4 de agosto de 2020

CAPÍTULO 177: CRUISING EN TIEMPOS DE COVID-19

Si hay algo que dejar claro es que las ganas de follar nunca se van, pase lo que pase el morbo y el deseo permanecen. Podremos intentar reprimirlo, frenarlo, disimularlo, ponerlo en pausa unas semanas para acabar por dar rienda suelta a nuestros instintos más primarios. Existe algo bueno que traen todas las crisis: el fortalecimiento de los sitios de cruising. Ya lo vimos con la crisis económica de 2008, que fue capaz de resucitar a muchos lugares de cancaneo que estaban ya desaparecidos o al borde de estarlo. ¿Por qué? Fundamentalmente las personas en periodos de crisis buscan un tipo de ocio mucho más conservador: viajar a casas de los abuelos, suegros, primos, amigos, alquilar un apartamento en la playa y destinos nacionales. Y eso, en esta zona de Alicante plagada de apartamentos de segunda residencia, hace que las crisis sean menos fuertes en periodo de verano. Además con el cruising evitas todo el mareo que a veces se da en apps de ligue.

Como decía, en la crisis que empezó hace más de una década, sitios como El Rebollo y El Moncayo vivieron una segunda época dorada. En la pinada del Rebollo fue más evidente, ya que esta afluencia de hombres gay buscando sexo se mantuvo constante de 2009 a 2014 aproximadamente: en esos años muchos pudimos ver y disfrutar un Rebollo plagado de tíos de todos los tipos con sexo casi permanente en los meses de julio, agosto e incluso septiembre. Parejas, tríos, orgías, cachas, maduros, delgados, gordos... como suele decir, no faltaba un roto para un descosido. Quizá en El Moncayo fue menos notorio debido a las obras de la Vía Parque, pero también vivió un cierto resurgir entre 2011 y 2015. Diría que precisamente fue 2015 el año en el que todo empezó a decaer de nuevo silenciosamente, sin prisa, pero sin pausa... hasta llegar a momentos del día en el que en ninguno de los sitios encontrabas nada. 

Eso, amigos, hasta este extraño 2020. 

La pandemia lo cambió todo, no hace falta ir más allá. Os contaré un poco mi experiencia. Viendo como se iban produciendo los acontecimientos en otros países cercanos me extrañó muchísimo que las autoridades del nuestro pasaran del tema y calificaran el Covid-19 como una especie de resfriado sin importancia que apenas rozaría España. Teníamos a países como Alemania, Grecia o Dinamarca haciendo acopio de material desde principios de enero, pero aquí no ocurría nada. Seguíamos en la fiesta. Así que llegada la última semana de febrero, y a gracias a amigos que tengo trabajando en hospitales públicos de Madrid, vi que la situación se complicaba, hice las maletas y me vine a mi casa de la costa. Donde llevo desde entonces casi de forma permanente. 

Lo primero que hice fue contratar una línea de internet para poder teletrabajar y justo antes del confinamiento hice una compra enorme para subsistir sin tener que salir demasiado. Aquí el confinamiento ha sido muy distinto a como se ha vivido en las grandes ciudades. Lo he pasado prácticamente entero en la terraza de mi casa y lo cierto es que era impactante ver sólo a los coches de la policía y guardia civil pasar por la carretera. 

Y no, no he dejado de follar en todo este tiempo. Como os decía, en estas poblaciones de la Vega Baja de Alicante era relativamente sencillo salir a pasear o darte una vuelta en pleno estado de alarma. Son poblaciones que a duras penas superan los 15.000 habitantes y si vives en una zona de segundos residentes, pues estabas prácticamente solo. Una vez cogida la rutina de la hora a la que las autoridades solían patrullar, salía al Moncayo al menos 3 veces por semana. El Rebollo era misión imposible durante el estado de alarma, al tener que depender del coche. Soy una persona muy nerviosa y al pasar los primeros 15 días metido en casa sin salir me faltaba el aire. Lo intenté todo: deporte en casa, correr por los pasillos, pero no había manera. Y en cuanto me empezó a afectar al sueño decidí salir a ver qué pasaba. 

Obviamente el camino al Moncayo lo hice por sitios nada habituales. Callejeaba hasta la parte sur del pueblo y entraba por las dunas atravesando hasta el gran hotel, para seguidamente bajar a la playa y subir por el acceso de madera. Esas tres escapadas semanales os digo que me dieron la vida. ¿Pensáis que estaba solo en El Moncayo? Eso creía yo según me acercaba, pero siempre encontré gente precisamente al tratarse de un sitio con mejores accesos y un lugar donde la gente obligada a trabajar podía seguir parando sin detenerse mucho. He follado con más 'heteros curiosos' en este confinamiento que en toda mi vida: chicos con novia que no podían quedar, hombres casados y con hijos y chicos bi que no se atrevían a follar con chicos de otro modo. Si algo bueno tuvo el estar encerrados en casa es que la media de edad del Moncayo se redujo bastante en aquellas semanas. 

Desde entonces hasta ahora, pasando por las fases y entrados en esto que llaman 'nueva normalidad', ambos sitios de cruising han vivido un nuevo empujón. Diferente al de principios de los 2010's, porque hay menos gente veraneando por la zona, pero mejor que en estos últimos años en cuanto a variedad de gente y ganas. La gente ha venido muy encendida y muy fogosa. Eso sí, hay una serie de normas 'no escritas' que marcan este cruising que hacemos en plena pandemia:

- Sin besos. Porque todo el mundo sabe que el virus no infecta si comes una polla o un culo, pero sí al besar... En fin, si así os quedáis más tranquilos, genial por vosotros.
- Hablar en la distancia. Porque has estado dentro haciendo de todo, pero en la playa hablamos a metro y medio. Social distancing, my friends
- ¿Mascarilla? Nadie la lleva y, sinceramente, lo veo lógico. Lo más lógico de estos tres puntos. Primero, porque es un sitio al aire libre alejado de núcleo de población sin aglomeraciones y la regulación lo permite. Segundo, porque carece de todo sentido ponértela para lo que vas a hacer luego.

Hace unos días paseando por el Rebollo se me insinuó un chico con buen cuerpo y buen rabo. Me llevó a los pinos para que le hiciera una mamada y cuando me voy a arrodillar, se saca la mascarilla y se la pone. Lo siento en el alma, pero... ¡¡qué me estás contando!! Ahí le dejé con el calentón. Si no estáis seguros de querer hacerlo, sentís miedo, queréis ser más prudentes, pues de acuerdo. Lo entendemos todos, pero no vengáis de cruising a hacer el ridículo o cosas sin sentido. 

Fuera de bromas, en estos meses también he visto a la gente más lanzada por las clásicas apps de ligue (cosa que ya ha desaparecido y vuelto a la aburrida realidad). He tenido en casa a chicos que se han hecho más de 50 kilómetros para venir a follar, otros que venían de los pueblos del interior por carreteras secundarias, niñatos del pueblo que querían una mamada rápida para aliviar tensiones... Sí, reconozco que salvo los primeros 15 días, me lo he pasado bien. 

Así que no temáis, se puede ir de cruising y es seguro. Llevad gel hidroalcohólico y toallitas desinfectantes, os vendrán bien. También os recomiendo llevar enjuages bucales con alcohol para cuando terminéis de follar. Más o menos en nuestras vidas fuera de sitios de cancaneo todos llevamos la mascarilla constantemente, estamos concienciados y tomamos medidas de protección. Si ese es vuestro caso, un rato de cruising alguna vez por semana no os hará daño. Tomemos precauciones lógicas y todo saldrá bien. Y no olvidéis que las ETS y el VIH siguen ahí, así que... ¡follad con condón, cabrones! 

¿Cuál ha sido vuestra experiencia este tiempo? ¿Habéis recuperado vuestra 'normalidad sexual'?

P.D. Tenemos una imperiosa necesidad de tíos 100% activos en las pinadas de cruising. Cada día escasean más. ¡Os invitamos!








19 de mayo de 2020

CAPÍTULO 176: ANCOR Y LA PAUSA INDEFINIDA

El día siguiente nos lo tomamos de descanso. Después de pasar todo el día anterior fuera del bungalow, la noche de jacuzzi y piscina y de dormir lo justo, quisimos aprovechar ese día para relajarnos y recuperar energías. Así que tras una carrera de seis kilómetros por la mañana, el resto del día nos lo pasamos tomando el sol en la tumbona frente a la piscina. Además, nuestros días de vacaciones iban tocando a su fin y queríamos aprovechar también para regresar a Madrid con las pilas cargadas. A media tarde llegó el siguiente mensaje de Ancor:

— ¿Cómo están, chicos? ¿Qué les parece si mañana hacemos la excursión que les dije? ¡Estén preparados para madrugar y caminar!

Contestamos afirmativamente, sin pensar en nuestros amigos de Madrid que habían venido también de vacaciones. Uno de ellos había tenido que regresar antes, como estaba previsto, por motivos del trabajo y al que se había quedado solo lo teníamos un poco abandonado. También nos escribió para hacer planes ese día, pero nos inclinamos por pasar el día fuera con Ancor. Nos tenía comiendo en la palma de su mano, eso estaba claro. Y él era perfectamente consciente de ello. 

Tocó el despertador antes de las 8 de la mañana. Teníamos el tiempo justo para desayunar, ducharnos y prepararnos para la excursión. Estábamos en Gran Canaria, así que optamos por camiseta de tirantes y pantalón de deporte corto. Preparamos una mochila con agua fresca, crema solar y algunas cosas más que podrían sernos de utilidad. Salimos a esperar a Ancor y pasadas las 9 llegó, una vez más, con su coche a recogernos. De allí salimos a comprar unos bocadillos en un restaurante cercano y cogimos la autovía en dirección norte. Nos dirigíamos a hacer una excursión por un valle en el centro de la isla, claro que no habíamos tenido en cuenta que la parte centro-norte de la isla solía tener un clima distinto, el sol desapareció, bajaron las temperaturas y empezó a llover débilmente. Ancor, que conocía el clima de su isla, confiaba en que entrada la mañana ese tiempo cambiara. Dejamos el coche en el aparcamiento y emprendimos la excursión por aquella parte de la isla: ¡vaya cambio! De pronto, Gran Canaria nos ofreció otra parte desconocida: un auténtico vergel de frondosa naturaleza y arroyos con agua corriendo alrededor. Hicimos una excursión ciertamente agotadora, con unos cuantos kilómetros de subida complicada, incluida alguna parte de escalada para principiantes, y otros tantos de bajada. Lo cierto es que nos encantó pasar aquel día con él conociendo esa parte de la isla que nos sorprendió. Además, nos sirvió para confirmar que la complicidad seguía ahí y que había una química entre los tres indudable.

Llegadas las 5 de la tarde pusimos regreso a Maspalomas. Estábamos cansados de forma evidente, pero aún así invitamos a Ancor a tomar café en nuestro bungalow. A mi, sinceramente, no me apetecía nada puesto que llevábamos unos días de no parar y el cuerpo empezaba a dar señales de fatiga. Pero Sergio estaba empeñado, así que al bungalow nos fuimos. Y sí, tomamos café, zorreamos y tonteamos, pero no llegó a nada más porque Ancor dijo que tenía que pasar un momento por su casa y que más tarde nos escribiría.

Cuando se marchó, nos dimos una ducha y nos fuimos a la piscina. Empecé a contarle a Sergio que no estaba muy seguro que querer que Ancor volviera a visitarnos más tarde y se repitieran momentos como los de dos días antes. No es que hubiera perdido el interés, ni mucho menos, es que empezaba a sentir cosas raras. Empezábamos a sentir cosas raras.

Normalmente, en nuestras andanzas en el mundo del cancaneo, jamás habían existido ningún tipo de sentimientos hacia la persona con la que nos liábamos. Podía haber habido un mayor o menor grado de complicidad, una amistad mantenida en el tiempo, unas ganas de repetir, un te follo y hasta luego... Lo que estaba claro es que esta vez era distinto. Existía un sentimiento entre los tres que iba más allá de lo sexual, más allá de la complicidad, más allá de lo químico. Y eso era lo que aquella tarde me atormentaba. ¿Nos encaminábamos hacia una relación a tres bandas? ¿Era eso? ¿Queríamos algo así realmente o todo acabaría con nuestra vuelta a la rutina? El mayor tormento se producía porque nunca nos habíamos encontrado ante una situación así.

Salí de la piscina a secarme y buscar una bebida ya más allá de las ocho de la tarde. Miré el móvil y vi unas cuantas llamadas perdidas de Ancor y algún mensaje diciendo que estaba apunto de llegar. Por un momento pensé en ignorarlo, en hacer como si no hubiera recibido nada y dejar la historia en punto indefinido. Pero claro, estaba convencido de que en el móvil de Sergio también habría llamadas y mensajes, así que no tenía ningún sentido. Y Sergio estaba tan ilusionado... Dejé todos esos pensamientos atrás, llamé a Sergio, nos duchamos en la ducha de la piscina, donde ya no quedaba nadie, y cuando nos estábamos secando llamó Ancor. Estaba fuera. 

 — Bueno, como no contestaban, no sabía si traer bañador o directamente dejarlo en casa y bañarnos en bolas - dijo Ancor.

Así que con ese comienzo nos saludamos con un buen morreo a tres bandas y pusimos camino al bungalow para que dejara sus cosas. Olía a limpio, a jabón y champú. Se notaba que después del café se había marchado a ponerse guapo, estaba claro. Esta vez, para no caer en el mismo error del jacuzzi de la última vez y el calor insoportable, nos fuimos directamente a la piscina con unas cervezas que íbamos tomando mientras manteníamos la conversación y hacíamos el tonto. Los efectos inhibidores del alcohol no tardaron en hacerse notar y con la segunda cerveza empezamos a morrearnos y sobarnos recorriendo toda la parte de la piscina donde hacíamos pie. No tardamos en deshacernos de los bañadores para dejarnos en el bordillo en un flujo constante de manos que sobaban pollas, huevos y agujeros de culo. En un éxtasis de besos y comidas de cuello de esos
que te hacen desconectar de la realidad y no pensar más que en lo que estás viviendo. Momentos tan intensos que nos hicieron ignorar a todo aquel que salía y entraba del complejo y se nos quedaba mirando de forma algo atónita. No, si por algo habíamos ganado una reputación en aquel complejo. De pronto, me encontré con la espalda pegada al borde de la piscina y las piernas en los hombros de Ancor, mientras Sergio me comía la boca. Sentía los dedos de Ancor abriéndose paso entre mis entrañas, pero pese a lo húmedo de todo aquello, notaba mi interior muy seco y los dedos de Ancor muy rudos, me hacían daño. Desconozco si el problema estaba en los productos con los que tratan las piscinas, pero era un ardor totalmente insoportable, así que con cautela dirigí a Ancor a mi polla y su boca a mi cuello. Con Sergio ocupándose de mi boca y Ancor de mi cuello y boca estuve apunto de correrme, pero Ancor me frenó y me dijo:

— Vamos al bungalow a seguir jugando, que hoy quiero follaros a los dos. 

Chorreando, en todos los sentidos, nos dirigimos al bungalow. Pasamos unos minutos enrollándonos en la entrada y en el sofá del salón, y cuando más calientes estábamos cogí a Ancor de la mano y les llevé a la habitación. Nos tiramos bruscamente sobre la cama y allí pasamos los minutos entre besos desenfrenados, mamadas a tres bandas, dedos en culos, magreos y pajas. Una vez más Ancor intentó abrirse paso en mi culo. Y una vez más me dolía a rabiar. ¿Y ahora qué pasaba? ¿Serían las uñas? Me apetecía muchísimo sentirle dentro de mi y que me embistiera como lo había hecho con Sergio el día anterior, pero me dolía tanto que lo vi del todo imposible. Con tanto disimulo con el que fui capaz le guié hasta el culo de Sergio y le di la vuelta a la situación: Ahora Ancor trabajaba el culo de Sergio y yo le llenaba a Sergio la boca con mi polla. Alcancé con la mano izquierda un condón y se lo lancé a Ancor, quien esta vez no dudó en absoluto a la hora de ponérselo y empezar a follarse a Sergio contra el cabecero de la cama.  

— Venga, ponte tu también y os doy a los dos -dijo Ancor entre jadeos. 

Me hice el loco y anuncié que estaba apunto de correrme, así que saqué mi polla de la boca de Sergio y le eché todo el chorro de leche sobre su pecho. Ambos lo miraron con cierta lujuria y Ancor empezó a follarse a Sergio con la misma energía y ganas del día anterior. Era un auténtico placer para la vista verle follar, pocos activos he conocido con tanta actitud como follaba Ancor y cruzar las miradas de los tres en absoluta complicidad. Mientras su polvo terminaba, aproveché para levantarme, limpiarme y conectar el aire acondicionado. Les llevé papel para que se limpiaran y, como el primer día, volvimos a quedarnos los tres sobre la cama relajados con Ancor acariciándome el pelo.

Sin embargo, cuando le miré pasados los minutos su expresión  había cambiado. Volvió a decirnos todo lo que había disfrutado con nosotros, repitió que había sido mejor que su primera vez con un chico y nos dijo que era tarde y debía marcharse. Razón no le faltaba, pasaban de la 1 de madrugada. Esta vez, Ancor no se dejó nada olvidado en el bungalow. Esta vez no hubo mensaje al llegar a casa.

El mensaje llegó a la mañana siguiente. Una foto de heridas en sus brazos, fruto de la fricción con las paredes de la piscina. Nosotros también las teníamos e intercambiamos alguna foto más. Nos avisó de que ese día no podía quedar y no volvimos a saber de él durante el día. Nos quedaban solo tres días más en la isla, así que le escribí para recordárselo y ver si podíamos volver a vernos. Hubo dudas con respecto a volver a nuestro bungalow, así que nos invitó a un desayuno en su casa justo el día de antes de marcharnos. 

¿Invitas a alguien a tu casa si no quieres volver a saber nada más? A mi me parece que no

Así que allí llegamos recién duchados: vivía a tan solo quince minutos andando de nuestro complejo. Salió a recibirnos a la puerta de la urbanización y ya vi la primera señal que no me gustó: Sergio y el se hicieron un poco de lío y se saludaron con dos besos de amigos. Ya no había morreos. La cuestión es que él parecía normal, tan risueño y amable como siempre. Nos enseñó su casa y salimos a la terraza a disfrutar de un increíble desayuno que nos había preparado. La verdad es que aluciné porque había de todo: zumos, café, leche, distintos tipos pan artesanal, bizcocho casero, frutas, tomate rallado casero y más cosas que ahora no recuerdo. Y allí pasamos cinco agradables horas de conversación y risas hasta que llegaron las tres de la tarde. Lo intenté todo: cogerle por la cintura, algún roce suave por la pierna, sutilmente acariciarle el brazo, buscar sus labios... pero me encontré con el más sutil de los rechazos. Nos acercó en coche hasta nuestro complejo y nos despedimos con un abrazo:

— Conocerles ha supuesto una experiencia que nunca podré olvidar, espero que lo sepan y lo tengan en cuenta -dijo.

Nos volvimos a ver esa misma noche de fiesta por los sitios de ambiente del Yumbo en donde Ancor había quedado con sus amigos, quienes al vernos se apresuraron a invitarnos a ir con ellos un rato. Pasamos un rato bailando y hablando, pero que Ancor estaba incómodo era un hecho. Así que les anunciamos que nos íbamos, pero entre bromas, sus amigos nos retuvieron allí con ellos hasta que realmente llegó la hora de irse. Y ese es el último recuerdo que tengo de Ancor: el de mirar hacia atrás mientras nos alejábamos del Yumbo y él nos miraba en la distancia mientras se metía en un taxi con sus amigos.

El día que nos marchamos, ya en el aeropuerto, recibimos un cariñoso mensaje de su parte deseándonos un buen vuelo y agradeciéndonos los momentos vividos. Yo, que me sentía entre traicionado y engañado en cierta parte, justo antes de embarcar le escribí:

— Ya me explicarás algún día que fue lo que te molestó tanto para que pasaras de estar todo el rato detrás nuestra, a prácticamente ignorarnos. 

Al llegar a Madrid y conectar el teléfono tenía respuesta, claro. Él lo negaba todo y se disculpaba si nos había dado esa sensación. Y, además, nos invitaba a más momentos juntos tanto si él nos visitaba en Madrid, como si nosotros volvíamos. ¿Visitar Madrid? ¿Es que pensaba visitarnos?

De esa ilusión vivimos unos cuantos meses. Mantuvimos un contacto semanal con él más o menos hasta octubre, fecha en la que seguía tentándonos con su posible visita a la capital, después, el más absoluto silencio. Algún mensaje para preguntar qué tal. Alguna reacción a los stories de Instagram, alguna conversación suelta y esporádica. Como la que seguimos manteniendo hoy en día.

Y, mientras, nosotros, que no sabíamos que lo que nos había hecho este chico se llamaba "ghosting", pasamos unos meses sumidos en una especie de tristeza y melancolía al saber que habíamos dado el 100% de nosotros a una persona que nos había embaucado y seducido hasta un punto nunca imaginado. Realmente su objetivo inicial estaba cumplido: aquel verano tenía que probar a hacer un trío. 

Y Marcos y Sergio pagaron las consecuencias de dejarse llevar por algo más de lo meramente carnal. 

1 de abril de 2020

CAPÍTULO 175: PLAYA Y JACUZZI CON ANCOR (Parte 3)

Si no fuera por la precaria situación del mercado laboral en las Islas Canarias, a día de hoy firmaría por irme allí a vivir de forma indefinida. Al clima envidiable del que siempre disfrutan, se une un ritmo de vida mucho más pausado y calmado que en Madrid. Las personas se toman la vida con más calma y parecen tener tiempo para todo, además el aire que allí se respira es siempre limpio, bien ayudado por la presencia de los vientos alisios. Precisamente ese viento está presente casi a diario, con una intensidad u otra, lo que en verano ayuda a mitigar esa sensación de bochorno que se produce en Gran Canaria cuando la temperatura sube por encima de los 27º. Aquella mañana amaneció como uno de esos días en los que los vientos alisios brillan por su ausencia, el cielo está totalmente despejado y hace un calor que a medio día pasa a ser infernal (aunque acostumbrado a las olas de calor de Alicante, esto resultó bastante soportable). 

Era el día en el que Ancor nos había propuesto plan. Debía sentirse mal por no haber podido pasarse la noche anterior por nuestro bungalow y propuso un plan de día de completo. No sería el último. Nos escribió poco antes del medio día para avisarnos de que nos recogería con el coche sobre la una de la tarde para llevarnos a una playa menos turística. Así que preparamos un par de bocadillos, enfriamos unas cervezas y una botella de agua, nos dimos crema por todo el cuerpo, nos enfundamos el bañador speedo por debajo de uno más presentable, una camiseta de tirantes, un par de gorras, gafas de sol y salimos a esperarle al aparcamiento. Nos había dicho el coche que tenía, así que cuando a lo lejos lo vi girar ya supe que era el suyo. Y, fijáos, a estas alturas, con todas las historias que os he contado, se me salía el corazón por la boca bajo aquel sol abrasador. Las calles en Maspalomas no son gran cosa, al no haber especies que aguanten esas temperaturas, todo se basa en palmeras, pitarras, arbustos bajos y alguna florecilla. Y en vez de jardines con hierba, éstos suelen ser de pequeñas piedras de diferentes colores. En uno de estos peculiares jardines le esperábamos y cuando se acercó y pudimos verle se me vino a la mente una canción de Thalía que pegaba bastante aquel verano y decía: llegaste en tu carrito deportivo y dije 'llegó cupido', a solo dos segundos de mirarte ya me habías convencido con tus gafas oscuras y reloj elegante...

Accionó el botón para desactivar el cierre centralizado y nos montamos en su coche. Tenía matrícula H, así que era tirando a nuevo. Fui de copiloto, mientras Sergio se sentaba detrás y nos saludamos con un morreo corto, pero intenso. Comenzamos a charlar un poco de todo: de la película que había visto en el cine, la cena con sus amigos, nuestra estancia en la isla y demás. Con él, la conversación era agradable y jamás paraba. Nos dijo que nos iba a llevar a una playa menos turística llamada Montaña Arena, a la que no tardamos demasiado en llegar una vez enfilada la autovía, para después tomar una carretera nacional. Sin embargo, cuando quisimos aparcar fue imposible: no había un lugar de aparcamiento grande como tal, tan solo algunos descampados y los arcenes de la carretera y estaba todo a reventar de coches. Se quedó extrañado porque, según él, nunca solía haber tanta gente y, de hecho, esa era la razón por la nos llevaba. Es más, parte de la playa era nudista. Así que tocó cambio de planes y siguió por la carretera, paralela al oceáno, hasta que consiguió aparcar en una calita algunos pocos kilómetros más allá de Montaña Arena. No recuerdo con exactitud el nombre de la cala en la que estuvimos, pero si recuerdo que la cementera de Arguineguín se veía bastante cerca.

A aquello le llamaban playa porque había que llamarlo de alguna manera, pero en realidad era una cala de piedras negras en las que dejar tus toallas y sentarte encima. Como podréis imaginar, la combinación de día cálido, soleado y piedras negras podía ser un cóctel bastante sofocante. Así que allí descendimos una vez aparcado el coche en el arcén y pusimos nuestras toallas. Recuerdo cómo Ancor nos escrutaba con una disimulada mirada nuestros cuerpos al quitarnos la camiseta y el bañador superior. Claro, a mi ya me había visto sin camiseta, pero a Sergio no. Y qué mejor plan que proponer un día de playa para saber si los cuerpos de los tíos con los que planeas tener algo más que palabras te molan o no. Por supuesto, esta reflexión se me vino a la mente algunos meses después de esto. Claro que, no me quedé atrás y me fijé exactamente en lo mismo en lo que él se estaba fijando: cuerpo y paquete una vez nos quitamos el bañador de encima, para dejarnos el tipo slip apretado. Lo cierto es que un atisbo de decepción se me pasó por la cabeza: ya en el bungalow cuando nos empalmamos en el sofá tuve la sensación de que no había mucho ahí abajo y el verle en ese tipo de bañador no hizo más que acrecentar mis sospechas.

De cualquier manera, decidí no ser tan meramente superficial (oye, quizá era un tipo 'grower', que los hay a patadas) y disfruté de su compañía y del vínculo que empezaba a crearse entre los tres. Sabes que se crea un vínculo de este tipo porque congenias a todos los niveles: conversacional, de ideas, de física y de química. Como ya dije, Ancor era el típico canarión del sur de la isla: un morenazo de 27 años, de cara fina, corte de pelo degradado, barbita de tres días cuidada y unos ojos miel oscuros en los que perderte. Con la gracia típica canaria, que la llevaba en los genes. Verle en ese tipo de bañador también reafirmó mi impresión de que tenía un culo P-E-R-F-E-C-T-O . De cuerpo, Ancor era bastante normal: un chico delgado de hombros marcados, bíceps y tríceps normales, piernas duras y firmes que sujetaban ese culo que ya me imaginaba cogiendo y follando. 

Allí hacía mucho calor. Debía estar sudando bastante y apenas bebiendo, así que pasadas un par horas y viendo cómo sudaba, propusieron ir a darnos un baño. Sí, por favor. Lo necesitaba con urgencia. No había demasiada gente en el agua, así que vi la ocasión como perfecta para pasar un poco a la acción. Que sí, hablar y pasarlo bien estaba guay, pero según pasaban los minutos me iba molando más y no quería que se enfriara lo que había ocurrido el día anterior en el bungalow. El agua estaba fresca y buena, Ancor nos alejó un poco de la gente e intenté acercarme a él y hacerle alguna broma que implicara más contacto físico, pero me encontré con un sutil rechazo pese a que el buen rollo continuó. Volvimos a subir de nuevo a las rocas para comer, pasaban ya de las cuatro de la tarde, bajo aquel sol que calentaba esas piedras negras de las que salía un calor que empezaba a ser ciertamente insoportable. Aguanté. Algo después de comer, estiré mi toalla más cerca de la suya y según avanzaba la conversación fui haciéndole alguna caricia disimulada, algún toque con los pies, un brazo por aquí, otro por allá... Hubo cierta respuesta, pero noté que cuando lo hacía se ponía nervioso y miraba alrededor. No me jodas que con 27 años sigue dentro del armario, pensé.

Cuando el sol empezó a estar más bajo, ya pasadas las siete, nos dijo de llevarnos en coche a otro lugar que pillaba de paso en la vuelta: el puerto de Pasito Blanco, una zona de lujo que viene a ser un poco como La Moraleja en Madrid: unos casoplones y unos coches a cada cual mejor. El lugar estaba curioso y tenía muy buenas vistas, así que aprovechamos para sacarnos unas fotos los tres. No hacía más de 48 horas que acabábamos de conocer a aquel chico y tenía la sensación de que éramos amigos de siempre. Al terminar el paseo por el lugar, ya prácticamente de noche, y tras habernos dado algún abrazo mutuo y hecho alguna caricia de tonteo, nos volvimos a montar en su coche justo cuando recibió una llamada de teléfono. Contestó pidiéndonos disculpas por cogerlo y habló con su madre. Una conversación extraña, distante y fría. Que nada pegaba con la versión de él que nos estaba enseñando, otra de esas reflexiones que hice tiempo después. 

— ¿Les apetece ir a un lugar que no olvidarán? -propuso
— Claro -respondimos Sergio y yo a la vez.
— Pero oigan, que si tienen sus planes no quiero entretenerles -respondió.
— Claro, hoy el plan es contigo -dijo Sergio.

De manera que volvimos a montar en el coche y nos dirigió a un sitio conocido como el Mirador de Sonnenland. Este barrio de Maspalomas también está compuesto en su mayoría por chalets y casas de gente con dinero y tiene en una de sus calles un estrecho y oscuro mirador desde el que contemplar toda la zona de Meloneras y Maspalomas. Unas vistas que por la noche son increíbles. Sin embargo, no tuvimos suerte y estaba ocupado. Era un lugar bastante estrecho, por lo tanto tras estar unos minutos allí y ver que realmente no podíamos hacer nada, volvimos al coche de Ancor.


— ¿Te apetece una Tropical en nuestro bungalow? -propuse.
— Claro, si está bien fresquita, por supuesto -bromeó.
— Y además, tenemos jacuzzi -añadí.
— Cerveza Tropical en un jacuzzi, si, si, está claro que hay que pensárselo mucho -respondió riendo.

No lo he mencionado antes, pero Ancor era bromista y tenía una ironía y sentido del humor bastante acertados. Además, habíamos estado hablando de cervezas y de nuestro gusto por la Tropical. Ahí, cuando nos montábamos nuevamente en su coche, empezaron mis nervios de nuevo. Si ya venía al bungalow estaba claro que no era a seguir solo hablando. ¿O sí?

Tuvimos suerte con el aparcamiento y lo dejamos justo en la puerta del complejo. Con lo tarde que era, ya no quedaría nadie el staff. Como dije en entradas anteriores, no se permite el uso de instalaciones comunes a invitados y nosotros íbamos a usar el jacuzzi con Ancor, de eso no tenía la más mínima duda. Pasamos al complejo para ir al bungalow a cambiarnos de ropa, vamos, lo que es quedarnos en bañador, coger las cervezas frías y salir al jacuzzi. Me sentí mal, pero pensé que era producto de los nervios, así que simplemente bebí agua y lo dejé pasar. Además, aproveché para meter otros dos botes al congelador en vista de que no iba a ser la única cerveza que tomaríamos aquella noche en la que haríamos de todo, salvo cenar. Solo ataviados con el bañador tipo slip, un par de toallas, las cervezas y las llaves nos fuimos al jacuzzi, que era de uso común y se cerraba a las ocho. Pero nosotros ya sabíamos cómo abrirlo y activarlo por nuestra cuenta. Ventajas de hacerte amigo de los dueños. Y allí estábamos los tres: metiéndonos en el jacuzzi, bebiendo nuestras cervezas y pegados los unos con los otros rozándonos piernas, brazos y demás partes de nuestro cuerpo. Ancor ya no estaba cohibido, estaba en su salsa.

Me empecé a encontrar mal. Imaginaba de dónde venía el problema: todo el día al sol en esas piedras negras que desprendían calor, bebiendo lo justo y en ese momento metidos en un jacuzzi con el agua a 36º eran la mezcla perfecta para tener una deshidratación. Me quise hacer el fuerte, pero notaba que la vista se me iba nublando, así que antes de la situación fuera a más, y con la excusa de ir a por más cerveza, salí del agua y me fui al bungalow. Aproveché para beber agua fresca, lavarme la cara, relajarme y coger los botes para volver. Se los dejé a su lado y me metí a la piscina unos minutos, cuyo agua estaba a temperatura ambiente. Cuando noté que volvía a ser yo mismo, volví al jacuzzi y comenzamos a entrelazarnos las piernas y acariciarnos sensualmente los muslos, cada vez más cerca de nuestros paquetes, que rozábamos con disimulo.

Sergio le metió la lengua. Así, sin avisar. ¿Era lo que estaba viendo producto de la deshidratación? No es que sea Sergio precisamente de los que se lanzan cuando estoy con él, es algo que siempre me deja a mi. Así que me quedó claro que Ancor le gustaba tanto o más que a mi. El canarión no se resistió, al contrario, sus bocas congeniaron estupendamente, así que yo empecé a comerle el cuello a la par que su mano me estrujaba ya el paquete. La tensión sexual había estallado. Seguidamente, se giró hacia mi y comenzó a comerme la boca, ambos queríamos ser los dominantes al besar así que chocábamos mucho con los dientes tratando de que fuera la boca de cada uno la que quedara por encima. Por debajo, las manos de los tres iban pasando de paquete en paquete con sobes por todos lados. Debe ser que la lucha por comernos la boca y dominar encendió a Ancor, tanto que se levantó del jacuzzi y se puso encima mía para quitarme el bañador y agarrarme la polla para pajearla. La tenía durísima mientras me la acariaba y seguía comiéndome la boca. Sergio, a nuestra derecha, nos comía el cuello, nos sobaba y con el pie izquierdo tiraba para abajo del bañador de Ancor, quien al notarlo, directamente se los quitó, desnudó a Sergio y tiró ambos bañadores fuera, al césped. A continuación, Sergio se pegó a mi, me pasó el brazo por encima y Ancor agarró con cada mano nuestras pollas y nos pajeó suavemente comiéndonos las bocas también. No se entretuvo mucho con los rabos, enseguida empezó a buscar nuestros agujeros y a tratar de meternos dedos. Y ahí me cogió de sorpresa. ¿No era él pasivo con ese culazo que tenía? Pues no, era 100% activo.

Metía su dedo índice con rudeza por mi agujero y me pajeaba. No me corría desde el día que estuvimos de cruising en las dunas, así que tuve que quitarle la mano un par de veces.

— ¿Y si nos vamos al bungalow? -propuso Sergio.
— Si, chicos, como quieran, allí estaremos más cómodos -accedió Ancor.

Nos levantamos los tres empalmados del jacuzzi con el agua chorreando por nuestros cuerpos y pude confirmar lo evidente: nuestro chico canario tenía una polla muy discreta, fina y de unos 14 centímetros. Eso sí, dura como una piedra. También al levantarme noté que el mareo volvía a mi. Lo primero que hizo Ancor fue ponerse la toalla. Sergio y yo fuimos empalmados hasta el bungalow y alguno de los otros huéspedes nos vio (por la noche había movimiento en el complejo, que no tenía zona de cruising como tal, pero vamos, que no hacía falta).

Entramos el bungalow calientes y en la propia entrada, de pie, seguimos comiéndonos a la boca a tres lenguas y sobando todos nuestros cuerpos. Cogí a mis dos chicos de la mano y los guié hasta la habitación. Con una cama King Size de 2x2, íbamos a estar muy cómodos. Nos tumbamos cayendo unos encima de otros y nuestras manos se perdieron por nuestros cuerpos. Tan pronto tenía a Ancor chupándome la polla, como que Sergio me la metía por la boca y me follaba la garganta. Aquello me puso a mil, Ancor se dio cuenta y siguió tratando de taladrarme el culo bruscamente con sus dedos. Sentí dolor y el mareo volvió, así que, por primera vez en años, la cosa se me bajó. No obstante, Ancor se puso encima mía y empezó a comerme el cuello con desenfreno y fuerza, lo hacía de una manera que me hizo olvidar el mareo y volver a estar a tope. Así que tomé la iniciativa, puse a Sergio boca arriba, a Ancor a comerle la polla y yo a comerme el culo y los huevos de Sergio. Tenía ganas de que se lo follaran, a fin de cuentas el era más pasivo que yo y se merecía disfrutar. En medio de los jadeos, sollozos y sudor, cuando noté que mi lengua había abierto bien el culo de Sergio, saqué un condón y se lo lancé a Ancor.

Se quedó con cara contrariada. No dijo nada, pero vi una expresión de duda en él que me confundió. Joder, nos estás haciendo dedos y prestando más atención a nuestros culos, y... ¿ahora dudas?

— ¿Te lo abro o qué? -le dije.
— No, no, ya, ya voy -dijo.

Cogí un sobre de lubricante y se lo restregué a Sergio metiéndole dos dedos, mientras que con la otra mano lubriqué la polla de Ancor y le comí la boca con desenfreno para que se sintiera seguro. Le agarré por la cintura, le coloqué delante de Sergio, quien subió las piernas y susurré a Ancor:

— Quiero que te lo folles -comiéndole la oreja

Sergio esperaba con cara excitada que Ancor le follara, así que cogiéndole del culazo con las dos manos le empujé con suavidad hacia Sergio y se la empezó a meter despacito. Sergio comenzó a pajearse mientras le entraba la polla de Ancor y cuando la tuvo bien dentro, me puse al otro lado de la cama y le metí mi polla en la boca a mi chico. Ancor cambió. Empezó a follárselo con fuerza, ritmo y una cara de vicio que nos puso a los dos súper cachondos. Además, había un espejo detrás y ver cómo ese culo perfecto empujaba a Sergio y se la clavaba me excitó tantísimo que me corrí enseguida. Me levanté a limpiarme y volví para acompañarles en la follada. Ancor, mientras seguía dando fuertes embestidas que hacían a Sergio gemir como nunca, intentó volvérmela a poner dura. Pero entre el mareo, el calor y que ya me había corrido, no fui capaz de volver a empalmarme. Así que les empecé a comer la boca a turnos, el cuello, el cuerpo y en ese momento Ancor avisó:

— Me queda poco...
— Y a mi. Quiero que nos corramos a la vez, Ancor -dijo Sergio.

Así que cogí la polla de Sergio y empecé a pajearsela con más ritmo según sus respiraciones se aceleraban. Cuando supe que ambos estaban apunto, se la apreté como a el le gusta, subí el ritmo y Sergio se corrió con los primeros jadeos que indicaban que Ancor se estaba corriendo en su culo, dando unas últimas embestidas brutales. Ambos cayeron rendidos a mi lado. Estiré una mano, conecté el aire acondicionado, Ancor se quitó el condón, ambos se limpiaron y allí nos quedamos abrazados los tres con Ancor en el medio un largo rato.

— Ha sido increíble chicos, de verdad, increíble -dijo y repitió el canarión varias veces.
— Sí, ha estado muy bien tío -contesté.
— Es que os diría que ha sido muchísimo mejor que mi primera vez -respondió Ancor.
— Bueno, en realidad ha sido tu primer trío -dijo Sergio (Ancor nos había contado esto en la playa)
— Pero es que ha sido tan guay, tan increíble, de verdad chicos.

Insistió varias veces con la idea de que estaba encantado. Nosotros también lo estábamos. Volvimos a besarnos apasionadamente durante varios minutos, mientras nuestros ojos se encontraban y se perdían en la inmensidad de lo que los tres estábamos sintiendo. De acuerdo, no tendría un pollón, pero desde luego sabía usarla bien y lo suplía con otros encantos como esos besos desenfrenados y esas folladas tan buenas. Eran ya las tantas de la madrugada y Ancor tuvo que marcharse. Con el éxtasis del momento, se dejó su bañador y su toalla en el bungalow.

Cuando llegó a su casa nos escribió por el grupo de WhatsApp que habíamos creado para los tres: me lo he pasado genial hoy chicos, sois maravillosos. He estado muy a gusto con ustedes, ha sido un día 10.

Sí, habíamos hecho muchos tríos antes. Muy buen sexo. Muchos tiazos. Pero ninguno con la conexión sexual y química entre tres como la que había surgido con Ancor.

— ¿Les apetece pasar otro día conociendo más lugares de la isla? -escribió Ancor al día siguiente.

¿Es que acaso había que responder? Pues claro.

26 de marzo de 2020

CAPÍTULO 174: LA HISTORIA DE ANCOR 2 - El comienzo de todo

Teniendo en cuenta que regresamos al bungalow pasadas las seis de la madrugada tampoco nos levantamos excesivamente tarde. Lo positivo de estar a quince minutos andando del Yumbo es que con el paseo de vuelta al alojamiento, y el fresquito que hace a esas horas en comparación con Madrid, se te pasa la borrachera y duermes mejor. Además, ya hace tiempo que aprendí a beber bastante agua cuando bebo más alcohol de la cuenta. No soy de las personas que se emborrachan siempre que salen, de hecho tiendo a beber lo justo: me da muchísimo coraje perder el día siguiente en recuperarme de la resaca o no poder aprovecharlo como es debido. En el Yumbo suelo ir a cervezas, por aquello de la garantía de que la abren delante tuya, y quizá a última hora voy a por alguna copa. Como los camareros de varios locales ya nos conocen y tenemos cierta amistad, tienden a ponernos más alcohol de la cuenta en las copas. Así que hay que controlar.

Debían de ser un poco antes de las 12 del medio día cuando decidimos levantarnos, tenían que limpiar el bungalow y debíamos salir a hacer la compra para comer algo aquel día. El mensaje de Ancor preguntando qué tal estábamos no tardó en llegar:

- Hey! Qué tal? Cómo amanecieron?
- Buenas guapo. Un poco resacosos, ¿y tu? -contestamos.
- Un poco cansadillo porque no he dormido mucho, pero bien. Fue una noche genial, me lo pasé muy bien :) Un descubrimiento conocerlos :*
- Gracias, majo, igualmente. 
- Si quieren hacer algo, avísenme. He quedado por la noche para ir al cine, pero tengo un rato después de comer :)
- ¿Te vienes a tomar un café después de comer? -le digo.
- Claro. Soy adicto al café. Avísenme cuándo puedo ir y en diez minutos estoy ahí.

Así que salimos a la piscina de nuestro complejo a nadar un poco para ejercitar el cuerpo y después nos dimos una ducha profunda. No somos de hacernos lavativas frecuentemente, pero nos tomamos la higiene muy en serio cuando prevemos que puede haber sexo. Lo cierto es que cuando Sergio y yo nos duchamos juntos solemos ponernos bastante cachondos y acabamos empalmados y calientes, pero tuvimos que contenernos. Preparamos la comida y un rato después avisamos a Ancor de que estábamos listos y que podía venir cuando quisiera.

A los quince minutos después me dijo por Whatsapp que ya estaba en la puerta del complejo. Así que me puse una camiseta de tirantes, un bañador cortito y salí a la puerta a recibirle. Y allí estaba él: con la mejor de sus sonrisas y unos pantalones pirata de estilo chino que le quedaban como anillo al dedo, en combinación con una camiseta negra ajustada. 

Os tengo que confesar que estaba nervioso, más de lo habitual. Y diréis: ¿cómo puede ser? Me suele pasar cuando conozco a alguien con quien se produce una conexión más allá de lo sexual, cuando se produce esa química que se da en todos los sentidos y tu cuerpo lo sabe. La conexión con Ancor se daba en muchos aspectos y eso me hacía sentirme nervioso. El saludo, tras abrirle la puerta, fue directamente con un pico. El primero que nos dábamos. Húmedo y duradero. Iniciado por él. La cuestión es que en nuestro complejo de bungalows no se admite la entrada a nadie externo excepto si es para estar en tu bungalow, sin usar las instalaciones. Le presenté al recepcionista, al que ya considero amigo, y le hice un pequeño tour por el complejo para guiarle directamente al bungalow, donde Sergio nos esperaba sin camiseta. Hacía calor. También se saludaron con un pico.

Era evidente que los tres estábamos nerviosos: en mi caso se nota porque no paro quieto, me levanto, me siento, muevo las piernas, brazos... En el caso de Sergio, porque se toca el pelo más de lo habitual. Y en el caso de Ancor, porque hablaba sin parar. Ya nos habíamos fijado en que hablaba mucho la noche anterior y esto, desde luego lo confirmaba. Eran conversaciones agradables y se podía hablar con el de todo. Preparé café mientras se sentaba con Sergio en el sofá sin parar de conversar de muchas cosas. Cuando estuvo listo, me senté también en el sofá y nos quedamos bastante apretados ya que era un sofá de dos plazas y estábamos tres. A ninguno nos importó. 

Sabíamos que teníamos tiempo limitado porque Ancor había quedado hacía días con sus amigos para ir al cine a ver una peli de estreno, pero la conversación y el buen rollo fluían tan sumamente bien y de forma tan natural, que me dio cierto reparo empezar algo sexual.  Hasta el punto en que me pregunté: pues oye, si al final solo surge amistad, bienvenida sea. Sin embargo, Ancor comenzó a acariciarnos con sutileza: te pongo una mano en la pierna, después te acaricio el brazo, te miro fijamente a los ojos y después a la boca, te rodeo con mi brazo por los hombros, la mano en la pierna sube hacia el paquete con disimulo... Y claro, allí teníais que vernos: a los tres hablando y riendo como si nada, con brazos y piernas entrelazados (Ancor estaba en el medio) y tres bultos en nuestros pantalones/bañadores que ya eran evidentes, pronunciados y no había forma de disimularlos. 

En ese momento de tensión sexual máxima, de roces constantes, de miradas provocativas, Ancor mira el reloj y exclama:

- ¡Ostia, tíos! Al final voy a llegar tarde.

Y lo curioso es que tenía razón. Sin darnos cuenta habían pasado más de dos horas allí hablando sin parar. Me levanté yo también con el rabo súper duro, Ancor se fijo y me lo cogió con una mirada picarona. Atrayéndome hacía el empezamos a comernos la boca con mucha lengua, muchas ganas y mucho desenfreno. Cogí a Sergio de la mano y les puse a los dos a comerse la boca, para entrar yo en acción después y comernos los 3 la boca al mismo tiempo, mientras por debajo nos sobábamos los paquetes los unos a los otros.

- Uff chicos, ¿por qué tiene que pasar esto al final? Me voy a ir al cine con un calentón... Pero fíjense qué hora es. Me tengo que ir ya.
- Bueno, si luego terminas antes de lo esperado, puedes venirte y acabamos lo que hemos empezado - le ofrecí.

Le cogí del culo, que lo tenía especular, redondo y firme, y volvimos a estar otros tres o cuatro minutos comiéndonos las bocas y sobándonos los paquetes:

- Marcos, vamos a dejar al chico irse, que si no... - dijo Sergio.

Y tenía razón, muy a mi pesar. Hablamos un poco antes de despedirnos para rebajar la tensión sexual y le acompañé a la puerta mientras Sergio se quedaba en el bungalow. Antes de despedirnos en la puerta principal, volvió a besarme profundamente y se despidió guiñándome el ojo.

Cerré la puerta y me di cuenta que volvía a estar empalmado. Así que al pasar por la piscina para ir de vuelta al apartamento, un amigo que habíamos conocido en el complejo me gritó con guasa:

- ¡Marcos! ¡Ven que necesitas una ducha fría! ¡O una boca que te consuele el calor que tienes ahí abajo!

Me reí y volví al bungalow. 

Aquel día Ancor no pudo volver. Terminó bastante tarde con sus amigos y nos propuso plan para el día siguiente: día de playa en un lugar menos turístico. 

Aceptamos con placer. Y ese sería el día en el que la tensión sexual estallaría por completo. 


19 de marzo de 2020

CAPÍTULO 173: LA HISTORIA DE ANCOR (Parte 1)


Abrir el Grindr en Maspalomas es una absoluta explosión de perfiles y tíos, tanto que es la única vez que me he planteado pagar por la versión Xtra de la aplicación y con tanto perfil, lo cierto es que la app solo te carga los tíos que están a menos de 200 metros. Son tantos los complejos gays, hoteles gay-friendly y demás, que las apps de ligoteo son una auténtica locura. Es cierto que en esta zona quien no folla es porque no quiere: o bien ligas por la app, o bien ligas en la playa, o en el Yumbo por la noche o en alguno de los locales de sexo que hay. De estos, por cierto, os recomiendo uno llamado Zoo Men's Bar, quizá en el más 'gente joven' hay (cuando hablo de gente joven me refiero a una media de edad por debajo de los 45-40), con mejor ambiente y más limpio. 

Ese verano fuimos de vacaciones con otra pareja de amigos de Madrid que también conocimos allí el año anterior (ya os contaré...), aunque ellos se quedaron en un alojamiento y nosotros en otro, pero a poco menos de 200 metros. Al fin y al cabo necesitamos nuestro espacio y si nosotros follamos bastante, lo de nuestros amigos es alucinante. En una semana de vacaciones se pueden tirar como a 40 tíos, sin exagerar, y además salir de fiesta hasta las tantas, ir a la playa, hacer excursiones... Envidio muchísimo su energía. 

Todo comenzó una noche en la que habíamos quedado con nuestros amigos para salir de fiesta por el Yumbo. Normalmente, íbamos a su apartamento, bebíamos un poco allí y llegábamos al Yumbo a eso de la 1 para ir directamente a bailar un rato a Mykonos o Tubos. Dependiendo de la noche, bajábamos un rato a ver algún espectáculo de Drags al bar Funny Boys, para finalmente terminar en la terrible discoteca Mantrix. Que junto a Mykonos y Tubos pertenecen al mismo dueño y es donde se reúne la gente joven, sobretodo los fines de semana. 

Aquel día estábamos cansados. Habíamos hecho una excursión en coche al norte de la isla, no todo va a ser sexo, y estábamos agotados sin muchas ganas de salir. Pero insistieron. Esa noche de viernes, sin embargo, fue diferente. Sobre las diez nos escriben nuestros amigos: Vamos chochones, venid ya y nos emborrachamos. Al salir de nuestro bungalow sobre las once para llegar al suyo, recibo otro Whatsapp de nuestros amigos: Chicos, nos ha surgido un contratiempo, nos vemos en el Yumbo directamente

Ahí me empecé a cabrear. Es decir, nos insisten para salir sabiendo que estamos agotados y cuando estamos duchados y saliendo, que si un "contratiempo". Ya sabéis, ¿no?

Contratiempo = hemos ligado y tenemos polvo.

Ya que estábamos arreglados y mentalizados para salir, lo hicimos. Llegamos al Mykonos y empezamos con las copas, había poca gente para ser viernes y estaba la cosa aburrida. No se empezó a llenar hasta pasada la 1 y con el efecto de las primeras copas empezamos a bailar y a conocer gente. Porque claro, nuestros amigos no aparecían. 

Y efectivamente. Aparecieron por la disco  pasadas la 1.30 y venían con un chico al que nos presentaron como Ancor. Un canario moreno, guapo donde los haya, barba muy recortada, corte de pelo degradado, con buen tipo y un culo que quitaba el hipo. Así que yo me cabreé y no le presté mucha atención al chico, que intentaba hacerme ojitos y bailar conmigo constantemente. Joder, tío, ¿no has tenido suficiente? Porque os aseguro que nuestros amigos son de los que te revientan en la cama. Por tanto, con el cabreo que tenía, a eso de las 2:30 cogí a Sergio de la mano y le dije a nuestros amigos que nos íbamos al bungalow. Una vez me despedí de mis amigos, por cortesía, me despedí de Ancor. Sin esperarlo, me cogió de la mano con suavidad y nos susurró, pegándose mucho a mi oreja, a Sergio y a mi:

        ¿Pero ya se van, tan pronto?

Con ese acento canario y una mirada que en realidad decía: por favor, quedaros más. Tuve mis dudas, no obstante, el cabreo ganó la partida y salimos de allí sin mirar atrás. Justo al salir de la discoteca, le sonó a Sergio el Grindr y tenía un tap de Ancor y otro anterior de hacía unos días en el que no habíamos reparado. Como os conté, las apps de ligue allí están llenas y muchas veces el móvil se nos bloqueaba de tanta notificación. Así que volví a pensar: ¿de verdad se ha quedado con ganas de más tras estar con nuestros amigos?

Al día siguiente habíamos quedado con nuestros colegas para comer y fue cuando descubrimos que no había pasado nada entre Ancor y ellos: que simplemente habían estado jugando a las cartas, tratando de calentarle, pero que Ancor no se arrancaba y que por eso acabaron viniendo al Yumbo sin haber hecho nada sexual con él (historia que más adelante también nos confirmaría el propio Ancor). Además, cuando ellos se fueron a la discoteca tras cerrar Mykonos, Ancor se marchó a casa.

Esa noche volvimos a salir de fiesta, pero al contrario que el día anterior, eran nuestros amigos quienes estaban cansados y quienes se fueron temprano, cerca de la 1:15, tras una discusión. Aprovechamos que se marchaban pronto aquel viernes para ir al baño antes de que se llenara más (los sábados se pone a reventar) y, casualidad o no, en la cola del baño estaban Ancor y una amiga suya. Con los cubatas que llevábamos encima empezamos a hablar con ellos como si nos conociéramos de siempre y nos dieron las 6 de la madrugada. La conexión con Ancor fue inmediata: mientras hablábamos no parábamos de hacernos caricias, carantoñas, miraditas abrazarnos y a mi, sinceramente, me conquistó. Su sonrisa, su forma de mirar, sus piernas duras, su masculinidad al hablar, ese acento que enamora, sus caricias disimuladas en mi pierna, brazo, hombro... Pero al estar con sus amigos de toda la vida alrededor, a todos nos dio cierto reparo llegar a algo más. Así que al despedirnos, nos dimos un beso muy cerca de la boca y quedamos en hablar más. Se fue en taxi con sus amigos y rápidamente busqué su perfil de Grindr, que me llevó a su Instragram y por donde le hablé por mensaje directo. Casualmente vivía a menos de 800 metros de nuestro alojamiento, prácticamente enfrente.

Quería volver a vernos. Más en privado. Le habíamos encantado. Decía querer conocernos mejor. Insistió.

Así que al día siguiente vino a nuestro bungalow. A conocernos más en detalle ;) 


16 de marzo de 2020

CAPÍTULO 172: LA ÉPOCA DE LAS ISLAS AFORTUNADAS


De las últimas veces que escribí imagino que recordaréis que las últimas vacaciones que pasamos por la playa del Rebollo no fueron precisamente de las mejores, por muchos factores que, aunque haga tiempo, ya se explicaron. Así que, hablándolo con Sergio, decidimos cambiar el rumbo de nuestros veranos y poner destino a la isla gay por excelencia: Gran Canaria. Allí pasaríamos parte de nuestros veranos durante una época, combinado con la playa del Rebollo el resto de las vacaciones. Era el escape perfecto que necesitábamos y, de hecho, nos vino bastante bien hasta que todo se torció. Porque siempre que algo va bien, se acaba torciendo. 

Por si aún no lo he mencionado, y es algo que os gustará saber, finalmente Sergio y yo nos hicimos pareja de forma oficial. Bueno, imagino que era algo que ya tocaba y que estaba destinado a ser. Así que tomar esta decisión no fue algo difícil, más que nada por Dani.

Absolutamente todo el mundo nos hablaba maravillas de Gran Canaria y la zona de Maspalomas, era algo unánime:

        ¡Buah! Si os gusta el cruising del Rebollo, allí vais a flipar. Hay sexo y tíos por todas partes, es un no parar.

No se la de veces que pude oír esa afirmación antes de nuestro primer viaje a la isla, que se produjo en el mes de junio de hace ya algunos años.

Además, descubrimos que el sur de la isla estaba lleno de alojamientos gay: gay exclusivos, gay friendly, solo hombres... Y nos dijimos, joder, ¿por qué no probar en unos bungalows de este tipo en vez del hotel tradicional? Lo curioso es que los hay de todo tipo: de cancaneo día y noche, con zona de juegos o los más tranquilos que también tienen meneo por las noches. Al que fuimos era del último tipo, no queríamos sexo a saco todo el día, sino cuando a nosotros nos apeteciera, así que por eso optamos por el tipo más tranquilo, que son también los más alejados del Yumbo.

Para los que no conocéis la zona, el Yumbo es un centro comercial enorme de estilo al aire libre que tiene varias plantas y multitud de tiendas, bares, restaurantes, hipermercados y, por supuesto, saunas, bares de cruising, discotecas y pubs gays, espectáculos de Drag Queens, vamos, es el centro gay por excelencia, sobre todo por las noches. Es famoso también porque todos los años durante el Orgullo Canario, los medios aprovechan para vender lo que pasa en el Yumbo como una especie de sodoma y gomorra del sexo gay sin desenfreno. Y hombre, fuera del Orgullo, no es ni de lejos para tanto.

El primer día que fuimos en busca de la zona de cancaneo en las dunas, tengo que dar las gracias a GCGAY por las mapas e indicaciones, fue como buscar una aguja en un pajar. Ahí estábamos nosotros con nuestras camisetas de tirantes, bañadores turbo y deportivas (la arena quema de cojones para llevar chanclas) frente a las dunas de Maspalomas, en la entrada por el Hotel Ríu. Una panorámica fabulosa que, sin duda, merece una buena sesión de fotos. Lo primero que le dije a Sergio fue:

        ¿Y cómo coño vamos a encontrar la zona de cruising en este lugar tan enorme?

Decidimos seguir a la gente. Por aquel entonces los caminos no estaban señalizados como ahora, pero ya sabéis, siguiendo a la gente, se llega a Roma. Buscamos la famosa palmera de tres cabezas y desde ahí nos empezamos a mover. No eran ni las cinco de la tarde, pero allí no se veía apenas movimiento. Escuchabas el aullido de gatos de vez en cuando, veías algún lagarto, señores merodeando. Y cuando digo señores digo señores de +65 como media del tipo de ambiente. Dimos muchas vueltas, nos perdimos más de una vez, pero finalmente y ya cerca de las 6 encontramos como una especie de estancia rectangular a la sombra llena de condones y pañuelos desechables. Estaba como en un lugar algo más elevado que el resto, rodeado de arbustos y árboles y con ramas donde apoyarse. Sabíamos que ese era el lugar así que nos quitamos toda la ropa y colgamos la mochila en una de las ramas secas. Nos empezamos a sobar los rabos y a jadear para llamar un poquito la atención: si veían señores mayores les decíamos que no estábamos interesados y a los pesados/insistentes, directamente les hacíamos irse:

        Bueno, al menos si no viene nadie, me das una follada aquí, que estoy a tope - le dije a Sergio.

Y era verdad. Llevábamos tres días sin follar y para mis huevos estaba siendo una tortura. Justo cuando decidí ponerme de rodillas para mamársela a Sergio apareció un chaval que no tendría más de 20 años. Hablaba francés, poco español y poco inglés. No era gran cosa: pelo liso a media melena, ni un pelo en el resto del cuerpo, delgado, de tez muy blanca, más bajito que nosotros, culo normal, pollón y huevos pequeños. Nos valía. 

        Yo chupar vosotros pollas, ¿si? -dijo.

Bueno, no es que me encante ir a dar rabo, pero la teníamos tan dura y estábamos tan a tope, que sin mediar palabra le forcé a ponerse de rodillas poniendo mi mano derecha en su hombro. No tuve que presionar nada, puso todo de su parte con una gran sonrisa. La mía se la metió entera en la boca y la sostuvo dentro durante unos segundos masajeándola con la lengua, después hizo lo mismo con la Sergio mientras a mi me pajeaba. Era digno de ver como mantenía el ritmo de ambas cosas. Después nos comió los huevos, una buena, lenta y húmeda comida de huevos mientras Sergio y yo nos comíamos las bocas. Chicos, tenéis que aprender a comer los huevos, una buena comida de huevos te lleva al cielo. En ese momento ya teníamos público de 7 hombres pajéandose. Uno hizo ademán de acercarse y tocarme los pectorales, pero le quité de un manotazo para que cundiera el ejemplo.

¡Ojo! Si ves a tíos follando en un sitio de cruising y no te hacen ninguna señal, por favor, ¡no molestes!

Después comenzó a comernos las pollas con más ritmo: se pasaba de una a otra y siempre con la boca muy llena de saliva. Hizo intento de meterse las dos pollas a la vez en la boca, pero fue misión imposible, así que juntó los dos capullos y los empezó a lamer como quien se come un helado derritiéndose. Justo ahí me agarró con firmeza de los huevos y le avisé de que si hacía eso otra vez me corría:

        Quiero leche sobre mi -acertó a decir Fabien, que así se llamaba.

Seguidamente se metió mi polla en la boca y se dedicó en exclusiva a mi. Empecé a jadear para irle avisando, siguió chupando con ritmo, me agarró de los huevos otra vez tirando suavemente hacia abajo y le dije que me corría. Se la sacó de la boca, se medio tumbó boca arriba y Sergio y yo empezamos a pajearnos encima de él. Tardé como 20 segundos en bañar todo su abdomen con mi leche entre fuertes jadeos y cuando las primeras ráfagas de lefa de Sergio comenzaron a salir y le cayeron en la cara, Fabien gritó y casi sin tocarse, se corrió. Acabó bañado en lefa. Para cuando el chico se corrió, ya apenas quedaban un par de tíos mirando. Le ofrecí varios pañuelos y toallitas al chico y hablando como podíamos nos fuimos a la playa a darnos un baño. 

Resulta que estaba de vacaciones allí con su novio, un director de sucursal bancaria 25 años mayor que él. Fabien era estudiante de alguna carrera de humanidades. Tenían el acuerdo de que Fabien podía a ir a sitios de cruising o ligarse a otros tíos por su cuenta, pero sin sexo anal. Para follarle tenía que estar el novio delante y participar. Nos invitó a su hotel, pero la verdad es que las fotos del novio no me convencieron en absoluto como para hacer algo con ellos juntos, así que le di mi número de teléfono y le dije que si se lo pensaba, se podía venir una noche a nuestro bungalow. Y vaya si vino, pero eso es otra historia. 

Como os podréis imaginar follamos mucho en las islas, que no tanto en las dunas, por qué decir lo contrario y podría escribir mil anécdotas y experiencias vividas que os calentarían hasta límites insospechados. Pero lo cierto es que la zona de cruising de Maspalomas está altamente sobrevalorada. Imagino que en el orgullo se debe de poner a tope, pero en las épocas en las que hemos ido nosotros (junio, julio o agosto), hemos visto más lagartos y gatos que tíos follando. Y los pocos que había eran del tipo senior y jubilado. Vamos que, como zona de cruising, no cambio el Rebollo por Maspalomas ni de broma.

Seguramente, si ya vas por estas líneas, te estarás preguntando a qué viene este giro de los acontecimientos y por qué os estoy hablando de otra zona de cancaneo. Por favor, y sin ánimo de causar ofensa alguna, si alguna vez conocéis un canario que os encandila, mucho cuidado. El carácter de los canarios, al menos los gays que conocimos, es raro de narices. Te encandilan, sacan todo lo que quieren de ti y una vez lo consiguen, se abre una distancia de por medio y todo cambia. Pero, mi niño, ellos te dicen que todo bien y jamás te dirán lo que realmente sienten o por qué se alejan sin dar explicación. Adoran quedar bien. Son fleje de raros, como dirían allí.

Y así es como comienza la historia de Ancor, el canario que cambió nuestras vidas.

P.D. Espero que todos estéis bien. Trataré de volver a vuestras vidas estos días :)

23 de octubre de 2018

CAPÍTULO 171: BBUSCANDO


Do you know how much you want it? 
You're trying to be cool about it 
You're trying to big about it 
You're constantly just denying 
You're like a moth to a flame. 
You hardly wane 
But listen 'cause I know what I'm saying 
He's trying to catch you in it 
And then he'll back you in it 
Cause he's just another addict 
And if you give it away,  
you've gotta be crazy.




Múltiples fueron las razones que me llevaron, o me obligaron, a detener las actualizaciones de los capítulos. Más allá de lo contado en la última publicación, también existieron razones personales basadas en decepciones, desengaños y una profunda autorreflexión sobre la vida que estaba viviendo. Y es que cuando uno comienza a compartir con amigos de confianza las hazañas y vivencias del mundo del cruising se da cuenta de que no todo el mundo lo comprende. Al principio, todo son caras de asombro, cierta incredulidad. Estas pasan a ser a ser caras de comprensión y aceptación, de cara a la galería, de una situación que la gente no está habituada a compartir. Sin embargo, detrás de este baile de máscaras, cuando se nos quita la tontería de mentir para aparentar ser súper piji-progres, es otra realidad la que habla: guarro, vicioso, puta... Seamos serios: ¿cuál es la diferencia entre ligarse a uno o dos en una discoteca cada fin de semana y hacer lo mismo en una pinada de playa? Como me dijo un amigo de verdad: nada de malo hay en lo que se hace libremente, no causa perjuicio a nadie y se hace con cabeza.

Hoy quiero compartir con vosotros una de las últimas experiencias que tuve en la pinada del Rebollo que me llevaron a realizar una profunda reflexión sobre lo que estaba haciendo con mi vida. Nos vamos de vuelta a la Semana Santa de 2017: cayó a mediados de abril y, al menos en la zona de Levante, el tiempo fue bueno para la época: días soleados, con temperaturas cercanas a los 25º y el horario de verano que facilitaba días más largos. Llegué a la zona el primer sábado de la semana. Fue un viaje bastante agradable que realicé como conductor de Bla Bla Car: llevé a una pareja joven conmigo, viajaban a Torrevieja, y tuvimos una conexión buena que nos permitió ir hablando durante las casi 5 horas que dura el trayecto. Dediqué el primer fin de semana a hacer unas pequeñas reparaciones en casa, visitar amigos de toda la vida y rematar desde el portátil unos asuntos que me habían quedado pendientes en el trabajo. 

El lunes amaneció un día absolutamente espectacular: ni una sola nube en el cielo azul, mar en calma, ligera brisa agradable y 22º. Bajé al mercado a comprar algunas cosas y me preparé un bocadillo de tomate con jamón ibérico, una botella de bebida isotónica sin azúcares y un plátano. Sí, me iba a pasar el día al Rebollo. Llegué en apenas diez minutos, aparqué el coche en la urbanización Costa Bella y en vez de adentrarme por la pinada, bajé por la carretera principal hasta salir a la playa. Me apetecía disfrutar de ese camino y de aquel olor a pino que lo invadía todo, provocado por las lluvias de la semana anterior. Una vez en la playa me quité la camiseta y el bañador largo para quedarme tan solo con unos tipo speedo. Me di una buena caminata hasta la desembocadura del río Segura, volví sobre mis pasos y me tumbé al sol en la zona gay, ya sin ninguna prenda de ropa sobre mi. No había mucha gente, a fin de cuentas era día laborable. Los jubilados de siempre, alguna pareja madura y gente paseando por la orilla (y echando un disimulado ojo a quienes estábamos tumbados con nuestros atributos al sol). Llegado el mediodía fue apareciendo algo más de gente, lo bueno que tiene esta playa es que mientras haga buen tiempo siempre hay chicos. Me di un baño rápido, el agua estaba helada, y me volví a tumbar al sol para secarme. Le pegaba bastante, así que decidí meterme a la pinada para comerme el bocadillo a la sombra de algún matorral.

Entré por la zona del robusto arbusto de las dunas que sirve como baño público (muchos tíos mean ahí ante la ausencia de otros lugares para hacerlo) y comí en la zona baja. Suelo comer rápido, es una costumbre. Miré el móvil un rato mientras hacía algo la digestión, me puse de nuevo el speedo y salí a dar una vuelta por toda la pinada y la zona más frecuentada de cruising. Llevaba un tiempo sin follar y sin morbo, así que solo el hecho de caminar por allí y la expectativa de encontrar a alguien ya me la ponía morcillona y me obligaba a meterme la mano en el paquete para colocarme el rabo de la forma más sugerente posible. Pasaban las tres de la tarde y la verdad es que no había mucho meneo: los típicos extranjeros del norte que están siempre tomando el sol por la zona de debajo del mirador, algún maduro a la sombra, un par de parejas treintañeras dando vueltas y tres chubbies. ¡Ah! ¡También estaba pajilleitor sentado en su sitio! (Los de la zona ya sabréis de quién hablo, los demás, esto da para otro capítulo). Subí al altillo a contemplar las vistas de toda la pinada con el mar de frente y vi algo que me llamó la atención: un chico alto, de unos 32, fibrado, pelo liso y un poco como DiCaprio en Titanic, con mochila a la espalda y lo que parecían ser unos calzoncillos tipo slip blancos. Lo mejor que había por allí hasta el momento. Así que bajé por el sendero del altillo en su busca. 

Me fue difícil encontrarle. Es un sitio tan grande que cuando hay poca gente se complica encontrar a alguien en concreto, a saber en qué recoveco de la pinada se habría metido. Hasta que al fin di con él en una de esas estancias sombreadas que se hacen a izquierda y derecha de los caminos principales. Estaba sentado en su toalla curioseando su teléfono y se había quitado los calzoncillos blancos, que descansaban sobre su mochila. Me paré delante de él y recuerdo haber tenido envidia del bonito moreno que tenía y haberme fijado en el tatuaje de su brazo. Cuando se percató de mi presencia, estaba realmente embelesado en su pantalla, me miró con detenimiento de arriba a abajo, se esbozó una pequeña sonrisa en su cara y... siguió a lo suyo. Me lo tomé como una señal de falta de interés, así que sigilosamente me marché y me dirigí de nuevo al mirador, donde me tumbé a seguir tomando el sol en bolas.

Se que me quedé dormido, lo que no recuerdo es cuánto tiempo. Me despertó una tos de estas que se hacen para hacer saber que estás ahí y quieres obtener la atención de alguien. Abrí los ojos y a través de mis gafas de sol le vi: estaba de pie, a unos 2 metros de mi, con su mochila al hombro y mirando tanto a la pinada como a mi. Tenía un cuerpo muy bonito: fibrado y marcado, pero sin exagerar. Buen culo y un rabo proporcional a sus medidas. Al darse cuenta de que le miraba dejó con cuidado la mochila en un matorral y se pasó la mano con sensualidad por su torso y culo. Y si ya de por si me despierto morcillón, al ver aquello se me puso dura casi al momento. Sin mediar palabra se acercó, se arrodilló y empezó a chupármela con absoluto deleite. Debe ser que se tomó mi empalmada como
una auténtica señal. Yo, desde luego, me dejé hacer. La chupaba con detenimiento, suavidad, muchísima saliva, tanta que se le escapaba y me estaba empapando los huevos. De vez en cuando, bajaba a las pelotas y también me las lamía y jugaba con ellas. Así que allí, bajo aquel sol, mi mirada fijada en aquel cielo azul, su lengua húmeda recorriendo mi rabo y mi mano en su cabeza marcándole el ritmo era lo más parecido a estar en el paraíso. Lo cierto es que pocos tíos se paran a chuparte la polla tan bien en estos sitios, donde normalmente todos van con prisa. 

Me di cuenta de que se me empezaban a escapar las primeras gotas de líquido preseminal, así que tirando con suavidad de sus hombros le tumbé encima de mi, me quitó las gafas y empezamos a morrearnos. Su mano derecha siempre en mi rabo, pajeándolo, y con su izquierda, guió a mi derecha hacia su culo. Los roles estaban claros. Le tuve que susurrar un par de veces que parara de pajearme o me iba a correr. Le sobé el rabo un par de veces, pero noté que no era lo que más le apetecía, de modo que volví al culo. Metí mi dedo índice en su boca, me lo lamió con ansia y de ahí a su culo. Entró con asombrosa facilidad. La siguiente vez que quise lubricarlo pude notar que olía muy bien, seguramente a toallita húmeda o jabón, lo cual me gustó.

- Tío, para de pajearme, que me corro -le dije.
- No, no. Quiero que me folles antes de correrte -dijo él, con acento murciano. 
- Tienes muy buen culo, tío -le respondí. 
- Quiero que me la metas toda, hasta el fondo -respondió. 

Mientras con una mano trataba de coger mi mochila, abrir el bolsillo de arriba y coger un condón, él escupía mi rabo, se ponía en cuclillas y jugaba a pasarse mi capullo por su agujero. Aquello me estaba excitando aún más. No lograba encontrar el condón, cuando noté que mi rabo estaba entrando, ya hasta la mitad en su culo. Le miré y le dije que esperara un momento, pero me cogió de las manos, las quitó de la mochila, se sentó en mi rabo y lo empezó a cabalgar. ¿Es que no me gustaba? Claro que si: notar mi rabo abriendo aquel culo sin nada de por medio era una puta gozada. Y hubiera seguido si el que tuviera encima de mi hubiera sido Sergio. Pero no lo era. Así que le dije de nuevo que parara, que estaba seguro que tenía un condón a mano: 

- Venga, no cortes el rollo, si ya está dentro -dijo. 
- Ya tío, pero prefiero follarte con condón -insistí. 
- No me jodas, venga... puedo ver en tu cara que te mola -dijo con sensualidad, a la vez que cabalgaba despacio. 
- Que no, joder, ¡que no! -exclamé. 

Y lo más suave que pude, le di un pequeño empujón y lo aparté de mi, sacando mi rabo con brusquedad de su culo: 

- O terminamos esto con condón o no terminamos -le aseveré. 
- Pues no terminamos, no es lo que busco -dijo, con firmeza. 
- Pues entonces, adiós. Que estaba muy agusto aquí a mi rollo -respondí. 

Resopló ligeramente mientras se ponía de pie, cogía su mochila y sin mirarme, se marchaba sendero abajo. ¡Ay que joderse!, pensé. No se me había bajado el empalme pese a todo, así que me puse de pie, me hice una paja y me corrí. Ya no tenía ganas de nada más. Me limpié, me puse el speedo y me tumbé boca abajo mientras me comía el plátano y miraba el móvil. 

Sabéis que no soy mucho de apps de ligue, pero las tengo como casi todo el mundo. Y entonces lo entendí todo. Era el perfil de Grindr en línea más cercano que tenía, no se le veía la cara, pero si su inconfundible cuerpo y el tatuaje de su brazo. No había lugar a dudas: ese perfil era el murciano con el que había estado liándome. 

¿Y cuál era su nick? 'BBuscando'. 

Claro. Pero injusto. BB = Bareback (a pelo). Lo suyo hubiera sido que me lo hubiera comentado, que no todos nos pasamos el día en las apps analizando y recordando todos los perfiles que tenemos alrededor. 

Aquel hecho, sin importancia para algunos, condicionó mis vacaciones. ¿Y si había pillado algo? Es un chico con buen físico, seguro que no tiene problemas para follar con unos u otros. Y ahí el riesgo se multiplica. Comencé a darle vueltas, cogí mis cosas, me marché, me monté en el coche y me dirigí al Hospital de Elche. Estaba preocupado, ya por más cosas que se iban acumulando. Y fue una reacción impulsiva. Me atendieron muy bien, incluso tras explicarles por qué estaba allí, sin prejuicios. El doctor que me atendió me explicó que las pruebas de ETS y VIH ahora no tenían sentido porque había que esperar el periodo ventana, pero me explicó todo acerca de un tratamiento llamado PPE (Profilaxis Post Exposición), incluido en la Seguridad Social, y que tenía que seguir durante 28 días. Que veían poco probable la transmisión de nada, pero que había que preveer. Me advirtieron de los efectos secundarios y me recomendaron no tener sexo durante, mínimo, un mes. UN MES. 

Un mes en el que tuve tiempo de pensar en muchas cosas. Y aunque no hubo consecuencias, afortunadamente, comencé a detestar un mundo que tan buenos momentos me había dado, que tan bien me lo había hecho pasar. Comencé a odiar el que hasta entonces había sido mi remanso de paz y lugar de morbo. 

Comencé a preguntarme si no sería hora de ponerle fin.