9 de abril de 2017

CAPÍTULO 169: EL LECHERO

Mientras recordaba con Sergio mis historias del pasado con el Mili y aquella tormentosa relación que acababa de empezar, bonita y apasionada como todos los comienzos románticos, el verano continuaba y resultaba que al no haber coincidido las vacaciones como en años anteriores, apenas teníamos unos días para salir de caza.

Respondiendo a preguntas que me dejáis en comentarios o me mandáis por privado, sí, claro que Sergio y yo follamos en casa, en el sofá, en la cama, en un sitio de cruising o donde surja, pero a no ser que algo destacable pase, tampoco me parece de interés relatar los polvos que echo a diario con Sergio o las fiestas que, aún hoy en día, nos montamos con Dani. Eso sí, lo que de momento no nos acaba de convencer son los locales de sexo que tan de moda parecen estarse poniendo, creo que no es algo para nosotros.

Total que una de estas mañanas que amanecen frescas y despejadas, aunque más tarde el sol pegue de lo lindo, Sergio se levantó con ganas de marcha. Y a mi eso de que me aparezca desnudo en el quicio de la puerta, a media luz, sobándose el rabo me pone muy burro (y ya de por sí me levanto burro siempre). Le hice una señal para que pasara y se metiera en mi cama y comenzamos a sobarnos los rabos mientras nuestras lenguas batallaban dentro de nuestras bocas. Me bajé a mamársela, pero me encontré con una sorprendente negativa:

- Ahora que ya estás a tono, ponte un bañador, una camiseta y unas chanclas, que nos vamos al Rebollo. Tengo ganas de que me la chupes a la vez que te comes otra.

Me dejó aún más sorprendido porque Sergio nunca ha sido el típico chico lanzado, más bien al contrario, más reservado y tímido, de tener que ir siempre detrás suya.

- ¿A estas horas? -contesté, mirando el reloj y viendo que aún no llegaba a las 10.

No tengo que decir que con el calentón que llevaba me costó un triunfo meter el rabo en el bañador, así que busqué un pantalón corto de algodón y me lo puse encima. Me mola marcar paquete, pero solo donde hay que hacerlo. Una vez estuve preparado, Sergio me esperaba ya abajo con el coche en marcha. ¡Si hasta iba a conducir el! Pues sí que tenía ganas de morbo, sí. A pesar de que la chispa nunca nos ha faltado, notaba que desde que había empezado en el trabajo nuevo el sexo entre nosotros dos era más intenso y tal vez algo más fuerte y menos romántico; no es que eso fuera un problema, para nada, pero si un cambio del que me di cuenta.

Aparcamos en el Rebollo sin problema. Los domingos de verano se suele poner hasta arriba, ya que aparte de los veraneantes también aprovechan para ir a la playa la gente que vive en los pueblos del interior de la Vega Baja. Al ser pronto, como digo, aparcamos bien, dejamos la camiseta y los pantalones de algodón en el maletero y entramos al Rebollo por la pinada, en vez de por el camino asfaltado, de esta forma salíamos directamente a la zona de cancaneo. Por los primeros matorrales y arbustos, en la zona donde hay palmeras, el pino es más alto y hay más zonas de sombra, nos encontramos con una orgía en la que participaban unos seis hombres maduros, de entre 50 a 70 años. Estaban colocados como en círculo y unos se la chupaban a otros, otro comía culo y había un par que ya estaban follando. Nos quedamos mirando unos segundos y nos invitaron a participar en su fiesta, pero declinamos la invitación y seguimos nuestro camino hasta la zona que suele estar más concurrida. Como todas las mañanas a primera hora había muy poca gente y lo poco que había era demasiado maduro para nuestro gusto. Ya sabéis que no rechazo a los tíos por la edad, pero ya a partir de determinados años no encuentro el morbo. El ánimo empezó a caer al ver que no encontrábamos nada ni nadie con quien jugar un poco. Vimos, como un rayo de esperanza, a un chico de unos 35 años, rubio, con aspecto nórdico aunque bronceado, buen cuerpo y guapo. Nos miró, le molamos, se acercó y nos echó mano al paquete. Yo ya sabía lo que aquello significaba, pero por si había alguna duda, habló:

- ¿Os la puedo chupar a los dos? Estáis buenos...-dijo en un susurro.
- ¿Sólo buscas mamar? -le dije.
- Sí, soy mamón pasivo -contestó.
- Pues me parece que no nos vamos a entender. ¡Suerte!

Y con esas cogí a Sergio de la mano y seguimos nuestro camino. No sabéis lo harto que estoy de que en los sitios de cruising cada vez haya más tíos que solo buscan comer polla sin que tu les puedas tocar. ¡Activos! ¡El Rebollo os necesita!

En vista de la situación le dije a Sergio que sería mejor irnos un rato a la playa y volver a intentarlo más tarde. Salimos a las dunas camino de la playa cuando nos dimos de bruces con un chico que llevaba un bañador surfero blanco, camiseta sin mangas y gafas de sol. Tendría también unos 35, delgado, cuerpo normal, moreno, de 1,75 de altura, con barba de tres días y vello en general. Le molamos porque nada más vernos se llevó la mano al paquete y empezó a sobárselo, cruzamos miradas varias veces y se colocó detrás de un seto. Sergio no perdió el tiempo y salió disparado, le seguí y cuando llegué ya le estaba sobando la polla al chaval del bañador blanco.

La polla no, el pollón. Grande, de unos 18-19 centrímetros, gorda y con buen capullo.

- Tengo muchas ganas de dar rabo chavales... -dijo el tío.

Así es como me gusta. Con decisión. Con ganas de dar polla y nosotros de recibirla.

Sergio se arrodilló en la arena, le bajó el bañador a la alturas de los tobillos y empezó a comerle el rabo con auténtico frenesí. Mientras, el tío me sobaba el pecho y me metía la mano por el bañador sobándome el culo y buscando mi agujero. Decidí facilitarle las cosas quitándome el bañador, lo que el aprovechó para pajearme un poco y yo para ponerme de rodillas y mamarle aquel pollón con Sergio. Estaba deliciosa, para qué negarlo, de estos pollones que podrías comerte todos los días con placer. Y al tío le ponía burrísimo tenernos a los dos de rodillas lamiéndole el rabo y las pelotas.

Pasados un par de minutos, se metió un par de dedos en la boca y ladeándose buscó de nuevo mi culo y empezó a meterme los dedos. Y,  a un servidor, que estaba cachondísimo desde primera hora, no me hizo falta mucho para dilatar como pocas veces he hecho. Al darme cuenta de que no perdía el interés por mi culo, dejé a Sergio comiendo polla y me puse al lado del tío, con las piernas semiflexionadas. El tío gimió, se llevó los dedos a la boca y esta vez me metió tres, despacio pero con decisión. Sabía lo que se hacía, esos son los tíos que me me molan y me ponen caliente. Sacó su polla de la boca de Sergio, me presionó con fuerza la espalda para me agachara, y me la estuvo rozando por mi agujero hasta que me metió el capullo, a la par que pajeaba a Sergio con la mano que tenía libre. Le eché una mirada desafiante al notar que tenía la intención de follarme a pelo, pero se pronunció antes de que pudiera decir nada:

- Ahora me pongo el condón, tranquilo - dijo.

Echó mano al bolsillo de su bañador, rompió el envoltorio con soltura, se colocó la goma y me volvió a meter el capullo y algo más, pero no entera, parecía que meterla así le bastaba y a mi me estaba resultado de lo más placentero.


- Clávamela más si quieres tío -le dije.
- Me mola así -dijo, metiéndola solo un poco más.

En ese momento dejó a Sergio de lado, pasó su mano derecha por mi cintura y me empezó a pajear mientras me follaba con su capullo. Teníamos ya varios espectadores alrededor cuando le dije que me corría.

- Sí, enséñame la leche que echas... -dijo.

Me la clavó un poco más, sin llegar a meterla entera en ningún momento y sin soltar mi polla, y me corrí como una jodida fuente de leche formando borbotones de arena al caer e impactar contra el suelo. El tío no dejaba de mirar cómo me corría, incluso sacó su polla y adelantó la cabeza para ver los últimos coletazos de mi corrida a la par que se pajeaba.

- Espera, que de eso me encargo yo.

Le cogí la polla con una mano y la de Sergio con otra y les empecé a pajear a los dos a buen ritmo. Sergio se corrió primero y, de nuevo, el chico este se quedó embelesado mirando cómo se corría. Pocos segundos después empezó a correrse el.

No sabría cómo describirlo. Me entró la risa. Es que fue surrealista. Jamás en mi vida he visto corrida similar, era un no parar de echar leche, no muy espesa, pero sí muy blanca. Chorro va, chorro viene. Y que no paraba. Y el chaval venga a gemir. Ahí fue cuando me entró la risa, pero es que aún estuvo otros 15 segundos echando leche. Eso sí que era una fuente. Lástima que no llevara el móvil encima porque le habría hecho una foto a cómo se quedó la arena para que vierais de lo que hablo.

Le pedí disculpas por la risa y le expliqué el motivo, a lo que respondió que estaba acostumbrado a la sorpresa, que siempre había sido muy lechero y que la gente suele flipar con sus corridas.


Como suele ser habitual en este tipo de encuentros, nos limpiamos sin mucha conversación, chocamos las manos y cada uno tiró por su lado. No le hemos vuelto a ver por allí, pero no me importaría nada en absoluto que en un hipotético encuentro futuro me bañara con su leche.