5 de septiembre de 2016

CAPÍTULO 157: BAJO LA ATENTA MIRADA DEL PUIG CAMPANA (Parte 1)

Cuando eres niño y tus padres te llevan a la playa esperas pasarte los días construyendo castillos de arena y chapoteando en las templadas aguas del mar mediterráneo todo el tiempo. Si por mi hubiera sido, me habría tirado las horas muertas jugando en el agua sin parar para subir a casa a comer o echarme la siesta. Los días en la playa eran pura rutina, sin embargo siempre diré que una de las ventajas de la infancia es que hacer amigos es mucho más fácil. 

Recuerdo como si fuera ayer la mañana en la conocí a Albert y Lluís. Con unos 8 años estaba, como cada mañana, en la playa con mi familia, la sombrilla, las esterillas y todos los demás bártulos. Mi padre era de los que bajaban temprano, ya que en una playa como aquella bajar más allá de las 11 de la mañana implica tener que ponerte en 7ª u 8ª fila como poco. Desde hacía unos días había un par de niños que se ponían cerca nuestra en la playa. Bajaban con su tío, porque así se dirigían a él, y se pasaban la mañana en la orilla de la playa jugando el uno con el otro. Uno más moreno, alto y con carácter y el otro más blanco, castaño y más tímido. Di por hecho que eran hermanos, porque además llevaban el mismo bañador y la misma camiseta. Un día de esos en los que no me podía bañar por estar la bandera roja me dio una pataleta y empecé a gritarle a mis padres de forma continuada esa frase de: ¡me aburro! Cuando ya empecé a ponerme pesado y mis padres no sabían bien qué hacer, vi cómo Albert (harto de escucharme) se dirigía hacia mi con paso firme, se paraba delante de nuestro tenderete y les espetaba a mis padres:

- ¡Disculpen! ¿Me dejan llevármelo a la orilla para que no siga gritando?

No esperó contestación ni aprobación por parte de mis padres, sino que simplemente tomó mi mano con fuerza y con más fuerza aún me arrastró hacia la orilla y me sentó junto a Lluís y sus varios rastrillos y cubos de juguete. Al principio me crucé de brazos y no hice nada, pero como decía antes, hacer amigos en la infancia es más sencillo y al cabo de unos minutos estaba jugando con ellos como si nos conociéramos de toda la vida. Mis padres estaban encantados y congeniaron bien con el tío de los niños, así que durante aquel verano y los siguientes me los pasé pasando con estos dos muchachos, a la par que por las tardes me iba con mis amigos de la playa de siempre.

Albert y Lluís eran alicantinos, pero no eran hermanos. Sus madres eran amigas de toda la vida y los muchachos se habían criado juntos y hecho inseparables. Con apenas cuatro años los padres de Lluís se divorciaron, el padre se marchó a Argentina a rehacer su vida dejando todo atrás y su madre murió poco después tras un atracón de antidepresivos. Ante la carencia de más familia que se quisiera hacer cargo de él, Lluís fue acogido por la familia de Albert como uno más y vivían en Altea durante el invierno y periodo escolar y en el verano el tío de Albert se los traía a esta zona, en la que tenía un apartamento. Pese a tener la misma edad, Albert ejercía claramente de hermano mayor, protector y Lluís era como el hermano pequeño sensible que necesitaba ser protegido constantemente. Pese a todo, los dos eran niños muy abiertos, sociables y con una relación tan cercana que resultaba envidiable aunque no fueran hermanos de sangre. 

A veces la sociedad es cruel. Cuando los niños dejan de ser niños y comienzan el tránsito a la adolescencia, les empezaron a tachar de mariquitas en el colegio y, posteriormente, en el instituto. Albert, con su marcado carácter, se metía en peleas o enfrentamientos semana sí y semana también para defender a Lluís. Como se sabía que en realidad no eran hermanos, esa unión tan cercana entre ellos (que muchas veces iban de la mano o se daban abrazos repentinos) daba mucho que hablar. Incluso mis padres lo comentaban algunas veces. Ya con 14 años intenté integrarlos en mi grupo de amigos de la playa, pero aquello fue un absoluto desastre, dado que mis amigos tampoco sabían aceptar su ‘extraña’ relación y surgieron muchos enfrentamientos. El punto de distancia en nuestra relación lo marcó un hecho ese mismo verano, cuando comiendo en casa de su tío, les pillé dándose un beso en una habitación. Un beso en la boca y con buena dosis de lengua. Y el Marcos de 14 años que empezaba a cuestionarse su propia sexualidad quiso huir de aquello y marcar distancias, no fuera a ser que mis amigos de la playa fueran a extenderme a mi aquello de ‘maricón’ también.

Pese a todo, Albert y Lluís me siguieron llamando cada verano, nos seguimos viendo alguna que otra vez y siempre se me quedará una frase que me dijo Albert un año después:

- Cuando quieras acordarte de nosotros, mira hacia el Puig Campana, que en los días claros y despejados es visible desde esta playa.

La leyenda de la montaña del Puig Campana, que da cobijo y sombra al municipio de Altea y es una de las más altas de Alicante, es una historia épica de amor en la que un caballero hizo un agujero en la montaña para proteger a su amada de una maldición que le quitaría la vida con el último rayo de sol que se pusiera por ella. Posteriormente, el caballero lanzaría ese trozo de piedra al mar dando lugar al islote que se ve frente a las playas de Benidorm. 

Años después, en un verano como aquel en el que me encontraba en la playa sin mis amigos Sergio y Dani, la llamada por sorpresa de Albert me despertó de unos días de cierto letargo en los que no tenía ganas ni de ir de cruising. Hacía tres años que no recibía su llamada, cosa comprensible ya que el año anterior sólo les pude dedicar un café de hora y media y poco más. Albert era un chico muy cálido en sus palabras, me había cogido mucho afecto y ningún rencor por el distanciamiento que yo puse hacía una década. Estuvimos hablando largo rato y en vista de que la conversación no tenía fin, me invitó a pasar el fin de semana con ellos en Altea. 

Lo cierto es que les había ido razonablemente bien en la vida. Acabaron el instituto y decidieron no ir a la universidad como el resto de su entorno, sino hacer un grado superior en turismo. Invirtieron el dinero que dejó la madre de Lluís, tras su fallecimiento cuando éste era pequeño, en comprar un coqueto local en el centro de Altea y abrir un pequeño bar con un concepto diferente. Decorado con motivos árabes, se trataba de un bar en el que podías tomar cualquier cosa en un ambiente relajado, sin gritos y respirando tranquilidad. Además, Albert había comprado un pequeño ático no muy lejos de allí donde ambos se habían independizado. Sí, Albert y Lluís formalizaron su relación de pareja a los 17 años y a los 23 se casaban en el registro civil del propio Altea. 

Preparé una pequeña mochila con lo imprescindible para el fin de semana, cogí el coche y me planté en su pueblo en poco más de hora y cuarto de aquel viernes por la tarde. Habíamos quedado en su bar, estaba claro que no podían cerrar un viernes por la tarde máxime tratándose de un sector tan esclavo como es el de la hostelería. La pareja que me encontré dirigiendo aquel encantador bar era muy diferente a la que yo recordaba. Me encontré con un Albert moreno, con barba muy rasurada, unos brazos de impresión decorados con algún tatuaje que otro, un culo redondo y apretado y unas facciones masculinas (que siempre las tuvo) muy marcadas. La sorpresa también me la dio Lluís, que sin estar tan cachas como su marido, bajo aquella fina camiseta de tirantes se veía un bonito cuerpo fibrado y lampiño. Me dieron un profundo abrazo con el que me confirmaron que aquella calidez de sus palabras al teléfono se traducían un sentimiento real de amistad y aprecio por mi, que llegó incluso a ruborizarme. También se fijaron en que yo estaba más fuerte que antes y empezamos a comentar las rutinas de gimnasio y ejercicio que seguíamos. Me invitaron a una cerveza artesanal hecha en el pueblo y, con una confianza que me volvía a impresionar, me dieron un juego de llaves de su piso y me indicaron donde estaba, por si quería ir a dejar mis cosas allí. Rechacé la invitación y me quedé echándoles una mano en el bar, hasta que pudimos cerrar pasada ya la media noche. 

Su casa estaba a menos de diez minutos del bar. Se trataba de un antiguo edificio de tres plantas situado en la parte final del pueblo, solo equipado por unas estrechas escaleras. El piso de los chicos se parecía mucho al estilo con el que habían decorado el bar: colores vivos al temple en las paredes, motivos árabes sobrios, cojines en el suelo y lámparas que daban luz de colores tenues. Según se entraba había pequeño recibidor que daba acceso al salón con cocina americana incluida. El salón tenía dos ambientes: uno con cojines en el suelo y una mesa bajita, y otro más amplio con sofá-cama, mesa plegable, sillas y varias estanterías. Su habitación era del estilo con una cama enorme de 1,50, un par de espejos en el techo y un amplio ventanal que daba al Puig Campana. Lo más impresionante era el baño: lo habían reformado quitando una habitación y habían puesto una bañera enorme, que por lo menos medía dos metros de largo por dos de ancho. 

Cenamos un hojaldre de espinacas que había preparado Lluís, bebimos vino blanco de la tierra y nos pusimos al día con una cháchara que no tenía fin y en la que tocamos todos los temas rememorando nuestra infancia y, sobre todo, poniéndonos al día. Además, Lluís había preparado también unos pequeños bollitos de almendras que tomamos de postre con crema de orujo bien fresquita. Me sentía como en casa desde que crucé la puerta y, en cierta parte, envidié la relación que tenían.

Pasadas las dos y media de la madrugada, me dijeron que se iban a dar un baño antes de acostarse y que después prepararíamos el sofá-cama. Mientras ellos se metían al baño, les eché una mano recogiendo lo que habíamos ensuciado hasta que la voz de Albert me llamó:

- ¡Marcos! ¿Puedes venir? –dijo desde el baño.

- ¿Puedo pasar, chicos? –dije desde la puerta del baño.

- Sí, claro –contestó Lluís.

Estaban en la bañera metidos con abundante espuma el uno enfrente del otro. Habían encendido una pipa y el ambiente era embriagador, ya que aparte del olor sólo había la luz que daban un par de velas y un cirio. 

- Aquí cabe uno más, si te animas –dijo Albert poniéndose de pie y dejando sus grandes atributos a la vista. 

- Ánimate Marcos, se está en la gloria en esta bañera - dijo Lluís.

Así que, frente a la mirada de ambos, me desnudé por completo dejando mis ropas en suelo y cogiendo a Albert por su mano derecha me metí con cuidado en aquella bañera y me puse a su lado. Albert pasó su brazo por encima de mi hombro y me estrechó junto a él:

- ¿Tienes frío, Marcos? –preguntó.

- Ahora mismo, ninguno –respondí mirándole a los ojos, justo antes de que su cabeza se girara y me diera un beso en la boca humedeciendo su lengua con la mía.

Me quedé mirando a Lluís que contemplaba la escena con una sonrisa cómplice y asentía con la mirada a modo de aprobación. Seguí besándome con Albert largo y tendido hasta que mi polla erecta asomó por encima de la espuma.

- Pero… qué tenemos aquí Marquitos… -susurró Albert cogiéndome la polla y empezando a pajearme suavemente.

Eché mi cabeza hacía atrás apoyándola en el respaldo de la bañera mientras que la lengua traviesa de Albert se perdía en mi cuello y oreja, en la que susurró:

- ¿Dejas que Lluís te haga una mamada?

- Claro… -respondí.

Y acercándose como un gatito temeroso desde el otro lado de la bañera, desenroscando sus piernas de las nuestras, Lluís se metió mi polla en su boca y me la empezó a chupar con una suavidad que provocaba un placer brutal.

- ¿Cuántas veces puedes correrte en una noche? –susurró Albert de nuevo en mi oreja.

- Según lo caliente que me pongáis… -susurré yo.

- ¿Es que aún no tienes el suficiente calor? –dijo Albert llevando mi mano derecha a su enorme polla tiesa, que empecé a pajear y acariciar bajo el agua.

Estaba apunto de correrme y cogí la cabeza de Lluís con las dos manos suavemente y con mimo para decirle que parara, que me iba a correr. Lluís miró a Albert y éste se acercó a mi oreja y susurró de nuevo con su masculina y profunda voz:

- ¿Le darías de beber tu leche? A Lluís es lo que más le gusta…

No respondí. Cogí la cabeza de Lluís de igual manera que antes y le introduje mi polla en su boca de nuevo, para que la siguiera mamando con la misma suavidad que hasta entonces. Entonces, Albert, en un movimiento brusco, se puso de pie en la bañera frente a mi y por encima de Lluís, que quedó bajo el arco de sus piernas, y me introdujo su enorme pollón en la boca. Una polla que mediría fácilmente 20 centímetros, con un gran capullo que me entretuve en saborear como si fuera un helado derramándose y en ese momento, cuando apenas le había dado un par de lametazos, experimenté una sensación única: la de correrte en la boca de quien te la está chupando a la vez que la polla que tienes en tu boca empieza a llenarte la boca leche, hasta tal punto que se te desborda por la comisura de los labios. Los tres nos fundimos en un momento de gemidos y Lluís se puso de pie junto a su marido, quien le pajeó durante unos 25 segundos y me derramó su leche en mi cara. La polla de Lluís tampoco estaba nada mal, algo más fina, pero de fácilmente 18 centímetros. Pasado este momento de éxtasis, nos quedamos relajados y abrazados en la bañera fumando ese aroma a cereza que se respiraba por aquella pipa, nos enjabonamos mutuamente dedicando cierto tiempo a morbosear en los agujeros de nuestros culos, aclaramos, secamos y me ofrecieron pasar a su cama. 




5 comentarios:

  1. Albert y Lluis tienen una historia preciosa, un amor como de película. Es verdad que la sociedad muchas veces es cruel y que muy a "los Serrano" que suene, al no ser hermanos realmente me parece normal que quisieran vivir su amor sin tapujos.

    ¿Sigues manteniendo tu amistad con ellos? No está la vida como para desperdiciar amistades verdaderas ni buena gente.

    Abrazotes, me alegro mucho de que hayas vuelto.

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  2. Hola, Marcos.
    Pensaba que ya nos habías abandonado, que disgusto.
    Esta historia promete grandes ratos de sexo!!!
    Un saludo.

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  3. Interesante historia. Ojalá frecuente más Altea y encontrar ese bar jejeje. La historia de esos dos chicos me parece bonita pero demasiado obvia.

    Espero que hayas pasado un buen verano.



    James

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  4. ¡Que historia más bonita!, tanto la de Albert y Lluis como la de tu amistad con ellos. Cada vez que he visitado Altea siempre me ha parecido un sitio precioso para quedarse a vivir,y si a eso le sumas esa relación tan especial que tienen estos dos chicos pues ¡que envidia, caray!
    Espero que esta larga pausa que te has tomado quiera decir que has tenido un verano estupendo...¡bienvenido de vuelta!

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  5. Preciosa historia de amor y complicidad entre Albert y Luis que se sumerge en la más tierna infancia hasta llegar al punto de casarse cuando ya son adultos.
    También la tuya con ellos, y la manera de narralo, que siempre te han acogido, de pequeño y de mayor, con toda la naturalidad del mundo en sus juegos de a dos.
    Me alegro de que hayas vuelto.
    Te echaba mucho de menos ;-)

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