22 de junio de 2014

CAPÍTULO 82: ENFRENTÁNDOME A SERGIO

Puede que fueran aquellas manchas oscuras que se mostraban bajo sus ojos, señalando horas sin dormir; o quizá fuera la forma en la que se le marcaba la mandíbula en la cara; puede que fuera la extrema delgadez que veía en su cara o en aquellos escuálidos brazos que tiempo atrás estaban marcados; o ese pelo desaliñado; incluso puede que la forma de temblarle las manos; o, por qué no, el hecho de que estuviera allí sentado. O quizá una mezcla de todo. De todo lo que me hizo darme cuenta de que aquel chico había sufrido, había pasado unos malos meses y que el responsable de su estado físico, y también el mental, fuera yo. Exclusivamente yo. Habían pasado casi cuatro meses sin vernos después de mi decisión de volverme a Madrid, pero es que parecía como si hubieran pasado años. ¿Era posible esa degradación de la imagen en tan solo 4 meses?

Venía de pasármelo en grande con dos chavales en los baños de Parquesur, el aviso de mi madre al pasar la puerta ya me hacía pensar que algo pasaba y cuando puse un pie en el salón y vi a Sergio sentando tomándose una cerveza con mi padre, sus ojos y los míos se clavaron y el tiempo se detuvo en esos segundos que parecieron horas. Se cortaba la tensión en el ambiente, ya que ninguno decía una sola palabra, hasta que mi padre se encargó de romper el hielo:

- Pero bueno, ¿es que no pensáis saludaros como Dios manda? -dijo.

Sin embargo, mientras pasaban esos segundos de mirada cortante del uno al otro, mi cabeza no paraba de maquinar: ¿qué hacía allí? ¿por qué estaba allí? ¿qué le había contado a mis padres? Y, en esta ocasión, mi madre fue la encargada de aclararlo desde el quicio de la puerta del salón:

- Será posible que te marcharas sin avisar a tus amigos y sin coger el teléfono. ¿Te parece que esa es la educación que has te tener, Marcos? -refunfuñó (siempre le tuvo a Sergio un cariño extraordinario).

Así que me acerqué hasta donde estaba él sentado, le cogí de la mano y lo subí a mi habitación, cerrando la puerta detrás suya, mientras oía cómo mi madre seguía refunfuñando con mi padre. 

- Y encima vendrás de follar -dijo por primera vez tras entrar, con mala cara.
- ¿Va a ser eso lo primero que digas? -contesté.
- No sé, yo todavía espero una explicación de por qué actuaste así y por qué nos has estado evitando todos estos meses. ¿Es que nunca te hemos importado una mierda? -dijo.

Tengo que reconocer que me había pillado. Mi objetivo desde que regresé fue estar tan ocupado para no tener tiempo en pensar en lo que había hecho mal, como si fuera posible huir del problema de forma indefinida. No me había planteado aún este momento, ni qué decir, ni cómo decirlo. No sabía si decirle que se marchara por donde había venido o pedirle que me diera un abrazo. Era todo muy confuso y pasaron varios minutos en silencio, mirando fíjamente a los posters de la pared, hasta que decidí abrir la boca:

- Yo... no estaba preparado para eso. No lo quería. No tenías que haberlo estropeado... -dije.
- ¡Y era tan difícil decirlo! ¿Hablarlo, quizá? ¿Aunque hubiera sido al día siguiente? -contestó.

Sergio estaba muy nervioso, nunca había conocido esa versión suya. Nunca había experimentado que otra persona pudiera sufrir tanto por las acciones y decisiones que uno toma:

- Pues sí, era difícil. No estaba preparado, ni lo estoy ahora. No significa que no me importes o que no me gustes. Simplemente creo que no estoy hecho para esto, para una familia feliz -aclaré.
- Y estos 4 meses de tan siquiera responder a un mensaje, ¿me tengo que creer realmente que te importo algo? -contestó.

No sabría deciros por qué, el motivo o la razón, pero solo me salió lanzarme a él, besarle y tumbarle en la cama junto a mi, con su cabeza apoyada en mi pecho. No hubo rechazo por su parte. Así que mientras caían lágrimas por su cara, le acariciaba ese pelo que ahora estaba tan estropeado y sin decir ni una sola palabra más pasaron casi 2 horas. 

- ¿Y qué te ha pasado en este tiempo, gordito? -le dije, haciendo referencia irónica a su estado.
- Yo... te he necesitado mucho...-contestó.

Bajé a preparar algo de comer y beber, al pasar por el salón mis padres me miraron y les solté una sonrisa tranquilizadora, obteniendo por respuesta una leve afirmación de la cabeza de mi madre. Volví a subir y puse un poco de música bajita, mientras comíamos de aquellos improvisados bocadillos que había preparado. Entonces Sergio se sinceró y me contó lo mal que lo había pasado en este tiempo, no ya sólo por mi ausencia y el dolor que le dejé aquella noche, sino porque había pasado por serios problemas familiares, para los que necesitó amigos más que nunca antes. Y yo no estuve allí. Mi sensación en ese momento empezó a cambiar, me sentía muy a gusto con Sergio allí y empecé a ser muy consciente de lo tremendamente mal que lo había hecho todo. Por mis miedos, temores y tópicos instalados en mi cabeza. Realmente sí tenía preparado hablar con Sergio, pero esa decisión estaba meditada para bastante más adelante. 

Cuando terminamos llamó a su casa para decir que se quedaba a dormir allí, conmigo. Lo estuve besando y acariciando bastante tiempo después de cenar, notaba que mis besos le reconfortaban. Y como se estaba haciendo tarde, me preguntó si le preparaba la cama de la habitación de invitados:

- De eso nada, quiero que te desnudes y te metas en la cama, conmigo, es pequeñita pero hace frío y estaremos agusto -ofrecí.
- Marcos... no hagas esto porque sientas lástima...-dijo, con la mirada perdida.

Así que le forcé a ponerse de pie y sin que el hiciera nada, le quité las capas de ropa que traía y que escondían su verdadera delgadez. ¿Dónde había quedado aquel cuerpo tan bien constituido y cada vez más fibrado? Solo quedaba un cuerpo delgado, con algún signo de lo que no hacía mucho habían sido músculos. Con todos los huesos marcándosele. 
Me desnudé delante suya y, de la mano, nos metimos a mi cama abrazándonos y besándonos:

- Marcos, antes de seguir... Dani en este tiempo ha sido un apoyo muy fuerte y bueno, pues ha sido inevitable que a veces, el y yo...
- Shhhh, no tienes que darme explicaciones de nada, yo tampoco he sido un santo en este tiempo - respondí.
- Ya, pero con eso ya contaba -dijo, como resignado.

Así que volvimos a besarnos y creo recordar que aquella noche le hice el amor por lo menos tres veces. Y no digo follar, porque aquello no fue follar, en aquello había un sentimiento que lo hacía diferente. Algo que no había experimentado antes: ternura, caricias, calma, relax, miradas... 

Al despertarnos a la mañana siguiente tenía claro que no podía despedirme de Sergio, como quien despide a un amigo que viene de visita de cortesía. Se que el necesitaba oir mis palabras, oir qué iba a pasar a partir de ahora:

- Tú y yo vamos a seguir como siempre hemos estado, voy a estar aquí aunque vivas en la otra punta de Madrid y haré lo posible porque nos veamos muy a menudo.

Aquella frase pareció reconfortarle y se marchó más o menos tranquilo. Ahora que tenía carné de conducir, ir a su barrio no supondría una eternidad de transporte público. Me cambié de gimnasio a uno de su barrio, le obligué a comer como debía de nuevo, ya que en este tiempo, según él, se le había cerrado el estómago; quedamos con Dani, con quien también me disculpé, y poco a poco, la confianza del grupo se fue restableciendo, con las cosas más o menos claras para todos. Aunque mi objetivo era tratar de hacer lo posible para que todo fuera como antes, eso se antojaba complicado. A pesar de que estaba aprendiendo a comportarme con Sergio sin miedos, sabía que mi actitud de "casi" novio, pero sin hablar nunca de lo que éramos o dejábamos de ser, le hacía esperanzarse cada día más. Quién sabe, quizá algún día esté preparado para sentar la cabeza con él. 

Mientras tanto, sigamos disfrutando de nuestra juventud, de nuestros cuerpos, sigamos cuidando de quien nos importa. Sin miedo a decirlo. Esa fue mi actitud desde aquella noche en la que Sergio apareció en casa y todo comenzó un lento proceso de arreglo.

So the thumpa thumpa continues. No matter what.


19 de junio de 2014

CAPÍTULO 81: 13+10=23. ENCUENTROS INESPERADOS.

Las coincidencias han sido algo que desde muy pequeño han formado parte constante de mi vida, me han ocurrido coincidencias muy a menudo, o al menos más a menudo de lo que me contaban mis amigos y conocidos. Para poneros un poco en situación, nos vamos a ir de vuelta a los años 90 y a la época en la terminaba la primaria en el colegio donde siempre he estudiado.

Como conté en alguna otra ocasión, hubo un año de colegio en el que nos cambiaron de clase mezclando a los alumnos que habíamos estado toda la vida juntos con alumnos repetidores y alumnos de otras clases. A Roberto le conocía desde que éramos muy pequeños, ya que íbamos al mismo jardín de infancia, pero nunca fuimos parte del mismo grupito y nunca fuimos grandes amigos. El típico compañero de clase al que ves fuera de las aulas y simplemente le diriges un seco hola. El caso es que aquel año nos tocó sentarnos juntos durante los tres trimestres y eso es algo que en el colegio unía, máxime cuando los profesores nos habían separado de nuestros amigos de toda la vida y ahora tocaba adaptarse a una nueva clase.

La conexión fue inmediata. Roberto era un chico normal, de estos que pasan desapercibidos, pero que saben hacer las gracietas exactas para caer bien a los malos de la clase y no enfadar a los más empollones o los que iban más de guay, que en 6º de primaria, eran ya unos cuantos. Sabía camuflarse bien en cada grupo, de tal forma que los empollones pensaban de él que era un graciosillo en ocasiones algo pesado, y los malos de la clase pensaban que sus gracias estaban bien. Otros interpretaban que se dejaba influenciar para llevarse bien con todo el mundo. La circunstancia es que por aquella época yo también pasaba más o menos desapercibido, sobre todo cuando al año que viene pasábamos a secundaria y, como dirían los jóvenes británicos, convenía estar under the radar para encajar lo mejor posible y que nadie tuviera la tentación de fijarse en ti y hacerte la vida imposible por lo que fuera. 
Así, en los dos cursos que fuimos compañeros de pupitre nos convertimos en los mejores amigos que el destino hubiera podido juntar. Roberto era un buenazo con fachada de duro, un amigo que siempre venía a buscarte para salir, que siempre se adaptaba a tus necesidades, que daba la cara por ti, que estaba ahí. Aunque a mis padres siempre les preocupó que no fuera muy bueno en los estudios y que eso pudiera arrastrarme. Padres.

Pasaban los meses y quedábamos en nuestras respectivas casas para hacer deberes, trabajos, quedábamos los viernes para irnos de cena con sus padres o los míos, quedábamos los sábados para jugar a la Súper Nintendo y por las tardes nos íbamos al parque con más amigos a hacer un poco el canelo. Además con el compartí  un momento trascendental en la vida de todo chaval de 12 años: cuando tus padres te permiten ir al cine un viernes, que estaba andando a casi 3 kilómetros, solo con tus amigos a la sesión de las 19h. Para nosotros era lo más y fardábamos de ello, ya que al resto no se lo permitían. Más tarde llegarían las discotecas light, pero eso, más adelante. Estábamos justo en ese momento de pérdida de la inocencia de un niño al cambio a un pequeño adolescente que comienza a hablar de sexo, a preguntarse si tu mejor amigo también tiene esos pelos rubios en la polla, a preguntar si tu mejor amigo se hace pajas, si se corre, si se ha besado con una chica, si ha visto esas pelis porno que guarda su padre en un armario escondido, a quedar para ver esas pelis porno cuando nuestros padres se iban a la compra y el momento en el que uno decide sacarse la polla y empezar a hacerse una paja enfrente del otro. Entonces vi que Roberto y yo teníamos cosas muy diferentes: el tenía ya casi a sus 13 años una pelambrera negra considerable en el pubis, huevos y sobacos; mientras yo me conformaba con pelos rubios en el pubis, pelusilla en los huevos y nada en las axilas. Su desarrollo era mayor, pero eso también lo veía en el tamaño y forma de su miembro, en su color y en que ya se corría. Y de qué manera. Creo que este fue el momento en el que me di cuenta que me sentía realmente atraído por los chicos. Cayeron unas cuantas pajas juntos, cada uno a la suya, con pelis o revistas que encontrábamos o que otros compañeros de clase pasaban.

Sin embargo, pasaron esos dos cursos y Roberto repitió curso. Y ya sabéis como es esto a estas edades: haces por mantener el contacto, pero te ves obligado a establecer nuevas amistades, nuevos grupos y al final te dejas de ver. Aquella relación de íntima amistad de 2 años, se rompió en apenas 3 meses. Y no porque nada pasara, sino por el cambio y la dejadez. Al curso siguiente Roberto se marchó a la educación pública y, a pesar de vivir a 500 metros uno del otro, no volví a verle en casi 10 años. 

Diez años después nos reencontramos en el Centro de Salud del barrio y el Roberto con el que me encontré era muy distinto al Roberto que había quedado en mi mente. Cómo en ocasiones quien era un patito feo en el colegio, con los años se había transformado en un cisne viril, con sonrisa de estas que quitan el hipo, cuerpo muy trabajado y un culo que encajaba en esos vaqueros digno de ser anuncio de revista de moda. Pero fue un encuentro frío, en el que parecía que ninguno quería dar mucha información de por qué se encontraba allí. Y tan frío fue el saludo como el adiós que nos separaría durante otro par de años. 

Y precisamente en aquellos días en los que me había marchado a mi añorada Vega Baja, después del encuentro con Rubén, a los pocos días otra coincidencia se cruzaría en mi camino. Estando tranquilamente tumbado en la playa del Rebollo, disfrutando del sol y de la brisa que ese día era menos intensa, me fijo en un chulazo que viene por la orilla paseando a su perro, conforme se va acercando noto que me suena de algo, que yo a ese chico le conozco. Me quito las gafas y veo que el también se fija en mí, se le pone una sonrisa en la cara y cambia su rumbo para dirigirse a donde yo estaba tumbado. ¡Bingo! Era Roberto. Me levanto para saludarle cordialmente y el tío ni corto ni perezoso me planta un abrazo. Y se pone tan contento de verme que me alegra y le invito a sentarse a mi lado con su mascota. Pasamos bastantes minutos poniéndonos al día e ignorando aquel frío encuentro de hacía un par de años en el Centro de Salud. 

En realidad, que estuviera allí tenía explicación. Me recordó que él solía veranear en un pueblo de Murcia llamado Lopagán, que no estará a más de 50 kilómetros de donde estaba yo y que como las playas eran mejores aquí, de vez en cuando se cogía el coche y se subía con el perro. Y tras recordar viejos tiempos y hablar sobre a qué nos dedicábamos y tal, llegó el momento en que me dejó paralizado:

- Bueno Marquitos, va siendo la hora de comer, así que me voy a dar un paseo por los pinos a ver si encuentro algo... Si, no me mires así, no creo que tu estés aquí por casualidad, ¿no? -dijo.
- Pero tu... Es decir, ¿a ti te van...? -traté de preguntar.
- Estoy comprometido con mi chica, pero sí, de vez en cuando me gusta follar con tíos. Con 18 tacos descubrí que mientras follaba con chicas me gustaba que me metieran dedos y tal, hasta que le echas un par de huevos y lo pruebas con un tío y encima te gusta. Pero solo para eso. Para polvos esporádicos. Y lo que pasa aquí entre los pinos se sabe en todo el levante, ja, ja, ja -añadió.
- Estoy flipando tío -le dije.
- ¿Te vienes? - propuso.

Recogimos las pocas cosas que llevábamos y al saltar las cuerdas que delimitan la playa de la pinada, Roberto, ni corto ni perezoso, se quitó el bañador quedándose como su madre le trajo al mundo. Aquello que colgaba de sus piernas era más grande y formado de lo que recordaba, pero también lo era lo mío. Así que le imité. Mi duda ahora era otra: ¿qué pasaba si lo intentaba con él? Roberto me ponía, tenía esas características que siempre busco en los chicos y pensar en follarle o en comérsela me seducía mucho:

- ¿Te acuerdas de cuando nos hacíamos pajas en tu casa? -le dije.
- ¡Y en la tuya! -contestó sonriendo y guiñando un ojo.
- Siempre tuve la tentación de agacharme y chupártela -comenté.
- Pues no te quedes con las ganas -dijo, apoyándose en un pino y ofreciéndome su rabo.

No lo dudé, solté la mochila mientras Roberto ataba al perro, que se quedaba tumbado, clavé las rodillas y con mirada pícara me introduje aquella polla flácida en la boca, lamiéndosela con tacto, comiéndole los huevos, dejando que mi dedo se acercara a su culo, que le apretaba bien, sobándole aquellos abdominales dibujados sobre su tripa que me la estaban poniendo muy dura. Pero algo iba mal. Por más que usaba la mejor de mis técnicas, su polla no pasaba de morcillona, no acababa de ponerse tan dura como debía. Y no es que tuviera un pollón increible que no se lo permitiera, la tenía bien. A los pocos segundos, me cogió la cara con las dos manos:

- Ay Marcos... lo haces de puta madre, pero es que te miro y no puedo parar de ver a aquel chaval con el que jugaba a la consola o me iba a cazar nidos de pájaros... -dijo con la mejor de sus sonrisas.

Me di por enterado y no quise forzar la situación, pero lo cierto es que me fastidió bastante. Roberto se dio cuenta y me dio un abrazo, diciéndome que me esperaba en media hora en el Costa 21, un bar que hay camino de la playa. Así que no quise buscar nada más y me fui al bar a esperarle con una pinta. A los 45 minutos apareció con una sonrisa que decía que había encontrado tema y se lo había pasado bien. Y, como si nada hubiera ocurrido, nos tomamos la cerveza hablando, de nuevo, de los viejos tiempos.

16 de junio de 2014

ENTRE-CAPÍTULO: LA VISIÓN DE DANI SOBRE 'LA ESPANTÁ' DE MARCOS (Por Dani)

No es que me quedara sorprendido cuando me enteré de que Sergio quería declararse a Marcos en plan formal, no es que me pillara frío, ni de sopetón. Era obvio que algo así acabaría pasando. Sergio bebía los vientos por Marcos desde el principio de su intensa relación. Ya podían estar con otros tíos, a la vez o por separado, que Sergio siempre buscaba las formas de quedarse con Marcos; cualquier excusa era válida para pasar un rato con él. La primera vez que me comentó que le apetecía  declararse, un año antes, le quité la idea de la cabeza sin mucho esfuerzo. Pero a pesar de que aquel verano Sergio y yo acabamos follando varias veces, por primera vez en ausencia de Marcos, yo mismo notaba que no era igual de intenso que cuando estábamos los tres. Los ojos no le brillaban de la misma forma, pero siempre era un placer echar un polvo de amigos con él. Por eso desde aquel verano anterior mi relación con Sergio se estrechó tanto, ya que me convertí en su principal amigo, con el que comentaba cada gesto y acción de Marcos, cada propuesta, el que vivía sus alegrías, pero sobre todo sus tristezas, que fueron a más con el paulatino alejamiento que Marcos provocó ese verano. Fui el sustituto de Marcos sin ser él. Marcos nunca quiso ser consciente de lo que pasaba, lo que no significa que no lo supiera: cuando una persona está enamorada de ti y pasas tanto tiempo con ella, hay determinados gestos y actitudes que hacen imposible no darse cuenta. Enterró aquella sospecha en lo más profundo de su ser, se alejó poco a poco, de forma poco perceptible, sin que pareciera que estuviera enfadado, sin que fuera evidente que lo hacía adrede. Sin embargo, Sergio lo notaba y lo padecía. Y a mi me tocaba, con gusto, escucharlo y consolarlo. 

Me preocupaba que aquella relación a tres bandas que teníamos los tres, llena de intimidades y confidencias, sin ataduras pero con fidelidad a los principios que nos habíamos marcado tiempo atrás, se acabara resquebrajando. Todos los grupos de amigos al final se acaban rompiendo por motivos del amor, y no quería que ese fuera nuestro caso. No me malinterpretéis, el hecho de quitarle la idea de la cabeza a Sergio no estuvo motivada principalmente por este argumento, solo en parte. 

Quizá la gota que colmó el vaso, lo que me hizo a mi darme cuenta de que los sentimientos de Sergio eran sinceros, fuertes y auténticos, fue ver cómo se le quedó la cara al pobre muchacho cuando fuimos a sorprender a Marcos en aquel puente de diciembre y al entrar en su casa de la playa nos encontramos a un negrazo que le estaba dando caña. Creo recordar que hasta se le escapó alguna lágrima. En el fondo, Sergio siempre pretendió enamorar a Marcos y que Marcos fuera el príncipe azul que nunca sería. Quería una historia de cuentos en la que Marcos se le declararía y serían felices. Un happily ever after [y fueron felices...].

Así que aquella primera vez, mientras Marcos estaba no se dónde, que Sergio en un alarde de confianza que no habíamos tenido hasta el momento, me dijo que cómo vería si le pedía salir a Marcos, me explicó sus sentimientos con todo lujo de detalles, mi respuesta fue clara: No. De ninguna manera. Es un suicidio amoroso y vas a sufrir. Él, que no esperaba esa respuesta por mi parte, me hizo caso, pero con reservas, manteniendo una esperanza de que yo estuviera equivocado. Que Marcos no solo quería sexo, que Marcos también tendría que querer una pareja, como todo el mundo. El problema es que Marcos no era como todo el mundo. Podría ser la mejor persona del mundo, el mejor amigo que siempre te ayudaría, la mano de apoyo que nunca te faltaría, el más cabezón de todos mis amigos, un excelente folla-amigo... pero no era un prototipo de novio. Y Sergio, que poco a poco iba sufriendo más viendo que yo no estaba tan equivocado, se empezó a refugiar en mi ante las constantes evasivas que le daba Marcos. A fin de cuentas a mi me conocía de antes. Yo era el nexo de unión entre ambos.

La sorpresa, incluso para mi, vino cuando Marcos se enfadó monumentalmente cuando nos pilló enrollándonos en casa de Sergio. Esto es algo que merece la pena explicar. Uno de esos días en los que Sergio estaba más depre que de costumbre y que ninguna palabra o tontería mía parecía animarle, lo abracé y surgió un beso, que nos llevó a quitarnos a ropa, que nos llevó a la cama y que nos llevó a follar. No ya solo la vez que Marcos nos pilló, sino varias más. A mi, su enfado me sentó mal porque yo siempre me resigné a que ellos dos follaran cuando les diera la gana, sin enfados, ni malas caras. Me cogió de sorpresa porque pensé que Sergio le importaba menos, y al pobre Sergio ese enfado le dio alas a pensar que realmente sí tenía una posibilidad. Y al verano siguiente estaba tan decidido a declararse, tenía todo tan pensado, el cómo, el cuándo, el qué decir, que ya fue imposible sacarle la idea de la cabeza. Incluso en los momentos de alejamiento de Marcos, incluso cuando estaba triste, al final, más tarde que temprano, llegaba la llamada de Marcos proponiendo algún plan. O proponiéndolo a ambos, como fue la noche del último verano.

Me habría quedado de buen gusto aquella noche, los polvos que habíamos echado los tres juntos en pasadas ocasiones son de los mejores momentos sexuales que he vivido nunca. No ya sólo porque fuera un trío, sino porque nos conocíamos, sabíamos satisfacernos entre nosotros, sabíamos que puntos tocar, donde chupar o cómo actuar y, lo más importante, no teníamos reparos ni pensábamos en el qué dirán. Y estar hablando de nuestras primeras veces, de experiencias sexuales, de vernos allí más calientes que el pico de una plancha, era muy tentador. No obstante, tenía que cumplir la palabra que le di a Sergio de que por muy tórrida que se pusiera la cosa, yo me marcharía junto en el momento en el que pareciera inevitable que nos íbamos a empezar a liar. La excusa fue que había quedado con uno del Grindr, pero la realidad es que me marché de caza a la Caseta mientras Sergio se daba la ostia de su vida.

¿Cómo tenía tan claro que iba a ser así? Pues es que, pese a nuestras épocas de alejamiento, conozco a Marcos desde hace bastantes años. Me lo he tirado, he visto el deseo de sus ojos, sus ganas de experimentar, de probar cosas nuevas, el sexo intenso, la falta de compromiso y las pocas ganas de que eso cambiara. En cierta parte, Marcos y yo nos parecíamos mucho, entonces era fácil saber cuál iba a ser la respuesta, por esas y por otras muchas razones que ya le corresponden a él contar. Así que cuando me estaba ligando a un madurito corptulento y pollón, de vello en pecho, en la caseta y vi que la pantalla del móvil mostraba una llamada de Sergio, supe qué me iba a decir antes de descolgarlo y dejé al madurito con la polla dura en el árbol en el que se acababa de apoyar. Lo único que me sorprendió fue la huida de Marcos, nunca lo había hecho, siempre daba la cara, para lo bueno y lo malo. Aunque podáis pensar lo contrario, aquella espantada dejando a Sergio compuesto y sin novio, significaba que Marcos sí sentía algo por Sergio. Algo más que sexo. Algo más que amistad. Sin embargo, para Marcos, era pronto. 

Fui el primero en enterarme que, para más inri, se había ido a Madrid al día siguiente. No me cogía el teléfono, ni respondía los mensajes, así que entendí que la cosa era seria y necesitaba su espacio. Me pasé infinidad de noches durmiendo abrazado a Sergio, incluso ya en Madrid, porque el pobre quedó destrozado. No ya solo por la falta de respuesta, o por la espantada. Si no porque pasaban los días, semanas y meses y no había noticias de Marcos. Por eso y echándole más huevos de los que podáis imaginar para el estado en el que Sergio se encontraba, se presentó aquel día de Navidad en casa de Marcos. 

*Relato escrito originalmente por Dani y corregido por Marcos.

13 de junio de 2014

CAPÍTULO 80: EL MASAJISTA DE ALICANTE EN EL REBOLLO

Cuando el nuevo año se encontraba razonablemente avanzado, pude juntar unos días para escaparme a la Vega Baja, fuera de temporada. Pensé en irme usando el coche de mi padre, pero desde que me había sacado el carné no había practicado demasiado como para hacer un viaje largo solo, así que me pillé un tren hasta Alicante, donde cogí el autobús de línea hasta el pueblo. El panorama por esta zona si vas fuera de temporada es desolador, por un lado tienes el encanto de tener la zona sin los agobios de verano o fechas clave, pero por otro, hay mucha menos gente.

Con la primavera recién comenzada y con unos agradables 21º me animé a irme a tomar el sol a la playa del Rebollo. Hacía un día soleado y agradable, pero al llegar a la playa y quedarme en bañador, me di cuenta de que tumbarme allí plácidamente iba a ser imposible debido al intenso aire que corría en la orilla del mar, que además provocaba que una capa de arena te fuera cubriendo poco a poco. La consecuencia de esto fue encontrar la excusa perfecta para meterme en la pinada, encontrar un sitio soleado, en el que además pudiera exponerme y desnudarme por completo. No solía practicar el nudismo cuando la playa estaba tan llena, sin embargo en esta época había poca gente, por lo que me decidí enseguida a extender la toalla en uno de los rincones de paso de la zona de cruising, entre varios arbustos, enseñando mi culo al sol. Me enfundé los cascos de mi móvil y no os imagináis la paz que sentía allí tirado en la pinada, completamente desnudo, con una ligera brisa tocando mi cuerpo y los rayos del sol calentándome. No era el único, había más chicos y hombres desperdigados por la pinada, unos tumbados como yo, otros andando buscando tema. Al no haber demasiada gente, me puse la mochila como almohada y me quedé dormido al poco rato. 

Lo malo de los sitios de cruising es que corres el riesgo de que si te ven tumbado boca abajo, enseñando el culo y los huevos, dan por hecho que estás buscando que cualquiera se acerque y te toque, sin conceder ningún permiso previo. Estaba teniendo un sueño caliente, eso seguro, pero noté el momento exacto en el que aquel chulazo de mi sueño me acariciaba el culo con mimo, para volver a la realidad y notar que realmente me estaban acariciando el culo y los huevos con mucho tacto y sensualidad. En ese momento en el que no tienes muy claro si estás dormido o despierto, que estás como entre ambos mundos, no eres consciente plenamente de lo que pasa. Y yo me estaba dejando hacer, moviendo con cautela mi culo, y, al parecer, dando mi consentimiento para que aquella persona que me estaba masajeando se metiera un dedo en la boca, lo envolviera en saliva y empezara a meterlo sin prisa pero sin pausa. Mientras tanto, en aquello que no distinguía de sueño o realidad, empecé a moverme más y noté cómo me escupían directamente en mi agujero y me seguían dedeando con calma. Fue una cachetada en mi glúteo izquierdo y un gemido los que me llevaron a despertarme totalmente, girarme con cara picarona y ver a aquel hombre que se lo estaba pasando pipa con mi culo y al corrillo que, no se de donde, se había formado viendo la escena. Contemplando como un hombre de unos 45 años se pajeaba mientras metía un dedo a un chaval de ventipocos. No es por la edad, con la que no tengo problema, sino por el hecho de que aquel hombre no me atraía lo más mínimo (típico hombre que va camino de los 50 con cierta barriga, pelo blanco y que aparenta más de los que tiene), por lo que le dije que parara y siguiera su camino. Todo con el máximo buen rollo del que fui capaz. No se lo tomó a mal (¡faltaría menos!) y se marchó, provocando que el corrillo se dispersara. 

Llegada la hora de comer empezó a aparecer bastante más gente por allí, así que dándome cuenta de que quizá estaba en un sitio con demasiada gente, cogí el petate y con el rabo aún morcillón, eché a andar al otro lado del foro, que solía estar siempre menos concurrido. Extendí la toalla en una de estas estancias que parten de los caminos entre los pinos, me comí un sandwich que llevaba y me tumbé boca arriba, para estar moreno en ambos lados. No tardé mucho en quedarme traspuesto cuando una voz me despertó:

- No me olvidaría de esa polla con tanta facilidad -dijo.

La voz me sonaba vagamente, pero no la conseguía asociar con nadie y pensé que se trataba de alguien que buscaba rollo. Abrí los ojos y allí me encontré con Rubén, el chaval que me dio aquel masaje erótico sin esperarlo el verano anterior, que estaba por allí tomando el sol y, de paso, dándose una vuelta. Le invité a sentarse a mi lado y comenzamos a ponernos un poco al día; aprovechó para echarme en cara que no le contestara al Whatsapp y que por ello había pensado que realmente el masaje no me había gustado. Le conté que había tenido algunos problemas al final de verano y que me quedé sin tiempo, pero que no fuera tonto, porque sí me había gustado y buena prueba de ello es que mientras hablaba con él y lo recordaba, empecé a empalmarme. Se dio cuenta rápidamente y sin perder el tiempo, se acercó y me besó. Desde aquel día de navidades en que me fui a Parquesur de cruising apenas había vuelto a ir de caza, aunque había tenido mis cosas, así que con un chico como Rubén no había que pensárselo mucho. Quiso que fuéramos a un sitio algo más íntimo y como la pinada del Rebollo es amplísima, nos alejamos mucho de los lugares de paso y encontramos una estancia de pino bajo muy cerrado que hacía las veces de saloncito. No debíamos ser los primeros en descubrirlo, ya que había algún condón por allí tirado.

Con ambas toallas extendidas, nos tumbamos el uno frente al otro y comenzamos a besarnos, a rozarnos, a tocarnos... todo de forma muy tranquila, trabajándonos bien el cuerpo, los pezones, el culo. Hubo mucho sobeteo y morbo que nos tenía empalmados como una piedra. 

- Hoy tengo una sorpresa para ti. Me apuesto lo que sea a que nunca te han hecho un masaje prostático -dijo.
- Que va, nunca -dije, cogiéndole la polla y pajeándole suavemente.
- Voy a conseguir que te corras como una fuente sin tocarte -aseguró mientras contenía la respiración por la paja que suavemente le estaba haciendo.

Entonces se dirigió a su mochila y sacó una especie de consolador que hasta ahora no había visto: eran como bolas chinas sin la cuerda, todo unido a modo de dildo, pero con las bolas y una extraña protuberancia al final. Sacó también un pequeño frasco de gel antiséptico con el que lo limpió y un tarro de lubricante. Me pidió que me tumbara boca arriba y pusiera mis piernas sobre sus hombros, dejándole pleno acceso a mi agujero. Primero se untó las manos de lubricante con el que me sobó la polla durante un rato para asegurarse de que se mantenía dura, para después untarse un dedo e introducírmelo poco a poco. Con calma consiguió meterme tres dedos y fue cuando decidió coger ese consolador, que a mi me parecía grueso y largo. Lo untó en lubricante y comenzó a metérmelo por el lado de la protuberancia, que no dolía porque era la parte fina. Con la primera bola sufrí un poco, ya que era más gruesa de la cuenta, pero estaba tan cachondo que quise pajearme un poco mientras lo hacía, cosa que Rubén me impidió. "He dicho que te vas a correr como una puta fuente sin tocarte", aseveró. Haciendo uso de más lubricante, creo que nunca antes había usado tanto, fue avanzando poco a poco; llegado el momento de tener tres de esas bolitas dentro comencé a notar cierta molestia, pero me callé y no dije nada porque solo quedaba una más. Y cuando, por fin, tuve aquel extraño consolador dentro de mi creí que la polla me iba a estallar. Notaba una presión muy fuerte que no había experimentado antes, como una sensación imperiosa de hacerte una paja que sabes que te aliviará esa presión, pero la diferencia de no poder tocarte. El cabrón me dejó el consolador dentro, se acercó a mi y me animó a chuparle la polla, restregándome los huevos por la cara, pellizcándome suavemente los pezones, poniéndome más malito de lo que ya estaba. A continuación me volvió a colocar las piernas sobre sus hombros y comenzó a mover el consolador sacando y metiendo la última bolita y parte de la siguiente, para después introducirlo con un poquito más de fuerza. La presión que sentía crecía por momentos y pude ver cómo las venas de mi polla aumentaban de tamaño, creo que nunca antes la había tenido tan dura. Rubén aceleró el ritmo del consolador, hasta que le dije que no aguantaba más, que necesitaba correrme o me reventaba la polla.

Para mi sorpresa, me sacó suavemente el consolador, cogió un condón del bolsillo de su bañador y me clavó su polla de golpe, follándome con bastante ritmo. Pues bien, no duró ni 2 minutos, noté como un cosquilleo me subía por la polla y empecé a echar una cantidad exagerada de leche, gimiendo como
hacía tiempo del placer que me estaba dando echar aquella lefa a la vez que Rubén mantenía su polla clavada en mi culo. Cuando terminé, con una sensación de cansancio extrema, se sacó el rabo y con una paja cortita se corrió sobre mi estómago. Cogió unas toallitas y me limpió, para seguidamente limpiarse él.

- Estoy... estoy... exhausto, tío -dije.
- Si hubieras visto la cara de perro vicioso que tenías, combinado con cierto sufrimiento... Estabas para grabarte -dijo riéndose. 

No era exactamente la primera vez que me corría sin tocarme, pero sí la vez que más cantidad expulsaba y que mayor placer me había producido. Después me comentó que, en teoría, ese consolador estimula la zona prostática oprimiendo la parte trasera de la vejiga, que empuja a la próstata, con leves masajes y provoca en la mayoría de los tíos que nos corramos sin mucha dificultad, siempre que se den las circunstancias sexuales oportunas, claro. Parecía que con Rubén era de los pocos tíos con los que experimentaba cosas nuevas. Nos quedamos un rato charlando y más tarde se ofreció a llevarme a casa en su coche. Aparte del plano sexual y de masajes era un tío de puta madre, con muchos temas de conversación y con el que se podía hablar de todo. Por lo visto, el negocio le iba de viento en popa, pero lo cierto es que quitando aquella primera vez del verano pasado, jamás volví a pagarle, ya que lo que comenzó siendo un servicio se había convertido en una atracción mutua por ambas partes.

10 de junio de 2014

CAPÍTULO 79: RUTINAS INTERRUMPIDAS / DE CRUISING EN PARQUESUR

Mi primer objetivo nada más poner un pie en la capital fue estar lo más ocupado posible para evitar que mi cabeza se dedicara a pensar en cosas que no debía, desinstalé el Whatsapp, me apunté a la autoescuela por las mañanas y empecé a trabajar de auxiliar en la empresa en la que trabajaba mi padre por las tardes; además, comencé a realizar un curso de francés y otro de técnicas de venta de forma online y volví al gimnasio. Tiré de contactos y empecé a quedar con amigos del barrio, con colegas que hacia tiempo que no veía, con amigos del ambiente... Todo el tiempo que no fuera para dormir y comer, estaba ocupado. Y con tanto nivel de actividad por las noches caía rendido. Lo único que me obligaba momentáneamente a distraerme eran las constantes llamadas de Dani. Tres llamadas todos los días. Mensajes. Buzones de voz que no escuchaba. Y tan fácil como eso pasó el mes de septiembre, llegaron las clases prácticas de conducir y a mediados de noviembre aprobaba a la primera el examen de conducir; no porque fuera brillante conduciendo, sino porque el examinador fue demasiado benevolente y simpático, para los horrores que todo el mundo me había comentado. 

Cuando me quise dar cuenta estábamos en plena temporada navideña y la polla me picaba de una forma monumental: no follaba desde aquella última vez con Santi. Lo demás habían sido pajas puntuales. Esas navidades iban a ser distintas porque, por primera vez en años, Paco no vendría por casa tras lo sucedido y su turno de mañana en la oficina me quitaba de verle. Lo que más podía preocuparme era la excusa que le daría a mis padres. Pero bueno, eso no me preocupaba, lo que me preocupaba era el calentón que tenía ahí abajo y que no se quitaba con pajas. Ya he dicho varias veces que el cruising en Madrid no me parece ni la mitad de excitante con respecto al que encuentro en Alicante, pero como el rollo apps y chats no me va en exceso, me metí en un foro e investigué nuevas zonas de ligoteo que no conociera ya y me permitieran pasar un buen rato. Descarté El Cerro de los Ángeles porque en esta época no hay nada, lo mismo pasa con el Parque de Polvoranca, que en invierno sólo queda ir de noche cuando no se ve nada, Ventas me quedaba muy lejos y otras zonas cercanas a mi casa solían estar bastante vacías. Sin embargo, me llamó la atención ver que en el centro comercial ParqueSur, de Leganés, también había cancaneo en los baños. No es que me encantara el rollo baños, pero me pareció interesante. Así que cogí el coche de mi padre y me planté allí aquel sábado por la tarde en la que el centro comercial estaba abarrotado de gente. Miré algunas tiendas y me fui directo a los baños que recomendaban visitar en el foro, pero al no haber mucho movimiento, seguí dando vueltas por el inmenso lugar.

Me fijé en varios hombres, intenté hacer contacto visual, pero nada, no daba resultado y me empezaba a aburrir. Así que volví a la zona de los baños indicada en el foro y me quedé mirando los escaparates de las tiendas cercanas, vi algún chico que también estaba haciéndose el remolón, pero nada que me satisficiera. En esto que aparecen estos dos chavales de barrio con sus pantalones vaqueros rotos, su gorra ladeada y su camiseta de tirantes para lucir palmito (a pesar de que estábamos en diciembre). Venían como gesticulando hacia el baño y medio riéndose, así que pensé que eran unos vacilones. Se metieron al baño y pasaban los minutos y no salían: 5, 10, 15, 20 minutos... No era normal. Así que me decidí a entrar y me encontré con que cada uno de ellos estaba en un extremo de los 5 urinarios de pared que había; a pesar de no gustarme mear en ellos y de tan siquiera tener ganas, me puse en el medio, me saqué la polla y me la empecé a menear disimuladamente mientras les dirigía miradas lascivas. Los chavales, que tendrían unos 19 o 20 años, se miraron entre sí, se guardaron las pollas en el pantalón y se metieron en uno de los baños con puerta que estaban libres, dejando la puerta ligeramente abierta. Esperé un par de minutos y tras escuchar como me chistaban, respiré y me metí allí. 

Estas situaciones siempre tienen un componente de riesgo: no sabes si realmente vas a pasar un buen rato o te van a dar de ostias y mucho más con gente tan joven, con chavales. Pero cuando entré me los encontré apoyados cada uno a un lado de la pared, con las pollas empalmadas en la mano. El más alto de ellos tenía una polla fina, no circuncidada y muy blanquita de alrededor de 15 centímetros; el más bajito tenía una polla un pelín más larga, aunque mucho mejor proporcionada. Ambos se gastaban un buen par de huevos:

- ¿Nos das una chupadita? Sin mariconadas... -dijo el más alto.
- Claro, quitaros la camiseta y bajaros bien el pantalón -dije.

Se miraron el uno al otro y lo hicieron sin preguntar. Ya que me iba a tocar hacer todo el trabajo, al menos quería disfrutar de sus cuerpos. Se notaba que iban al gimnasio y tenían unos buenos brazos y una buena tableta, aunque les quedaba por trabajar algo más los pectorales. Estaban depilados. Vienen fuerte los chavales.
Bajé la tapa de la taza y me senté, cogiéndoles del culo y acercándoles a mi
de tal forma que tuviera sus dos pollas bien cerca para poder ir saltando de una a otra. Empecé con la polla del moreno, que era la que más me gustaba, y no me costó tragármela entera mientras con la otra mano pajeaba la polla del chico alto. No eran ruidosos y trataban de controlar sus gemidos. El chico alto, que se daba cuenta de que le prestaba menos atención, me cogía la cabeza y me forzaba a comérsela también. Venían de la ducha, ya que sabían a gel de baño. Me daba cuenta de que el chico alto, cuando se la estaba comiendo al moreno, no paraba de mirar, apretar los labios y pajearse. Así que me aventuré a sacarme la polla y empezar a pajearme mientras chupaba ambas pollas, quién sabe, quizá alguno se animaba a interactuar. Quisieron que me tragara las dos pollas a la vez, pero se ve que es algo que no va conmigo, porque nunca soy capaz de hacerlo. También comencé a comerles los huevos, hasta que el moreno me agarró la cabeza, me forzó a tragarme su polla y me empezó a follar la boca con rapidez; momento en el que aproveché para sobarle el torso y el culo:

- ¿Me puedo correr en tu boca? Estoy apunto...-dijo.
- No tío, échamelo en el pecho - dije, quitándome la sudadera que llevaba y dándosela al alto.

Cuando estaba apunto de correrse sacó su polla de mi boca y se pajeó durante 10 segundos hasta que unos borbotones de lefa muy espesa impactaron en mi pecho. Nos limpiamos con un poco de papel y el moreno se marchó:

- Os espero fuera para no cantar mucho -dijo.

Así que me quedé allí con el chico alto cuya polla no me entusiasmaba, cerré la puerta tras limpiarme y me fui a sentar en la taza de nuevo:

- No -dijo el chico.

El que se sentó fue el, me acercó, me bajó la bragueta y empezó a chuparme la polla. No creo que se hubiera comido muchas antes porque lo hacía de forma brusca y ansiosa, pero me encantaba tenerle ahí y verle con esas ganas de comerse una polla. El cabrón se la metía casi entera y apenas le daban arcadas, era acojonante el ritmo que mantenía para ser una de sus primeras:

- Puedes correrte en mi boca tío, me apetece mazo -me pidió con cara de corderito degollado.
- No tío, ya aprenderás que no es lo más conveniente. Cierra los ojos y te lo echo en la cara -le dije.

Así que empecé a pajearme y en un par de minutos le teñí la cara con mi leche, que el pavo empezó a lamer como un poseso. Cuando miré hacia abajo me di cuenta de que él se debía haber corrido hacía rato, ya que tenía la mano llena de lefa y la polla en estado normal. 

- No le digas a este que te la he mamado tío -dijo limpiándose con papel.
- Tranqui tío, aquí el único que ha mamado polla he sido yo. Solo un consejo, aunque sea morboso, no dejes que se te corran en la boca ni lamas la lefa de un desconocido -le dije.

Al salir del baño, un hombre en el urinario de pared nos miraba con mal gesto y empezó a gruñir. A la salida nos esperaba el chaval más moreno, quien en un papel me dio su número de teléfono diciéndome que le apetecería follarme en otra ocasión. Choque de manos y hasta luego. 

Había quedado satisfecho: se la había mamado al que más me molaba y el que menos me la había terminado mamando a mi. La situación me había parecido morbosa, así que hice unas compras y me marché a casa, con la idea firme de llamar al moreno para quedar en algún otro sitio y echar un polvo como está mandado.

Sin embargo al llegar a casa, en aquel 23 de diciembre, me esperaba algo inesperado. Algo que había estado evitando desde los últimos días de agosto. Me recibió mi madre en la entrada diciendo con mal tono: "Anda, que te parecerá bonito". Bueno, pues si de la entrada al salón no hay más de 3 metros, os juro que se me hizo eterno llegar y ver quién me esperaba sentado en el sofá tomándose una cerveza con mi padre. 

- Hola Marcos -dijo Sergio. 

6 de junio de 2014

CAPÍTULO 78: EL COLAPSO FINAL



Aquella noche había terminado mi turno de explicar cómo se desarrolló mi primera vez, que podéis leer en las dos últimas entradas, sin embargo no iba a ser el último. Le llegó el turno a Dani, que nos contó que su primera vez fue haciendo de pasivo con 15 años con un director de oficina bancaria con el doble de edad, pero que no la tenía muy grande y fue una experiencia buena, a pesar de que Dani optara por quedarse como activo tras liarse tiempo después con un veinteañero del barrio. Sergio fue breve, su primera vez fue conmigo, así que se remontó a la primera experiencia sexual que tuvo, que resultó no ser muy diferente a la mía: se la mamó al que había sido su mejor amigo de toda la vida durante un tiempo.

Tras contarnos nuestras historias con todo lujo de detalles, habiéndonos tomado unas cuantas cervezas, los tres amigos estábamos tan cachondos que el bulto de nuestras pollas empalmadas era evidente en nuestros pantalones y nuestras miradas lascivas y llenas de deseo hacían presagiar que aquella noche, una de las últimas de aquel verano, iba a ser intensa. Estábamos esperando a que uno de nosotros diera el paso de sacar su polla para hacer estallar el desenfreno sexual que había entre los tres, pero sorprendentemente, Dani dijo que había quedado y tenía que marcharse. Se despidió con un pico de nosotros y salió por la puerta sin dar demasiadas explicaciones. Sergio me miraba con sonrisa pícara desde el sofá, así que salté encima de él y empecé a besarle con intensidad y sobarle el paquete con la mano; había algo extraño, puesto que no le veía muy recíproco, pero yo estaba tan cachondo, que llevé la mano hasta sus huevos y fui bajando hasta introducir la primera falange de mi dedo índice en su culo. En ese momento, Sergio me agarró la mano y me detuvo:

- Para, Marcos...-susurró.
- ¿Parar? ¿Con este calentón? No lo sueñes...-dije.

No se qué me pasó. Pensé que se estaba haciendo el estrecho buscando que fuera duro con él, no habría sido la primera vez. Así que volví a la carga. Tengo los recuerdos de estos momentos como imágenes congeladas en mi mente. Recuerdo arrancarle los shorts con fuerza rompiéndoselos, recuerdo bajarle los calzoncillos de forma violenta. Recuerdo forzarle a abrir las piernas e impedir que las cerrara con mi cuerpo de por medio y él boca arriba. Recuerdo escupirme en el dedo y metérselo con sensación de vicio. Recuerdo sus "para". Recuerdo sacarme la polla dura y ponerla en su agujero a falta de una embestida que me metería dentro y me permitiría follarle a tope. Entonces recuerdo mirarle a los ojos y ver auténtico terror, recuerdo sus gritos y sus forcejeos. Recuerdo sus ojos llenos de miedo. Recuerdo parar.

Se me había ido la cabeza. Hoy en día sigo sin saber qué me pasó aquel día, porque nunca más se ha vuelto a repetir. Quizá fue el alcohol, el calor. No lo sé. Nunca lo he sabido y creo que nunca lo sabré. Me quedé sentado a su lado, cabizbajo, sin poder parar de repetir lo mucho que lo sentía. Que me perdonara. Sergio se tranquilizó y se volvió a poner los calzoncillos, lanzándome los míos:

- No se qué cojones te ha pasado, pero me he asustado Marcos... Quiero que te largues. Ahora. -dijo.
- Claro... -dije yendo a buscar mis cosas.

Nunca había sido un chico de relaciones. Mis primeras experiencias sexuales fueron todas muy parecidas entre sí: con chavales supuestamente heterosexuales que querían experimentar, que buscaban una mamada o un culo; después empecé a salir por el ambiente y tuve rollos y buenos polvos con chavales gay muy majetes, más tarde estuve casi 2 años saliendo con El Mili, pero aquella relación se limitaba a salir de fiesta todos los fines de semana, beber, follar como conejos y poco más. Entonces, ¿para qué buscar una relación y un compromiso pudiendo disfrutar de la diversidad? Hasta ese momento no me lo había vuelto a plantear nunca.

Cuando estaba apunto de salir por la puerta de su casa, Sergio me interrumpió:

- Y yo que te tenía una buena sorpresa preparada... A ver por qué te crees que Dani se ha ido así de repente. Pero en fin, tras tanto preparar no lo voy a tirar todo a la basura, así que, quédate.

Me imaginaba que quizá tendría a algún chulazo encerrado en su habitación esperandonos para jugar y pasarlo bien, o quizá alguno de los que habíamos conocido en La Caseta o en El Rebollo. Así que cuando me pidió que me fuera a su habitación y me pusiera la ropa que encontraría en la cama, no pude imaginarme nada que no fuera sucio o sexual. Sin embargo, cuando entré a la habitación me encontré con el peor de los escenarios posibles: toda la habitación iluminada con velas ya casi consumidas y a los pies de la cama  me esperaba un traje con una nota que decía: "vas a estar irresistible". Tardé un rato en asimilar aquello, me desnudé y me puse el traje, que curiosamente, me quedaba a la perfección. Mi madre había tenido algo que ver en esto seguro. Me miré al espejo, me coloqué el pelo y le di un grito a Sergio para que supiera que ya estaba listo. Al poco tiempo, abrió la puerta de la habitación y allí estaba él con otro traje negro y camisa blanca, con el pelo de punta, guapo a rabiar. Se me quedó mirando, se acercó y se puso de rodillas. Mi mente quería pensar que me iba a bajar la bragueta y se iba a poner a mamarme la polla como un condenado, que esto era parte de algún juego que se le había ocurrido... pero mi subconsciente sabía que algo más pasaba. Me miró a los ojos y empezó su discurso:

- Marcos, verano tras verano, e incluso ya en Madrid cuando quedamos, no puedo dejar de pensar en que pase el tiempo para verte de nuevo y enamorarme cada día un poco más de ti. Me tienes totalmente enganchado y por eso hoy quería pedirte que dieramos un paso adelante, quiero que seamos pareja, que disfrutemos el uno del otro, de nuestros cuerpos, de nuestros problemas, a tiempo completo. No necesito el cruising, ni estar con unos y con otros si puedo estar contigo y ser feliz así. Podemos construir entre los dos un proyecto estable, con compromiso y que tengamos un futuro tan bueno como cualquier otra pareja. ¿Qué me dices, Marquitos?

Futuro. Estabilidad. Pareja. Relación. Compromiso. Proyecto. Tu y yo. Compromiso. Puedo jurar que veía esas palabras cruzándose por delante de mi como si fueran auténticos subtítulos flotantes, recuerdo la esperanzada cara de Sergio que esperaba mi respuesta arrodillado. Entendí cómo de preparado había estado aquello y asimilé que realmente sabía que algo así pasaría más temprano que tarde. Pero no fui capaz de articular palabra y todo lo que pude hacer fue cagarla, una vez más aquella noche, marchándome de allí corriendo sin decirle nada. 

Y no se me ocurrió otra cosa que presentarme en casa de Santi, a esas horas de la noche. Le mandé un sms diciéndole que estaba fuera y que necesitaba verle si o si y no tardó en bajar y abrirme la puerta. Subimos a su habitación y entre sus preguntas y su cara de asombro, me quité ropa, me desnudé completamente, eché el pestillo de la puerta y me tumbé boca abajo en su cama. 

- Hoy me apetece a mí que me folles, no va a ser siempre cuando a ti te de le gana -le dije, pasándome una mano por el culo.

No articuló palabra, se quitó los calzoncillos y la camiseta de tirantes y se tumbó a mi lado ofreciéndome su polla, esa que tanto me gustaba y que me lancé a mamar notando como se ponía dura en mi boca con cada lametazo que daba mi lengua. No quise perder el tiempo, así que recordando aquella mi primera vez, me puse en posición de cuatro patas y Santi hizo el resto, con su saliva y sus ganas de follarse mi culo, con sus dedos invadiendo mi ser, sus lapos en mi agujero y, seguidamente, su rabo bombeándome el culo sin parar. Con esa ansia y rápidez con la que a Santi le gustaba follar. Lo di todo para que ambos disfrutáramos, con movimientos, contrayendo los músculos, invitándole a que me diera más caña... hasta que se corrió inundando ese condón de color rosa que se había puesto. Le dije que no se lo quitara y que mantuviera la polla dura, me di la vuelta, me tumbé boca arriba, le pedí que me la metiera y que me pajeara mientras tenía su polla dentro de mi culo. Y a pesar de que notaba como su erección no era máxima, tarde pocó en correrme sobre mi estómago, el tiempo suficiente para que su lefa no se derramara dentro mi, sino justo fuera, en sus sábanas. Nos limpiamos y nos pusimos los calzoncillos.

- No quiero preguntas, sólo déjame que me quede a dormir, por favor -le dije.

Accedió y no me preguntó nada. Ni por qué había llegado con un traje con aquel calor, ni por qué a esas horas, ni por qué esa ansia por echar un polvo. Tan sólo estuvimos hablando de la noche en la que Pascual nos pilló y en cómo, con el, la relación no había cambiado. Nos quedamos dormidos poco después.

********
Al día siguiente por la tarde cogí el primer tren de Alicante a Madrid, anticipando mi regreso tres días. Aquel verano había terminado para mi. No había opción de ampliar y quedarme unos días más como habíamos hecho otras veces. No avisé a nadie más que a mis padres, como era lógico. Sólo tenía un par de llamadas perdidas de Dani y un mensaje de Santi diciendo que a ver si nos veíamos en la capital. ¿Cambiaría todo a partir de este verano?

3 de junio de 2014

CAPITULO 77: MI PRIMERA VEZ (Parte 2)

Confusión, inquietud, nerviosismo, fatiga y especialmente miedo al rechazo. Tras la experiencia que había vivido tiempo atrás con El Peque quise ponerme una coraza y prepararme para el siguiente lunes de clase en el que El Cata tan siquiera me miraría o se dignaría a hablar conmigo, ya que había que guardar las apariencias (aunque nunca dijo nada de esto). Totalmente convencido y analizado cómo y qué iba a pasar aquel primer día "después de", la sorpresa se cruzó de nuevo en mi camino para mostrarme a un Cata que actuaba y me trataba con total normalidad. Con colegueo y como si nada hubiera pasado, como si nada extraño hubiera pasado entre nosotros. Incluso se sentó a mi lado a primera hora, en aquella aburrida clase de Economía que nos ponían a las 08:30 de la mañana, en la que pese a los intentos de una dicharachera y simpática profesora, no prestábamos demasiada atención. El Cata estaba como acelerado diciéndome que tenía algo importante que contarme y que no podía esperar hasta el recreo, así que cuchicheando tan bajito como pudimos, me contó que el día anterior por fin había perdido la virginidad con su chica. Me contó que no había sido pensado por su parte, que surgió y que al principió costó porque a ella le dolía, pero que después lo hicieron un par de veces seguidas dejando los condones llenos de leche y agujetas en las piernas de ambos. Mientras me narraba la historia con todo lujo de detalles un creciente bulto asomaba en su pantalón de chándal con la consecuencia de empalmarme a mi también, recordando como tan sólo hacía tres días había tenido aquella maravilla en mi boca.

Fui iluso. Tras sus últimas palabras del viernes pensé que quizá querría perder la virginidad conmigo, pensé que tanta conexión entre nosotros le habría marcado y unido a la estrechez o nervios de su chica, mi culo sería el primer agujero que visitaría su polla. Así que, a pesar de alegrarme por él y darle la enhorabuena, no pude evitar entristecerme. Eso sí, fue una tristeza muy momentánea, ya que para hacerme el interesado y mostrarle alegría fingida, le invité a que me diera consejo para mi primera vez recibiendo como respuesta: tú sobre todo relájate, tendrás que estar muy relajado y cachondo... para que todo fluya, ya me entiendes (dijo guiñando un ojo). ¿Qué cojones significaba aquello? ¿Yo, relajado?
Aquella fue la noticia del día entre los chicos de la clase, cada vez que uno del grupo se estrenaba, era como una especie de tradición contarlo. Lo que no entendí es que me eligiera a mí, que no era su mejor amigo, para darme la noticia. ¿Se trataba de un aviso? En plan: he follado con mi chica y me he aclarado, así que se acabó. Pero entonces... ¿ese consejo no tenía segundas intenciones?

La semana pasó con normalidad y estrés: nos enfrentábamos a cuatro exámenes finales esa semana y a tres la siguiente. El viernes llegó, la normalidad reinó y a mi me esperaba un fin de semana aburrido de estudiar sin parar, con la desazón de no tener un plan más interesante que cascarme una paja basada en los recuerdos. A las 15:00, como siempre, llegué a casa, comí, me eché una siestecita de 35 minutos y me pasé estudiando matemáticas sin parar durante 3 horas y media. En aquellos tiempos el uso de los móviles no estaba tan extendido ni estábamos tan enganchados como ahora; tenía mi primer móvil, un Ericsson T10 azul de tapa que tenía un indicador luminoso arriba cuando tenías una llamada perdida o algún sms. Sin embargo, cuando tenía 16 años el uso de los móviles se limitaba a circunstancias de emergencía, tus padres te decían: "solo por si pasa algo", así que podían pasar horas sin mirarlo ni prestarle atención. Y si se te olvidaba en casa y no te lo llevabas a clase, pues no era ningún drama. Cuando las mates me tenían ya tan saturado que no podía seguir, a eso de las 19:30, eché un vistazo a la estantería donde reposaba el móvil y vi que el indicador luminoso parpadeaba. ¡Alegría! Un sms o una llamada. Pues bien, eran 3 llamadas y las 3 eran del Cata. Me pareció raro, porque solíamos tirar más de teléfono fijo, ya que las llamadas de móvil costaban más caras que ahora, así que le devolví la llamada y me encontré con un Cata muy estresado porque no entendía varias cosas del examen de mates del lunes. Y quería que me fuera a su casa a ayudarle. ¿Un viernes por la tarde habiéndome pasado 3 horas largas estudiando? No sería problema para que me dejaran mis padres. Y, además, era la razón perfecta para volver a su casa, especialmente ahora que ya no había más trabajos por hacer. Así que me di una ducha rápida, me enfundé mis vaqueros de salir, un polo de salir y me fui a su casa. Tan sólo 10 minutos de camino que se me hicieron eternos y en los que mis nervios afloraban.

Allí llegué, subí a su piso, que era uno de los últimos, y ahí estaba El Cata esperándome solo con unos pantalones cortos de algodón. Era junio y hacía calor, así que no había nada de lo que extrañarse. Me invitó a pasar a la habitación y allí tenía preparados un par de refrescos con hielo. Nos pusimos un poco al día hablando de todo un poco para después empezar con las mates. Tras una hora de explicarle un par de problemas que no entendía, y sin poder parar de fijarme en cada gesto de su cara, en cada movimiento de su naciente tableta de chocolate o de sus pectorales imberbes, me dijo:

- Me estás agobiando de verte con tanta ropa con este calor, ponte cómodo ostias -dijo.
- Pero no me he traído nada, da igual hombre -respondí.
- Joder, ¿tanto corte te da? -dijo mientras se ponía de pie y se quitaba los pantalones cortos quedándose en unos boxers blancos muy ajustados. 
- ¿Ves? No es tan difícil, que ya hay confianza Marcos... -insistió.

Así que me puse de espaldas a él y me quité el polo, los zapatos y por último los pantalones, que empecé a doblar para dejarlos encima de su cama cuando algo me sobresaltó. ¡Zas! Recibo una cachetada en mi glúteo derecho y su mano se queda palpando mi culo:

- ¿Cómo haces para tenerlo tan durito? Ibas a natación, pero algo harás, ¿no?-me preguntó.
- Pues... no, no hago nada en especial que no sea subir o bajar escaleras, en vez de coger el ascensor -respondí con cierta sorpresa.
- Mira, toca el mío, no está tan duro -me pidió, girándose levemente.

Cuando se lo cogí con la mano me di cuenta que todo era una farsa, porque lo tenía igual o más duro incluso que el mío. En ese momento fue, cuando como quien no quiere la cosa, empezó a hablar de sexo con preguntas que no se andaban por las ramas:

- El otro día me preguntabas y me pedías consejos para tu primer polvo, tengo una para ti: ¿te has hecho algún dedo alguna vez? -preguntó, mirándome fijamente.
- Mmmm -medité mucho mi respuesta- sí. Alguna vez -dije.
- Yo también, pero no me molaba mucho. ¿Te has metido más de uno? -preguntó mientras mi corazón no paraba de acelerarse.
- Sí, me he llegado a meter dos y medio -contesté.
- Bufff, mira cómo me estoy poniendo -dijo llevándose la mano al paquete y apretándoselo. 

Por mi cabeza pasaron todo tipo de teorías en esos segundos de conversación, incluso pensé que quizá estaba grabando todo aquello para luego burlarse. Pero no, él no era así. Nunca había sido así. Y parecía que tenía todo pensado:

- ¿Sabes? Me moló mucho cómo me la chupaste el otro día, cuando se la metía a mi novia veía tu cara comiéndomela y me la ponía mucho más dura - dijo acercándose peligrosamente a mi boca.
- Me alegro... -conseguí decir.
- ¿Me dejarías meterte un dedo y jugar con tu culo? -dijo.

Qué responder. Pues claro que te dejaría. Te dejaría que me reventaras contra la pared si fuera preciso. No le dije nada de esto, sino que simplemente asentí con la cabeza y me fui al baño. Tenía que limpiarme con lo que encontrara y aquello resultaron ser unas toallitas húmedas a modo de papel higiénico. A pesar de que no tenía experiencia, era pura lógica que tenía que hacerlo. Después hallé un tarro azul de crema hidratante de una marca conocida y traté de meterme los dedos, pero solo conseguía hacerme daño, ya que los nervios me impedían relajarme como era debido. El Cata me llamó preguntándome si estaba bien y fue en ese momento cuando el segundo dedo entró. Así que me aventuré y salí totalmente desnudo, solo para encontrar que El Cata me esperaba medio tumbado en la cama con la polla dura en la mano y aquellos huevos redondos colgando. Había leído que para dilatar mejor convenía estar cachondo, por lo tanto me puse de rodillas en el borde la cama y me introduje aquella polla tan masculina y dura hasta el fondo de mi garganta. Sabía lo que él quería ese día y eso no era una mamada, así que se la estuve mamando de forma calmada hasta que se me puso dura y me empecé a pajearme lentamente. Llegado el momento que consideré oportuno, me saqué su polla de la boca, le lamí un poco los huevos, me subí en la cama y me puse a cuatro patas invitándole a jugar todo lo que quisiera con mi culo.

Lo que más me extrañó de todo es que sabía lo que se hacía, debe ser que como con su novia le había costado tanto, había aprendido a ser paciente. Se metió los dedos en la boca, me escupió en el culo y empezó a meterme un dedo despacio. Algo iba mal. No era dolor lo que notaba, era quemazón. Y no sabía por qué. El primer dedo no le costó, pero es cierto que los suyos eran más gordos que los míos y con el segundo, aparte de quemazón, vino el dolor. Le pedí que se fuera a por la crema del baño y con eso sentí algo de alivio, aunque los nervios crecían en mi por miedo a que se cansara de tanto dedear con tan poco resultado. No había prisa, El Cata no la tenía. Y cuando por fin conseguí tener sus dos dedos dentro hasta el fondo sin tanto dolor, se levantó, abrió un cajón, sacó un condón, se lo puso, lo pringó con crema como pudo, se puso de rodillas detrás mía y me sugirió que me pajeara un poco. Sí, mi polla no estaba tan dura, así que sin reparos, me giré para mirarle como estaba medio sudado detrás mía dispuesto a metérmela y eso fue suficiente para que mi polla creciera de nuevo:

- Recuerda lo que te dije: relájate para que todo fluya, te lo voy a hacer como lo hice con ella, que creo que es lo mejor -propuso, acariciándome la cabeza en el único gesto cariñoso que tuvo conmigo.

Imaginé que me la empezaría a meter poco a poco, con calma, hasta tener toda su virilidad en mi interior. Imaginarlo segundos antes de que pasara me hizo relajarme un poco y hacer que mi polla se pusiera más dura si cabe, teniéndome que llevar la mano a ella para pajearme un poco, fue precisamente en ese instante cuando El Cata me cogió con su mano izquierda por la cintura, mientras que con la derecha ponía la punta de su erecto rabo en el agujero de mi culo. Relájate. Respira. Piensa en cómo te va a follar.

Lo siguiente que recuerdo es morder la almohada, con los ojos cerrados sólo viendo todo un universo negro lleno de puntos blancos que podían emular a las estrellas. Un fuego devastador en mi culo y un intenso dolor propio de que te hayan metido unos 18 centímetros de golpe. Sentía ese fuego allí permanente y la respiración de El Cata en mi cogote, besándome la nuca y tocándome la cabeza mientras me decía que me relajara, que aquel dolor pronto pasaría. Su polla seguía enterita dentro de mis entrañas, bien apretada, bien dura y, sobre todo, bien caliente. Poco a poco fui recuperando la visión, ayudada por lágrimas que caían de mis ojos e intenté incorporarme; aquella señal fue entendida por El Cata a la perfección y comenzó a bombear su polla muy lentamente. No quise que parara. El dolor no me iba a detener de estrenarme por fin. Al principio sentía como si tuviera una lija dentro de mi, pero con su persistencia el dolor y la quemazón fueron remitiendo para dejar paso a un leve placer que me producía su polla entrando y saliendo de mi culo con más ritmo. Estuvo unos cuantos minutos follándome lentamente, sin sacarla entera, hasta que recuperé la erección y empezó a follarme más rápido, progresivamente más rápido, tanto que con una mano tuve que apoyarme en la pared que tenía enfrente de mí. Se me caían las gotas de sudor y notaba cómo se caían las suyas en mi espalda, cómo cada vez El Cata resoplaba más y cómo cada vez su polla entraba y salía con más facilidad de mi culo. Me empezó a gustar tanto que como podía trataba de cogerle del culo forzándole a que siguiera apretándome. Comencé a sentir un placer muy intenso y desconocido hasta ese momento, me llevé la mano a la polla y noté que la tenía como una roca, así que empecé a pajearme imitando el ritmo de las embestidas de El Cata y me corrí de la forma más abundante en la que lo había hecho hasta ese momento encima de sus sábanas. Ver y, sobre todo, notar por mis gemidos cómo me corría, le puso tan cachondo que empezó a follarme como un auténtico animal provocando mis gritos de medio placer y medio dolor, hasta que se corrió dentro de mi culo en el condón. La dejó un rato dentro y la sacó muy lentamente, lo que me produjo un alivio inmediato. Habíamos estado 17 minutos follando desde que me la metió. Caí rendido en la cama, mientras El Cata ataba el condón y lo metía en una bolsa de plástico. Se sentó a mi lado acariciándome el culo y mirándome con cara de preocupación:

- Por un momento pensé que te iba a matar -dijo- cuando te has derrumbado así sobre la almohada al metértela... Me he asustado, ¿eh?.
- Sí, ha dolido mucho más de lo que esperaba -dije.
- Me ha molado mucho follarte, es muy distinto... está como más duro, más inaccesible, pero la sensación de notar cómo se va abriendo y cómo se adapta a mi polla es brutal -contestó hablando de mi culo.
- Tienes una muy buena polla, me ha molado a mi también -dije.

Me costó levantarme y me costó andar, me dolía cada vez que daba una zancada, así que fui a su baño, me senté en el bidé, puse el agua templada e intenté echarme un poco, pero el escozor era demasiado. El Cata, que me veía andar así, me vacilaba y le intentaba quitar hierro al asunto, pero es que no podía evitarlo. Y tenía que llegar a casa todavía. Al volver a la habitación notaba un profundo olor a algo que, desde entonces, describo como olor a sexo. Nos empezamos a vestir hablando de fútbol (creo que empezaba un mundial o una Eurocopa), me dio las gracias por la ayuda con las mates, un apretón de manos y un hasta luego. Nada de romanticismos. Yo soñaba con un beso, un abrazo, una muestra de cariño, pero como dicen, los sueños, sueños son. 

Me pasé todo el fin de semana con dolores y sin ir al baño. Tenía un miedo terrible porque el dolor que sentía tardaba en cesar, probé a darme cremas hidratantes, pero no resultó... Tan sólo el tiempo hizo que el dolor desapareciera y, su vez, comenzaran las agujetas en las ingles. Cayeron muchísimas pajas recordando el momento, cada detalle, cada gesto... Estuve una semana sin tocarme el culo, pero cuando el dolor hubo pasado, empecé a jugar como nunca antes lo había hecho imaginándome que mis dedos untados en crema eran la polla del Cata. Se había despertado en mi un deseo sexual y casi una obsesión por follar desconocida hasta ese momento. Habiendo aliviado tanta tensión no me resultó difícil concentrarme y sacar con nota la mayoría de mis exámenes. Lo malo es que mis amigos más cercanos no sabían nada y no tenía a nadie con quién compartir que había perdido la virginidad. Que me habían petado el culo. Y que me había gustado. 

El día 21 de junio, último día de clase, me encontré a solas con El Peque, que repetía 2º de bachillerato después de haber repetido también 1º, en la cafetería del colegio. Había una fiesta de alumnos de fin de curso a la que estábamos invitados todos los de ambos cursos de bachillerato en un conocido pub de la ciudad.