Con
las conversaciones que íbamos manteniendo empezamos a saber cosas de él y él de
nosotros. Se llamaba Mario, tenía cuarenta y pocos años (muy bien llevados), 3 hijos y estaba
felizmente casado. De hecho, por las mañanas le veíamos en playa con su
familia. Sí, era el chico que Sergio creía.
Mario
era un hombre de una ciudad cercana que solía veranear por allí, desde joven
había tenido impulsos hacia los hombres y nosotros no habíamos supuesto una
excepción. Quedábamos cada 2 días, a veces tenía prisa y sólo podía dedicarnos
15 minutos y otras veces llegamos a estar hasta 2 horas con él. Según la excusa
que pudiera dar en casa. Durante todo el mes de agosto estuvimos manteniendo
encuentros en los que al final sólo llegó a haber un espacio de un día de por
medio. Le encantaba que se la chupáramos, no se cansaba de decírnoslo y
aguantaba la erección el tiempo que fuera. Estábamos encantados con él y él con
nosotros. Con el paso de los encuentros empezó a haber un poco más de
interacción: Mario comenzaba a comernos la boca, besarnos el cuello y el pecho
y acariciarnos el cuerpo con ternura y deseo. Pero de ahí no pasaba. Nunca nos
la tocó, pajeó ni nada por el estilo. Él mismo confesaba que buscaba dejarse
hacer y para nosotros era un placer. El morbo con él era completo, no ya sólo
por su herramienta y sus huevos, que eran de los más grandes con los que me he
encontrado nunca, sino por su cuerpo, actitud, forma de ser y por la conexión
que habíamos creado.
Puedo
aseguraros que llegó a haber mucha complicidad y confianza entre nosotros,
teníamos nuestro rato de sexo y nuestro rato de charla donde compartíamos
confidencias e intimidades que, por respeto, no voy a contar aquí. Hasta que el
verano llegó a su fin.
Para
nuestro último encuentro nos dedicó algo más de dos horas de sexo y charla en
la pinada. Como parecía estar tan encantado con nosotros, le camuflé en un
flyer de un pub mi número de teléfono e e-mail y se lo di. La verdad es que no
pensé que ese sería, hasta la fecha, el último día que le vería. Tras toda la
complicidad y el buen rollo que había surgido entre nosotros, di por hecho que
tendríamos "amante" para una larga temporada.
Mario
me llamó en diciembre varias veces, ya que le había comentado la posibilidad de
que fuéramos en Navidad, pero finalmente no pudo ser por el trabajo que Sergio
había encontrado. Las conversaciones estaban llenas de cordialidad e incluso me
llamó el 25 de diciembre para desearme felices fiestas y decirme que me
seguiría llamando periódicamente: "Acuérdate, si puedes, las vacaciones pídelas en agosto", me decía, como ya me había dicho varias veces en la
pinada. Fue en esa conversación donde le confirmé que en Semana Santa iríamos
seguro por allí. Pero nunca más se volvió a saber de él. No recibí ninguna llamada
ni le volvimos a ver por la playa en los veranos siguientes. Incluso habíamos
averiguado donde se alojaba el verano de nuestros tórridos encuentros, pero
nunca hubo señales de él ni de su familia por allí.
Sabíamos
que se había quedado en paro, pero... ¿era esa razón suficiente para no volverlo a ver por allí? Total, su ciudad no estaba más a 25 km de allí y sus
suegros vivían en nuestro destino playero. ¿Le habrían pillado? ¿Le habría
pasado algo? ¿Y si realmente hubiera tenido que elegir mis vacaciones en
agosto? Aún hoy en día me sigo haciendo alguna de esas preguntas por lo raro
que nos parecía el asunto.
Lo
único de todo aquello es que el verano que pensábamos sería de lo más aburrido
con la caseta cerrada al tráfico, resultó ser de lo más entretenido. Incluso
pensábamos que ya teníamos un ligue por allí con el que disfrutaríamos más
veces. No pudo ser, pero confío en volverle a ver algún día por la playa,
aunque simplemente sea para saber que está vivo.
Es lo que se diría: Fue bonito mientras duró.
ResponderEliminarLo que pasa es que es una historia, de las tantas en la vida, que no tiene ha tenido un final. Que se ha quedado suspendida en el aire, en standby. O mejor dicho, que han tenido un final abierto y que no sabes muy bien cual es.
Afortunadamente no son de aquellas que sin final, te impiden avanzar.