19 de mayo de 2020

CAPÍTULO 176: ANCOR Y LA PAUSA INDEFINIDA

El día siguiente nos lo tomamos de descanso. Después de pasar todo el día anterior fuera del bungalow, la noche de jacuzzi y piscina y de dormir lo justo, quisimos aprovechar ese día para relajarnos y recuperar energías. Así que tras una carrera de seis kilómetros por la mañana, el resto del día nos lo pasamos tomando el sol en la tumbona frente a la piscina. Además, nuestros días de vacaciones iban tocando a su fin y queríamos aprovechar también para regresar a Madrid con las pilas cargadas. A media tarde llegó el siguiente mensaje de Ancor:

— ¿Cómo están, chicos? ¿Qué les parece si mañana hacemos la excursión que les dije? ¡Estén preparados para madrugar y caminar!

Contestamos afirmativamente, sin pensar en nuestros amigos de Madrid que habían venido también de vacaciones. Uno de ellos había tenido que regresar antes, como estaba previsto, por motivos del trabajo y al que se había quedado solo lo teníamos un poco abandonado. También nos escribió para hacer planes ese día, pero nos inclinamos por pasar el día fuera con Ancor. Nos tenía comiendo en la palma de su mano, eso estaba claro. Y él era perfectamente consciente de ello. 

Tocó el despertador antes de las 8 de la mañana. Teníamos el tiempo justo para desayunar, ducharnos y prepararnos para la excursión. Estábamos en Gran Canaria, así que optamos por camiseta de tirantes y pantalón de deporte corto. Preparamos una mochila con agua fresca, crema solar y algunas cosas más que podrían sernos de utilidad. Salimos a esperar a Ancor y pasadas las 9 llegó, una vez más, con su coche a recogernos. De allí salimos a comprar unos bocadillos en un restaurante cercano y cogimos la autovía en dirección norte. Nos dirigíamos a hacer una excursión por un valle en el centro de la isla, claro que no habíamos tenido en cuenta que la parte centro-norte de la isla solía tener un clima distinto, el sol desapareció, bajaron las temperaturas y empezó a llover débilmente. Ancor, que conocía el clima de su isla, confiaba en que entrada la mañana ese tiempo cambiara. Dejamos el coche en el aparcamiento y emprendimos la excursión por aquella parte de la isla: ¡vaya cambio! De pronto, Gran Canaria nos ofreció otra parte desconocida: un auténtico vergel de frondosa naturaleza y arroyos con agua corriendo alrededor. Hicimos una excursión ciertamente agotadora, con unos cuantos kilómetros de subida complicada, incluida alguna parte de escalada para principiantes, y otros tantos de bajada. Lo cierto es que nos encantó pasar aquel día con él conociendo esa parte de la isla que nos sorprendió. Además, nos sirvió para confirmar que la complicidad seguía ahí y que había una química entre los tres indudable.

Llegadas las 5 de la tarde pusimos regreso a Maspalomas. Estábamos cansados de forma evidente, pero aún así invitamos a Ancor a tomar café en nuestro bungalow. A mi, sinceramente, no me apetecía nada puesto que llevábamos unos días de no parar y el cuerpo empezaba a dar señales de fatiga. Pero Sergio estaba empeñado, así que al bungalow nos fuimos. Y sí, tomamos café, zorreamos y tonteamos, pero no llegó a nada más porque Ancor dijo que tenía que pasar un momento por su casa y que más tarde nos escribiría.

Cuando se marchó, nos dimos una ducha y nos fuimos a la piscina. Empecé a contarle a Sergio que no estaba muy seguro que querer que Ancor volviera a visitarnos más tarde y se repitieran momentos como los de dos días antes. No es que hubiera perdido el interés, ni mucho menos, es que empezaba a sentir cosas raras. Empezábamos a sentir cosas raras.

Normalmente, en nuestras andanzas en el mundo del cancaneo, jamás habían existido ningún tipo de sentimientos hacia la persona con la que nos liábamos. Podía haber habido un mayor o menor grado de complicidad, una amistad mantenida en el tiempo, unas ganas de repetir, un te follo y hasta luego... Lo que estaba claro es que esta vez era distinto. Existía un sentimiento entre los tres que iba más allá de lo sexual, más allá de la complicidad, más allá de lo químico. Y eso era lo que aquella tarde me atormentaba. ¿Nos encaminábamos hacia una relación a tres bandas? ¿Era eso? ¿Queríamos algo así realmente o todo acabaría con nuestra vuelta a la rutina? El mayor tormento se producía porque nunca nos habíamos encontrado ante una situación así.

Salí de la piscina a secarme y buscar una bebida ya más allá de las ocho de la tarde. Miré el móvil y vi unas cuantas llamadas perdidas de Ancor y algún mensaje diciendo que estaba apunto de llegar. Por un momento pensé en ignorarlo, en hacer como si no hubiera recibido nada y dejar la historia en punto indefinido. Pero claro, estaba convencido de que en el móvil de Sergio también habría llamadas y mensajes, así que no tenía ningún sentido. Y Sergio estaba tan ilusionado... Dejé todos esos pensamientos atrás, llamé a Sergio, nos duchamos en la ducha de la piscina, donde ya no quedaba nadie, y cuando nos estábamos secando llamó Ancor. Estaba fuera. 

 — Bueno, como no contestaban, no sabía si traer bañador o directamente dejarlo en casa y bañarnos en bolas - dijo Ancor.

Así que con ese comienzo nos saludamos con un buen morreo a tres bandas y pusimos camino al bungalow para que dejara sus cosas. Olía a limpio, a jabón y champú. Se notaba que después del café se había marchado a ponerse guapo, estaba claro. Esta vez, para no caer en el mismo error del jacuzzi de la última vez y el calor insoportable, nos fuimos directamente a la piscina con unas cervezas que íbamos tomando mientras manteníamos la conversación y hacíamos el tonto. Los efectos inhibidores del alcohol no tardaron en hacerse notar y con la segunda cerveza empezamos a morrearnos y sobarnos recorriendo toda la parte de la piscina donde hacíamos pie. No tardamos en deshacernos de los bañadores para dejarnos en el bordillo en un flujo constante de manos que sobaban pollas, huevos y agujeros de culo. En un éxtasis de besos y comidas de cuello de esos
que te hacen desconectar de la realidad y no pensar más que en lo que estás viviendo. Momentos tan intensos que nos hicieron ignorar a todo aquel que salía y entraba del complejo y se nos quedaba mirando de forma algo atónita. No, si por algo habíamos ganado una reputación en aquel complejo. De pronto, me encontré con la espalda pegada al borde de la piscina y las piernas en los hombros de Ancor, mientras Sergio me comía la boca. Sentía los dedos de Ancor abriéndose paso entre mis entrañas, pero pese a lo húmedo de todo aquello, notaba mi interior muy seco y los dedos de Ancor muy rudos, me hacían daño. Desconozco si el problema estaba en los productos con los que tratan las piscinas, pero era un ardor totalmente insoportable, así que con cautela dirigí a Ancor a mi polla y su boca a mi cuello. Con Sergio ocupándose de mi boca y Ancor de mi cuello y boca estuve apunto de correrme, pero Ancor me frenó y me dijo:

— Vamos al bungalow a seguir jugando, que hoy quiero follaros a los dos. 

Chorreando, en todos los sentidos, nos dirigimos al bungalow. Pasamos unos minutos enrollándonos en la entrada y en el sofá del salón, y cuando más calientes estábamos cogí a Ancor de la mano y les llevé a la habitación. Nos tiramos bruscamente sobre la cama y allí pasamos los minutos entre besos desenfrenados, mamadas a tres bandas, dedos en culos, magreos y pajas. Una vez más Ancor intentó abrirse paso en mi culo. Y una vez más me dolía a rabiar. ¿Y ahora qué pasaba? ¿Serían las uñas? Me apetecía muchísimo sentirle dentro de mi y que me embistiera como lo había hecho con Sergio el día anterior, pero me dolía tanto que lo vi del todo imposible. Con tanto disimulo con el que fui capaz le guié hasta el culo de Sergio y le di la vuelta a la situación: Ahora Ancor trabajaba el culo de Sergio y yo le llenaba a Sergio la boca con mi polla. Alcancé con la mano izquierda un condón y se lo lancé a Ancor, quien esta vez no dudó en absoluto a la hora de ponérselo y empezar a follarse a Sergio contra el cabecero de la cama.  

— Venga, ponte tu también y os doy a los dos -dijo Ancor entre jadeos. 

Me hice el loco y anuncié que estaba apunto de correrme, así que saqué mi polla de la boca de Sergio y le eché todo el chorro de leche sobre su pecho. Ambos lo miraron con cierta lujuria y Ancor empezó a follarse a Sergio con la misma energía y ganas del día anterior. Era un auténtico placer para la vista verle follar, pocos activos he conocido con tanta actitud como follaba Ancor y cruzar las miradas de los tres en absoluta complicidad. Mientras su polvo terminaba, aproveché para levantarme, limpiarme y conectar el aire acondicionado. Les llevé papel para que se limpiaran y, como el primer día, volvimos a quedarnos los tres sobre la cama relajados con Ancor acariciándome el pelo.

Sin embargo, cuando le miré pasados los minutos su expresión  había cambiado. Volvió a decirnos todo lo que había disfrutado con nosotros, repitió que había sido mejor que su primera vez con un chico y nos dijo que era tarde y debía marcharse. Razón no le faltaba, pasaban de la 1 de madrugada. Esta vez, Ancor no se dejó nada olvidado en el bungalow. Esta vez no hubo mensaje al llegar a casa.

El mensaje llegó a la mañana siguiente. Una foto de heridas en sus brazos, fruto de la fricción con las paredes de la piscina. Nosotros también las teníamos e intercambiamos alguna foto más. Nos avisó de que ese día no podía quedar y no volvimos a saber de él durante el día. Nos quedaban solo tres días más en la isla, así que le escribí para recordárselo y ver si podíamos volver a vernos. Hubo dudas con respecto a volver a nuestro bungalow, así que nos invitó a un desayuno en su casa justo el día de antes de marcharnos. 

¿Invitas a alguien a tu casa si no quieres volver a saber nada más? A mi me parece que no

Así que allí llegamos recién duchados: vivía a tan solo quince minutos andando de nuestro complejo. Salió a recibirnos a la puerta de la urbanización y ya vi la primera señal que no me gustó: Sergio y el se hicieron un poco de lío y se saludaron con dos besos de amigos. Ya no había morreos. La cuestión es que él parecía normal, tan risueño y amable como siempre. Nos enseñó su casa y salimos a la terraza a disfrutar de un increíble desayuno que nos había preparado. La verdad es que aluciné porque había de todo: zumos, café, leche, distintos tipos pan artesanal, bizcocho casero, frutas, tomate rallado casero y más cosas que ahora no recuerdo. Y allí pasamos cinco agradables horas de conversación y risas hasta que llegaron las tres de la tarde. Lo intenté todo: cogerle por la cintura, algún roce suave por la pierna, sutilmente acariciarle el brazo, buscar sus labios... pero me encontré con el más sutil de los rechazos. Nos acercó en coche hasta nuestro complejo y nos despedimos con un abrazo:

— Conocerles ha supuesto una experiencia que nunca podré olvidar, espero que lo sepan y lo tengan en cuenta -dijo.

Nos volvimos a ver esa misma noche de fiesta por los sitios de ambiente del Yumbo en donde Ancor había quedado con sus amigos, quienes al vernos se apresuraron a invitarnos a ir con ellos un rato. Pasamos un rato bailando y hablando, pero que Ancor estaba incómodo era un hecho. Así que les anunciamos que nos íbamos, pero entre bromas, sus amigos nos retuvieron allí con ellos hasta que realmente llegó la hora de irse. Y ese es el último recuerdo que tengo de Ancor: el de mirar hacia atrás mientras nos alejábamos del Yumbo y él nos miraba en la distancia mientras se metía en un taxi con sus amigos.

El día que nos marchamos, ya en el aeropuerto, recibimos un cariñoso mensaje de su parte deseándonos un buen vuelo y agradeciéndonos los momentos vividos. Yo, que me sentía entre traicionado y engañado en cierta parte, justo antes de embarcar le escribí:

— Ya me explicarás algún día que fue lo que te molestó tanto para que pasaras de estar todo el rato detrás nuestra, a prácticamente ignorarnos. 

Al llegar a Madrid y conectar el teléfono tenía respuesta, claro. Él lo negaba todo y se disculpaba si nos había dado esa sensación. Y, además, nos invitaba a más momentos juntos tanto si él nos visitaba en Madrid, como si nosotros volvíamos. ¿Visitar Madrid? ¿Es que pensaba visitarnos?

De esa ilusión vivimos unos cuantos meses. Mantuvimos un contacto semanal con él más o menos hasta octubre, fecha en la que seguía tentándonos con su posible visita a la capital, después, el más absoluto silencio. Algún mensaje para preguntar qué tal. Alguna reacción a los stories de Instagram, alguna conversación suelta y esporádica. Como la que seguimos manteniendo hoy en día.

Y, mientras, nosotros, que no sabíamos que lo que nos había hecho este chico se llamaba "ghosting", pasamos unos meses sumidos en una especie de tristeza y melancolía al saber que habíamos dado el 100% de nosotros a una persona que nos había embaucado y seducido hasta un punto nunca imaginado. Realmente su objetivo inicial estaba cumplido: aquel verano tenía que probar a hacer un trío. 

Y Marcos y Sergio pagaron las consecuencias de dejarse llevar por algo más de lo meramente carnal.