Lo
primero que hice cuando Dani llegó al medio día del viernes fue invitarle a
comer para contarle todo. De haber estado un tiempo sin apenas relación y de
nunca haber intimado, pasó a ser uno de mis mayores confidentes. Se disculpó
por no haberme avisado de lo de los pescadores, me dijo que no hay que hacerles
ni caso y se sorprendió con la historia de Carlos, incluso diciéndome que vaya
envidia de la sana. Nos actualizamos un poco durante la comida, nos echamos
unas risas y me invitó a irme esa noche con el al sitio de cruising. Decliné la
invitación porque quería estar a tope para el gran sábado y me hizo prometerle
que el sábado por la tarde iría con el al sitio de cruising. Dani me explicó
qué autobús coger y cómo llegar a la urbanización que Carlos me había dicho.
Así
que el sábado a las 09.30 de la mañana llegué puntual como un reloj a la
estación de autobuses para llegar pronto a mi destino, si perdía ese bus, no
habría otro hasta 3 horas después. El bus tardó 15 minutos y me dejó en la
puerta de una urbanización muy americana: todo casitas bajas dispuestas en
calles idénticas, con la misma estructura: jardín por delante y piscina por
detrás. Desde allí se veía el pueblo. Busqué la dirección y, la verdad, me
costó encontrar la calle porque todo aquello era igual.
Por
fin conseguí llegar al chalet que me había dicho Carlos. Tuve que respirar un
par de veces y cuando estuve listo llamé al timbre que estaba situado en el
exterior. Contestó una voz de mujer que di por hecho era la de la prima:
-
Soy Marcos, vengo a ver a Carlos.
-
Aquí no hay ningún Carlos. Lo siento.
Me
quedé contrariado y revisé el cartel del nombre de la calle y el número. Estaba
seguro, no había duda de que era allí. Y ya que había ido decidí insistir. Al
volver a llamar de nuevo, no respondió nadie, sino que la señora que me había
respondido antes salió amablemente a atenderme, pensando que estaba perdido.
Sin ser demasiado indiscreto me inventé que era profesor de matemáticas y que
había quedado con un alumno que me había dado esta indicación. La señora, de
unos 50 años, me dijo que allí no vivía ningún Carlos de esa edad y que la
mayor parte de la urbanización estaba habitada por familias inglesas y alemanas,
casi todos jubilados. "Quizá te dijo mal la calle, prueba en el mismo
número de las dos calles de detrás, que coinciden con mi casa".
Así
que, ya que hasta las 15h no volvía el bus hacía el pueblo, decidí hacer caso a
la sugerencia de la señora. Pero nada, no hubo suerte. Hasta pregunté en el
único pequeño supermercado de la urbanización y la chica me dijo no conocer a
quien le estaba describiendo, asegurándome que ella conocía prácticamente a
toda la urbanización. Cuando iba camino de la parada de autobús pensaba que en
cualquier momento iba a salir Carlos por una esquina, pero no.
¿Me
habían engañado? ¿Por qué? ¿Cuál era el objetivo de aquello? Lo cierto es que
nunca más volví a saber de Carlos ni de su prima. Ni en la playa, ni en su
lugar de la pinada, ni en las fiestas del año siguiente.
Lo
peor de todo es que no iba a ser la primera vez que me sucediera algo similar
en el mundo del cruising.
Joer, que chasco!
ResponderEliminarBueno, eso que te llevaste el primer día, al menos un buen recuerdo, aunque el chaval salió gilipollas.
No entiendo mucho esa manera de proceder. De inventarse una mentira tan elaborada, si la intención es no volver a quedar.