3 de julio de 2014

CAPÍTULO 83: DE ORGULLO Y MORBO EN LA PISCINA

Una de las cosas que más me gustaban del mundo del cruising es que podría decirse que cada año, o cada temporada, siempre había un punto de novedad: una experiencia nueva, un tío nuevo, en un sitio desconocido, en casa de alguien, gustos sexuales distintos... No había ocasión en la que no aprendiera algo nuevo y eso era parte de lo que para mi hacía tan interesante estos encuentros y vivencias que comparto con vosotros. Como ya he mencionado alguna vez, abandoné bastante el ambiente madrileño cuando dejé de salir de marcha por conocidas discotecas y lugares, dejó de ser lo mío y sólo regresaba para quedar esporádicamente con algunos conocidos. Sin embargo, cada año había una ocasión en la que regresaba al ambiente madrileño: las Fiestas del Orgullo Gay que se celebran cada año entre los últimos días de junio y los primeros de agosto. No, no estoy particularmente a favor de esta celebración, porque creo que ha perdido todo su sentido en un día que básicamente supone beber y pasar un buen rato con tus colegas. Soy de los que piensan que si queremos normalidad, este tipo de jolgorios no son lo más adecuado para conseguirla. Pero ese es otro tema. 

Se trataba de una ocasión especial porque conseguíamos juntarnos todos los amigos, incluidos ya Sergio y Dani, para pasar unos días agradables, ponernos al día con la vieja pandilla madrileña e inmediatamente después irnos cada uno a nuestros respectivos destinos veraniegos. Teníamos algunas rutinas bastante marcadas: qué parques visitar, a qué conciertos asistir, a qué fiesta iríamos el sábado por la noche y, lo que ocupa a esta entrada, qué día pasaríamos en la mítica piscina municipal de Lago, una piscina, para los que no sois de Madrid, que desde hace muchos años es de ambiente, sobre todo su parte superior. Una piscina donde he pasado muy buenos momentos, pero que con el tiempo, ya ido llenando de musculocas y los típicos que te van mirando por encima del hombro con aires de superioridad que han hecho de esta piscina algo mucho más frívolo y distante de lo que un día fue. Pero bueno, no había tiempo para reproches, había que ceder y pasar un divertido día todos juntos. Se supone que en esta pisicina hay bastante cruising en los baños, duchas y vestuarios, sin embargo ni yo ni mis amigos hemos ligado nunca en ese plan allí. Quizá porque simplemente íbamos a pasarlo bien y no estábamos pendiente de esas cosas.

Por esta razón precisamente me sorprendió tanto lo que apenas una semana después pasó en la playa. A pesar de que adoro ir a la playa, también me gusta mucho la piscina, y lo bueno de las piscinas públicas de sitios de playa es que suelen estar vacías porque la gente se marcha a las playas o a piscinas de urbanizaciones privadas, así que tienes oportunidad de nadar libremente sin miedo a chocarte con nadie. Y ya que en la playa no iba al gimnasio, pues había que aprovechar esta ocasión para mantenerse en forma. Como cada año, me había sacado el abono de verano y como cada mañana, allí estaba yo a media mañana preparado para hacerme unos cuantos largos. Y como venía siendo habitual, apenas había gente haciendo uso de la piscina, aunque sí de las tumbonas y del césped. El caso es que cuando llevaba unos 15 minutos nadando, me fijé en que otro chico al que nunca había visto por allí antes, se dedicaba a hacer más o menos lo mismo que hacía yo: ejercicio. No era nadar por relajarse, sino para ejercitarse. Y ya no solo coincidimos un día, sino que empezó a ser tónica bastante habitual. A mi este chico me recordaba bastante a un chaval que participó en un reality de la tele hace algunos años: facciones faciales marcadas, barba recortada, piel morena, ojos marrones intensos, mandíbula prominente, buenos muslos y cuerpo bastante marcado. Así que podría decirse que entre los dos teníamos la piscina bastante animada.

Uno de estos días, al finalizar, coincidimos en los vestuarios, donde siempre aprovechaba para ducharme y quitarme el olor a cloro. Las duchas de estos vestuarios no me gustaban nada ya que no tenían separación, es decir, estaban los grifos de agua separados por un metro y medio de distancia sin ninguna pared ni puerta. Debe ser que este chico no conocía los vestuarios y aquel día coincidimos en las duchas, y pude notar cómo se le escapaba alguna mirada hacia mi. Más tarde, en los lavabos, el tío dio el paso y se presentó:

- He visto que nadas por aquí todos los días, no se te da mal - introdujo.
- A ti tampoco la verdad, pero esta piscina era mía - dije medio riéndome.
- Si quieres podemos hacer alguna competición y entrenar juntos, que es más entretenido, ¿no?.
- Por mí estupendo - dije.
- Bueno, me llamo Carlos - dijo.

Y así nos presentamos y empezamos a quedar cada mañana para hacer sesiones juntos, no es que habláramos mucho, pero se notaba que había cierta química y la competición siempre era buena para acrecentar esto. No imaginé que en un determinado momento pudiera pasar algo entre nosotros, sino que nos limitábamos al mero colegueo. Además, llevaba alianza. 
A los pocos días de entrenar, nos fijamos al entrar a la piscina en que había carteles anunciando un nuevo servicio de jacuzzi y spa en una instalación cercana a los vestuarios, que años antes había sido un viejo caserón con herramientas. Y Carlos propuso ir a conocerlo para descargar un poco la tensión muscular.
La cosa es que cuando fuimos a preguntar, los encargados nos dijeron que era necesario reservar, pero que ese mismo día no tenían ninguna reserva y que si nos apetecía nos hacían un hueco y un descuento por ser el primer día. Estaríamos solos y además nos indicaron que podíamos utilizar el jacuzzi sin bañador. Total, ya nos veíamos desnudos en las duchas todos los días, qué más daba hacerlo en una piscina con burbujas. 

Allí nos fuimos después de entrenar y bueno, las instalaciones dejaban mucho que desear en comparación con otros sitios que conozco, era algo muy básico y de espacio reducido, pero bueno, no estaba mal contar con más servicios en el pueblo. Cerramos la puerta, nos quitamos el bañador, encendimos el jacuzzi y allí nos metimos, el uno enfrente del otro, semi recostados y disfrutando de aquella estancia con el único ruido de las burbujas y el motor que hacía aquello funcionar. Cerré los ojos y creí por un momento estar en un paraíso de relax, con las burbujas recorriendo mi cuerpo, mis músculos desentumeciéndose y un pie acariciándome los huevos. ¡¿Cómo?! Sí, tenía un pie acariciándome los huevos. Y si sólo éramos dos en aquel jacuzzi estaba claro que el pie era de Carlos. Abrí los ojos despacio como quien se acaba de despertar por la mañana y allí le vi mirándome con cara de vicioso mientras el movimiento de su brazo derecho delataba que se estaba pajeando. Me lo quedé mirando fijamente y, sin cruzar palabras, se acercó a mi, sumergió la cabeza y se puso  a chuparme la polla debajo del agua, saliendo cada varios segundos a tomar aire. Nunca me la habían chupado debajo del agua, y bueno, no estaba mal, pero tampoco me pareció nada del otro mundo. Estuvo un rato dandole lengüetazos a mi rabo y a mis huevos, hasta que subió hacia a mi y empezamos a besarnos, sobarnos y enrollarnos desenfrenadamente. A mi Carlos me atraía bastante, pero en aquellos momentos no daba mucho crédito a lo que estaba ocurriendo, así que me limité a hacer y dejarme hacer. Tenía una polla muy estándar, del tipo medio, que sólo me dejó pajear alguna vez y ante mis intentos de bajar a probarla, me encontraba con sutiles rechazos. Así que no insistí. Carlos se sentó encima de mi rodeándome con sus piernas y dirigió una de mis manos hacia su culo. No se de quién sería la alianza de su dedo, pero aquel culo estaba bien abierto. Vamos, que no era la primera vez que una mano o polla andaba por aquellos recovecos de ese culo tan duro y prieto que chupaba mis dedos con ansia, sin necesidad alguna de lubricantes y sin muestra alguna de dolor o incomodidad por su parte:

- Méteme la polla tío... -dijo Carlos en una especie de susurro, mientras me besaba y acariciaba mi rabo. 
- ¿Tienes condones? - pregunté.
- Fóllame tío... estoy limpio... métela y fóllame a tope - gimió.
- Te la clavaría todo lo bestia que quisieras... pero dame un condón - insistí.

Así que, un poco de mala gana, se levantó y, para mi sorpresa, se empezó a vestir, cogió la mochila y gruñó:

- No soporto que todos seáis ahora tan puritanas, si te digo que estoy limpio, es que lo estoy, joder. Que te vaya bien.

Y salió por la puerta con un cabreo considerable. Así que no me quedó más remedio que coger mi mano derecha y hacerme una paja en aquel jacuzzi que estrenaba aquel día y que ya supuso quedarme con un relax total.

Carlos, si es que en realidad se llama así, no volvió por la piscina ningún día más, pero casualidades de la vida, le vi semanas después en una discoteca de Alicante de la mano con el hombre que debía de ser su pareja. El que le había regalado la alianza.

1 comentario: