Amor y odio. O mejor dicho, en nuestro caso, odio y amor. Esas dos palabras serían las que utilizaría para describir mi relación con Óscar. Él: un niño caprichoso, consentido y con ganas de llamar la atención que me traía por el camino de la amargura cuando me tocaba lidiar con el de pequeño. De adolescente descubrió que eso de hacérselo con tíos podría estar bien y me calentó como pocos han hecho hasta el punto de tener una relación sexual constante con mi vecino de la playa de toda la vida. De ese niño al que no soportaba a ese adolescente al borde de la mayoría de edad, con cuerpo fibrado del fútbol que empezó a volverme loco. Otro chaval, como Sergio, que perdió la virginidad conmigo. Ese paso que a mi, lejos de marcarme, quedó como algo trivial en su momento, para ellos había supuesto una conexión conmigo que no podían borrar. El caso es que con Óscar no todo era sexo, fuego y pasión, porque nuestra conexión sexual era brutal, en cierta parte empecé a sentirme responsable de él mucho antes del accidente. Cuando veía que su casa se desmoronaba y él se quedaba como un perrito abandonado a su suerte lleno de discusiones diarias en su entorno, de las cuales muchos vecinos nos enterábamos. Sin embargo, al volver a Madrid nuestra relación prácticamente desaparecía salvo encuentros esporádicos en fechas señaladas.
El accidente lo cambió todo. Cuando me dieron el alta y pude dejar aquella cama que ya se me hacía de lo más incómoda lo primero que hice fue visitar a Óscar. Al verle lo primero que se me pasó por la cabeza fue: "joder, el accidente no ha sido tan fuerte para esto". Y es que verle allí postrado con la cabeza vendada hasta la mandíbula y las dos piernas escayoladas y sujetas en alto me conmocionó. La mala fortuna quiso que segundos antes del choque, Óscar se estuviera colocando el cinturón porque le rozaba en el cuello haciéndole daño, así que la sujeción que este debió proporcionar, no fue tal y su cabeza se dio contra la parte superior del coche y sus piernas se encajonaron debajo de la guantera. Todo muy rocambolesco, tanto que hasta hoy en día me cuesta creer que un accidente a 70km/h pueda tener esas consecuencias, que para los demás fueron más leves. Sí, su vida no corría peligro, ni se iba a quedar paralítico, pero la recuperación para volver a tener movilidad total iba a ser de meses. Su madre me reprendió a gritos, culpándome de todo. Algo de lo que ya tenía ganas, aquellos gritos y aquel odio no venía por el accidente. Así que cuando logré sacarla de sus casillas a gritos en el hospital, salió la frase que tenía guardada en lo más profundo de su interior: ¡Tu has amariconado a mi hijo! ¡Tu le has invertido y has abusado de él! ¡A gente como tu se le debería seguir aplicando la ley de vagos y maleantes! ¡Este es el castigo que os merecéis!
Perdió tantísimo los papeles que los médicos se la llevaron y le inyectaron un tranquilizante. Su padre, sin embargo, se mostró mucho más comprensivo, ya que la Guardia Civil le había explicado pormenorizadamente cómo se había producido el accidente y cómo yo no pude hacer nada por evitarlo, de hecho iba por debajo de la velocidad máxima para ese tramo.
Días después trasladaron a Óscar a un conocido hospital público de Madrid y semanas después, sin estar aún recuperado, le mandaron a casa. Pero... ¿a qué casa? Su padre, tras el divorcio, no quería volver a la casa familiar con su ya ex mujer, pero tampoco estaba su economía como para comprarse un piso o alquilar algo en la misma zona. Así que hasta que los trámites judiciales de su divorcio se resolvieran, mis padres le ofrecieron quedarse en casa con Óscar indefinidamente. A fin de cuentas vivíamos en un adosado con 5 habitaciones y 2 baños. La amistad de mis padres con los suyos se remontaba años atrás, de hecho el piso de la playa lo compraron juntos. Habían pasado por algunos baches en los últimos tiempos, pero eso no significaba dejarles en la estacada en un momento de necesidad cuando lo que menos quieres, quizá, es irte a casa de un familiar y tener que responder a preguntas que no te apetece contestar. Hice cambios en mi habitación y alojamos a Óscar en ella, con su consentimiento y alegría. El cabrón estaba ya mucho más despierto y animado, pero necesitaba ayuda para todo, con las dos piernas escayoladas de rodillas a tobillo. Incluso la primera noche que durmió en la cama que pusimos al lado de la mía ya tenía ganas de marcha:
- Marcos, ¿tu sabes cuánto hace que no me corro en condiciones? -me suelta un rato después de apagar la luz, ya bien entrada la noche de aquel mes de noviembre.
- Hombre, Osquitar, pajas puedes hacerte... ¿o no? -le dije.
- Mira cómo la tengo -dijo, encendiendo la lamparilla de la mesilla y destapándose.
A mi con todo el estrés postaccidente se me había bajado la lívido a límites nunca conocidos por mi. Llevaba semanas sin siquiera pajearme. No había cogido miedo a conducir, ni otras historias, simplemente se me habían ido las ganas de follar desde aquella mamada que Sergio me hizo al despertar de forma consciente en el hospital. Había vuelto al trabajo con normalidad, había arreglado el coche con el seguro, iniciaba los juicios contra el cabrón que adelantó y todo con las más absoluta serenidad. Sin embargo, sentía una responsabilidad y una preocupación por Óscar que me había hecho verle más como un hermano pequeño que como un amante todo este tiempo. Todo, hasta que encendió la luz, se destapó y me dejó ver su polla dura como una piedra emanando gotas de líquido preseminal que brillaban con la luz de lamparilla. Combinado con esa mirada de gatito necesitado que me echó mordiéndose el labio inferior y sobándose lentamente el rabo con la mano derecha.
En unos segundos me había devuelto todos mis instintos que llevaban semanas dormidos, como un animal despertando el celo me sentí incapaz de desviar mi mirada de aquella polla rosácea de algo más de 16 centímetros que pedía guerra tras tanto tiempo sin disfrutar más que con la mano derecha de su mismo cuerpo. Me incorporé, me acerqué a su cama, me coloqué entre sus piernas escayoladas con cuidado de no hacerle daño y me comí aquella polla que ya sabía a puro sexo. Para retrasarle un poco la corrida, me entretuve unos minutos haciéndole una suave comida de huevos, para volver después a comerle el capullo y recibir toda su espesa leche en mi boca. Tanta cantidad que se me desbordó por la comisura de los labios. Era la primera vez que veía a Óscar temblando de placer según se corría en mi. Salí con cuidado al pasillo dirigiéndome al baño para escupir y enjuagarme un poco la boca, sin ser capaz de que se me bajara la erección. Así que cuando regresé a la habitación y Óscar vio el bulto en mi calzoncillo me pidió que me acercara a su cama, se colocó la almohada doblada debajo de la cabeza, giró la cabeza hacia a mi y me pidió que me bajara los calzoncillos:
- Tengo mucha hambre, Marcos... -susurró.
Me bajé los calzoncillos hasta las rodillas, me pegué a él y le dejé que me comiera la polla durante largo rato en el cual no dio ningún síntoma de agotamiento. Me empezaron a temblar ligeramente las piernas del placer al estar de pie, le avisé de me corría y se tragó toda la leche que deposité en su boca. Era su perdición, le gustaba la lefa demasiado y se la tragaba con absoluto placer y alegría. Como si se hubiera tratado de un biberón, nada más acostarme y apagar la luz, Óscar se quedó dormido como un tronco.
Óscar y su padre se quedaron en mi casa hasta pasadas las navidades, cuando ya el chaval podía andar sin ayuda de muletas y su vida volvía a ser normal. El chaval desbordaba alegría, habida cuenta de que durante esos meses habíamos estado teniendo sexo prácticamente a diario, de una forma o de otra, casi siempre penetrándole yo a él e intercambiando mamadas mutuas. En esos meses mi relación de amistad con Dani y Sergio no se vio afectada, ya que venían a casa todos los fines de semana y seguíamos saliendo por ahí, pero lo cierto es que Sergio tuvo celos. No hizo falta decirle que me estaba tirando a Óscar casi todas las noches y que el chaval tenía una obsesión con comerme la polla casi enfermiza, que por otra parte a mi me encantaba. Sergio lo vio en los ojos de Óscar. Sin pretenderlo, Óscar se había enamorado de mí. Sí, era consciente de que el chaval siempre me había admirado desde las primeras veces que tuvimos sexo años atrás, pero la unión de estos meses, el hecho de estarle cuidando y de dejarme llevar, acabó provocando una situación similar a la que había vivido con Sergio hacía algún tiempo.
Quizá uno de los mayores errores fue dejarle dormir conmigo todas las noches una vez tuvo las escayolas quitadas, casi siempre despertaba con él abrazado a mi. No me daba cuenta de que el chaval estaba totalmente pillado por mí.
Manolo había conseguido llegar a un acuerdo con su ya ex mujer y habían vendido la casa de Madrid de siempre y repartido el dinero obtenido a partes iguales, para que ambos pudieran comenzar una nueva vida. El piso de la playa finalmente se lo quedaban para su disfrute en un régimen de turnos. Manolo invirtió la mayor parte del dinero obtenido en comprarse un piso de dos habitaciones en el mismo barrio que donde vivíamos nosotros y a finales de enero hicieron la mudanza, en la que colaboramos todos. No se trasladarían allí hasta bien entrado el mes de febrero.
Fue aquí cuando llegaron los grandes problemas con Óscar. Yo, y no es algo que me haga gracia decir, tengo que admitir que no le eché demasiado de menos cuando se marchó. Siempre he sido una persona individualista, me gusta tener mi espacio y ahora que lo recuperaba me sentía pleno. Me sentía bien por haber ayudado en la recuperación de Óscar porque a fin de cuentas tenía responsabilidad sobre él, me encantaba llegar de trabajar, cenar, ducharme y que estuviera encantado de hacerme una buena mamada o de ofrecerme su culo para echar apasionados polvos con él, así no tenía que buscarlo fuera, ir de cruising o esperar al finde para hacérmelo con Sergio. Sin embargo, cuando se marchó a vivir con su padre, no paró de enviarme Whatsapps, llamarme, visitarme, querer seguir follando casi a diario, cuando a mi dejó de apetecerme. Me empecé a sentir agobiado y la gota que colmó el vaso fue cuando en una conversación algo subida de tono me echó en cara que le había dado esperanzas de ser su novio, que quería empezar algo conmigo:
- Pero... ¿cuándo me has conocido tu a mi con novio, chaval? -le dije.
- Nunca es tarde, ¿no? Todo lo que hemos compartido estos meses... -respondía él.
- Pues dejémoslo así, ¿qué de malo tiene? Si así se está bien -comentaba yo.
Óscar no entraba en razón, estaba empeñado en tener conmigo algo que no podía darle, me veía como el príncipe azul que nunca fui, ni pretendí ser. Así que decidí iniciar un alejamiento y dedicarle el tiempo que no había podido dedicarle a mis amigos de siempre, a Dani y Sergio, que habían estado ahí y ahí seguían pese al cierto abandono al que les había tenido sometidos el tiempo que Óscar había estado viviendo conmigo.
Llegó la semana santa en abril y me fui con ellos a nuestro paraíso alicantino para disfrutar de momentos que solo nos pertenecían a nosotros tres.
- Tengo mucha hambre, Marcos... -susurró.
Me bajé los calzoncillos hasta las rodillas, me pegué a él y le dejé que me comiera la polla durante largo rato en el cual no dio ningún síntoma de agotamiento. Me empezaron a temblar ligeramente las piernas del placer al estar de pie, le avisé de me corría y se tragó toda la leche que deposité en su boca. Era su perdición, le gustaba la lefa demasiado y se la tragaba con absoluto placer y alegría. Como si se hubiera tratado de un biberón, nada más acostarme y apagar la luz, Óscar se quedó dormido como un tronco.
Óscar y su padre se quedaron en mi casa hasta pasadas las navidades, cuando ya el chaval podía andar sin ayuda de muletas y su vida volvía a ser normal. El chaval desbordaba alegría, habida cuenta de que durante esos meses habíamos estado teniendo sexo prácticamente a diario, de una forma o de otra, casi siempre penetrándole yo a él e intercambiando mamadas mutuas. En esos meses mi relación de amistad con Dani y Sergio no se vio afectada, ya que venían a casa todos los fines de semana y seguíamos saliendo por ahí, pero lo cierto es que Sergio tuvo celos. No hizo falta decirle que me estaba tirando a Óscar casi todas las noches y que el chaval tenía una obsesión con comerme la polla casi enfermiza, que por otra parte a mi me encantaba. Sergio lo vio en los ojos de Óscar. Sin pretenderlo, Óscar se había enamorado de mí. Sí, era consciente de que el chaval siempre me había admirado desde las primeras veces que tuvimos sexo años atrás, pero la unión de estos meses, el hecho de estarle cuidando y de dejarme llevar, acabó provocando una situación similar a la que había vivido con Sergio hacía algún tiempo.
Quizá uno de los mayores errores fue dejarle dormir conmigo todas las noches una vez tuvo las escayolas quitadas, casi siempre despertaba con él abrazado a mi. No me daba cuenta de que el chaval estaba totalmente pillado por mí.
Manolo había conseguido llegar a un acuerdo con su ya ex mujer y habían vendido la casa de Madrid de siempre y repartido el dinero obtenido a partes iguales, para que ambos pudieran comenzar una nueva vida. El piso de la playa finalmente se lo quedaban para su disfrute en un régimen de turnos. Manolo invirtió la mayor parte del dinero obtenido en comprarse un piso de dos habitaciones en el mismo barrio que donde vivíamos nosotros y a finales de enero hicieron la mudanza, en la que colaboramos todos. No se trasladarían allí hasta bien entrado el mes de febrero.
Fue aquí cuando llegaron los grandes problemas con Óscar. Yo, y no es algo que me haga gracia decir, tengo que admitir que no le eché demasiado de menos cuando se marchó. Siempre he sido una persona individualista, me gusta tener mi espacio y ahora que lo recuperaba me sentía pleno. Me sentía bien por haber ayudado en la recuperación de Óscar porque a fin de cuentas tenía responsabilidad sobre él, me encantaba llegar de trabajar, cenar, ducharme y que estuviera encantado de hacerme una buena mamada o de ofrecerme su culo para echar apasionados polvos con él, así no tenía que buscarlo fuera, ir de cruising o esperar al finde para hacérmelo con Sergio. Sin embargo, cuando se marchó a vivir con su padre, no paró de enviarme Whatsapps, llamarme, visitarme, querer seguir follando casi a diario, cuando a mi dejó de apetecerme. Me empecé a sentir agobiado y la gota que colmó el vaso fue cuando en una conversación algo subida de tono me echó en cara que le había dado esperanzas de ser su novio, que quería empezar algo conmigo:
- Pero... ¿cuándo me has conocido tu a mi con novio, chaval? -le dije.
- Nunca es tarde, ¿no? Todo lo que hemos compartido estos meses... -respondía él.
- Pues dejémoslo así, ¿qué de malo tiene? Si así se está bien -comentaba yo.
Óscar no entraba en razón, estaba empeñado en tener conmigo algo que no podía darle, me veía como el príncipe azul que nunca fui, ni pretendí ser. Así que decidí iniciar un alejamiento y dedicarle el tiempo que no había podido dedicarle a mis amigos de siempre, a Dani y Sergio, que habían estado ahí y ahí seguían pese al cierto abandono al que les había tenido sometidos el tiempo que Óscar había estado viviendo conmigo.
Llegó la semana santa en abril y me fui con ellos a nuestro paraíso alicantino para disfrutar de momentos que solo nos pertenecían a nosotros tres.