11 de septiembre de 2016

CAPÍTULO 158: BAJO LA ATENTA MIRADA DEL PUIG CAMPANA (Parte 2)

En ese momento, siendo cerca de las 4 de la madrugada, no hicimos mucho más, aparte de sobarnos y besarnos los tres, lo que en breve caímos rendidos y me quedé dormido en el pecho de Albert, con Lluís al otro lado de la cama. No es que hubiera tenido un día especialmente duro o cansado, pero siendo esas horas suelo caer dormido con bastante facilidad y profundidad. Cuando me desperté, pasadas las doce del medio día, no quedaba nadie en la casa. Salí al salón y leí una nota de Lluís:


“Buenos días marmotilla. Nos hemos ido a abrir el bar para los aperitivos y las comidas, siéntete como en casa y haz lo que quieras. A la derecha de esta nota tienes un juego de llaves y la izquierda una carpeta con papeles que queremos que leas. Un beso enorme guapísimo”. 

Me habían dejado preparado el desayuno justo allí y abrí la carpeta que querían que leyera. Eran informes médicos fechados 10 días atrás, a últimos de julio, en los que tanto Albert como Lluís salían negativos en VIH y resto de enfermedades de transmisión sexual. En la última hoja había un post it con una cara sonriente que ponía: ¡Para que no te comas la cabeza!

Pasado una hora me vestí y me marché al bar. Apenas tenían gente, según me comentaron ellos tenían más cantidad de clientes por la noche que al mediodía. Albert, tras una conversación distendida, me explicó que no suelen tener relaciones sexuales fuera de la pareja, salvo en ocasiones especiales que se limitan a una o dos veces al año y que consideraban adecuado mostrarme esos informes para que estuviera tranquilo de que practicar sexo con ellos era seguro. Por mi parte, el último test me lo había hecho en junio y todo había salido bien, pero la verdad es que fue un detalle que aprecié, pero que, por otra parte me enseñó la pista de por dónde iban a ir los tiros aquella noche.

Me encontraba en un estado irracional que pocas veces había experimentado antes, parecía como si fuera la tercera parte de esa pareja que me trataba como si también me hubiera criado junto a ellos, con una confianza y un afecto que me hipnotizó de tal manera que estaba absolutamente atrapado en sus redes, prendado de su belleza, de sus cuerpos, de su trato y de su tacto. Y todo ello en menos de 24 horas. Encontré un paralelismo en lo que debían sentir otras personas cuando tenían relaciones sexuales con Sergio y conmigo, ¿se sentirían de la misma manera en la que me sentía yo en aquel momento metiéndome con gusto dentro de esta pareja? No veía el momento de que cerraran el bar y nos acostáramos en su cama para pasarnos toda la noche follando, sentía un deseo tan ardiente que en un momento en el que Lluís parecía dar abasto con los pocos clientes que había, cogí a Albert de la mano, me lo llevé al baño del bar, eché el pestillo, le bajé los pantalones (no llevaba calzoncillos) y le hice una mamada hasta que se volvió a correr en mi boca. Algo que me pone muchísimo es coger una polla morcillona con mi boca y sentir cómo se va endureciendo dentro de ella. Él no dijo nada, se dejó hacer, me sobó el culo, los pectorales y me forzó (vamos, tampoco tuvo que forzar mucho) a que le comiera los huevos enormes que tenía. Al terminar, dijo:

- Espero que tu culo sea tan tragón como tu boca, porque esta noche te voy a dar bien.

Acto seguido me morreó durante varios segundos con abundante uso de la lengua y de saliva, me sobó la polla por encima del pantalón, abrió la puerta y se marchó a ayudar a Lluís. Así que si ya estaba caliente antes de hacerle la mamada exprés en el baño, ahora tenía poco menos que fiebre. Estaba totalmente prendado de su polla perfecta y entendía bien como Lluís también estaba rendido a aquel hombre en el que Albert se había convertido desde la infancia. Cuando salí del baño me estaba esperando Lluís, quien me dio un beso y me susurró al oído:

- Los dos somos muy activos Marcos y tenemos ganas de culo tragón… -dijo dándome una palmadita en el culo.

El resto de la tarde no tuvo ninguna connotación sexual más. Seguimos charlando, salí con Lluís a dar una vuelta por el pueblo, paseamos por la playa y a eso de las ocho volvimos al bar. Afortunadamente, ese día no cerraron muy tarde y aprovechando que pasadas las once de la noche no quedaba nadie dentro, cerraron las puertas del bar y entre los tres recogimos, recargamos las cámaras, las cafeteras, limpiamos y cuando todo estuvo listo nos fuimos de nuevo al apartamento para disfrutar de una ligera cena, darnos una ducha (esta vez individual) y pasar a aquella enorme cama.

Esa noche el brillo de la luna llena era tal que no necesitábamos de velas o luz en la habitación para ver, era realmente asombroso poder ver la luna a través del ventanal de su habitación decorando la parte alta de aquella enorme montaña llamada Puig Campana que parecía vigilarnos constantemente usando la luna para poder ver lo que iba a ocurrir entre aquellas sábanas de algodón fino. Al ser el último en ducharme, cuando llegué a la habitación Albert y Lluís me esperaban desnudos en la cama besándose tiernamente y con dulzura. Me invitaron a colocarme entre ellos, en el medio, y empezamos a besarnos los tres con profundidad, dedicación y ternura, más que con desenfreno como otros encuentros sexuales. No tardamos ni un minuto en estar los tres empalmados cuando tomé la oportunidad de empezar a recorrer con mi lengua todo el cuerpo de Albert, que descansaba boca arriba sobre la cama. Como un gato agazapado, me coloqué a cuatro patas encima de el y empecé a trabajarle los pezones y a chuparle cada uno de los músculos que formaban parte de su pecho y abdomen. En el momento en el que tuve su gran polla dura como una roca frente a mis ojos, no dudé en seguir utilizando mi lengua y empezar a degustar el sabor de aquel capullo enorme que colmaba mi boca. Noté como Lluís se movía y segundos más tarde sentí su lengua ensalivada tratando de hacerse un hueco en el agujero de mi culo. No pude evitar gemir de placer cuando sentí su lengua penetrando mis entrañas y su mano ordeñando mi polla. Me trabajó el culo con dedicación, sin prisa, usando lubricantes durante largo rato en el que yo seguía amorrado al pollón de su marido, que parecía disfrutar como nunca de aquella mamada que estaba recibiendo:

- Levanta el culo -dijo Lluís cogiéndome suavemente de las caderas con sus dos manos. 

Asentí y Albert aprovechó para deslizarse debajo mía como un mecánico que desliza debajo de un coche para comprobar que todo está bien. Ya no tenía su polla en mi boca, ahora lo que tenía eran su lengua y labios besándome con una pasión tal que cuando Lluís me introdujo su polla no sentí ningún dolor hasta que me la metió entera y su pubis chocó contra mis glúteos. Gemí de cierto dolor y placer que Albert trató de calmar continuando con sus tiernos besos. No estaba nervioso, ni inquieto. Me sentía cómodo y eso ayudó notablemente a que dilatara con mucha más facilidad. Lluís empezó a follarme con mucha ternura, poco a poco y suavemente durante los primeros minutos. Me gustaba su forma de follar porque la metía y la sacaba prácticamente entera y se movía muy bien. Llegado el momento en el que seguía en mi posición a cuatro patas, Albert salió y volvió a meterse debajo de mi primero con la cabeza, de tal forma que me quedó su polla a la altura de la boca. En ese momento, Lluís empezó a follarme con una fuerza que no esperaba de él y Albert me ordenó que le chupara la polla sin parar. Así que me la metí entera en la boca y la chupé suavemente dadas las envestidas de Lluís, que ya empezó a gemir de absoluto placer diciendo frases del tipo: "Qué culazo tienes Marcos, como traga, joder". Cuando indicó que le quedaba poco para correrse, Albert cogió mi polla como si se tratara de la ubre de una vaca y me pajeó sin parar. Cuando sentí la explosión de Lluís dentro de mi culo, me corrí en la cara de Albert irremediablemente, quien se afanó por recoger con su lengua cuanta más leche mejor. Lluís sacó su polla de mi culo con delicadeza y cayó rendido y sudado al otro lado de la cama. Sin embargo, Albert no me dejó descansar. Estando allí debajo mía, puso sus manos en mi culo, me echó hacia delante y colocó su boca en mi agujero lamiéndomelo de tal manera que recogió la leche de Lluís que salía de mi culo. La situación era tan sumamente morbosa que, a pesar de haberme corrido, seguía teniendo la polla durísima. 

Después de haberme lamido el culo todo lo que quiso y algo más, nos tumbamos los dos en la cama y Lluís trajo una de esas pipas de las que fumábamos una especie de tabaco con sabor a cereza (no soy ni he sido fumador, pero ese día me dejé llevar por el embriagador aroma de aquello que fumábamos). Después me enteré que lo que fumábamos apenas llevaba tabaco, sino una mezcla de hierbas puramente afrodisíacas. Y fue justo ahí, cuando terminamos la pipa, cuando Albert habló:

- Bueno, ahora me dejarás follarte a mi, ¿no?

Debí poner tal cara que se echó a reír. No es que estuviera cansado, claro que no, es que el grosor y tamaño de su polla me asustaban de sobre manera. Albert abrió un cajón y sacó un pequeño frasco de color negro.
- Si hueles un poco de esto mientras te la voy metiendo, te encantará cómo mi polla entrará a tu culo.

Esa iba a ser la primera vez que probaría lo que aquel frasco contenía. Lluís en aquel momento se despidió cerrando la puerta tras de sí deseando que lo pasáramos bien, lo cual me sorprendió porque pensé que seríamos los tres durante toda la noche. Albert se ofreció a darme un masaje mientras descansábamos un poco y me dejé hacer tumbándome boca abajo y sintiendo como sus fuertes manos se deslizaban por todo mi cuerpo con una mezcla de suavidad y, a la vez, fuerza en cada parte que tocaba. Primero empezó por los hombros, cuello, bajó por la espalda, se saltó los glúteos, comenzó por los pies y fue subiendo masajeándome las piernas hasta que llegó a la zona inguinal. Para ese momento yo volvía a estar totalmente cachondo, cosa de la que Albert fue testigo ya que me pidió que me diera la vuelta y se sonrió con complacencia cuando vio que la tenía dura. Colocó mis piernas sobre sus robustos hombros e introdujo su lengua, de nuevo, en mi culo. A pesar de que ya lo tenía bastante currado, volví a ver las estrellas de placer cuando aquella lengua húmeda se abría paso con facilidad en mi agujero, ayudada por los gruesos y ensalivados dedos de su mano derecha. Albert se incorporó levemente manteniendo mis piernas sobre sus hombros, se untó la polla de lubricante (que vista a la luz de la luna empezó a brillar con el aceite del ungüento que se aplicaba) y con mucha suavidad comenzó a introducirme su enorme glande:

- Coge el tarro y huele un poco, sin pasarte.

Accedí a su instrucción, destapé aquel bote y olí el tarro primero por una fosa nasal y luego por la otra. Desde ese momento todo ocurrió muy rápido: sentí que mi corazón se aceleraba, mi visión se tornó levemente borrosa, pero no sentí malestar alguno, todo lo contrario, sentí una especie de clímax con mi polla poniéndose más dura y la de Albert abriéndose camino con mucho menos dolor del esperado. Todas aquellas sensaciones se desvanecieron en poco más de un minuto. Albert también inhaló un poco y yo volví a repetir una segunda y última vez para facilitar que su polla entrara entera. Cuando los efectos se iban, el dolor regresaba, pero esta vez fue Albert quien, manteniendo su polla dentro de mi, se inclinó sobre mi pecho, rodeando con mis piernas su duro culo y empezó a besarme apasionadamente. Cuando lo hacía, con esa forma de mover su lengua y la suavidad de sus labios sobre los labios, me hacía olvidarme del dolor sin necesidad de ningún producto adicional más. Volvió a incorporarse y tal y como había hecho Lluís, empezó a follarme el culo con mucha suavidad, sacándola casi entera y deleitándose con la mirada contemplada como su polla volvía entrar en mi culo. Se notaba que ver aquella imagen le ponía muy cachondo. Sin sacarla, cambiamos de posición: me coloqué de lado en la cama con él detrás abrazándome, mi pierna derecha ligeramente flexionada y levantada para facilitar el polvo y con su fuerte mano en mi abdomen comenzó a follarme a un ritmo que calificaría como puramente sensual: ni muy rápido, ni muy lento, ni muy fuerte, ni muy flojo. Todo en su punto y fue ahí cuando empecé a sentir un placer tan brutal que me fue imposible dejar de gemir. Albert empezó a comerme el cuello justo en el momento en el que la luna se situaba en la parte de la montaña que simula una ventana. Cogí su mano, que apretaba mi abdomen, para ponerla en mi polla y me pajeó con suavidad hasta que llené sus sábanas de leche ante la atenta mirada del Puig Campana. Albert aceleró muy levemente el ritmo y dando varias sacudidas algo más fuertes se corrió dentro de mi, con su lengua jugando en mi oreja y su aliento calentando mi cuello. No nos movimos al terminar, se quedó abrazado a mi con su polla dentro y yo me cogí de su brazo contemplando aquella bella imagen a través de la ventana de su habitación.

Pasados unos minutos fuimos al baño a asearnos y aproveché para coger a Lluís de la mano y traerle a la cama con su marido, sin embargo ambos insistieron para que fuera yo quien durmiera en el medio con un brazo de cada uno cubriendo distintas partes de mi cuerpo.

La relación con ellos nunca se enrareció por la estrecha relación que tuvimos ese fin de semana, más bien todo lo contrario, ya que podría decirse que el sexo con ellos se ha convertido en algo habitual cada vez que me escapo por la zona. 


5 de septiembre de 2016

CAPÍTULO 157: BAJO LA ATENTA MIRADA DEL PUIG CAMPANA (Parte 1)

Cuando eres niño y tus padres te llevan a la playa esperas pasarte los días construyendo castillos de arena y chapoteando en las templadas aguas del mar mediterráneo todo el tiempo. Si por mi hubiera sido, me habría tirado las horas muertas jugando en el agua sin parar para subir a casa a comer o echarme la siesta. Los días en la playa eran pura rutina, sin embargo siempre diré que una de las ventajas de la infancia es que hacer amigos es mucho más fácil. 

Recuerdo como si fuera ayer la mañana en la conocí a Albert y Lluís. Con unos 8 años estaba, como cada mañana, en la playa con mi familia, la sombrilla, las esterillas y todos los demás bártulos. Mi padre era de los que bajaban temprano, ya que en una playa como aquella bajar más allá de las 11 de la mañana implica tener que ponerte en 7ª u 8ª fila como poco. Desde hacía unos días había un par de niños que se ponían cerca nuestra en la playa. Bajaban con su tío, porque así se dirigían a él, y se pasaban la mañana en la orilla de la playa jugando el uno con el otro. Uno más moreno, alto y con carácter y el otro más blanco, castaño y más tímido. Di por hecho que eran hermanos, porque además llevaban el mismo bañador y la misma camiseta. Un día de esos en los que no me podía bañar por estar la bandera roja me dio una pataleta y empecé a gritarle a mis padres de forma continuada esa frase de: ¡me aburro! Cuando ya empecé a ponerme pesado y mis padres no sabían bien qué hacer, vi cómo Albert (harto de escucharme) se dirigía hacia mi con paso firme, se paraba delante de nuestro tenderete y les espetaba a mis padres:

- ¡Disculpen! ¿Me dejan llevármelo a la orilla para que no siga gritando?

No esperó contestación ni aprobación por parte de mis padres, sino que simplemente tomó mi mano con fuerza y con más fuerza aún me arrastró hacia la orilla y me sentó junto a Lluís y sus varios rastrillos y cubos de juguete. Al principio me crucé de brazos y no hice nada, pero como decía antes, hacer amigos en la infancia es más sencillo y al cabo de unos minutos estaba jugando con ellos como si nos conociéramos de toda la vida. Mis padres estaban encantados y congeniaron bien con el tío de los niños, así que durante aquel verano y los siguientes me los pasé pasando con estos dos muchachos, a la par que por las tardes me iba con mis amigos de la playa de siempre.

Albert y Lluís eran alicantinos, pero no eran hermanos. Sus madres eran amigas de toda la vida y los muchachos se habían criado juntos y hecho inseparables. Con apenas cuatro años los padres de Lluís se divorciaron, el padre se marchó a Argentina a rehacer su vida dejando todo atrás y su madre murió poco después tras un atracón de antidepresivos. Ante la carencia de más familia que se quisiera hacer cargo de él, Lluís fue acogido por la familia de Albert como uno más y vivían en Altea durante el invierno y periodo escolar y en el verano el tío de Albert se los traía a esta zona, en la que tenía un apartamento. Pese a tener la misma edad, Albert ejercía claramente de hermano mayor, protector y Lluís era como el hermano pequeño sensible que necesitaba ser protegido constantemente. Pese a todo, los dos eran niños muy abiertos, sociables y con una relación tan cercana que resultaba envidiable aunque no fueran hermanos de sangre. 

A veces la sociedad es cruel. Cuando los niños dejan de ser niños y comienzan el tránsito a la adolescencia, les empezaron a tachar de mariquitas en el colegio y, posteriormente, en el instituto. Albert, con su marcado carácter, se metía en peleas o enfrentamientos semana sí y semana también para defender a Lluís. Como se sabía que en realidad no eran hermanos, esa unión tan cercana entre ellos (que muchas veces iban de la mano o se daban abrazos repentinos) daba mucho que hablar. Incluso mis padres lo comentaban algunas veces. Ya con 14 años intenté integrarlos en mi grupo de amigos de la playa, pero aquello fue un absoluto desastre, dado que mis amigos tampoco sabían aceptar su ‘extraña’ relación y surgieron muchos enfrentamientos. El punto de distancia en nuestra relación lo marcó un hecho ese mismo verano, cuando comiendo en casa de su tío, les pillé dándose un beso en una habitación. Un beso en la boca y con buena dosis de lengua. Y el Marcos de 14 años que empezaba a cuestionarse su propia sexualidad quiso huir de aquello y marcar distancias, no fuera a ser que mis amigos de la playa fueran a extenderme a mi aquello de ‘maricón’ también.

Pese a todo, Albert y Lluís me siguieron llamando cada verano, nos seguimos viendo alguna que otra vez y siempre se me quedará una frase que me dijo Albert un año después:

- Cuando quieras acordarte de nosotros, mira hacia el Puig Campana, que en los días claros y despejados es visible desde esta playa.

La leyenda de la montaña del Puig Campana, que da cobijo y sombra al municipio de Altea y es una de las más altas de Alicante, es una historia épica de amor en la que un caballero hizo un agujero en la montaña para proteger a su amada de una maldición que le quitaría la vida con el último rayo de sol que se pusiera por ella. Posteriormente, el caballero lanzaría ese trozo de piedra al mar dando lugar al islote que se ve frente a las playas de Benidorm. 

Años después, en un verano como aquel en el que me encontraba en la playa sin mis amigos Sergio y Dani, la llamada por sorpresa de Albert me despertó de unos días de cierto letargo en los que no tenía ganas ni de ir de cruising. Hacía tres años que no recibía su llamada, cosa comprensible ya que el año anterior sólo les pude dedicar un café de hora y media y poco más. Albert era un chico muy cálido en sus palabras, me había cogido mucho afecto y ningún rencor por el distanciamiento que yo puse hacía una década. Estuvimos hablando largo rato y en vista de que la conversación no tenía fin, me invitó a pasar el fin de semana con ellos en Altea. 

Lo cierto es que les había ido razonablemente bien en la vida. Acabaron el instituto y decidieron no ir a la universidad como el resto de su entorno, sino hacer un grado superior en turismo. Invirtieron el dinero que dejó la madre de Lluís, tras su fallecimiento cuando éste era pequeño, en comprar un coqueto local en el centro de Altea y abrir un pequeño bar con un concepto diferente. Decorado con motivos árabes, se trataba de un bar en el que podías tomar cualquier cosa en un ambiente relajado, sin gritos y respirando tranquilidad. Además, Albert había comprado un pequeño ático no muy lejos de allí donde ambos se habían independizado. Sí, Albert y Lluís formalizaron su relación de pareja a los 17 años y a los 23 se casaban en el registro civil del propio Altea. 

Preparé una pequeña mochila con lo imprescindible para el fin de semana, cogí el coche y me planté en su pueblo en poco más de hora y cuarto de aquel viernes por la tarde. Habíamos quedado en su bar, estaba claro que no podían cerrar un viernes por la tarde máxime tratándose de un sector tan esclavo como es el de la hostelería. La pareja que me encontré dirigiendo aquel encantador bar era muy diferente a la que yo recordaba. Me encontré con un Albert moreno, con barba muy rasurada, unos brazos de impresión decorados con algún tatuaje que otro, un culo redondo y apretado y unas facciones masculinas (que siempre las tuvo) muy marcadas. La sorpresa también me la dio Lluís, que sin estar tan cachas como su marido, bajo aquella fina camiseta de tirantes se veía un bonito cuerpo fibrado y lampiño. Me dieron un profundo abrazo con el que me confirmaron que aquella calidez de sus palabras al teléfono se traducían un sentimiento real de amistad y aprecio por mi, que llegó incluso a ruborizarme. También se fijaron en que yo estaba más fuerte que antes y empezamos a comentar las rutinas de gimnasio y ejercicio que seguíamos. Me invitaron a una cerveza artesanal hecha en el pueblo y, con una confianza que me volvía a impresionar, me dieron un juego de llaves de su piso y me indicaron donde estaba, por si quería ir a dejar mis cosas allí. Rechacé la invitación y me quedé echándoles una mano en el bar, hasta que pudimos cerrar pasada ya la media noche. 

Su casa estaba a menos de diez minutos del bar. Se trataba de un antiguo edificio de tres plantas situado en la parte final del pueblo, solo equipado por unas estrechas escaleras. El piso de los chicos se parecía mucho al estilo con el que habían decorado el bar: colores vivos al temple en las paredes, motivos árabes sobrios, cojines en el suelo y lámparas que daban luz de colores tenues. Según se entraba había pequeño recibidor que daba acceso al salón con cocina americana incluida. El salón tenía dos ambientes: uno con cojines en el suelo y una mesa bajita, y otro más amplio con sofá-cama, mesa plegable, sillas y varias estanterías. Su habitación era del estilo con una cama enorme de 1,50, un par de espejos en el techo y un amplio ventanal que daba al Puig Campana. Lo más impresionante era el baño: lo habían reformado quitando una habitación y habían puesto una bañera enorme, que por lo menos medía dos metros de largo por dos de ancho. 

Cenamos un hojaldre de espinacas que había preparado Lluís, bebimos vino blanco de la tierra y nos pusimos al día con una cháchara que no tenía fin y en la que tocamos todos los temas rememorando nuestra infancia y, sobre todo, poniéndonos al día. Además, Lluís había preparado también unos pequeños bollitos de almendras que tomamos de postre con crema de orujo bien fresquita. Me sentía como en casa desde que crucé la puerta y, en cierta parte, envidié la relación que tenían.

Pasadas las dos y media de la madrugada, me dijeron que se iban a dar un baño antes de acostarse y que después prepararíamos el sofá-cama. Mientras ellos se metían al baño, les eché una mano recogiendo lo que habíamos ensuciado hasta que la voz de Albert me llamó:

- ¡Marcos! ¿Puedes venir? –dijo desde el baño.

- ¿Puedo pasar, chicos? –dije desde la puerta del baño.

- Sí, claro –contestó Lluís.

Estaban en la bañera metidos con abundante espuma el uno enfrente del otro. Habían encendido una pipa y el ambiente era embriagador, ya que aparte del olor sólo había la luz que daban un par de velas y un cirio. 

- Aquí cabe uno más, si te animas –dijo Albert poniéndose de pie y dejando sus grandes atributos a la vista. 

- Ánimate Marcos, se está en la gloria en esta bañera - dijo Lluís.

Así que, frente a la mirada de ambos, me desnudé por completo dejando mis ropas en suelo y cogiendo a Albert por su mano derecha me metí con cuidado en aquella bañera y me puse a su lado. Albert pasó su brazo por encima de mi hombro y me estrechó junto a él:

- ¿Tienes frío, Marcos? –preguntó.

- Ahora mismo, ninguno –respondí mirándole a los ojos, justo antes de que su cabeza se girara y me diera un beso en la boca humedeciendo su lengua con la mía.

Me quedé mirando a Lluís que contemplaba la escena con una sonrisa cómplice y asentía con la mirada a modo de aprobación. Seguí besándome con Albert largo y tendido hasta que mi polla erecta asomó por encima de la espuma.

- Pero… qué tenemos aquí Marquitos… -susurró Albert cogiéndome la polla y empezando a pajearme suavemente.

Eché mi cabeza hacía atrás apoyándola en el respaldo de la bañera mientras que la lengua traviesa de Albert se perdía en mi cuello y oreja, en la que susurró:

- ¿Dejas que Lluís te haga una mamada?

- Claro… -respondí.

Y acercándose como un gatito temeroso desde el otro lado de la bañera, desenroscando sus piernas de las nuestras, Lluís se metió mi polla en su boca y me la empezó a chupar con una suavidad que provocaba un placer brutal.

- ¿Cuántas veces puedes correrte en una noche? –susurró Albert de nuevo en mi oreja.

- Según lo caliente que me pongáis… -susurré yo.

- ¿Es que aún no tienes el suficiente calor? –dijo Albert llevando mi mano derecha a su enorme polla tiesa, que empecé a pajear y acariciar bajo el agua.

Estaba apunto de correrme y cogí la cabeza de Lluís con las dos manos suavemente y con mimo para decirle que parara, que me iba a correr. Lluís miró a Albert y éste se acercó a mi oreja y susurró de nuevo con su masculina y profunda voz:

- ¿Le darías de beber tu leche? A Lluís es lo que más le gusta…

No respondí. Cogí la cabeza de Lluís de igual manera que antes y le introduje mi polla en su boca de nuevo, para que la siguiera mamando con la misma suavidad que hasta entonces. Entonces, Albert, en un movimiento brusco, se puso de pie en la bañera frente a mi y por encima de Lluís, que quedó bajo el arco de sus piernas, y me introdujo su enorme pollón en la boca. Una polla que mediría fácilmente 20 centímetros, con un gran capullo que me entretuve en saborear como si fuera un helado derramándose y en ese momento, cuando apenas le había dado un par de lametazos, experimenté una sensación única: la de correrte en la boca de quien te la está chupando a la vez que la polla que tienes en tu boca empieza a llenarte la boca leche, hasta tal punto que se te desborda por la comisura de los labios. Los tres nos fundimos en un momento de gemidos y Lluís se puso de pie junto a su marido, quien le pajeó durante unos 25 segundos y me derramó su leche en mi cara. La polla de Lluís tampoco estaba nada mal, algo más fina, pero de fácilmente 18 centímetros. Pasado este momento de éxtasis, nos quedamos relajados y abrazados en la bañera fumando ese aroma a cereza que se respiraba por aquella pipa, nos enjabonamos mutuamente dedicando cierto tiempo a morbosear en los agujeros de nuestros culos, aclaramos, secamos y me ofrecieron pasar a su cama.