Nos
sentamos en un banco al final del paseo, en la parte más sur del pueblo, y
estuvimos hablando durante horas. Dani estaba de vacaciones aquí, para mi
asombro llevaba veraneando allí prácticamente toda la vida, más o menos como
yo. Cuando salíamos de marcha por Madrid formábamos parte de un grupo bastante
extenso de amigos y lo cierto es que nunca intimamos mucho, pero de ahí a no
vernos en un lugar que tampoco es enorme, pues fue curioso. Dani era un chico
alto, de 1,80, de complexión delgada, castaño claro tirando a rubio, piel
siempre bronceada, cara fina, ojos miel y cuerpo ligeramente fibrado, no porque
fuera al gimnasio, sino porque formaba parte de su constitución.
Le
costó creer que no supiera lo que era el cruising ni dónde se practicaba y me
preguntaba que si cuando iba allí nunca echaba un polvo. Por aquel entonces
todavía no había smartphones ni aplicaciones de ligoteo, sólo estaban los chats
a los que había que conectarse yéndose a un ciber café. Y en un destino donde,
pese a la longitud de sus playas, predominaban familias, pues ligar con otro
tío no se hacía sencillo.
Me
explicó que había zonas un poco alejadas del pueblo donde los hombres iban a
tener sexo con otros hombres al aire libre. Sin compromisos, la mayoría de
veces sin presentaciones, cosas rápidas. Me comentó que con la irrupción de
internet, los chats y los desarrollos urbanísticos, la cosa había decaído un
poco, pero vamos, que se podía ir allí a pasar un buen rato.
Me
habló del sitio más cercano del pueblo donde se podía llegar andando, a unos
2,5 kilómetros;
-
Si vas por la playa, ve en dirección Torrevieja y cuando pases el Gran Hotel,
verás al fondo, tras la pinada, una caseta en ruinas. Sube a ella por la pinada
y cuando vayas llegando empezarás a descubrir el sitio. Por las noches ahora en
verano se pone a tope.
Dani
se marchaba a Madrid al día siguiente y no podía acompañarme a descubrir este
sitio del que tan bien hablaba, pero volvería algunos días después.
-
No seas tonto y anímate a ir. No te va a pasar nada, si un tío te entra y no te
apetece, pues lo mismo que en un bar, le rechazas y punto.
Pero
a mí me daba miedo. Nunca había ido a uno de estos sitios y sólo pensar en ir
por mi cuenta sin acompañante hacía que mi corazón latiese a mil por hora.
Hasta ese verano no había sido un chico echado para adelante ni excesivamente valiente, pero sí me
gustaba descubrir cosas nuevas. A su vez, el morbo por descubrir un lugar donde
los tíos follaban entre pinos o en una vieja casa, me ponía los pelos de punta.
Y lo que no son los pelos también.
No hay comentarios:
Publicar un comentario