30 de marzo de 2016

CAPÍTULO 150: RECUPERÁNDOTE Y DEJÁNDOTE IR



Amor y odio. O mejor dicho, en nuestro caso, odio y amor. Esas dos palabras serían las que utilizaría para describir mi relación con Óscar. Él: un niño caprichoso, consentido y con ganas de llamar la atención que me traía por el camino de la amargura cuando me tocaba lidiar con el de pequeño. De adolescente descubrió que eso de hacérselo con tíos podría estar bien y me calentó como pocos han hecho hasta el punto de tener una relación sexual constante con mi vecino de la playa de toda la vida. De ese niño al que no soportaba a ese adolescente al borde de la mayoría de edad, con cuerpo fibrado del fútbol que empezó a volverme loco. Otro chaval, como Sergio, que perdió la virginidad conmigo. Ese paso que a mi, lejos de marcarme, quedó como algo trivial en su momento, para ellos había supuesto una conexión conmigo que no podían borrar. El caso es que con Óscar no todo era sexo, fuego y pasión, porque nuestra conexión sexual era brutal, en cierta parte empecé a sentirme responsable de él mucho antes del accidente. Cuando veía que su casa se desmoronaba y él se quedaba como un perrito abandonado a su suerte lleno de discusiones diarias en su entorno, de las cuales muchos vecinos nos enterábamos. Sin embargo, al volver a Madrid nuestra relación prácticamente desaparecía salvo encuentros esporádicos en fechas señaladas. 

El accidente lo cambió todo. Cuando me dieron el alta y pude dejar aquella cama que ya se me hacía de lo más incómoda lo primero que hice fue visitar a Óscar. Al verle lo primero que se me pasó por la cabeza fue: "joder, el accidente no ha sido tan fuerte para esto". Y es que verle allí postrado con la cabeza vendada hasta la mandíbula y las dos piernas escayoladas y sujetas en alto me conmocionó. La mala fortuna quiso que segundos antes del choque, Óscar se estuviera colocando el cinturón porque le rozaba en el cuello haciéndole daño, así que la sujeción que este debió proporcionar, no fue tal y su cabeza se dio contra la parte superior del coche y sus piernas se encajonaron debajo de la guantera. Todo muy rocambolesco, tanto que hasta hoy en día me cuesta creer que un accidente a 70km/h pueda tener esas consecuencias, que para los demás fueron más leves. Sí, su vida no corría peligro, ni se iba a quedar paralítico, pero la recuperación para volver a tener movilidad total iba a ser de meses. Su madre me reprendió a gritos, culpándome de todo. Algo de lo que ya tenía ganas, aquellos gritos y aquel odio no venía por el accidente. Así que cuando logré sacarla de sus casillas a gritos en el hospital, salió la frase que tenía guardada en lo más profundo de su interior: ¡Tu has amariconado a mi hijo! ¡Tu le has invertido y has abusado de él! ¡A gente como tu se le debería seguir aplicando la ley de vagos y maleantes! ¡Este es el castigo que os merecéis! 

Perdió tantísimo los papeles que los médicos se la llevaron y le inyectaron un tranquilizante. Su padre, sin embargo, se mostró mucho más comprensivo, ya que la Guardia Civil le había explicado pormenorizadamente cómo se había producido el accidente y cómo yo no pude hacer nada por evitarlo, de hecho iba por debajo de la velocidad máxima para ese tramo. 

Días después trasladaron a Óscar a un conocido hospital público de Madrid y semanas después, sin estar aún recuperado, le mandaron a casa. Pero... ¿a qué casa? Su padre, tras el divorcio, no quería volver a la casa familiar con su ya ex mujer, pero tampoco estaba su economía como para comprarse un piso o alquilar algo en la misma zona. Así que hasta que los trámites judiciales de su divorcio se resolvieran, mis padres le ofrecieron quedarse en casa con Óscar indefinidamente. A fin de cuentas vivíamos en un adosado con 5 habitaciones y 2 baños. La amistad de mis padres con los suyos se remontaba años atrás, de hecho el piso de la playa lo compraron juntos. Habían pasado por algunos baches en los últimos tiempos, pero eso no significaba dejarles en la estacada en un momento de necesidad cuando lo que menos quieres, quizá, es irte a casa de un familiar y tener que responder a preguntas que no te apetece contestar. Hice cambios en mi habitación y alojamos a Óscar en ella, con su consentimiento y alegría. El cabrón estaba ya mucho más despierto y animado, pero necesitaba ayuda para todo, con las dos piernas escayoladas de rodillas a tobillo. Incluso la primera noche que durmió en la cama que pusimos al lado de la mía ya tenía ganas de marcha:

- Marcos, ¿tu sabes cuánto hace que no me corro en condiciones? -me suelta un rato después de apagar la luz, ya bien entrada la noche de aquel mes de noviembre.
- Hombre, Osquitar, pajas puedes hacerte... ¿o no? -le dije.
- Mira cómo la tengo -dijo, encendiendo la lamparilla de la mesilla y destapándose.

A mi con todo el estrés postaccidente se me había bajado la lívido a límites nunca conocidos por mi. Llevaba semanas sin siquiera pajearme. No había cogido miedo a conducir, ni otras historias, simplemente se me habían ido las ganas de follar desde aquella mamada que Sergio me hizo al despertar de forma consciente en el hospital. Había vuelto al trabajo con normalidad, había arreglado el coche con el seguro, iniciaba los juicios contra el cabrón que adelantó y todo con las más absoluta serenidad. Sin embargo, sentía una responsabilidad y una preocupación por Óscar que me había hecho verle más como un hermano pequeño que como un amante todo este tiempo. Todo, hasta que encendió la luz, se destapó y me dejó ver su polla dura como una piedra emanando gotas de líquido preseminal que brillaban con la luz de lamparilla. Combinado con esa mirada de gatito necesitado que me echó mordiéndose el labio inferior y sobándose lentamente el rabo con la mano derecha. 

En unos segundos me había devuelto todos mis instintos que llevaban semanas dormidos, como un animal despertando el celo me sentí incapaz de desviar mi mirada de aquella polla rosácea de algo más de 16 centímetros que pedía guerra tras tanto tiempo sin disfrutar más que con la mano derecha de su mismo cuerpo. Me incorporé, me acerqué a su cama, me coloqué entre sus piernas escayoladas con cuidado de no hacerle daño y me comí aquella polla que ya sabía a puro sexo. Para retrasarle un poco la corrida, me entretuve unos minutos haciéndole una suave comida de huevos, para volver después a comerle el capullo y recibir toda su espesa leche en mi boca. Tanta cantidad que se me desbordó por la comisura de los labios. Era la primera vez que veía a Óscar temblando de placer según se corría en mi. Salí con cuidado al pasillo dirigiéndome al baño para escupir y enjuagarme un poco la boca, sin ser capaz de que se me bajara la erección. Así que cuando regresé a la habitación y Óscar vio el bulto en mi calzoncillo me pidió que me acercara a su cama, se colocó la almohada doblada debajo de la cabeza, giró la cabeza hacia a mi y me pidió que me bajara los calzoncillos:

- Tengo mucha hambre, Marcos... -susurró.

Me bajé los calzoncillos hasta las rodillas, me pegué a él y le dejé que me comiera la polla durante largo rato en el cual no dio ningún síntoma de agotamiento. Me empezaron a temblar ligeramente las piernas del placer al estar de pie, le avisé de me corría y se tragó toda la leche que deposité en su boca. Era su perdición, le gustaba la lefa demasiado y se la tragaba con absoluto placer y alegría. Como si se hubiera tratado de un biberón, nada más acostarme y apagar la luz, Óscar se quedó dormido como un tronco.

Óscar y su padre se quedaron en mi casa hasta pasadas las navidades, cuando ya el chaval podía andar sin ayuda de muletas y su vida volvía a ser normal. El chaval desbordaba alegría, habida cuenta de que durante esos meses habíamos estado teniendo sexo prácticamente a diario, de una forma o de otra, casi siempre penetrándole yo a él e intercambiando mamadas mutuas. En esos meses mi relación de amistad con Dani y Sergio no se vio afectada, ya que venían a casa todos los fines de semana y seguíamos saliendo por ahí, pero lo cierto es que Sergio tuvo celos. No hizo falta decirle que me estaba tirando a Óscar casi todas las noches y que el chaval tenía una obsesión con comerme la polla casi enfermiza, que por otra parte a mi me encantaba. Sergio lo vio en los ojos de Óscar. Sin pretenderlo, Óscar se había enamorado de mí. Sí, era consciente de que el chaval siempre me había admirado desde las primeras veces que tuvimos sexo años atrás, pero la unión de estos meses, el hecho de estarle cuidando y de dejarme llevar, acabó provocando una situación similar a la que había vivido con Sergio hacía algún tiempo. 

Quizá uno de los mayores errores fue dejarle dormir conmigo todas las noches una vez tuvo las escayolas quitadas, casi siempre despertaba con él abrazado a mi. No me daba cuenta de que el chaval estaba totalmente pillado por mí.

Manolo había conseguido llegar a un acuerdo con su ya ex mujer y habían vendido la casa de Madrid de siempre y repartido el dinero obtenido a partes iguales, para que ambos pudieran comenzar una nueva vida. El piso de la playa finalmente se lo quedaban para su disfrute en un régimen de turnos. Manolo invirtió la mayor parte del dinero obtenido en comprarse un piso de dos habitaciones en el mismo barrio que donde vivíamos nosotros y a finales de enero hicieron la mudanza, en la que colaboramos todos. No se trasladarían allí hasta bien entrado el mes de febrero.

Fue aquí cuando llegaron los grandes problemas con Óscar. Yo, y no es algo que me haga gracia decir, tengo que admitir que no le eché demasiado de menos cuando se marchó. Siempre he sido una persona individualista, me gusta tener mi espacio y ahora que lo recuperaba me sentía pleno. Me sentía bien por haber ayudado en la recuperación de Óscar porque a fin de cuentas tenía responsabilidad sobre él, me encantaba llegar de trabajar, cenar, ducharme y que estuviera encantado de hacerme una buena mamada o de ofrecerme su culo para echar apasionados polvos con él, así no tenía que buscarlo fuera, ir de cruising o esperar al finde para hacérmelo con Sergio. Sin embargo, cuando se marchó a vivir con su padre, no paró de enviarme Whatsapps, llamarme, visitarme, querer seguir follando casi a diario, cuando a mi dejó de apetecerme. Me empecé a sentir agobiado y la gota que colmó el vaso fue cuando en una conversación algo subida de tono me echó en cara que le había dado esperanzas de ser su novio, que quería empezar algo conmigo:

- Pero... ¿cuándo me has conocido tu a mi con novio, chaval? -le dije.
- Nunca es tarde, ¿no? Todo lo que hemos compartido estos meses... -respondía él.
- Pues dejémoslo así, ¿qué de malo tiene? Si así se está bien -comentaba yo.

Óscar no entraba en razón, estaba empeñado en tener conmigo algo que no podía darle, me veía como el príncipe azul que nunca fui, ni pretendí ser. Así que decidí iniciar un alejamiento y dedicarle el tiempo que no había podido dedicarle a mis amigos de siempre, a Dani y Sergio, que habían estado ahí y ahí seguían pese al cierto abandono al que les había tenido sometidos el tiempo que Óscar había estado viviendo conmigo. 

Llegó la semana santa en abril y me fui con ellos a nuestro paraíso alicantino para disfrutar de momentos que solo nos pertenecían a nosotros tres. 

22 de marzo de 2016

CAPÍTULO 149: AHORA DESPIERTA

El olor de los hospitales es algo tan característico que parece que todos los limpian y los rocían con los mismos productos de limpieza, ese ambiente embriagador se te mete en los pulmones desde que cruzas por la puerta de Urgencias y no se te va hasta pasados varios días fuera del mismo. No tengo mucha experiencia en esto de pasar días en un hospital, afortunadamente para mí, pero esta vez iba a ser una que no podría olvidar nunca.

Su mirada penetrante cada vez que venía a interesarse por el estado de Óscar y Sergio, la forma de dirigirse a mi, su mano casualmente por mi cintura para dejarle paso... Un cúmulo de muchas pequeñas cosas que me llevaron a seguirle por aquellos estrechos pasillos del Hospital de la Vega Baja. El doctor Martínez llevaba apenas un par de años trabajando allí desde que se sacó el MIR y obtuvo la plaza, era un doctor alto, delgado, con abundante pelo negro rizado, ojos claros, barba recortada, voz penetrante y mirada de estas que intimidan, algo que solucionaba con una amable forma de hablar. He de decir que no me cortaba, le seguía el rollo, el juego, las miradas, los disimulados roces... ¿Qué pensarían los demás y las familias? La verdad es que me la soplaba... Era una auténtica fantasía poder hacérselo con un médico y, si podía, no pensaba desaprovecharla. 

Aquel día, tras unos cuantos de estar allí, llovía fuertemente para tratarse de primeros de septiembre. Los alicantinos de por allí comentaban que esas lluvias no eran, todavía, habituales, pero que solían ser así al finalizar el mes. El doctor llegó puntual a su hora, me observó más que de costumbre y al salir de la habitación fingió un tropiezo y me sobó el culo. Me quedé un poco estático, ya que no había sido precisamente disimulado, pero le agarré del brazo con suavidad y le ayudé a erguirse. Nadie pareció sobresaltado por aquello en la habitación, su mal disimulado tropiezo había colado. Le miré y me guiñó un ojo con un esbozo de sonrisa. Joder, pensé, tiene que llevar meses sin follar para arriesgarse así en su puesto de trabajo. Salió de la habitación y al sentarme oí como si me sentara encima de algo. Me levanté, miré la silla y no vi nada, así que me volví a sentar y volví a escuchar ese pequeño ruido anormal al sentarme. Me metí la mano en el bolsillo trasero y descubrí un papel doblado que yo no había puesto allí. Entonces entendí todo: el doctor no me había sobado el culo por casualidad:

Consulta 317, planta 3ª. Termino a las 20:00h. Ven a verme. 

Un mensaje neutro, sin ninguna intencionalidad. Era más precavido de lo que podía parecer, ya que ese mensaje escrito en aquel folio doblado no presagiaba ningún tipo de propuesta más allá de la relación entre paciente y doctor. Por supuesto que subí. Pasados cinco minutos de la hora indicada, bajé a la planta 3 y busqué la consulta indicada. Vaya jaleo que es esto de los hospitales. Tratando de encontrarla me retrasé más de la cuenta y cuando doblé el pasillo, me topé con el doctor en cuestión saliendo de la consulta con el maletín en la mano. Se marchaba. Miré el reloj y pasaban doce minutos de las 20h, imagino que pensaba que no iba a aparecer. Me vio inmediatamente y con disimulo volvió a entrar en la consulta cerrando la puerta detrás suya. Me acerqué, llamé con los nudillos y esperé hasta que dijo: "Pase, por favor".

Entré en aquella amplia consulta. Había dos escritorios equipados con ordenador, lámpara de mesa, impresora, diversos folios y bolígrafos; por lo que entendí que aquella consulta la ocupaban dos doctores. Había un pequeño biombo tras el cual se escondía una camilla. El doctor estaba detrás del biombo poniéndose unos guantes de látex blancos. Me quedé esperando alguna instrucción, puesto que no sabía bien qué decir, hasta que el doctor salió del biombo y se dirigió a mi:

- Buenas tardes. Llega usted tarde.
- Si, disculpe.
- He revisado su historial y veo que necesita un chequeo completo, así que por favor, pase tras el biombo, desnúdese y siéntese en la camilla.

No sabía de qué iba aquello, imagino que algún tipo de fantasía a la cual yo, desde luego, me iba a prestar. No respondí y me fui detrás del biombo, mientras el doctor cerraba la puerta con llave y rebuscaba en su papeleo. Me desnudé hasta quedarme en calzoncillos dejando mi ropa en un perchero y me senté en aquella camilla de la que me colgaban los pies. El médico pasó a la zona, me miró, pareció sonreír y me empezó a auscultar con el estetoscopio. Seguí sus indicaciones sobre cómo debía respirar mientras me ponía el aparato en varias partes de mis pectorales y espalda, a la par que depositaba su inocente mano libre en mi pierna. Me midió la tensión, me pesó, me midió, me comprobó la vista... Todo ello siempre con sugerentes roces y magreos en mi culo y paquete que podrían pasar desapercibidos. Cuando acabó de anotar datos de mis mediciones, volvió a pasar tras el biombo:

- Debido a los antecedentes familiares que tiene, he de revisarle el abdomen, vejiga, testículos y ano en búsqueda de nódulos. Por favor, bájese la ropa interior y túmbese boca arriba en la camilla. 

Esta vez no se marchó, ni se dio la vuelta. Se quedó estático mirando cómo me bajaba los calzoncillos, me los quitaba y me tumbaba recostado boca arriba abierto de piernas. Se acercó, se cambió de guantes, me dijo que me relajara y me empezó a realizar una exploración intensa en el abdomen, rozándome la polla disimuladamente cuando podía. Bajó a la vejiga, donde no se entretuvo mucho y enseguida se puso a tocarme los huevos con una suavidad y mimo que estoy seguro no eran propios de situaciones cómo aquellas. Cuando vio que mi polla se empezaba a poner morcillona dijo:

- Antes de que sufra una erección involuntaria, que por otra parte es normal en estas situaciones, voy a comprobar si su prepucio se retira con normalidad. 


Asentí para dar confirmación y cogió mi polla con su mano izquierda, mientras la derecha tenía bien cogidos mis huevos. Me bajó y me subió el prepucio por lo menos una decena de veces hasta que tuve una erección completa y empecé a segregar cierto líquido preseminal:

- Veo que tiene potentes erecciones y su prepucio sigue retirándose con normalidad. Seguro que goza de una excelente vida sexual -dijo, sin poder apartar su mirada y su mano de mi polla.
- Sí, no me quejo, la verdad -respondí.
- Por favor, ahora levántese y arrodíllese en la camilla apoyando sus manos en la camilla, en paralelo con sus hombros, le voy a realizar una exploración anal superficial.

Vaya, nunca había oído una forma tan fina de decir a alguien que se pusiera a cuatro patas.

Hice lo que me indicó, pero la anchura de la camilla resultó no ser suficiente y al final acabé con las piernas abiertas apoyadas en el suelo, y de la cintura para arriba tumbado en la camilla, boca abajo. El doctor se untó el dedo con abundante gel lubricante que sacó de un armario cercano a la camilla, se arrodilló detrás de mi, me dijo que abriera más las piernas y con la mano que no tenía gel me abrió los cachetes y se quedó contemplando mi agujero:

- ¿También se depila usted el ano? Espero que lo haga con cuidado, es una zona delicada.

Seguidamente empezó a introducirme un dedo que no tardó en meter, ya que con la excitación del momento mi culo lo absorbió con ganas. Era mi momento de calentar la situación:

- Puede meter otro dedo si quiere, para mejorar la exploración -dije.

Noté una pequeña carcajada e introdujo otro dedo. No se movían en el interior, solo los introducía y los sacaba. Dejando dos dedos dentro, me cogió de la polla con la mano libre:

- Veo que mantiene una excelente erección -dijo.
- ¿Cuándo me vas a follar? -dije, ya con ganas de algo de acción.
- ¿Cómo dice? -dijo, metiendo un tercer dedo que me dijo gemir.
- Sí, bájese la bragueta, póngase un condón y explóreme el culo con su mejor herramienta.

El doctor me sacó los dedos con suavidad, se puso de pie, se quitó la bata, se desabrochó el pantalón y junto con los calzoncillos se los dejó por los tobillos. Me giré, pero solo pude ver cómo sacaba un condón y se lo ponía en lo que parecía una generosa polla. 

- Sí, ahora introdúzcamela. Fólleme -dije.
- Marcos -dijo una voz.
- Sí, fólleme -contesté.
- Marcos, joder, cállate. 
- Sí, pero métamela ya -dije, sintiendo como si la vista se me nublara y todo aquello se desvaneciera por momentos.
- Marcos. Despierta. Ahora. Despierta.

Abrí los ojos con dificultad y vi la cara de Sergio encima de la mía. Miré a los lados y a la puerta y vi que estábamos solos en la habitación.

- Joder, Marcos, estás empalmado y es más que evidente... contrólate antes de que lleguen tus padres o alguna enfermera.
- Chúpamela...-susurré.
- ¿Qué? -dijo Sergio con expresión de sorpresa.
- Chúpamela, joder... -dije, levantando el brazo derecho con dificultad y cogiéndole de la cabeza. 
- ¿Pero es que estás loco? -insistió.
- No me jodas, Sergio. Chúpamela, coño, no voy a tardar en correrme...

No rechistó más. Se acercó a la puerta, la abrió, comprobó que nadie viniera, la volvió a cerrar, metió su cabeza por un lateral de la sábana, me bajó el pantalón de pijama y notar cómo su húmeda boca envolvía mi polla por completo me hizo cerrar los ojos y volver a aquella fantasía en la que el doctor me estaba apunto de follar. Me la comió un par de minutos, tantos como fui capaz de recrear en mi cabeza cómo aquel doctor me follaba y me corrí tanto que el pobre Sergio se atragantó. Se tragó toda mi leche, me la limpió con la lengua y justo cuando me subía el pantalón  y sacaba su cabeza de la sábana, entraba Dani por la puerta.

- ¡Hombre Marquitos! ¿Ya se te ha bajado la hinchazón? -dijo acercándose a mi y dándome un abrazo, mientras se reía.
- Sí, tío... -dije mirando a Sergio.
- ¿No me jodas que le has cascado una paja? -dijo Dani.
- No exactamente... -dijo Sergio.
- ¿Una mamada? ¡Joder! ¡Me podríais haber esperado, aquí con el morbo del hospital! -dijo Dani.

Después entraron mis padres. Llevaba ingresado allí 5 días. Se suponía que había estado despierto antes, pero no era capaz de recordar nada. En ese momento me volvieron todas las imágenes del accidente. Hostias. Me quedé muy serio y me miré para comprobar por qué estaba allí y mis amigos no: moví los brazos y las piernas. Perfecto. ¿Entonces? Me llevé las manos a la cabeza y la tenía completamente vendada. Había sufrido un traumatismo leve, heridas algo escandalosas, pero a tenor de las pruebas, nada de lo que preocuparse. De hecho, mi alta estaba prevista para aquella misma tarde. El cinturón funcionó, saltaron los airbags frontales pero estampé mi cabeza contra la ventanilla por el golpe y ésta quedó destrozada. 

- ¿Y el hijo de puta ese? -pregunté, en referencia al conductor que hizo aquel adelantamiento indebido.

- Está muy grave, hijo, no saben si saldrá de la UCI. La familia está destrozada -dijo mi madre.
- Ahora vendrá la Guardia Civil a tomarte declaración, están esperando abajo, a que estuvieras plenamente consciente -dijo mi padre.

No tardaron mucho en subir desde que la enfermera avisó de que estaba plenamente "en mis facultades". Di mi versión y me aseguraron que si el conductor aquel salía de la UCI le iba a caer una gorda. 

Me fijé más detenidamente y vi que Dani tenía la mano izquierda vendada y Sergio me enseñó unos cuantos moretones y heridas sin importancia provocadas por el cinturón y el impacto. Cuando vi entrar al doctor por la puerta no me lo podía creer. Era el puto doctor de mis sueños. Vaya, lo que quería decir que sí, que había estado consciente antes, pero no recordaba nada. 

Nada más revisarme y ver que estaba bien a la espera de unos resultados que determinarían mi alta, algo me hizo click en la memoria. No había pensado en él hasta ese momento.

- ¿Y Óscar? -pregunté.

Mis padres se miraron el uno al otro y Dani cogió a Sergio de la mano con preocupación evidente en sus caras. 

17 de marzo de 2016

CAPÍTULO 148: CRUISING EN EL CERRO DE GARABITAS

Me resultó curioso descubrir un sitio de ligue en una zona próxima a un sitio donde, desde que era pequeño, iba con familiares y amigos a hacer senderismo o rutas en bici cuando el buen tiempo acompañaba. Sobre todo, a partir de la primavera, durante todo el verano y, si se terciaba, hasta bien entrado octubre. Del cruising en la Casa de Campo de Madrid se ha escrito mucho, hay bastantes zonas: las más próximas al metro de Lago por un lado. Éstas incluyen la piscina municipal en verano, un auténtico hervidero en su parte superior. Chueca en estado puro durante el día. Por otro lado, tenemos la zona boscosa cercana al metro Casa de Campo, en la línea 5. No me gusta y de momento no voy a hablar de ella, solo os recomiendo mucho ojo y atención. Después está la zona más próxima al Teleférico en sus dos vertientes: hay cruising tanto en el parque debajo de la estación de Rosales, como en el aparcamiento más próximo a la estación de Teleférico de la propia Casa de Campo. Y, finalmente, tenemos la zona más alejada: el Cerro de Garabitas.

Empecé a sospechar que aquí había tema cuando, algunos años antes de las obras que enterraron la M-30, un ligue me llevaba Casa de Campo adentro por la puerta de Príncipe Pío andando un trecho hasta que, pasadas unas pistas de tenis, subía por una colina, me apoyaba en un árbol, me bajaba los pantalones y me chupaba la polla allí, al aire libre. No he conocido a una persona que le gustara tanto chupar una polla como a él. El caso es que me empecé a percatar de que, en ocasiones, pasaban hombres solitarios, nos miraban y seguían su camino. Siempre pensé que eran senderistas despistados que tenían que flipar al ver cómo dos chavales de poco más de 18 años se comían las pollas allí mismo, con el Teleférico por encima nuestra. Quién me iba a decir a mi que estaban más que hartos de ver aquella escena.

Poco después de descubrir el cruising en Alicante de la mano de Dani, me picó muchísimo la curiosidad (y lo que no es la curiosidad también) por descubrir sitios en Madrid. Ya os he hablado de algunos, pero éste fue el primero. Me mantengo en mis trece al decir que el cruising aquí no me satisface tanto, pero de cuando en cuando me gusta dar un recorrido por alguna zona. Sobre todo cuando me apetece que laman bien el rabo y los cojones. Nadie chupa tan bien una polla como aquel que está "desesperado" por hacerlo y, de ésos, en el cruising hay 200. El caso es que me metí en internet y en CruisingMad, no se si en una de sus primeras versiones u otra parecida, descubrí que la Casa de Campo estaba plagada de sitios de cruising. Y allí me planté un fin de semana de mayo, con buen tiempo primaveral, con mis mallas de running y mi camiseta apretada. Al menos, habría que disimular. Me había estudiado tanto el mapa que sabía qué pasos tenía que dar exactamente. 

Cuadrado azul: Teleférico. En rojo, el camino a seguir hasta justo después del Puente Rojo.


Camino a la derecha sin asfaltar
El principal problema con el que me topé es que no vivía en Madrid, así que la tontería de descubrir el cruising aquí me obligaba a cierto turismo de transporte público, ya que todavía no tenía coche. Y, aunque lo hubiera tenido, cuando vine aquí ya estaban aplicadas las restricciones al tráfico en la Casa de Campo y las obras de la M-30 apunto de inaugurarse. Recuerdo que me bajé en la estación de Batán, bordeé el Parque de Atracciones, subí hasta la estación de teleférico, pasé el aparcamiento y cogí una carretera asfaltada por la que subí y pasé algunas fuentes, de las que bebí. Seguí hacia la derecha por un camino bueno (Maps lo identifica como "Carretera de Ciudad Universitaria") y tomé otro a la derecha, justo antes de una curva, ya sin asfaltar. 

Puente Rojo
Era acojonante el calor que hacía para ser mayo. La segunda sorpresa es que Google Maps no te avisaba de los trazados de la Casa de Campo que estaban protegidos y verjados, así que tuve que improvisar porque el camino que tenía dibujado en mi cabeza, que era el que había leído en internet, era imposible de seguir porque varias verjas altas me lo impedían. Os recuerdo que entonces eso de tener internet en el móvil aún no se llevaba. La segunda sorpresa fue ver que todo estaba lleno de conejos y liebres campando libremente por allí, sin apenas miedo a quienes nos cruzábamos en su camino. Me encontré con bastantes personas, sobre todo hombres de todas las edades, haciendo deporte o paseando. Sabía que no me quedaba mucho para llegar, pero igualmente la zona que yo creía que era la correcta, estaba también vallada. Así que seguí hacia delante y encontré, por fin, el famoso Puente Rojo que tiene otra fuente antes de llegar a él, bastante útil. Haber llegado hasta este puente era la señal de que había conseguido recuperar el camino. Tras pasarlo, subí una pequeña colina a la izquierda y ya empecé a ver y distinguir a los hombres que buscaban sexo. La experiencia del año anterior en El Moncayo había sido suficiente para distinguir a quienes pasaban por allí sin más y quiénes iban por allí buscando sexo.

Había más. Y es que esta zona es también zona nudista de Madrid, eminentemente gay. En realidad, hay de todo, pero predominan los gays/bis/curiosos porque, aparte de poder hacer nudismo, puedes echar un polvo. Había bastantes hombres por allí tumbados y sentados en bolas, otros con un pequeño bañador o en calzoncillos y los que iban vestidos eran los que iban en bici. Unos tomando el sol, otros leyendo, otros escuchando música. La mayoría con gafas de sol. Así que para adecuarme a mi entorno, como buen camaleón, me quité la camiseta, pero me dejé las mallas de correr, que a fin de cuentas eran totalmente ajustadas y terminaban antes de la rodilla. Entonces no estaba tan fuerte como ahora, pero siempre he sido delgado y tenido mis formas fibradas. Subí a lo alto de la colina y me quedé deambulando por la zona que podéis ver en Maps como la que está entre el Arroyo de Valdeza y la Carretera de Garabitas. Es una zona muy extensa que va hasta la torre del guardabosques. Eso sí, no os dejéis confundir. En algunos blogs te dicen que el Cerro de Garabitas está pasando la Carretera del mismo nombre y, sí, ese es en realidad el Cerro. Sin embargo, la zona de cruising y nudismo es justo la que os indico, antes de cruzar esa carretera.

Me empecé a poner nervioso cuando me percaté de un hombre de unos 40 años apoyado en un árbol totalmente desnudo y con la polla dura en la mano. Tenía una piel muy blanca y a pesar de estar desnudo, iba con gorra y gafas de sol. Tenía un cuerpo normal, con algunas redondeces y formas, depilado completamente. Lo tenía a unos 30 metros y ya sentía que me miraba, mientras que a mi el corazón se me salía por la boca de los nervios. Toda la vida he aparentado como 3 o 4 años menos de los que tengo y eso siempre ha atraído a hombres de mi edad o más maduros. Cuando estuve en paralelo a él me detuve a contemplar cómo se pajeaba suavemente utilizando dos dedos. Era un buen pollón proporcionado la anchura con la largura, no circuncidado. Empecé a salivar y el hombre me hizo un gesto para que me acercara. Me puse a su lado sin dejar de mirarle la polla y, sin cruzar palabra alguna, el hombre me metió su mano izquierda por debajo de las mallas y me sobó el culo con muchas ganas, sin parar de pajearse. Sacó la mano de mi culo, se chupó un dedo y volvió a introducir la mano. Esta vez quiso alcanzar mi agujero en vez de sobarme los glúteos y para facilitarle la tarea me abrí de piernas y pudo meter la primera falange de su dedo índice. A mi se me puso muy dura en ese momento. Aceleró la paja, sacó el dedo de mi culo, lo olió y se corrió delante de mis pies gimiendo como si acabara de tener el mejor orgasmo de su vida. Vaya fuente humana, echó muchos chorros de lefa mientras se apoyaba en mi hombro:

— Lo siento, lo siento mucho de veras. Me había estado follando a uno, pero me ha dejado a medias y te he visto a ti... Buah, no he podido aguantar.
— No... no te preocupes, tío —dije, cogiéndome de la polla y acoplándola en las mallas.
— ¿Quieres que te pajeé o algo rapidito? Estás bueno y... uff... vaya paquete que marcas —ofreció.
— No, tío, te lo agradezco, pero acabo de llegar —dije.
— Sí, sí, claro... es lógico. Si otro día nos vemos, te puedo recompensar bien. Tienes un culo bien prieto que... ¡pide guerra!


Me guiñó un ojo, cogió una pequeña banderola, se puso un pantalón corto de algodón y una camiseta de tirantes y se marchó. Alguien le esperaba en casa.

Me quedé un poco anonadado, sin saber qué hacer. Me encontraba allí, en aquel árbol, con la polla dura y la erección no se me bajaba. Veía al hombre marchándose, pero no veía a nadie más en ese momento. Así que decidí sustituirle. Me bajé las mallas y me apoyé en el árbol con la polla en mis manos, escupiéndome cuando alguien pasaba. Pasaron unos cuantos demasiado maduros para mi gusto. Si hubiera sido por ellos me habrían hecho de todo. Cuando empecé a cansarme un poco que no sabía si pajearme o irme, apareció un chaval de mi edad descamisado, con aspecto algo desaliñado. Delgado, pelo rizado oscuro, gafas, barbita, fibradete, sin depilar. No se lo pensó. Se acercó a mi con paso decidido hasta que le tuve a escasos centímetros. Quité la mano de mi polla y la dejé al aire libre. Interpretó la señal y me empezó a pajear con mucho tacto, mientras se tocaba la polla escondida en un pantalón de algodón:

— ¿Me la comes? —le dije.

No hubo respuesta, sino una apenas imperceptible sonrisa. Clavó las rodillas en la arena y me la chupó con muchas ganas. De cuando en cuando bajaba mis manos por su espalda y trataba de bajarle el pantalón, por lo que podía tocar y ver tenía un buen culo peludo:

— No busco follar... —susurró sacándose mi polla de la boca.
— Tranqui, solo me apetecía sobarte un poco el culo —le dije.


Siguió comiéndome la polla sin descanso entre algunas, no muchas, miradas ajenas. De cuando en cuando me lamía los huevos, sin entretenerse demasiado. Le avisé de que me corría, se echó hacia atrás dejando su pecho debajo de mi polla y con una fuerte paja a cargo de su mano derecha le bañé todo el pecho y la barbilla. No quitaba ojo a cómo mi polla expulsaba aquellas ráfagas de lefa:

— Me da mucho morbo ver cómo te corres —dijo, en tono bajo.

Sacó un pañuelo del bolsillo de atrás y se limpió. Le pedí un pañuelo, pero en vez de eso, se metió mi polla, ya más flácida, de nuevo en su boca, la estuvo lamiendo un par de minutos y me la secó con la mano:

—Así te vas con ella limpia.

Me dijo que solo buscaba mamar pollas, pero que me daba su número de teléfono porque era muy pasivo y le gustaba que le dieran bien por el culo, pero en una cama, no allí. Le di el mío también y me dijo que mejor me llamaba él, para que el novio no se pusiera celoso. Por lo que me contó, el novio la tenía pequeña y no le satisfacía sexualmente, pero le adoraba en los demás aspectos:

— ¡Ah, por cierto! Aquí te vas a aburrir, sígueme y te enseño la zona donde suele haber más ajetreo, luego ya si quieres puedes volver —se ofreció.

Me acompañó a una zona a unos 300 metros de donde estábamos y se despidió, bajando hacia el Puente Rojo. Es cierto que había más movimiento allí: vi una orgía de hombres de unos 45 años follándose por el culo y la boca los unos a los otros, un par de chavalines que no llegaban a los 20 pajeándose el uno al otro, otro chaval apoyado en su bici dando de mamar a otro y, por último, unos tíos bastante más maduros estaban echando un polvo. Entre medias, gente tomando el sol.

Esa fue mi primera experiencia en el Cerro de Garabitas de la Casa de Campo de Madrid, para mi, uno de los mejores sitios de cruising de la capital siempre que el tiempo acompañe. 

Camino rojo que termina después del Puente Rojo, en amarillo donde decido subir, el círculo azul donde veo al hombre que se corre y donde me la come el chaval de mi edad y el cuadrado amarillo, donde está la mayor parte del cruising.

**Hay un camino alternativo partiendo de la estación de metro de Lago, cruzando el aparcamiento de arena paralelo al lago, pasando las pistas de tenis y subiendo hacia la izquierda. De esta manera os encontraréis primero con el Puente Rojo y, tras pasarlo, con la fuente. 

12 de marzo de 2016

CAPÍTULO 147: ONE STRIKE - HISTORIA DE UN ACCIDENTE AL VOLANTE

Nuestro regreso a Madrid aquel verano se iba a producir antes de lo previsto por situaciones personales y familiares urgentes, que ahora no vienen al caso. La cuestión es que nos vimos obligados a adelantar nuestra fecha de regreso en unos diez días con respecto a la fecha inicial y desde que supimos que teníamos que irnos, apenas tuvimos un par de días para organizar la vuelta. El tener una casa abierta durante casi dos meses no te hace fácil recoger todo en una hora y salir. Parecía que este verano no íbamos a tener uno de esos finales apoteósicos que habíamos disfrutado otros anteriores para despedir la etapa veraniega, es lo que tienen las urgencias. No obstante, si ya de por sí aquella mañana nos sorprendió el hecho de tener que volver de forma adelantada, cuando bajé a la calle a correr aquella mañana me encontré con otra desagradable sorpresa según regresaba a mi edificio. Un día en el que desde luego las sorpresas y los golpes de mala suerte no faltaron.

Apenas habíamos vuelto a tener contacto con mi vecino Óscar desde que quedamos y nos montamos aquel trío que disfrutamos bastante. Los días y semanas siguientes a nuestro encuentro, Óscar nos dio mil excusas para no volver a vernos. Incluso viviendo en el mismo edificio se hacía difícil coincidir o escucharle a través de la ventana del patio, siquiera respondía los mensajes del móvil y cuando lo hacía, lo hacía tarde y con evidente desgana. Nos quedaba claro que algo ocurría, pero su desgana en contactar con nosotros provocó el mismo sentimiento por nuestra parte y nos dedicamos a vivir el resto del verano como siempre lo habíamos hecho: a nuestro rollo. El caso es que aquella mañana, cuando regresaba de correr mis 10 kilómetros diarios, miré al edificio y vi que acaban de colgar un cartel de "SE VENDE/SE ALQUILA" en una de las terrazas. Justo la que correspondía al piso de Óscar y sus padres. Nada más subir a casa lo comenté con mis padres por si ellos sabían algo al respecto, a fin de cuentas su amistad con los padres de Óscar se remontaba años atrás. Pero no, a tenor de la expresión de sus caras no sabían nada. 


Los padres de Óscar acababan de decidir que se divorciaban. Bueno, más que acabar de decidirlo, habían decidido que ya era hora de hacerlo público porque su acuerdo estaba firmado y sellado desde antes del verano y ahora que éste llegaba a su fin y habían disfrutado de las vacaciones, tocaba el momento de poner a la venta el piso. No voy a entrar en lo extremadamente complicado que les iba a resultar sacar un precio aceptable en plena crisis, si es que finalmente conseguían venderlo. Era curioso que en plena crisis la oferta de venta de apartamentos en aquella zona hubiera aumentado como la espuma, apenas veías edificios por las calles en los que al menos uno de sus pisos no tuviera el cartelito.

Precisamente el drama del divorcio paterno fue lo que tuvo a Óscar tan distante aquellos días, imagino que se acababa de enterar oficialmente hacía poco. Lo más complicado de todo es que su madre le culpaba abiertamente a él por "sus vicios de desviado" y la situación se había vuelto más tensa de lo que parecía, tanto que Óscar tenía claro que, a pesar de ser mayor de edad ya, quería vivir con su padre. La cosa es que al día siguiente de enterarnos de todo esto, Óscar me escribió y me pidió hacer algo juntos para despedir el verano, ya que sabía que debíamos adelantar nuestra vuelta a la rutina con respecto a lo previsto inicialmente. Me preguntó si se podía venir con nosotros a esa playa de la que tantas veces le había hablado, al Rebollo. Y por supuesto que acepté. No recordaba si Óscar ya había venido a la playa, pero creía que era su primera vez allí porque él no tenía coche y aparte de la caseta, no creo que conociera muchos sitios de cancaneo más. 

Dani, Sergio, Óscar y yo pasamos un agradable día de playa, quizá demasiado ventoso, pero eso ya no era nada sorprendente para nosotros. Enseñamos a Óscar las maravillas de aquella playa, los secretos escondidos de la pinada y, aunque tuvimos varias oportunidades, lamento deciros que en esta entrada no hay sexo. De hecho ya a finales de agosto la afluencia de gente decae bastante. Los ánimos de Óscar no estaban para andar follando entre los pinos, ya sabéis que los adolescentes se toman las cosas mucho más a la tremenda de lo que realmente son, cosa que nos ha podido pasar a todos, así que ponérsela dura a Óscar para marcarnos un polvo de despedida fue misión imposible. Sí, reconozco que lo intenté. 

Después de comer en uno de los bares que están camino de la playa, Óscar propuso pasar la tarde en las lagunas de Torrevieja y La Mata. Tenía tan asumido que no quería sexo, que propuso un plan algo más turístico. Bajamos a la playa a tomar el sol un rato y ya entrada la tarde recogimos el chiringuito, nos despedimos de unos amigos y cogimos el coche en el aparcamiento. Óscar quería ir de copiloto, le empezaba a coger el gustillo a esto de los coches, y Sergio y Dani se colocaron en la parte trasera. Normalmente era Sergio quien viajaba a mi lado. La carretera N-332 a esas horas, en verano, suele estar bastante cargada de coches de gente que vuelve de las playas a sus casas, apartamentos u hoteles, así que hay que andarse con ojo porque tiene varios puntos negros hasta llegar a las salinas de Torrevieja. No importa, no soy de los que corren.

A veces no hay nada que tu puedas hacer. No te queda tiempo de reacción. Ves cómo el coche que circula en el otro sentido se piensa que le da tiempo a adelantar al que tiene delante sin chocarse contigo. Todo pasa muy rápido. Ves que hay línea continua, que no está permitido adelantar, pero ves que está pasando realmente. Miras al retrovisor. Gritas desde lo más profundo de tu interior una palabrota con mala leche que capta la atención de tus amigos y compañeros de viaje. Se hace el silencio. Miras por el retrovisor. Si frenas a 70km/h, el coche de detrás se te empotra. Dejo pulsado el claxon. Y Sergio y Dani van detrás. Todo esto pasa por tu cabeza en cuestión de segundos, no más de 10 o 15, que es lo que tarda el infame conductor del coche que circula en el otro sentido en tomar la errónea decisión de adelantar. Mis padres siempre me decían eso de que las prisas no son buenas compañeras. Frenas, viendo la intención, queriendo que no pase nada, intentando evitar el accidente, y das un volantazo a la derecha para salirte con el coche a la zona de campo. 

No es suficiente. No hay tiempo para evitarlo.

Es que, joder, entre el coche de delante y el mío no había tantos metros. ¡No te da tiempo, payaso! ¡No adelantes! ¡Está prohibido! ¡La puta carretera va llena, ostias! ¿Es que no lo ves, grandísimo hijo de puta? No hay tiempo.

Crash.

El verano había terminado.


Aparatoso accidente en la variante de la N-332. Cinco personas heridas, de distinta gravedad, es el balance de un accidente de tráfico ocurrido esta tarde, sobre las 19 horas, en la variante de Torrevieja, en la carretera nacional N-332, en un tramo en el que está prohibido el adelantamiento en las inmediaciones de Las Lagunas. Cuatro vehículos se han visto afectados y las causas se están investigando.
(Así recogía el accidente un medio de comunicación local de la zona)

Stone cold
You wake me when the phone vibrates
Your voice sounds dulled, but loud enough to hear you
Distant, echoes of my heart unbreak
Silently now, I'm waiting for this storm to come
I'm waiting for this this storm to come
Wuth One Strike


7 de marzo de 2016

CAPÍTULO 146: ÁNGEL E IVÁN, LA PAREJA TEMEROSA

Cuando vamos de cruising no solemos discriminar a los chicos por quiénes vayan acompañados, a no ser de que sean pandillas. Entendemos que si dos chicos van juntos de caza pueden ser como nosotros: amigos que quieren experimentar más o parejas con ganas de buscar más experiencias. El caso es que si dos chicos van juntos es porque ambos buscan tema por el lugar. El día en el que tuvimos el encontronazo con el Señorito de la We Party, entrado ya el mes de agosto con los días acortándose, dimos con una pareja de chavales a quienes no habíamos visto por allí antes. 

El caso es que estando la playa llena de gente, como suele pasar en fin de semana, la zona de mayor concurrencia se pone hasta los topes. Si quieres puedes seguir andando para encontrar zonas más despejadas, pero la mayoría solemos ponernos en la ya bautizada "área de influencia". En un pequeño cuadradito de arena libre que quedaba entre nosotros y un grupo de lesbianas murcianas que venía a pasar el día en una quedada, se instaló una pareja de chavales recién entrados en la treintena. A primera vista se les veía agradables, gente maja, de esos que te dan conversación poco a poco para ver si la cosa fluye y de ser así, continuar charlando. Ángel e Iván acababan de llegar a la treintena y solían dedicar una semana de sus vacaciones a la playa del Rebollo y Alicante, el resto de vacaciones se las dividían en otro lugar de su elección (islas, Sitges, Cádiz u otros países) y la semana final se iban al pueblo de los padres de uno de ellos, casi en la otra punta del país. Llegaban tan cargados a la playa que parecían sacados de una película familiar de los años 70: mochilas repletas, sombrillas al hombro, neveras de mano... El caso es que enseguida instalaron todo y tan pronto como su pequeño chiringuito quedó montado, se quedaron como vinieron al mundo: en bolas. A fin de cuentas, esta playa es una playa mixta. Aún no estaban muy bronceados: eran chavales de alrededor de 1,75 de altura, buenos cuerpos fibrados sin estar muy cachas, completamente depilados, culos redondos y fuertes y piernas fuertes. Iván llevaba el pelo muy corto, diría que al 1, mientras que Ángel dentro de llevarlo corto, lo tenía algo más largo y a la moda (laterales más cortos, casi rapados, y la parte de arriba algo más larga). Debajo de sus marcados abdómenes salían dos buenas pollas en estado normal reposando en un par de huevos normales. No tenían demasiada pluma, algo se notaba en el deje de uno de ellos, pero tan natural que pasaba desapercibida. Podríamos decir que eran chavales masculinos. Nos dieron cháchara enseguida, conectamos rápidamente y pasamos una mañana de lo más entretenida jugando los 4 a las palas en la orilla del mar. Los cuatro en bolas en primera línea con nuestros rabos subiendo y bajando debido a los movimientos, os podéis imaginar, éramos el centro de atención. Una vez estábamos sudados, dejamos las palas y pasamos a bañarnos juntos y hacer un poco el ganso en el agua. Si algo me jodía de mucha de la gente que iba por el Rebollo es lo desquiciantemente interesados que son algunos. En el poco rato que estuvimos en el agua no nos faltaron palmeros y peticiones de amistad, que parecía que el Facebook, o mejor dicho el Grindr, había pasado de la pantalla a la realidad. Los otros chicos se dieron cuenta al igual que nosotros y decidimos salir del agua y volver a nuestro chiringuito. 

Allí, mirando al mar de frente al sol de media mañana, fue cuando los dos chavales nos empezaron a preguntar por lo que pasaba dentro de los pinos. Empezó casi como una broma, riéndonos, pero la curiosidad podía con ellos tanto que acabaron siendo claros. Habían mantenido siempre una relación cerrada, sin intervenciones, quizá algún tonteo, pero nada más. Llegados a este punto tenían curiosidad por saber cómo sería la experiencia de introducir un tercer actor en su relación de pareja. Vamos que, dieron por hecho que Sergio y yo éramos novios, pero bueno, ninguno de los dos se esforzó por explicarles que en realidad no lo éramos. Decían que sabían que dentro de la pinada se cocía algo porque el vaivén de hombres era constante y porque habían leído en foros y webs acerca de ello. La cosa es que lo habían hablado entre los dos y estaban decididos a conocer y experimentar:

— Y qué mejor que hacerlo con dos buenos maestros de ceremonia como vosotros —dijo Ángel, cogiéndome del culo y apretándomelo fuerte.

Ahí, justo en este momento, fue cuando todos supimos con una rápida mirada que nuestra recién estrenada amistad y buen rollo iba a terminar, antes o después, en una buena sesión de sexo. Precisamente porque esas miradas decían que había deseo y que todos nos molábamos. Lo que no sabía yo entonces que todo fuera a ser tan lento con ellos.  


Les enseñamos cómo funcionaba, en nuestra opinión, el cruising del Rebollo. La zona de más afluencia, los caminos principales, las distintas salitas de pinos que salen a cada lado de los caminos de arena, las zonas más alejadas, las más discretas, cómo ir al aparcamiento directamente sin volver a pasar por la playa y algunas indicaciones más. Lo miraban todo con una curiosidad desbordante, fijándose en cada rincón, preguntándonos, avergonzándose al ver espontáneos tríos o parejas teniendo sexo allí mismo. En esto que, llegados a una zona algo más discreta, a la izquierda de la zona principal conocida como "el foro", hicimos un pequeño círculo y, previa mirada de aprobación de Iván a Ángel, éste me cogió el rabo y me lo empezó a sobar:


— ¿Es así como se empieza? —dijo con una sonrisa picarona.

— Así o como tú quieras. Lo importante es que estemos todos cómodos haciendo lo que queramos hacer, sin forzar —dije, guiñándole un ojo y cogiendo del rabo a Iván para sobárselo.

Hicimos un círculo más cerrado cogiéndonos con la mano libre por la cintura y empezamos a besarnos con lengua los unos a los otros, a la par que unas manos sobaban torsos, huevos, culos... Se hacía difícil saber quién te tocaba en cada momento y eso que éramos solo cuatro. El caso es que cuando volví a coger la buena polla de Ángel, a los pocos segundos de estarle pajeando, me miró, vi cómo le temblaban las piernas y con un pequeño suspiro se corrió abundantemente en medio del suelo. Su chico, en manos de Sergio, hizo lo propio diez segundos después de ver cómo el otro se corría, salpicándome el pie izquierdo. Nosotros no nos corrimos. Quisieron forzar un poco la situación y agradarnos ofreciéndonos una paja, pero realmente no era lo que nos apetecía. Es decir, respetábamos sus límites, pero tampoco quería forzar una paja que a ninguno nos apetecía en realidad: ni a ellos hacer, ni a nosotros disfrutar. Se disculparon unas cuantas veces, pero le entendí mejor de lo que creían. Es alucinante, si te gusta de verdad el cruising, el morbo que se siente las primeras veces, tanto que controlar la corrida se hace difícil por el placer y el morbo de lo que estás viviendo. En la despedida nos comentaron que sólo buscaban pajas y magreos al principio, pero que si nos apetecía podíamos vernos más veces e ir subiendo la intensidad progresivamente. Nos dimos un beso, unos sobeteos más que decían que había ganas de más y se marcharon a la playa para recoger sus cosas.


Al día siguiente nos volvimos a encontrar, con una actitud por su parte mucho más abierta. Incluso nos corrimos con una paja que nos hicieron, pero este día ya os lo conté en la entrada del Señorito de la Gorra de WE, así que iremos directamente con el día de después. Ese día quedamos expresamente en la pinada; al llegar, nuestros chicos ya estaban desnudos en una de las primeras estancias a la sombra que parten del camino principal. Una zona nada discreta. Después de los saludos, extendimos nuestras toallas en aquel suelo mitad arenoso, mitad cubierto de ramas de pino secas, y nos quedamos los cuatro tan desnudos cómo vinimos al mundo. Así que, allí tumbados, y sin mucho esperar nos empezamos a enrollar. Esta vez yo me lo hacía con Iván, que parecía más pasivo, y Sergio se lo hacía con Ángel, que ya me había quedado claro que era más activo. La sorpresa llegó cuando al poco de estarnos comiendo las bocas y sobándonos las pollas, Iván me puso boca arriba y, de rodillas delante mía, me la empezó a mamar (no si antes mirar a su chico en señal de aprobación). Me colocó mis manos en su cabeza y me recordó el morbo que me daba a mi precisamente estar en su posición. La chupaba muy bien, con una mezcla de delicadeza y deseo, a veces alterada por los nervios. Tanto que se atragantaba y tenía que coger aire. Miré a mi derecha y vi a Sergio haciendo lo mismo con la polla de Ángel y disfrutando de lo lindo, porque tenía muy buen rabo. Ambos estaban bastante dotados, bien por encima de la media. 


El plan de aquel día lo traían bastante elaborado y al terminar nuestro encuentro entendimos por qué. La cosa es que Iván, mientras me la chupaba y se comía mis huevos con auténtica pasión, hacía hincapié en que no me corriera:

— Pues vas a tener que parar un poco, porque la comes tan bien que podría correrme ya mismo — le dije.

— Se me ocurre otra forma de divertirnos...—dijo.

Se dio la vuelta, me puso el culo en la cara y volvió a coger mi polla para comérsela mucho más lentamente. Tenía ante mi un culo redondo, firme y apretado que escondía un agujero totalmente depilado, ligeramente abierto y sin una sola protuberancia (cada vez me resulta más difícil encontrar culos sin ellas, pero vamos, que es algo normal). Me lo pensé, porque no me encanta comer culos así sin más, pero no pude resistirme mucho. Hice una primera tarea de inspección con los dedos y saliva y cuando me di cuenta de que aquello olía a gel y estaba limpio me lancé a comérselo. Para aquel entonces, Sergio ya estaba a cuatro patas y Ángel se ponía el condón. Teníamos un numeroso círculo de espectadores de todas las edades, la mayoría pajeándose con lo que veían. Me comí el culo de Iván con ahínco y su dilatación fue de las más rápidas y asombrosas que he visto jamás, quién lo hubiera dicho. Aquello se abrió enseguida e Iván no tardó en echar mano a la banderola, coger un condón y ponérmelo. No me dejó moverme, se notaba que le gustaba aquella posición. Me cabalgó. Estaba boca arriba, con él encima mirándome a los ojos. No le costó mucho meterse mi polla, que se mantenía erecta al ver cómo Ángel le estaba clavando su polla a Sergio y cómo este disfrutaba. Me gustaba verlo y me la ponía muy dura. Cuando ya fue capaz de metérsela hasta el fondo, empezó a cabalgarme con ritmo progresivo: primero despacio y, una vez la mueca de dolor se esfumó de su cara, me empezó a follar botando sobre mi sin la más mínima dificultad. En ese momento, Ángel sacaba rápidamente su polla del culo de Sergio, se quitaba el condón y con una rápida paja se corría en su espalda. Iván, que seguía botando sobre mi polla, se pasó la lengua por los labios al ver cómo su chico lefaba a Sergio y le cogí de la polla. Le pilló algo se sorpresa, pero no me dijo de parar. Y se corrió de una forma que parecía una ametralladora: echaba ráfagas potentes de lefa por momentos y con una fuerza que me pringó la barbilla y toda la parte superior del pecho.


— Me corro, no pares, no pares... —le dije, cogiéndole de las caderas y ayudándole a cabalgar.

— Córrete dentro —dijo.

Y así lo hice: me corrí en su culo, condón mediante. Iván se quedó con cara de no saber qué hacer y le cogí de la cintura tumbándole sobre mi para que descansara, mientras que con otra mano, sacaba mi polla de su culo y quitaba el condón. Pareció gustarle el gesto y se quedó un momento más encima de mi, con su mano en mi pecho, agazapado como un gatito indefenso. Ángel y Sergio ya se habían limpiado y charlaban fuera de aquella estancia, donde ya no quedaba nadie mirando, sólo pasando de un lado a otro. Desmonté a Iván de mi y nos limpiamos mutuamente, se notaba que así lo hacía con su chico porque lo hizo de una forma muy natural. 



Me ayudó a levantarme y ambos nos pusimos el bañador y metimos todos los restos en una pequeña bolsa de plástico. Los otros dos volvieron a entrar para charlar un rato más, hasta que recogimos las cosas porque empezaba a anochecer y refrescar. Nos comentaron que les había encantado los tres días de sexo progresivo con nosotros y que les encantaría repetir en otra ocasión, pero que ya no iban a tener tiempo de volver por la pinada en los dos días que les quedaban debido a varios compromisos. Y ahí fue cuando, tras mirar a Sergio, entendimos todo. Todo el plan, vaya. En ningún momento nos molestó, porque entendimos que no fue a mala leche, pero sí que resultaron ser una pareja de lo más curiosa: temerosos al principio, pero con un plan bien estudiado al final.



La despedida con ellos fue larga: nos quedamos apoyados en su coche morreándonos los unos con los otros, esta vez más con Ángel que con Iván y comentando la pena de no tener más días para cambiar roles. Se notaba que había química y tensión sexual. Era la primera vez que nos pasaba esto, de forma tan clara, con una pareja. 


Y no sería la última.