Tengo que manifestar que me mostré bastante crítico y reacio a creer la campaña que paseó al ex candidato presidencial Al-Gore por medio mundo haciéndonos temblar de miedo por la catástrofe que estaba cerca de llegar: el calentamiento global. Esto supondría increíbles fenómenos que poco menos que harían temblar los cimientos del planeta por la mano del hombre y la inacción de los países. Años después, me reafirmo en lo dicho: los veranos siguen siendo cálidos y los inviernos siguen siendo fríos, la vida en ciclos, como la historia viene demostrando.
Dejando esto a un lado, lo cierto es que soportar 40º alicantinos en pleno verano, sin viento del levante que ayude a llevarlo mejor se hace francamente insoportable. Sobre todo, esas noches en las que las temperaturas mínimas se quedan estancadas en 28º, no entra aire por tu ventana y el único remedio es beber agua a raudales y despelotarse. No, no teníamos aire acondicionado, afortunadamente en condiciones normales, nuestra casa de la playa solía tener bastante corriente por sí sola. No obstante, cuando una de estas olas de calor nos invade, poco queda por hacer.
Y aquella mañana me había levantado con mucho calor, estaba ardiente y tenía una sensación de sequedad en la garganta que ni el agua fría de la nevera conseguía saciar. No se me bajaba la polla de lo dura que la tenía y es que a mi garganta, aquel día, no le apetecían refrescos fríos precisamente. Ni con alcohol ni sin alcohol, lo que mi garganta pedía a gritos aquel día era algo más templado, algo más caliente, algo que fuera acorde al calor que hacía... algo más rudo, más humano, más... más masculino.
Crema, lefa, corrida, leche, calichón, chuño, requesón, mascada... en definitiva, mil nombres para denominar una sola cosa: el semen. Ese éxtasis que expulsamos los hombres en el momento más álgido de una relación sexual o una paja bien cascada. Pero ese día no había pajas que valieran, ese día quería tragar. Lo cierto es que nunca antes había sido un gran amante de la leche, como a mi me gusta llamarla. Por supuesto que me molaba y me daba un morbo tremendo que el tío con el que estuviera follando se corriera al terminar el polvo, o ver cómo se corría mientras le daba por el culo, o que tras una buena mamada te echen la leche en el pecho. Pero me quedaba ahí, no era mi fetiche, no era algo más con lo que me apeteciera experimentar, no era algo que me causara tanto morbo como a otros tíos con los que había estado.
Aquel día era diferente. Algo se había removido en mi interior que me pedía leche en cantidad y yo sabía que sólo había dos personas de confianza con los que poder jugar de esta manera. Esas dos personas con las que tenía un pacto de máxima protección con otros, para poder disfrutar del sexo a pelo entre nosotros. Ese pacto que apenas había sido incumplido por parte de ninguno a lo largo de los años. Sí, lo había decidido, haría valer el pacto para saciar mi sed. ¿Cómo plantearlo? No, no les iba a mandar un mensaje al móvil comentándoles mi última ocurriencia, tendría que ser algo más directo, más tentador, más lleno de morbo... Sí, había que regresar al Moncayo. Un día de diario, por la mañana, que sólo habría viejos y darnos el paseo para nada, no sería plan... habría que aprovechar el camino.
No encontré problemas en Dani ni en Sergio para visitar nuestro viejo lugar de cruising, al que ese verano teníamos un tanto abandonado por nuestras estancias en el Rebollo y otros sitios que empezábamos a conocer. Así que allí nos fuímos, aprovechando un buen camino de playa y después de darnos un buen baño en el templado Mediterráneo para quitarnos el sudor. La subida hacia la caseta fue poco menos que una tortura: el poco aire que soplaba en la playa se quitó nada más entrar a la pinada y no sabría decir si estábamos más mojados cuando minutos antes habíamos salido del mar, o ahora con la caminata (no, el rollo 'sudor' tampoco me iba demasiado). Así que nos acoplamos un rato a la sombra de unos pinos y cuando el sudor se fue y estábamos descansados, iniciamos la búsqueda y caza. Yo ya sabía que era inútil, ir al Moncayo por las mañanas suele ser sinónimo de perder el tiempo, al menos para la gente joven que busque gente joven. Rara es la excepción a esas horas. Pero justamente eso era parte del plan que paseaba tranquilamente en mi cabeza y tal que así salió; no pasó más de media hora cuando empezaron a quejarse por la falta de material. Y tomé ventaja precisamente de aquel momento de debilidad:
- Venid conmigo - dije cogiendo a cada uno de la mano.
- ¿Dónde vamos? - preguntó Sergio.
- A la sombra, tengo sed. -dije.
- Tengo agua en la bandolera -ofreció Dani.
- No, ese tipo de sed no es la que pide mi garganta -dije quitándome la camiseta y cogiéndoles de la mano de nuevo.
No hubo mucha más conversación. Les bajé a un sitio más o menos cómodo y a la sombra que conocíamos, me quité el bañador delante suya y me quedé totalmente desnudo, meneándome la polla a la vez que les miraba con cara de vicioso. No tardaron en reaccionar y, previa comprobación de que no hubiera mirones, se desnudaron mientras yo tendía una toalla en el suelo y se acercaron a mi: empezamos a besarnos y tocarnos las pollas a tres bandas, tres lenguas calientes jugaban entre ellas, mientras las diferentes manos recorrían todas las partes de nuestros cuerpos, con especial detención en los mástiles ya erectos de cada uno de nosotros. No tardé demasiado en hincar las rodillas, me encanta magrearme con ellos, pero ese día quería lo que quería. Primero me metí la polla de Sergio, sin grandes delicadezas, hasta el fondo y del tirón, provocándome una arcada que me hizo saltar las lágrimas, pero no me molestó.
Dani, meneaba su polla en el aire y me la restregaba por las mejillas, así que aproveché que me sacaba la de Sergio y me metí la de Dani también de una estacada y saboreando cada parte. El calor provocaba que, sobre todo en mi caso, estuviera sudando como un auténtico cerdo, pero eso no me impedía estar disfrutando de aquellas dos delicias. Tras pasar un rato mamando, conseguí hallar un ritmo más o menos constante que pudiera mantener la acción de ambas pollas a destiempo y mantenerles en aquel punto álgido les estaba poniendo muy cachondos, de hecho se me estaba llenando la boca con el líquido preseminal (también conocido como rebaba) de cada uno. Dani pidió follarme, allí apoyado en un árbol... y aunque la tentación era grande, le respondí con un: me quema la garganta. A lo que él respondió: qué zorrón estás hoy cabrón, pues si quieres leche, la vas a tener. En ese momento, Dani me cogió de la cabeza para él solo y empezó a follarme la boca de forma desbocada, a la par que Sergio aprovechaba para morrearse con él a saco y sobarle el culo. Las lágrimas me caían por las mejillas y tenía mi propia polla tan dura que miedo me daba que se me pusiera morada. Cuando Dani comenzó a gemir, supe que aquello calmaría mi sed, y así fue: un buen chorro de líquido caliente invadió mi boca, con un sabor ligeramente dulzón, que engullí sin tan siquiera pensarlo, continuando la mamada con suavidad, sin escupir y dejándole la polla limpia.
Sin apenas dejarme tiempo de reacción, Sergio me cogió la cabeza y empezó a hacer lo mismo que Dani, sólo que Sergio debía estar tan cachondo que tras minuto y medio follándome la boca me llenó la garganta de una leche espesa y algo más amarga que la de Dani. Un contraste perfecto, que también engullí sin quejarme, y esa leche bajando por mi garganta fue el suficiente estimulante para correrme en aquella toalla azulona que habíamos tendido en el suelo.. Les dejé follarme la boca como les dio la gana y había tenido mi premio final. Acabamos los tres tumbados en aquella toalla, abrazados y mirando al cielo mientras que Dani se fumaba un cigarro. El de después.
Nunca supieron que lo que pasó aquel día fue una especie de plan que había maquinado aquella misma mañana, pero lo cierto es que nos lo pasamos de vicio y volvimos a disfrutar de nosotros sin la necesidad de otras personas. A veces, era lo único que bastaba.