ahora se ríe cuando recordamos lo que pasó, pero yo no puedo evitar seguirme sintiendo avergonzado y poniéndome como un tomate de rojo cada vez que recuerda el tema. ¿La parte positiva? Como a veces, una anécdota así, puede darte una amistad, que aunque no fuera lo que estuvieras buscando, es agradable.

Hoy en día somos compañeros de gimnasio, él planea su boda y yo le cuento muchas de las historias que leéis en este blog. Alucina.

*Buga: término coloquial que utilizamos en Madrid y otras partes de España para referirnos al coche/automóvil. 

8 de mayo de 2014

CAPÍTULO 70: EL CALVITO BRUTO (Parte 2)

Sabéis que muchas veces en el mundo del cancaneo se aplica el dicho de si te he visto no me acuerdo, lo que significa que después de tener una sesión de sexo con un tío y de quedar bien o intercambiar el número de teléfono, nunca vuelves a saber nada de la otra persona. Ya me había pasado varias veces y pensaba que con el calvito pasaría lo mismo, pero unos días más tarde fue el quien, de nuevo, tomó la iniciativa y me escribió un Whatsapp para saber si seguía interesado en nuestra sesión de fin de semana en su casa. Pues claro, eso no se dudaba. Me dio las señas de su urbanización y la verdad es que me encontré un poco desubicado, pero a la vez me resultaba familiar. 

Me pongo a buscar en Google Maps y me encuentro con que  la información sobre cómo llegar era bastante confusa, con lo cual me fui a la estación de buses del pueblo a preguntar. La chica de la taquilla que estaba abierta me dijo que esa línea no la llevaba su empresa, sino la que estaba dos taquillas a su izquierda, pero que siempre estaba cerrada, pero la chica, amable, llamó por teléfono. Putada: sólo había dos buses al día, uno para ir por la mañana y otro para volver a última hora de la tarde. Escribo al calvito y le cuento lo que pasa y me contesta que no me preocupe, que prepara todo para pasar un día de puta madre. 

Como casi siempre que me voy a casa de un desconocido o casi desconocido, le dejo dicho a Dani donde voy, ya que Sergio no lo llevaría nada bien. Cojo el autobús el sábado por la mañana y en llevarme a una urbanización que no estará a mucho más de 12 kilómetros, tarda 45 minutos dando más vueltas que una peonza. Lo que odio es que te dejan en la carretera y estas urbanizaciones son iguales. Tardo en encontrar la casa y llego tarde. Cuando llamo nadie me abre. No me puedo creer que me vayan a haber engañado, aunque no sería la primera vez. Al final le voy a coger una manía tremenda a estas urbanizaciones. Insisto y pasado un rato sale mi calvito con un bañador tipo slip totalmente adherido al cuerpo: ¡perdona tío! Estaba en la piscina y apenas se oye el timbre desde allí. Pasa. Lo hago, atravieso un salón extenso y moderno, pasamos por la cocina y salimos a la parte  trasera de la casa donde nos espera un jardincito con una piscina curiosa. Mientras me pregunta si me ha costado llegar, se quita el bañador, me muestra su culo de infarto y se zambuye:

- ¡Ya ves! No te vale la excusa de que no traes bañador -me dice.

Se respira un buen rollo tremendo así que me quito la ropa y me tiro a la piscina. Empezamos a hacer el tonto como dos adolescentes, a ver quién aguanta más dentro del agua,  a ver quién tiene más fuerza, a ver quién hace más aguadillas... Todo lo necesario para un contacto constante de nuestros cuerpos, risas y cháchara. Me sorprende que al calvito, que ya tiene los 40, le guste juguetear de esta forma, pero a mi me encanta. Pasado un buen rato nos cansamos y me apoyo en el borde de la piscina, se acerca sigilosamente, me lanza un muerdo mientras que con su mano derecha me agarra de los huevos y me empieza a meter un dedo por el culo con mimo, sin dejar de besarme. Cuando lo tiene dentro susurra: a ver qué tal está este culito, ¿eres pasivo?. Le digo que versátil, mi polla se pone dura, y responde que el también y que lo vamos a pasar genial. Con la mano que le queda libre me agarra la polla y empieza a masajearla, aprovechando para introducirme un segundo dedo. Son gordos y me duele, pero lo hace despacio, haciéndose hueco y al cabo de unos segundos acabo teniendo sus dos dedos dentro. Su polla, también dura, choca contra la mía y aprovecho para agarrarle de tu terso culo y apretarle contra mi, mientras nos besamos de forma apasionada. 

- Shhhh... tranquilo, ahora vamos a tomar algo que hay tiempo -dice.

Sale de la piscina con agilidad y yo, más caliente que el pico de una plancha, respiro hondo, subo la vista y descubro que la vecina del chalet de enfrente está mirando escondida en la cortina de la segunda planta. Son adosados, claro. Se lo comento y me dice que es la típica cotilla, así que salgo como puedo, pero está claro que la señora me lo ve todo. Nos secamos, medio vestimos, y pasamos al salón a tomar unas cervezas y un aperitivo. La charla es amena y constante, el calvito es un chico extrovertido, aunque veo que es reticente a dar muchos detalles de su vida privada. Al rato me ofrece darnos una ducha y así lo hacemos, poniéndonos un poco calientes, pero sin pasar gran cosa. Me dice que se quiere reservar para la follada, no hay problema. Nos secamos y, en bolas, subimos a la tercera planta del chalet, que conduce a un espacio con 3 puertas. Abre la que está cerrada con llave y me dice que espere fuera, que merecerá la pena. Me inquieta, pero accedo.

Espero lo menos 15 minutos en los que oigo sonidos dentro de la habitación que no logro identificar. De pronto dice con voz grave "pasa" y lo hago. Me encuentro con una gran habitación oscura, como con telas negras en las paredes y dos pantallas a los lados mostrando películas porno gay en silencio. Al fondo está él en una especie de hamaca de cuero que cuelga del techo tumbado boca arriba con las manos y los pies introducidos en una especie de aros que forman parte de la propia hamaca. Tiene una especie de anillo plateado en la base de su polla, que está dura, y las piernas abiertas de par en par mostrándome un culo que ya está dilatado por un consolador considerable que veo en la mesita de al lado, donde espera también un condón abierto y lubricante. Cierro la puerta y la oscuridad nos invade, sólo con la luminosidad de las pantallas. Con una voz grave y autoritaria de pronto me dice: cómemelo. A mi aquella situación me produce un poco de miedo y a la vez de morbo, así que me arrodillo y le como el culo, que está perfectamente aseado, mientras que con una mano le pajeo suavemente. Noto como mi lengua se hace espacio en ese culo y se dilata con ayuda de mis dedos, logro meterle tres sin mucha dificultad. El calvito, con los tres dedos, empieza a gemir y a moverse: ahora fóllame con fuerza. Me lo tomo como una orden, pero antes me levanto, me pongo al lado de su cabeza, se la giro y le fuerzo a que me la chupe un poco. Parece gustarle, así que cuando más dura la tengo y más parece estar disfrutando, se la quito, me pongo el condón y con decisión se la meto entera, de golpe. Grita y me ordena que no pare, así que con ritmo empiezo a darle bien. No debe haber mucha ventilación porque empezamos a sudar como cerdos. Nos pasamos un buen rato follando, gimiendo, gritando... Pero me ordena que no me corra. Me pide ayuda para desengancharse de la hamaca y me dice que es mi turno.

Me acojona un poco bastante, pero el morbo y el calentón me pueden y me dejo llevar. Con su guía me tumbo boca arriba y con ayuda introduzco mis pies y manos en esos aros, más difícil de lo que parece. La postura final no me incomoda y acabo totalmente abierto de piernas, tal y como estaba él hace unos minutos. Ya no hay apenas conversación, sólo órdenes. Se agacha, me vuelve a comer un poco la polla, me soba el torso y no tarda mucho en ponerse con mi culo: se lo come con ganas, con ansia y mucho mejor de cómo se lo había hecho yo a él. Entro en éxtasis. Coge un bote de lubricante de la mesita y me lo empieza a trabajar con tacto con sus dedos. Debe ser que nota que no está tan dilatado como el suyo. Le cuesta, pero al rato acabo teniendo 3 dedos suyos. Deshecha la idea del consolador, se pone un condón y me la empieza a meter despacio. Le aviso de que no tardaré mucho en correrme porque estoy muy caliente. No responde y empieza a darme con mucha caña. Tiene una polla grande, le digo que afloje el ritmo, pero no me escucha y sigue. Se me salta alguna lágrima, pero la polla la sigo teniendo a tope. Cuando logro acostumbrarme al ritmo, no se cómo el calvito lo nota, me agarra de la polla y con un ritmo simétrico, me pajea con fuerza hasta que me corro de forma generosa y escandalosa, pocas veces me corro como si mi polla fuera una fuente. No puedo dejar de jadear y mi calvito saca su polla y se pajea durante no más de un minuto llenándome la tripa y el pecho de leche, que después se agacha a lamer como un perro y me deja la polla más limpia que una patena. Se medio tumba encima de mí y nos quedamos jadeando y descansando un buen rato. Mi postura empieza a ser incómoda, así que salgo de allí con su ayuda y las piernas adormecidas, de forma que parezco un pato andando.

Enciende las luces, me besa y me dice que ha flipado con mi corrida y que soy un buen amante. Le digo que no sabía que le iba ese rollo y que era mi primera experiencia así, pero que estoy encantado. La habitación con luz es mucho más cutre de lo que parecía, porque se ve que el calvito monta el chiringuito cuando tiene un polvo y luego lo desmonta. 

Miro el reloj y es bastante más tarde de lo que parecía, así que me apresuro a ducharme para poder coger el bus de vuelta. Nos duchamos juntos y el problema es que nos volvemos a poner tan cachondos que nos acabamos magreando y comiendo las pollas debajo del agua hasta que ambos nos corremos por segunda vez, con mucho cerdeo de por medio. Había una química con él que pocas veces he sentido con otros tíos. Cuando salimos de la ducha y nos vestimos ya soy consciente de que el autobús ha pasado, así mi calvito llama a un taxi y le paga por adelantado. Nos despedimos con una sonrisa tonta y yo me encuentro baldado y exhausto. Me voy a casa y aunque es pronto me meto en la cama y duermo.

Ha sido un día 10. 

5 de mayo de 2014

CAPÍTULO 69: EL CALVITO BRUTO (Parte 1)

Decido irme solo a la caseta del Moncayo porque mis amigos tienen planes por separado, mi familia se va a pasar toda la tarde en la playa y no tengo nada mejor que hacer. Así que bajo con ellos a la playa y me marcho andando por la orilla mis 2,5 kilómetros habituales hasta el destino. Hace calor, pero un fuerte viento de levante lo hace más llevadero, hasta tal punto que andar se hace complicado. Cuando subo por la rampa de madera y me adentro camino arriba por la pinada me doy cuenta de que el aire me ha dejado las piernas cubiertas de arena, que se había adherido demasiado al pegarse con la crema. Así que retrocedo, me doy un baño rápido en el mar y vuelvo a subir. En la playa del Moncayo, como habitualmente, no hay nada más que gente paseando, alguna pareja tomando el sol, algún niño con cometas y poco más. Parece mentira pensar que hasta mediados de los 90 había nudismo gay en esas dunas, lo que hoy es casi residual. 

Es pronto y cuando llego a la caseta me refugio en la sombra que proporciona delante, en el mirador. Aquí arriba hace menos aire y el calor aprieta más. He venido por dentro y no hay nadie. Al rato aparece un anciano con su bici que viene desde dentro de la pinada, es otro de los clásicos de los veranos, me saluda con un "Hola", al que respondo, y sigue su camino. Después aparece un matrimonio hetero que todas las tardes pasea a su carlino por aquí, andan hasta casi La Mata y regresan hasta Guardamar. Poco movimiento. Es a partir de las 19:00 cuando empiezan a aparecer coches y hombres de la playa. Así que como hay más movimiento, me interno en la pinada y doy paseos para ver si se cuece algo interesante. 

Al poco rato me fijo en un chico vestido con camiseta y chándal del cual no he visto su coche ni tampoco me suena de otras veces. Mide alrededor de 1,75, parece tener un cuerpo normal, marca buen culo, es calvo, lleva barbita de 3 días, parece serio, majete y decidido. Al pasar por mi lado se me queda mirando y cuando avanza se gira en repetidas ocasiones lanzándome miradas, así que me doy por enterado y le sigo. Me conduce a un lugar no muy lejano a la caseta y nos quedamos mirando hacia el mar en paralelo. Nos seguimos mirando el uno al otro y me doy cuenta de que llega el terrible momento en que los dos estamos esperando a dos cosas: bien a que uno se saque la polla y el otro se acerque o bien a que uno se baje a la pinada y el otro le siga. No me apetece llevar la iniciativa, así que espero siguiendo con el juego de las miradas y guiñándole algún ojo. Se lo piensa y se baja a la pinada, colocándose en un lugar desde donde puedo verle perfectamente. Se baja ligeramente los pantalones y me enseña una polla muy apetecible. Las llamo las pollas tipo flecha, porque era tan perfectamente recta y estaba tan dura que parecía una flecha. Es justo lo que necesitaba para bajar a seguirle. Cuando bajo, se quita la camiseta y me muestra un cuerpo fibrado, con un poco de vello y algún tatuaje. Me acerco y me agarra del paquete atrayéndome hacia él y pegándome un beso con lengua, mientras deja caer su chándal al suelo. Cuando nota que tengo la polla dura, me baja el bañador, me acerca aún más y la pone al lado de la suya, siendo bastante similares en longitud, para empezar a pajearlas a la vez. Sentir su polla caliente frotándose con la mía me pone tan burro que le empiezo a comer la boca y a sobar el cuerpo y el culo, mientras él sigue pajeando ambos rabos con suavidad. Ambos hemos entrado en esa especie de éxtasis que a veces se da en los preliminares y que te lleva a desconectar del resto y disfrutar como un enano, a pesar de que ya tuviéramos público viéndonos.

Llega un momento en el que no puedo soportarlo más y clavo las rodillas en el suelo arenoso para meterme aquella maravilla en la boca: como a mi me gusta, sabe aseada y está totalmente dura así que se la empiezo chupando con suavidad y tacto y al poco tiempo me agarra de la cabeza y empieza a follarme la boca con una brusquedad y una rapidez con la que pocas veces lo habían hecho antes.

Me la clava hasta la garganta lo que provoca que me de alguna arcada y se me salten las lágrimas, con lo que el parece disfrutar bastante, porque no para y continua así un rato. No me llega a desagradar, pero no me encanta, a pesar de que trato de disfrutar de ese pollón como el que más. Cuando le queda poco para darme la leche, me pide, en el primer cruce de palabras que mantenemos, que ahora le haga lo mismo yo a él. Así que se pone de rodillas, me la chupa de forma normal hasta que la tengo dura de nuevo y luego me coloca mis propias manos en su cabeza diciéndome: fóllame la boca a tope. De tal forma que empiezo a follarle la boca como si se tratara de un culo, con la misma brusquedad que lo había hecho él, produciéndose un resultado parecido: las lágrimas no tardaron en empezar a salir de sus ojos, pero mueve la lengua muy bien y apenas clava los dientes. Esta parte me gusta bastante. Mientras tanto, se sigue pajeando sin perder la erección y cuando me queda poco le aviso. Se pone de pie, junta las dos pollas y dice:

- Quiero que nos corramos a la vez, se controlarlo bien, así que avísame cuando te vayas a correr porque voy a darle fuerte.

Y con una maestría que yo no tendría para pajear de esa manera dos buenas pollas al mismo tiempo, empieza a darle caña, le aviso de que me quedan segundos para correrme, acelera el ritmo y cuando empiezo a echar la leche que queda sobre su pubis, empieza él a correrse en el mío con una cantidad de lefa espesa bastante importante y gimiendo como no lo había hecho hasta el momento. 

Acabamos totalmente empapados en sudor y jadeando, me pega un muerdo con lengua mientras que a mi me tiemblan las piernas. Saca unas toallitas, nos limpiamos y yo extiendo una toalla para sentarnos. Me ofrece un cigarrillo, que le agradezco, pero rechazo. Y empezamos a hablar. Me dice que le gusta el rollo duro y que si me apetece se queda solo en su casa el fin de semana para darnos una buena sesión de folladas en un lugar más cómodo. Me dice que en la pinada le molan pajas, mamadas y magreos, que de cuando en cuando folla, pero que para follar prefiere la comodidad de un sofá o una cama. A mi el tío me pone bastante cachondo y acepto, así que nos intercambiamos números y quedamos para el sábado. Me asegura que no olvidaré follar con él. Le digo que eso espero y desaparece andando. 

Al salir del lugar en el que estábamos me encuentro al anciano de la bici:

- Qué pena no volver a tener tus años para disfrutar de esa manera. Que no te moleste, pero no he podido evitar mirar cómo disfrutabais -me dice.
- Tranquilo, si habéis sido unos cuantos y es lo que tiene hacerlo al aire libre -digo riéndome. 

Nos despedimos con cordialidad y me marcho a casa.