Sí,
nuestras visitas a nuestro destino veraniego solían tener un carácter cíclico:
había que aprovechar las vacaciones y siempre solíamos ir en verano y semana
santa, aunque alguna vez también nos escapamos en Navidad y algún otro puente.
Aquel verano no dio para más, a finales de agosto tuvimos que volver a Madrid
desde donde intentamos seguir las noticias de la zona para ver si de una vez
inauguraban la tan comentada Vía Parque y se terminaban las obras en la caseta.
Nos enteramos de que en octubre ya estaba todo abierto, pero hasta la semana
santa no podríamos ver lo que quedaba de aquello.
Afortunadamente
la zona no había cambiado en exceso, ahora la caseta había recuperado su
aparcamiento y seguía teniendo acceso directo desde la carretera mediante una
gran rotonda, por detrás y bordeando la vieja casa habían hecho un carril bici,
mucho menos invasivo de lo que esperábamos. La verdad es que habían salvado la
zona de cruising que muchos daban por muerta. La pregunta era: ¿qué pasaría con
el público? ¿Seguiría viniendo gente?
Aquella
semana santa coincidimos los tres amigos, si bien Dani se uniría más tarde.
Nuestro deseo por aquel entonces era recibir la tan esperada llamada: la
llamada de Mario. Desde Navidad no había vuelto a dar señales, pero como le
dije que en esa semana iríamos seguro, para mi era un hecho que tarde o
temprano contactaría. O que nos veríamos por la casa. Quizá había perdido el
número de teléfono. Quizá me mandara un e-mail.
Nos
pasamos la semana convencidos de que la llamada llegaría, como en la Comunidad
Valenciana las festividades se organizan de otra manera, según avanzaba la
semana y no había noticias, nos autoconvencíamos de que la llamada llegaría
para el fin de semana. No obstante, lo cierto es que la llamada nunca llegó. Desde
luego, eso no implicó que nos quedáramos de brazos cruzados....
La
caseta recuperó su gentío, volvía a haber gente. De hecho, el primer domingo
que estuvimos allí hubo bastante ambiente. Sergio se encaprichó de un chico de
unos 30 años con aspecto nórdico, fuerte, de espaldas anchas, al que ya
habíamos visto en otra ocasión; le llamábamos "el alemán". Así que le
hicimos unas señas para que nos siguiera, y cuando dio con nosotros algo más
abajo en la pinada, ya venía con la mano desabrochando el pantalón vaquero azul
que lucía aquel día. "Sólo chupar", decía el pobre con un mal
español. La verdad es que no había mucho que chupar y menos, después de lo que
habíamos tenido entre manos el verano anterior. Pero el alemán tenía mucho
morbo, así que le quitamos la camiseta y pudimos sobar un fuerte cuerpo, darnos
unos cuantos morreos, para después ponernos de rodillas y chuparle la polla. Le
gustaba tener el control, nos cogía la cabeza con fuerza y el decidía quien se
la metía en la boca cada vez, dando fuertes embestidas. No tardó nada en
correrse, nos la sacó de la boca y se corrió en el suelo, de los más rápidos
que he visto. Se subió el pantalón, nos dio un beso y se marchó. Pude ver que
el alemán llevaba alianza. Esta no sería la única vez que nos lo montaríamos
con el.... Aunque sí fue lo único que nos llevamos a la boca esa Semana.
Os sabría a poco, desde luego, estas vacaciones.
ResponderEliminarCon la expectación de tener noticias de Mario, con quedastéis sólo con uno de picha corta y correr rápido.
Bueno, seguro que tampoco estuvo tan mal ;-)