Apenas
había pasado un mes desde mi regreso a Madrid cuando llegó la tan ansiada
semana de vacaciones de agosto. Había reservado billete de tren hasta Alicante
con Sergio y, una vez allí, nos iríamos en autobús hasta nuestro destino, algo
más al sur de la provincia. Allí nos esperaba Dani y nuestras familias al
completo, lo bueno es que al estar los tres amigos, las excusas para escaparnos
eran más fáciles de inventar.
Dani
había pasado allí todo el mes de agosto y nos contó varias experiencias morbosas que
había tenido en la caseta, sin embargo nos había advertido que la última semana
de agosto solía bajar bastante la afluencia de gente y la calidad, por decirlo
así.
El
primer día salimos a cenar los tres juntos para celebrar nuestro reencuentro en
la playa, ya se había convertido en una especie de tradición y más teniendo en
cuenta que en Madrid cada vez era más complicado coincidir los tres por
nuestros distintos horarios. Dani estaba eufórico, nos contaba que se había
pasado agosto tirándose a una especie de adonis, o así lo describía el: guapo,
cuerpo perfecto, actitud masculina, dotado. Vamos, que tenía los días
organizados hasta su fin de vacaciones.
No
se equivocaba Dani. El panorama de ligoteo en la caseta esos días era
lamentable, al menos para lo que nosotros buscábamos. Además, el sol se ponía
antes y prácticamente a las 20.30 teníamos que volvernos, cuando en julio
podías quedarte hasta las 22h. Las cosas de no tener coche...
El
tipo de tíos que abundaba esos días coincidía totalmente con esta descripción:
mayor de 45, poco cuidado, barrigón y sin pelo. Y los menores de esa edad iban
por ese camino. Así que a los tíos barrigones con piernas delgadas los
llamábamos garrapatas (entre nosotros, para pasar el rato y reírnos, nunca nos
dirigíamos a ellos así, faltaría más), a los más jóvenes que tenían ese tipo de
cuerpo y aspecto descuidado, les llamábamos guiñapos. Lo que hacía el
aburrimiento y un poco de la maldad que todos llevamos dentro (espero que nadie
se ofenda, no va con esa intención).
Las
dos primeras tardes que pasamos allí fueron extremadamente aburridas, así que
por lo general, acabábamos buscando un sitio un poco discreto y echando un
polvo entre nosotros mientras iban apareciendo los hombres que había por allí a
hacerse una paja mientras miraban. Éramos de lo más joven que había por allí,
bien cuidados e imagino que vernos follar era algo así como ver una película
porno en directo. No les culpo, ir a follar en sitios públicos es lo que tiene.
Y a nosotros también nos producía morbo ser vistos y ver cómo se excitaban
mirándonos acabando la mayoría corriéndose bien cerca nuestra. Alguno de ellos
quiso intentar unirse, tocándome el culo mientras me follaba a Sergio o
sobándole a Sergio los huevos. Normalmente, Sergio se abría de piernas mientras
se apoyaba en un árbol, yo le comía el culo y se lo trabajaba y cuando estaba
listo se la metía con cuidado, para después empezar a darle fuerte metiéndosela
entera, que era lo que más le gustaba, de tal forma que se oía el ruido de
nuestros cuerpos chocando, algo así como una palmada. Y algunos aprovechaban
para acariciar los huevos colgantes de Sergio, tocarle la polla o sobarme a mi.
Habitualmente, si no nos gustaba el tío, no dábamos ninguna señal y se acababan
yendo.
Dábamos el espectáculo, estaba
claro.
No me puedo creer que sólo hubieran esas dos especies !
ResponderEliminarPues sí... la verdad que aquel inicio de vacaciones fue fatídico
ResponderEliminar