3 de enero de 2016

CAPÍTULO 137: LOS MALOTES (Parte 1)

Me decían mis amigos del barrio que el cambio del colegio al instituto era un trance duro debido a que los institutos de la zona no eran precisamente de lo mejorcito de Madrid. Me daban cierta envidia porque era como un paso trascendental del que todos hablaban y que yo no iba a vivir, ya que en mi colegio privado se estudiaba todo, sin cambios de centro, solo cambiaríamos de planta. Entonces, para mi, el hecho de cambiar de ciclo era algo sin importancia, ya que hasta terminar bachillerato no cambiaría de techo, solo de clase. Era simplemente como pasar de curso. Sin embargo, como ya conté en entradas anteriores relacionadas con mi adolescencia, el cambio se dio en el paso a sexto de primaria. Desde el curso anterior nos acompañaban unos cuantos repetidores de uno y dos cursos, la mayoría chicos, que habían hecho madurar a golpe de caballo a esos niños que llevaban desde infantil juntos.

Estos repetidores eran conocidos como los malotes del cole, los más gamberros, los que hoy en día llamaríamos 'canis'. Solían ir siempre en chándal, por aquel entonces el que estaba más de moda era el típico Adidas negro o blanco con rayas verticales en el lateral. Además, llevaban siempre las últimas deportivas de marca, las últimas mochilas y ropa de marca. Venían, en su mayoría, de familias acomodadas que quizá no podían dedicarles el tiempo que necesitaban aquellos chavales. Pero sus bajas notas, su escaso rendimiento académico y sus gamberradas eran lo que más conocíamos de ellos. Y como en todo grupo de malotes que se precie, había un líder y los demás eran sus coristas. Eran entre 1 y 2 años mayores que nosotros, es decir, si en aquel curso teníamos 12 años, ellos andaban en los 14. Las chicas estaban loquitas y fascinadas por ellos: chicos ya desarrollados, marcando paquete, con las facciones más duras. Y los chicos les temían o les respetaban. Eran los reyes del cotarro y cada año tenían un objetivo principal nuevo al que acosar y perseguir, entre otros muchos: aquel año fue un chaval inteligente, de sobresalientes, que acabó suspendiendo seis asignaturas a final de curso por el acoso constante; en 1º de la ESO fue el gordito de la clase, que años después acabó cambiándose de colegio. En 2º de la ESO fue un chico apasionado por las ciencias, que por el estrés acabó perdiendo 15 kilos y cambiándose de clase. Y en 3º de la ESO fueron a por aquel chico que pasaba desapercibido, ese que tenía cierto carácter y se le daba bien el baloncesto y que sacaba notas buenas sin sobresalir.

Ese chico era yo.

En aquel curso me tocó sentarme todo el año académico con el líder de los malotes, en la última fila, al final de la clase. Los profesores pensaron que podría arrastrarle a la luz y que conmigo de compañero podrían hacer mejorar su actitud y sus malas formas. No les culpo, lo habían intentado todo con este grupito y ya solo les quedaba la expulsión definitiva (pero eso significaba perder dinero mensual de ellos y de sus hermanos). El acoso empezó desde la primera semana. Y tras mis encuentros con el peque, ya avanzado el curso, se habían disparado algunos rumores. El problema para ellos era que yo era amigo de los malotes del barrio, por habernos criado juntos. Y los malotes del barrio se llevaban a matar con ellos y les intimidaban. Esa amistad mía fue lo que me salvó de peleas, acosos y malos rollos que vete tú a saber qué consecuencias podrían haber tenido. Una vez Fernando, el líder, descubrió de quién era amigo, el acoso paró y no volví a sufrir más amenazas del tipo a la salida te espero. Pasó a limitarse a copiarme los deberes y a poner su nombre en los trabajos en parejas que yo hacía. 

El sexo era un tema de conversación habitual entre aquellos malotes de 16 años. Entonces era normal ser virgen con esa edad aún. Estamos hablando de la época del inicio del petting, una moda sexual que nos fascinaba a los adolescentes de entonces y que hoy en día creo que ni existe. Un día, en una clase en la que el profesor faltó y nos pusieron a un sustituto que debía estar en dos clases a la vez, otro de los malotes se sentó en la mesa de delante y ambos empezaron a hablar. Fernando le contaba cómo en la tarde de ayer le había metido dos dedos a María y de cómo su coño echaba babas, el otro, Iván, asentía y también contaba sus batallitas, pero se limitaba a escuchar a su líder:

— Y al final acabó cascándome un pajote, allí en el descampado de los cines. 
— No jodas tío, qué guarra, les van más los rabos —decía Iván.
— Quise que me hiciera una cubana, con esas tetas que tiene, pero solo me dejó echarle la leche y la muy cerda se la restregó — explicaba Fer.
— Joder, qué cerda, chaval. A mi me la cascan y me toca limpiarme con un pañuelo...— dijo Iván siendo interrumpido por Fer.
Buff cómo se me está poniendo de recordarlo, chaval...—susurró.

Y en ese momento salí de mi empanada mental. Estaba ya tan acostumbrado a escucharles que solía desconectar. Sin embargo, al oír esa frase no pude evitar girar la cabeza y mirar cómo Fer se apretujaba un prominente paquete en aquel chándal:

— Y tú qué Marcos. ¿Ya te la ha cascado alguna tía? —dijo, mirando al otro y riéndose.

No solía responderle, ya que no era la primera vez que me interrogaba sobre el tema. 

En mis pensamientos más ocultos, Fer me había follado 400 veces. Estaba tan fascinado por él, por su belleza, por su masculinidad, por lo desarrollado de su cuerpo, por el paquete que marcaba, como lo estaban las chicas de clase. Por el y por su grupo. Cuántas pajas les habré dedicado imaginando que me hacían un bukkake, pero él era el líder por una razón y por eso me atraía tanto, en una época en la que no tenía nada claro. Incluso llegué a desear ser como el, claro que, pensándolo fríamente años después...

Otro de los días, también hablando de sexo en clase, la movida fue un poco mayor. Ellos hablaban de lo suyo, mientras yo miraba embelesado por la ventana pensando en quien sabe qué. Había cambio de clase y Fer fue de los primeros en levantarse, de tal manera que él de pie y yo sentado mirando a la ventana, su paquete morcillón quedaba a mi altura. Y visto desde fuera debía parecer que estaba contemplando su paquete y no la ventana. Fer así lo interpretó y se llevó la mano para agarrárselo con fuerza y dejar poco a la imaginación de aquellos pantalones. Salí de mi ensimismamiento y le miré: allí estaba él
mirándome con esa cara de niño malo sonriente que sabe que acaba de conseguir lo que siempre había sospechado:

— ¿Qué, Marcos? ¿Te mola mi rabo? ¿Has salido maricón? —dijo, con una sonrisa para quitarle agresividad al asunto.

Maricón. Maricón. Maricón. Esa palabra resonó en mi cabeza mil veces en aquellos segundos. Era de las primeras veces que me dedicaban ese insulto, el 'maricón' de la clase era otro. No supe reaccionar y solo pude mirarle a los ojos y reírme. 

Creo que pudo sentir mi miedo, o verlo en mis ojos, como si se tratara de un depredador. No dijo nada, me lanzó una mirada de satisfacción que lo decía todo y me dio un puñetazo en el hombro (por aquel entonces los chicos se daban puñetazos suaves en señal de saludo). Esa tarde la pasé bastante angustiado en casa pensando en qué pasaría desde aquel momento en adelante, qué cambiaría, si tendría que recurrir a mis amigos del barrio para frenarles... Era común las peleas entre ambos bandos, entre Fernando y Cristian, que eran los dos líderes. Cristian era un año mayor que Fer y le sacaba una cabeza, así que Fer trataba de no meterse en líos con ellos. Incluso, a veces, se unían para pelearse con malotes de otras ciudades o barrios. Absurdo.

Que los malotes sacaran malas notas, suspendieran todo menos Educación Física y alguna más, no significaba que fueran tontos. Solo significaba que usaban su inteligencia como mejor les convenía. Y en cuanto a los estudios, la regla del mínimo esfuerzo era su biblia. En principio nada cambió entre Fer y yo al día siguiente, ni al otro. Seguían hablando de sexo y cada vez se empalmaba más veces en clase, hasta que me di cuenta de que lo hacía para llamar mi atención y ver si miraba. Fue duro contenerse, porque hasta empezó a meterse la mano por debajo e incluso podía oler el olor a rabo que me la ponía dura sin tan siquiera mirar. Así pasaron semanas, con algún roce forzado, algún comentario, pero nada más.

Nada más, hasta que Fer me pilló con la guardia baja un día tiempo después. Había nevado (sí, aquellas épocas en las que nevaba incluso en el sur de Madrid y de forma abundante), muchos profesores que vivían en la sierra no habían podido llegar y muchos alumnos tampoco, bien por ellos o porque sus padres no habían podido traerles. Éramos como 12 alumnos en clase y para suerte de mi, Fer era uno de ellos. Fue un día perdido, de esos en los que no se da clase y te dicen: aprovechar para hacer deberes y estudiar en silencio. Claro, con tantos profes sin poder llegar tenían que repartirse el trabajo. Estudiar con Fer e Iván al lado, era imposible, así que hacía como que estudiaba, mientras ellos no paraban de hablar. En esta ocasión, Fer se quejaba por que Lidia solo había querido hacerle una paja después de enrollarse y él ya tenía ganas de que alguien se la chupara. Sonó el timbre del recreo y, como siempre, salieron disparados al patio. Tardé en guadar las cosas y fui al baño de chicos, porque me meaba. Allí estaba Fer en los urinarios de pared, de los que pasé para meterme en los cubículos con váter. Cuando salí, nada más abrir la puerta, allí me esperaba Fer sacudiendo de su polla las últimas gotas de pis. Me empezó a dar conversación sobre fútbol sin parar de menearsela y mi máxima concentración era en asentir y en clavar mi mirada en la suya, sin bajar la vista a aquello que crecía por momentos. Pero no pude evitarlo, fue un segundo. Una fracción. Un pestañeo. Nada. Bajar la vista, mirar su polla semi erecta, y devolver la mirada a sus ojos. Pura inconsciencia. No se habría dado cuenta. ¡Si casi no había podido ver nada!

Traté de zanjar aquella conversación diciendo que tenía que ir a la cafetería, para evitar cagarla más, y antes de salir del baño, Fer dijo:

— ¿Quieres cogérmela?
— ¿Cómo? —contesté.
— Sí, si te apetece sujetármela mientras meo. Te dejo que lo hagas, tronco —dijo con una media sonrisa, mientras la meneaba.
— ¿Qué dices? ¿Y por qué me va a apetecer a mi cogerte la polla? —dije, con un evidente falso tono de voz.
— Porque he visto cómo me la miras. Si te apetece, aquí la tienes. Cógela y menéala, o haz lo que te apetezca hacer con ella —insistía.

La parte más pasional de mi cerebro mandaba órdenes para que mi brazo se estirara y cogiera ese rabo para menearlo bien, sería el segundo rabo tras la primera vez con El Peque. Deseaba cogerlo, pajearlo, arrodillarme y metérmelo en la boca para chupársela hasta el final. Mi parte racional pensaba lo contrario, que era mala idea, que podría haber consecuencias, pero tampoco podía vivir siempre pensando en las consecuencias. Había que ser valiente.

Entonces decidí responder. 



12 comentarios:

  1. ¡¡¡Uff!!! Entre que anoche me hice la primera paja del año tras 3 días sin nada y que aun tengo dolores y ganas de paja se me ha subido desde el primer momento en esta historia. ¡¡A saber qué viene después!! Me imagino que podría ser el segundo tío tras "El Peque" que te folle o... a lo mejor no jajajaja. No sé si esta historia es posterior a esa primera vez xD.

    Espero con ansia la continuación. A ver si es antes de Reyes :P.

    Muchas gracias Mario.



    James

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    1. Sí, esta historia es posterior a esa primera vez con El Peque ;)

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  2. Madre mía, tio, no nos dejes con la intriga mucho tiempo! jeje

    Esto que cuentas me ha recordado mucho a algo que me pasó cuando era chaval también en el colegio, que me gustaba mucho también el repetidor de clase, pero en mi caso nunca pasó nada, pero sí que le vi una vez cascarse una paja en mitad de una clase (en la ultima fila donde se sentaba). Un morbazo que no olvidaré nunca.

    Saludos.

    Pablo G.

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    1. Es fuerte eso de cascarse una paja en plena clase, ¿eh? Los malotes de mi clase alguna vez también lo hacían, pero siempre dentro del pantalón y con los profesores menos duros, por decirlo así.

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  3. Eso, estoy deseando saber como acaba la historia. En mi caso más que historias morbosas en el instituto tenía ese tipo de historias en el conservatorio. Además para cuando llegué al instituto venía un poco de vuelta de haber vivido de forma casi nómada de una ciudad a otra y pasaba siete pueblos de todo el mundo.

    Abrazotes.

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    1. Pues fíjate, en mi caso tuve más morbos en el instituto que en la etapa posterior, que fue la universitaria, de relativa calma sexual... Que se explica porque estuve en una tormentosa relación. ¡Gracias por comentar!

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  4. Bueno Marcos, eso de que entonces no se perdía la virginidad hasta pasados los 16 es muy relativo no?? Vamos, que habrá de todo... En mi caso fue a los 15, estando en el instituto, pero no fue en el instituto. me fui de cruising a un centro comercial y me dieron de mamar bien entre dos, después uno me puso mirando para Cuenca y desde entonces soy más pasivo que cualquier otra cosa. ya ves, un chaval de 15 años en los baños de un centro comercial era un caramelito.
    no tardes mucho en contarnos que pasó con el malote!

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    1. Pues a los 15 años y enculado en un centro comercial es pronto, ¿eh? ¡Gracias por comentar!

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  5. ..."Cógela y menéala, o haz lo que te apetezca hacer con ella", Ummm... Jejeje... Menudo pájaro !

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    1. Ya ves, quería darme de mamar; pero entonces yo era tímido e inseguro como para lanzarme a por aquel chupachús que hoy me habría zampado sin dudar tanto como dudé entonces ;)

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  6. Joder Marcos que suerte... mi paso por los estudios no fueron así ajajajaja

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    1. No se si suerte o casualidad, ¿eh? Aunque también te digo que en la época universitaria la cosa se calmó bastante en los comienzos ;)

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