1 de abril de 2020

CAPÍTULO 175: PLAYA Y JACUZZI CON ANCOR (Parte 3)

Si no fuera por la precaria situación del mercado laboral en las Islas Canarias, a día de hoy firmaría por irme allí a vivir de forma indefinida. Al clima envidiable del que siempre disfrutan, se une un ritmo de vida mucho más pausado y calmado que en Madrid. Las personas se toman la vida con más calma y parecen tener tiempo para todo, además el aire que allí se respira es siempre limpio, bien ayudado por la presencia de los vientos alisios. Precisamente ese viento está presente casi a diario, con una intensidad u otra, lo que en verano ayuda a mitigar esa sensación de bochorno que se produce en Gran Canaria cuando la temperatura sube por encima de los 27º. Aquella mañana amaneció como uno de esos días en los que los vientos alisios brillan por su ausencia, el cielo está totalmente despejado y hace un calor que a medio día pasa a ser infernal (aunque acostumbrado a las olas de calor de Alicante, esto resultó bastante soportable). 

Era el día en el que Ancor nos había propuesto plan. Debía sentirse mal por no haber podido pasarse la noche anterior por nuestro bungalow y propuso un plan de día de completo. No sería el último. Nos escribió poco antes del medio día para avisarnos de que nos recogería con el coche sobre la una de la tarde para llevarnos a una playa menos turística. Así que preparamos un par de bocadillos, enfriamos unas cervezas y una botella de agua, nos dimos crema por todo el cuerpo, nos enfundamos el bañador speedo por debajo de uno más presentable, una camiseta de tirantes, un par de gorras, gafas de sol y salimos a esperarle al aparcamiento. Nos había dicho el coche que tenía, así que cuando a lo lejos lo vi girar ya supe que era el suyo. Y, fijáos, a estas alturas, con todas las historias que os he contado, se me salía el corazón por la boca bajo aquel sol abrasador. Las calles en Maspalomas no son gran cosa, al no haber especies que aguanten esas temperaturas, todo se basa en palmeras, pitarras, arbustos bajos y alguna florecilla. Y en vez de jardines con hierba, éstos suelen ser de pequeñas piedras de diferentes colores. En uno de estos peculiares jardines le esperábamos y cuando se acercó y pudimos verle se me vino a la mente una canción de Thalía que pegaba bastante aquel verano y decía: llegaste en tu carrito deportivo y dije 'llegó cupido', a solo dos segundos de mirarte ya me habías convencido con tus gafas oscuras y reloj elegante...

Accionó el botón para desactivar el cierre centralizado y nos montamos en su coche. Tenía matrícula H, así que era tirando a nuevo. Fui de copiloto, mientras Sergio se sentaba detrás y nos saludamos con un morreo corto, pero intenso. Comenzamos a charlar un poco de todo: de la película que había visto en el cine, la cena con sus amigos, nuestra estancia en la isla y demás. Con él, la conversación era agradable y jamás paraba. Nos dijo que nos iba a llevar a una playa menos turística llamada Montaña Arena, a la que no tardamos demasiado en llegar una vez enfilada la autovía, para después tomar una carretera nacional. Sin embargo, cuando quisimos aparcar fue imposible: no había un lugar de aparcamiento grande como tal, tan solo algunos descampados y los arcenes de la carretera y estaba todo a reventar de coches. Se quedó extrañado porque, según él, nunca solía haber tanta gente y, de hecho, esa era la razón por la nos llevaba. Es más, parte de la playa era nudista. Así que tocó cambio de planes y siguió por la carretera, paralela al oceáno, hasta que consiguió aparcar en una calita algunos pocos kilómetros más allá de Montaña Arena. No recuerdo con exactitud el nombre de la cala en la que estuvimos, pero si recuerdo que la cementera de Arguineguín se veía bastante cerca.

A aquello le llamaban playa porque había que llamarlo de alguna manera, pero en realidad era una cala de piedras negras en las que dejar tus toallas y sentarte encima. Como podréis imaginar, la combinación de día cálido, soleado y piedras negras podía ser un cóctel bastante sofocante. Así que allí descendimos una vez aparcado el coche en el arcén y pusimos nuestras toallas. Recuerdo cómo Ancor nos escrutaba con una disimulada mirada nuestros cuerpos al quitarnos la camiseta y el bañador superior. Claro, a mi ya me había visto sin camiseta, pero a Sergio no. Y qué mejor plan que proponer un día de playa para saber si los cuerpos de los tíos con los que planeas tener algo más que palabras te molan o no. Por supuesto, esta reflexión se me vino a la mente algunos meses después de esto. Claro que, no me quedé atrás y me fijé exactamente en lo mismo en lo que él se estaba fijando: cuerpo y paquete una vez nos quitamos el bañador de encima, para dejarnos el tipo slip apretado. Lo cierto es que un atisbo de decepción se me pasó por la cabeza: ya en el bungalow cuando nos empalmamos en el sofá tuve la sensación de que no había mucho ahí abajo y el verle en ese tipo de bañador no hizo más que acrecentar mis sospechas.

De cualquier manera, decidí no ser tan meramente superficial (oye, quizá era un tipo 'grower', que los hay a patadas) y disfruté de su compañía y del vínculo que empezaba a crearse entre los tres. Sabes que se crea un vínculo de este tipo porque congenias a todos los niveles: conversacional, de ideas, de física y de química. Como ya dije, Ancor era el típico canarión del sur de la isla: un morenazo de 27 años, de cara fina, corte de pelo degradado, barbita de tres días cuidada y unos ojos miel oscuros en los que perderte. Con la gracia típica canaria, que la llevaba en los genes. Verle en ese tipo de bañador también reafirmó mi impresión de que tenía un culo P-E-R-F-E-C-T-O . De cuerpo, Ancor era bastante normal: un chico delgado de hombros marcados, bíceps y tríceps normales, piernas duras y firmes que sujetaban ese culo que ya me imaginaba cogiendo y follando. 

Allí hacía mucho calor. Debía estar sudando bastante y apenas bebiendo, así que pasadas un par horas y viendo cómo sudaba, propusieron ir a darnos un baño. Sí, por favor. Lo necesitaba con urgencia. No había demasiada gente en el agua, así que vi la ocasión como perfecta para pasar un poco a la acción. Que sí, hablar y pasarlo bien estaba guay, pero según pasaban los minutos me iba molando más y no quería que se enfriara lo que había ocurrido el día anterior en el bungalow. El agua estaba fresca y buena, Ancor nos alejó un poco de la gente e intenté acercarme a él y hacerle alguna broma que implicara más contacto físico, pero me encontré con un sutil rechazo pese a que el buen rollo continuó. Volvimos a subir de nuevo a las rocas para comer, pasaban ya de las cuatro de la tarde, bajo aquel sol que calentaba esas piedras negras de las que salía un calor que empezaba a ser ciertamente insoportable. Aguanté. Algo después de comer, estiré mi toalla más cerca de la suya y según avanzaba la conversación fui haciéndole alguna caricia disimulada, algún toque con los pies, un brazo por aquí, otro por allá... Hubo cierta respuesta, pero noté que cuando lo hacía se ponía nervioso y miraba alrededor. No me jodas que con 27 años sigue dentro del armario, pensé.

Cuando el sol empezó a estar más bajo, ya pasadas las siete, nos dijo de llevarnos en coche a otro lugar que pillaba de paso en la vuelta: el puerto de Pasito Blanco, una zona de lujo que viene a ser un poco como La Moraleja en Madrid: unos casoplones y unos coches a cada cual mejor. El lugar estaba curioso y tenía muy buenas vistas, así que aprovechamos para sacarnos unas fotos los tres. No hacía más de 48 horas que acabábamos de conocer a aquel chico y tenía la sensación de que éramos amigos de siempre. Al terminar el paseo por el lugar, ya prácticamente de noche, y tras habernos dado algún abrazo mutuo y hecho alguna caricia de tonteo, nos volvimos a montar en su coche justo cuando recibió una llamada de teléfono. Contestó pidiéndonos disculpas por cogerlo y habló con su madre. Una conversación extraña, distante y fría. Que nada pegaba con la versión de él que nos estaba enseñando, otra de esas reflexiones que hice tiempo después. 

— ¿Les apetece ir a un lugar que no olvidarán? -propuso
— Claro -respondimos Sergio y yo a la vez.
— Pero oigan, que si tienen sus planes no quiero entretenerles -respondió.
— Claro, hoy el plan es contigo -dijo Sergio.

De manera que volvimos a montar en el coche y nos dirigió a un sitio conocido como el Mirador de Sonnenland. Este barrio de Maspalomas también está compuesto en su mayoría por chalets y casas de gente con dinero y tiene en una de sus calles un estrecho y oscuro mirador desde el que contemplar toda la zona de Meloneras y Maspalomas. Unas vistas que por la noche son increíbles. Sin embargo, no tuvimos suerte y estaba ocupado. Era un lugar bastante estrecho, por lo tanto tras estar unos minutos allí y ver que realmente no podíamos hacer nada, volvimos al coche de Ancor.


— ¿Te apetece una Tropical en nuestro bungalow? -propuse.
— Claro, si está bien fresquita, por supuesto -bromeó.
— Y además, tenemos jacuzzi -añadí.
— Cerveza Tropical en un jacuzzi, si, si, está claro que hay que pensárselo mucho -respondió riendo.

No lo he mencionado antes, pero Ancor era bromista y tenía una ironía y sentido del humor bastante acertados. Además, habíamos estado hablando de cervezas y de nuestro gusto por la Tropical. Ahí, cuando nos montábamos nuevamente en su coche, empezaron mis nervios de nuevo. Si ya venía al bungalow estaba claro que no era a seguir solo hablando. ¿O sí?

Tuvimos suerte con el aparcamiento y lo dejamos justo en la puerta del complejo. Con lo tarde que era, ya no quedaría nadie el staff. Como dije en entradas anteriores, no se permite el uso de instalaciones comunes a invitados y nosotros íbamos a usar el jacuzzi con Ancor, de eso no tenía la más mínima duda. Pasamos al complejo para ir al bungalow a cambiarnos de ropa, vamos, lo que es quedarnos en bañador, coger las cervezas frías y salir al jacuzzi. Me sentí mal, pero pensé que era producto de los nervios, así que simplemente bebí agua y lo dejé pasar. Además, aproveché para meter otros dos botes al congelador en vista de que no iba a ser la única cerveza que tomaríamos aquella noche en la que haríamos de todo, salvo cenar. Solo ataviados con el bañador tipo slip, un par de toallas, las cervezas y las llaves nos fuimos al jacuzzi, que era de uso común y se cerraba a las ocho. Pero nosotros ya sabíamos cómo abrirlo y activarlo por nuestra cuenta. Ventajas de hacerte amigo de los dueños. Y allí estábamos los tres: metiéndonos en el jacuzzi, bebiendo nuestras cervezas y pegados los unos con los otros rozándonos piernas, brazos y demás partes de nuestro cuerpo. Ancor ya no estaba cohibido, estaba en su salsa.

Me empecé a encontrar mal. Imaginaba de dónde venía el problema: todo el día al sol en esas piedras negras que desprendían calor, bebiendo lo justo y en ese momento metidos en un jacuzzi con el agua a 36º eran la mezcla perfecta para tener una deshidratación. Me quise hacer el fuerte, pero notaba que la vista se me iba nublando, así que antes de la situación fuera a más, y con la excusa de ir a por más cerveza, salí del agua y me fui al bungalow. Aproveché para beber agua fresca, lavarme la cara, relajarme y coger los botes para volver. Se los dejé a su lado y me metí a la piscina unos minutos, cuyo agua estaba a temperatura ambiente. Cuando noté que volvía a ser yo mismo, volví al jacuzzi y comenzamos a entrelazarnos las piernas y acariciarnos sensualmente los muslos, cada vez más cerca de nuestros paquetes, que rozábamos con disimulo.

Sergio le metió la lengua. Así, sin avisar. ¿Era lo que estaba viendo producto de la deshidratación? No es que sea Sergio precisamente de los que se lanzan cuando estoy con él, es algo que siempre me deja a mi. Así que me quedó claro que Ancor le gustaba tanto o más que a mi. El canarión no se resistió, al contrario, sus bocas congeniaron estupendamente, así que yo empecé a comerle el cuello a la par que su mano me estrujaba ya el paquete. La tensión sexual había estallado. Seguidamente, se giró hacia mi y comenzó a comerme la boca, ambos queríamos ser los dominantes al besar así que chocábamos mucho con los dientes tratando de que fuera la boca de cada uno la que quedara por encima. Por debajo, las manos de los tres iban pasando de paquete en paquete con sobes por todos lados. Debe ser que la lucha por comernos la boca y dominar encendió a Ancor, tanto que se levantó del jacuzzi y se puso encima mía para quitarme el bañador y agarrarme la polla para pajearla. La tenía durísima mientras me la acariaba y seguía comiéndome la boca. Sergio, a nuestra derecha, nos comía el cuello, nos sobaba y con el pie izquierdo tiraba para abajo del bañador de Ancor, quien al notarlo, directamente se los quitó, desnudó a Sergio y tiró ambos bañadores fuera, al césped. A continuación, Sergio se pegó a mi, me pasó el brazo por encima y Ancor agarró con cada mano nuestras pollas y nos pajeó suavemente comiéndonos las bocas también. No se entretuvo mucho con los rabos, enseguida empezó a buscar nuestros agujeros y a tratar de meternos dedos. Y ahí me cogió de sorpresa. ¿No era él pasivo con ese culazo que tenía? Pues no, era 100% activo.

Metía su dedo índice con rudeza por mi agujero y me pajeaba. No me corría desde el día que estuvimos de cruising en las dunas, así que tuve que quitarle la mano un par de veces.

— ¿Y si nos vamos al bungalow? -propuso Sergio.
— Si, chicos, como quieran, allí estaremos más cómodos -accedió Ancor.

Nos levantamos los tres empalmados del jacuzzi con el agua chorreando por nuestros cuerpos y pude confirmar lo evidente: nuestro chico canario tenía una polla muy discreta, fina y de unos 14 centímetros. Eso sí, dura como una piedra. También al levantarme noté que el mareo volvía a mi. Lo primero que hizo Ancor fue ponerse la toalla. Sergio y yo fuimos empalmados hasta el bungalow y alguno de los otros huéspedes nos vio (por la noche había movimiento en el complejo, que no tenía zona de cruising como tal, pero vamos, que no hacía falta).

Entramos el bungalow calientes y en la propia entrada, de pie, seguimos comiéndonos a la boca a tres lenguas y sobando todos nuestros cuerpos. Cogí a mis dos chicos de la mano y los guié hasta la habitación. Con una cama King Size de 2x2, íbamos a estar muy cómodos. Nos tumbamos cayendo unos encima de otros y nuestras manos se perdieron por nuestros cuerpos. Tan pronto tenía a Ancor chupándome la polla, como que Sergio me la metía por la boca y me follaba la garganta. Aquello me puso a mil, Ancor se dio cuenta y siguió tratando de taladrarme el culo bruscamente con sus dedos. Sentí dolor y el mareo volvió, así que, por primera vez en años, la cosa se me bajó. No obstante, Ancor se puso encima mía y empezó a comerme el cuello con desenfreno y fuerza, lo hacía de una manera que me hizo olvidar el mareo y volver a estar a tope. Así que tomé la iniciativa, puse a Sergio boca arriba, a Ancor a comerle la polla y yo a comerme el culo y los huevos de Sergio. Tenía ganas de que se lo follaran, a fin de cuentas el era más pasivo que yo y se merecía disfrutar. En medio de los jadeos, sollozos y sudor, cuando noté que mi lengua había abierto bien el culo de Sergio, saqué un condón y se lo lancé a Ancor.

Se quedó con cara contrariada. No dijo nada, pero vi una expresión de duda en él que me confundió. Joder, nos estás haciendo dedos y prestando más atención a nuestros culos, y... ¿ahora dudas?

— ¿Te lo abro o qué? -le dije.
— No, no, ya, ya voy -dijo.

Cogí un sobre de lubricante y se lo restregué a Sergio metiéndole dos dedos, mientras que con la otra mano lubriqué la polla de Ancor y le comí la boca con desenfreno para que se sintiera seguro. Le agarré por la cintura, le coloqué delante de Sergio, quien subió las piernas y susurré a Ancor:

— Quiero que te lo folles -comiéndole la oreja

Sergio esperaba con cara excitada que Ancor le follara, así que cogiéndole del culazo con las dos manos le empujé con suavidad hacia Sergio y se la empezó a meter despacito. Sergio comenzó a pajearse mientras le entraba la polla de Ancor y cuando la tuvo bien dentro, me puse al otro lado de la cama y le metí mi polla en la boca a mi chico. Ancor cambió. Empezó a follárselo con fuerza, ritmo y una cara de vicio que nos puso a los dos súper cachondos. Además, había un espejo detrás y ver cómo ese culo perfecto empujaba a Sergio y se la clavaba me excitó tantísimo que me corrí enseguida. Me levanté a limpiarme y volví para acompañarles en la follada. Ancor, mientras seguía dando fuertes embestidas que hacían a Sergio gemir como nunca, intentó volvérmela a poner dura. Pero entre el mareo, el calor y que ya me había corrido, no fui capaz de volver a empalmarme. Así que les empecé a comer la boca a turnos, el cuello, el cuerpo y en ese momento Ancor avisó:

— Me queda poco...
— Y a mi. Quiero que nos corramos a la vez, Ancor -dijo Sergio.

Así que cogí la polla de Sergio y empecé a pajearsela con más ritmo según sus respiraciones se aceleraban. Cuando supe que ambos estaban apunto, se la apreté como a el le gusta, subí el ritmo y Sergio se corrió con los primeros jadeos que indicaban que Ancor se estaba corriendo en su culo, dando unas últimas embestidas brutales. Ambos cayeron rendidos a mi lado. Estiré una mano, conecté el aire acondicionado, Ancor se quitó el condón, ambos se limpiaron y allí nos quedamos abrazados los tres con Ancor en el medio un largo rato.

— Ha sido increíble chicos, de verdad, increíble -dijo y repitió el canarión varias veces.
— Sí, ha estado muy bien tío -contesté.
— Es que os diría que ha sido muchísimo mejor que mi primera vez -respondió Ancor.
— Bueno, en realidad ha sido tu primer trío -dijo Sergio (Ancor nos había contado esto en la playa)
— Pero es que ha sido tan guay, tan increíble, de verdad chicos.

Insistió varias veces con la idea de que estaba encantado. Nosotros también lo estábamos. Volvimos a besarnos apasionadamente durante varios minutos, mientras nuestros ojos se encontraban y se perdían en la inmensidad de lo que los tres estábamos sintiendo. De acuerdo, no tendría un pollón, pero desde luego sabía usarla bien y lo suplía con otros encantos como esos besos desenfrenados y esas folladas tan buenas. Eran ya las tantas de la madrugada y Ancor tuvo que marcharse. Con el éxtasis del momento, se dejó su bañador y su toalla en el bungalow.

Cuando llegó a su casa nos escribió por el grupo de WhatsApp que habíamos creado para los tres: me lo he pasado genial hoy chicos, sois maravillosos. He estado muy a gusto con ustedes, ha sido un día 10.

Sí, habíamos hecho muchos tríos antes. Muy buen sexo. Muchos tiazos. Pero ninguno con la conexión sexual y química entre tres como la que había surgido con Ancor.

— ¿Les apetece pasar otro día conociendo más lugares de la isla? -escribió Ancor al día siguiente.

¿Es que acaso había que responder? Pues claro.