22 de noviembre de 2016

CAPÍTULO 163: ESPECTADOR DE UN MORBO AJENO

Aquel verano, en el que transcurren las últimas historias que os estoy narrando, fue atípico y diferente a los anteriores por varios aspectos. El primero ya os lo he contado: mis amigos Dani y Sergio no habían podido cuadrar sus vacaciones con las mías, tan solo íbamos a coincidir unos días ya entrado agosto. El segundo motivo, que es el que ocupa esta entrada, tiene que ver también con el aspecto laboral. Como algunos ya sabéis, trabajo desde hace años en la empresa que montó mi padre. Una empresa que empezó con tan solo dos socios y que poco a poco consiguió crecer hasta tener la necesidad de abrir sucursales en otras provincias españolas. La primera fue Barcelona, después una en el norte y la decisión de aquel año pasaba por decidir si se instalaban en Valencia o Málaga. Tenía que ser una de las dos, para minimizar riesgos en caso de que la cosa no saliera bien. Y a mi, que ni pinchaba ni cortaba en las decisiones de ese calibre, se me ocurrió proponer en una comida familiar que se abriera la sucursal en Alicante. Los beneficios eran obvios: se daría servicio a toda la Comunidad Valenciana, a Murcia, A Almería e, incluso, de haber interés, viajar hasta Málaga podría ser más sencillo. Por supuesto no voy a negar lo evidente: mi anhelo secreto era tener la posibilidad de viajar más a Alicante de lo que ya lo hacía. Pues bien, para mi sorpresa, se decidió que mi idea era buena y se tiró hacia adelante con la apertura de Alicante, que tuvo lugar a comienzos de aquel año, previos a este verano.

Lo cierto es que, aunque costó arrancar más de lo previsto, el invento empezó a funcionar. Lo que es más, ese verano la empresa puso en marcha una medida para que fuera más fácil conciliar las vacaciones de los niños con el trabajo de sus padres: la empresa ofrecería clases de refuerzo sin coste que tendrían lugar dentro del horario laboral de los padres, y para hacer algo de beneficio, se abriría el acceso a personas ajenas a la empresa, que en este caso sí tendrían que pagar una cuota. Lo que se llama diversificar el negocio. Resumiendo, se contrataron dos profesores (uno para las clases de primaria y otro para secundaria) que se encargarían de reforzar matemáticas, inglés y francés, en el caso de secundaria, y un poco de todo en primaria. La medida se anunció a bombo y platillo y fue todo un éxito, tanto que hubo que alquilar un local para cubrir la demanda, superior a la prevista. Todo comenzó bien hasta que a mediados de julio la profesora que se encargaba del refuerzo de secundaria nos dejó tirados, argumentando que le había salido otro trabajo a tiempo completo. Dado que yo estaba ya por la zona, que siempre se me habían dado bien los idiomas y las matemáticas, que tenía experiencia dando clases privadas,  fui el sustituto de emergencia, que al final acabó dando todo el santo verano. Sabían que no dejaría tirada a mi propia empresa y así salíamos del paso. Me tocaban dar 3 horas de clases por las mañanas, 3 días a la semana. Y, por supuesto, me ganaría un dinero adicional por ello. El grupo de chavales era de 13, así que nada del otro mundo, y en general, eran chavales, chicos y chicas, bastante agradables, de entre 14 y 17 años.

De entre ellos, había dos a los que llamaremos Daniel y Eduardo, que no estaban allí porque necesitaran repasar nada. Al contrario, eran brillantes y poco había que pudiera enseñarles o que no supieran ya. Eran dos chicos que pasaban ya de los 15 años,  1.75, delgados, con pelusilla en la cara y un pequeño bigote incipiente y pelos por todas las partes de su cuerpo. Según sus padres, estaban allí para no tenerles toda la mañana en casa sin control y, de paso, repasaban lo ya aprendido. La diferencia de niveles entre ellos y el resto era tal, que se aburrían en clase más de la cuenta y hasta cierto punto permitía que hablaran e hicieran alguna broma. Además, les gustaba sentarse en primera fila y de cuando en cuando me hacían partícipes de sus temas tan trascendentales de conversación (nótese la ironía). Ya se lo que está pasando ahora mismo por vuestras mentes, pero no, estos dos quinceañeros no tenían nada que les pudiera identificar como posibles gays. Es más, eran los típicos que se pasaban la clase hablando de fútbol, deportes, coches y tonterías varias que hacían con sus amigotes.

Sin embargo, las sospechas de que algo raro pasaba en las conversaciones que no me permitían escuchar se acrecentaron cuando en más de dos ocasiones en días diferentes, Daniel me pedía ir al baño mostrando un empalme evidente en su chándal al levantarse. De lo cual, por cierto, se acabó enterando media clase por la obviedad del asunto. Claro, son adolescentes... ¿quién no se ha empalmado involuntariamente en clase alguna vez? A pesar de los esfuerzos de Daniel por traer cada día camisetas más largas que casi le llegaban a la rodilla, el asunto comenzó a ocurrir todos los días. Además, a ello se sumaron movimientos extraños de brazos por debajo de la mesa y el hecho de que los dos chavales acababan con las mejillas sonrosadas cada vez que Daniel pedía ir al baño. Pero no conseguía pillarles en nada raro o sujeto a llamarles la atención. Además, pensé: "Marcos, son chavales, lo que pasa es que tu tienes la mente muy sucia". Y lo dejé pasar.

Cuando terminaban las tres dichosas horas, lo siento pero la docencia no es lo mío, 7 de los alumnos se marchaban a sus casas directamente y otros 6 se quedaban por las oficinas esperando a que sus padres o responsables les llevaran a casa una vez terminaban su jornada (no todos vivían en la propia ciudad de Alicante). Solían esperarles en un office mediano habilitado con máquina de café gratuito y una máquina vending que dispensaba bocadillos y alguna bebida.

- Marcos, perdona, me preguntan los padres de Edu y Dani si sabes dónde están -me preguntó mi jefe, responsable de la sucursal de Alicante.
- Mmmm pues la verdad es que no tengo ni idea. ¿No están el office?

La clase había terminado hacía ya más de una hora y los chavales estaban desaparecidos. Bajé al local donde dábamos la clase, dentro del mismo edificio, por si se hubieran quedado allí pero, a simple vista, no vi nada. Nada, hasta que me fui a subir de nuevo y reparé en una pequeña cortinilla de luz que salía de los aseos. ¿Me había dejado la luz encendida? Qué raro... Doblé el pasillo, me acerqué despacio a la puerta y escuché respiraciones intensas, susurros, algo que parecía como un perro jadeando tras haber corrido unos cuantos metros.

- ¿Hola? -dije con voz potente, pero cautelosa.

Enseguida empezó a oírse un pequeño estruendo, zapatillas y puertas...

- ¿Hay alguien? -insistí, sin querer abrir la puerta.
- Ah... eh, sí, profe, estamos aquí, eh, sí... ya salimos... -dijo Edu.

Me quedé un par de minutos esperando con cara de pocos amigos y cuando abrieron la puerta aparecieron con la cara llena de sudor y algo despeinados.

- ¿Qué coño hacíais ahí dentro? -dije.

¿Veís? ¿A qué profesor se le ocurriría dirigirse a sus alumnos con un taco? Si es que no...

- Nada, profe, joer, que a Dani le ha dado un apretón y aquí estábamos, a ver si se encontraba mejor -me dijo Edu.

Intentaban disimular la risa, pero desde luego no iban a conseguir tomarme por gilipollas. Me los subí arriba y lo dejé pasar. Oficialmente, me creí su versión de cara a las preguntas ajenas, pero interiormente sabía que entre esos dos algo ocurría.

Nada de esto volvió a repetirse durante la siguiente semana: ni peticiones de ir al año, ni chicos empalmados, ni miradas de complicidad... Una semana les duró. A la siguiente volvieron a su normalidad. Y una vez más, dos viernes después, ni Edu ni Dani aparecían. Esta vez nadie tuvo que decirme nada, ya estaba pendiente de que la situación no volviera a repetirse. Trascurridos 20 minutos, al no verles en el office, me bajé de nuevo al local en su busca. Sabía bien donde buscar, solo que esta vez estaba decidido a averiguar qué era lo que realmente pasaba entre esos dos. Como en la vez anterior, la cortinilla de luz procedente del baño les delataba. Cerré con llave la puerta del local para nadie entrara y con cautela abrí un poco la puerta del aseo de chicos y me quedé observando. Lo que vi me sorprendió, pero a la vez me alivió, porque no es que yo tuviera una mente sucia, es que joder, estaba en lo cierto.

A través del reflejo del espejo les pude ver de pie, de espaldas a mi, con los pantalones y calzoncillos a la altura de los tobillos, los cuerpos pegados y sus manos en la respectiva polla de cada uno. Se estaban cascando una paja el uno al otro y lo más curioso es que con la mano que les quedaba libre, se sobaban los culos y la espalda con bastante deseo, que era lo que yo veía a través del reflejo del cristal. Quizá no sea políticamente correcto decir esto, pero confieso que me empalmé viendo la escenita, oyendo sus jadeos, contemplando sus miradas a la polla del otro y viendo como apretaban los culos justo antes de que dos buenos chorros de leche impactaran contra el suelo, casi a la vez. Me marché cuando empezaron a vestirse y a limpiar con papel lo que habían ensuciado y, vaya, cuando se dieron la vuelta me sorprendió ver lo bien dotados y desarrollados que estaban ya. Aunque no me sorprendió, porque yo con casi 16 años, ya tenía todo bastante desarrollado.

No les dije nada, de hecho me sentí tan identificado con ellos (mis primeras experiencias fueron similares) que simplemente me marché y les esperé en el office, a donde llegaron un cuarto de hora después con sonrisa de oreja a oreja, diciéndome que les gustaba mucho estar viniendo a estas clases. "Claro, claro...", pensé yo. Fueron listos, esta vez habían estado más pendientes del tiempo y llegaron bastante antes de que sus padres terminaran de trabajar. El comportamiento volvió a ser similar el lunes y el miércoles. Di por hecho que se sobaban las pollas con disimulo en clase por encima del pantalón de chándal y cuando no podían más, pedían permiso para ir al baño. Sin embargo, volvieron a esperar al viernes para tener otro encuentro en los baños. Si bien los días anteriores se subían conmigo al office y se quedaban allí, el viernes desaparecían de allí aprovechando que yo tenía que hacer otras cosas. De modo que cuando regresaba al office, los dos chavales ya no estaban allí. Me bajé de nuevo al local, preso del morbo por volverles a ver, y la situación volvió a ser la misma del viernes anterior. Cuando llegué, ya estaban abrazados y con los pantalones por los tobillos, pero estaba vez tenían una conversación:

- ¿Por qué no lo hacemos, tío? Estoy cansado ya de pajas... -le decía Dani a Edu.
- ¿No es eso ya de muy maricas? -le respondía Edu.
- Venga, empiezo yo y si va, sigues tu, ¿va? -le decía Dani.

Edu asintió y yo vi, estupefacto, como Dani se ponía de rodillas, giraba a Eduardo y se metía su polla en la boca cerrando los ojos con fuerza. Esta vez les veía de frente sin necesidad de espejos, con mucha más claridad. Por la cara de Eduardo di por hecho que le gustaba lo que le hacía Dani, que seguía chupando polla con esa cara de limón estreñido evitando en todo momento abrir los ojos.

- Para, para... que me corro, tío, para... -le susurraba Edu.
- ¿Cambiamos? -le dijo Dani.
- No se, tío, ¿cómo es? -contestó Edu.
- Raro, es raro, pero no sabe mal y está caliente y mojada... -le dijo Dani.

Acto seguido se puso de pie y Edu se arrodilló, también cerrando los ojos fuertemente y metiéndosela en la boca con una expresión de asco obvia, que fue cambiando pasados unos minutos. La polla de Dani era algo más larga (unos 17 cm), menos gruesa y sin circuncidar, con buen pellejo. La Edu tendría alrededor de 15 centímetros, más gorda y operada. En ambos casos con bastante vello. La expresión de placer en la cara de Dani era asombrosa y a Edu la cara se le relajó tanto que hasta se animó a coger a su amigo de los glúteos y comerle la polla bien. No le duró mucho, porque Dani también avisó de que se corría y Edu paró. Pude ver como a ambos les temblaban las piernas. Y sí, esta vez también estaba empalmado viendo aquello.

- ¿Y si probamos a follarnos? -volvía a proponer Dani.
- ¿Por el culo? -dijo Edu, con sorpresa.
- Claro, tío, ¿por dónde va a ser? -dijo Dani, y ambos rieron nerviosamente.
- Pero... te doy yo a ti, ¿no? -dijo Edu.
- Vale... -dijo Dani no muy convencido.

Sin perder ni un centímetro de erección, Dani apoyó sus manos en el lavabo, se quitó los pantalones de los tobillos, abrió las piernas y se dirigió a su amigo:

- Ahora me lo tienes que escupir y llenar de saliva -le decía, como recordando algún manual.
- ¿Que te chupe el culo? -volvía a sorprenderse Eduardo, abriendo mucho los ojos.
 - No, no, joder, qué asco, no. Échame un gapo o mójate los dedos, como el otro día en tu casa -dijo Dani.

Vaya, por lo que entendí con esa frase, ya debían de haber experimentado a meterse dedos. Edu flexionó las piernas para situarse frente al culo que Dani se abría con las dos manos, le escupió un par de veces y, mojándose los dedos en saliva, se los pasó por el agujero con cierto temor.


- ¿Así está bien? -le decía Edu.
- Sí, ahora métemela poco a poco -le pedía Dani.

En ese momento no sabía qué hacer. ¿Interrumpía la situación? ¿Les dejaba probar? A fin de cuentas si yo no estuviera allí, mirando, frotándome la polla por debajo del pantalón, nadie podría llamarles la atención y lo iban a intentar más tarde o más temprano.

Edu pecó un poco de bestia queriéndosela meter con demasiada fuerza y cuando solo había metido su grueso capullo, Dani pegó un pequeño grito y le dijo que parara:

- Mejor nos la chupamos, ¿no? -dijo Edu.
- Sí, va a ser mejor -contestó Dani, que sin perder el tiempo, miró al reloj, empujó a Edu contra una pared, se arrodilló y le volvió a comer la polla, aunque esta vez con los ojos bien abiertos y disfrutando de lo que hacía.

Poco le duró esta satisfacción:

- Me corro Dani, me corro...-avisó Edu.

Pero Dani no paraba y Edu ponía cara de sorpresa:

- Dani, que no aguanto, joder, que me corro... Ah, Dani, oh... joder...-gemía Eduardo, que eyaculaba en la boca de Dani.

Dani puso cara de cierto asco, pero el movimiento que hizo su garganta me hizo comprender que se lo había tragado todo.

No quise ver más. Me daba miedo ceder a mis impulsos y terminar pajeándome allí, viendo la escena, no hubiera sido por falta de ganas, pero no me pareció demasiado ético. Me marché a la clase principal, mandé un Whatsapp a mi jefe diciéndole que estaba con los chavales en clase explicándoles un tema que no entendían y esperé a que se me bajara la erección tratando de pensar en otras cosas. Aún tardaron diez minutos largos en salir, imagino que Edu también se la habría acabado mamando a Dani. Escuchaba a lo lejos su conversación, cómo abrían la puerta y el ruido del interruptor apagándose.

Por la expresión de sus caras al doblar el pasillo y verme sentado en una de las sillas, no esperaban para nada encontrarme allí:

- Pero, profe, no sabíamos que estabas aquí...-dijo Edu, mirando a Dani con cara de preocupación.
- Tranquilos, que no se lo voy a contar a nadie -dije, con serenidad.

Se miraron.

- ¿Y el qué podrías contar? -preguntó Dani con cierto temor.
- ¿En serio quieres que lo hablemos? -dije.
- No hacíamos nada malo, profe...-dijo Eduardo.
- No he dicho que estuvierais haciendo nada malo. He dicho que contáis con que no se lo cuente a nadie -respondí.
- Pero... ¿nos has visto? -insistía Edu ahora.
- Imaginad que en vez ser yo, soy uno de vuestros padres que entra aquí buscándoos y empieza a oír gemidos que proceden del baño... -dije.
- ¡Joder, qué marrón! Pero no somos mariquitas, profe...-decía Dani.
- No me tienes que dar explicaciones, ni voy a juzgaros. Solo os voy a pedir que tengáis cuidado -les dije.
- Sí, si, no va a pasar otra vez -dijo Edu, deprisa, como para librarse de una bronca que no se iba a producir.
- No, no lo entendéis. Si tiene que volver a pasar, que pase. Porque, habéis disfrutado, ¿o no? -les pregunté.

Se miraron sin decir nada y se sonrojaron aún más, sonriendo y mirando al suelo.

- No habéis hecho nada malo, pero eso de tragarse la leche, chicos, como que no... Hay que tener cuidado. Y si probáis a follaros, más os vale tener uno de estos en vuestra mano -dije, lanzándole a Edu un condón que tenía guardado en mi cartera, que atrapó con sorprendentes reflejos.

Se sentaron y estuvimos hablando largo y tendido. Traté de quitarles muchísimos prejuicios que tenían en la cabeza, su máxima obsesión es que ellos "no eran mariquitas", así que les recomendé que no se obsesionaran con etiquetarse y que se limitaran a disfrutar con cabeza, cuidado y eligiendo bien los lugares. Fue una conversación mucho más sensata de lo que hubiera imaginado y se convirtió en una tónica general que cada día, al terminar, me preguntaran dudas sexuales, rollo consultorio, una vez se habían marchado el resto de sus compañeros. Pero como todo, el verano terminaba y probablemente no volvería a ver a estos chavales durante meses.

Eso sí, me costó semanas quitarme esas imágenes de la cabeza y vencer la calentura que me provocaban cada vez que se pasaban por mi mente.

14 de noviembre de 2016

CAPÍTULO 162: CRUISING EN LA ZENIA BOULEVARD


Esta vez no se trata de una historia que surgiera de la casualidad, por mucho que esta haya sido una tónica predominante en muchas de mis historias. Por eso, nada tiene que ver esta historia con la entrada en la que os hablaba del cruising en otro centro comercial cercano, el Habaneras. Diréis que parece gustarme buscar sexo en este tipo de entornos, tras las entradas de Habaneras y Parque Sur entre otras, pero lo cierto es que no forma parte general de mis gustos; aplico el dicho que dice aquello de "una vez al año, no hace daño". Quizá el mayor reparo que tengo con practicar sexo en aseos de centros comerciales es que a veces puedas exponerte a un público que debería ser ajeno a todo esto, especialmente los niños, que pueden entrar perfectamente a un aseo y toparse con gemidos y ruidos que le den qué pensar. También, muchas veces el estado de los aseos no es precisamente el adecuado para tener sexo: suelen estar sucios y ponerse de rodillas puede llegar a ser toda una aventura de riesgo. Otras veces, sin embargo, se dan todos los condicionantes para disfrutar de un rato de morbo en un aseo: que haya limpieza y que des con un tío discreto.

Aunque se piense lo contrario, el Centro Comercial La Zenia no está en Torrevieja, sino unos pocos kilómetros al sur de ésta: en Orihuela Costa. Se trata de un enorme lugar que se abrió hará ya unos cinco años, con una publicidad bestial en todos los municipios de alrededor. Es uno de los centros comerciales de España más grandes que conozco y cuenta con las principales marcas de tiendas y restauración. Lo que más me gusta de este lugar es el concepto, ya que por decirlo así, está al aire libre.



A pesar de su magnitud lo cierto es que en temporada baja suele estar bastante muerto, pero en temporada alta (puentes, semana santa y todo el verano) se pone reventar cualquier día de la semana, en cualquier franja horaria. La primera vez que fui, un mes de julio de algún año anterior a la historia que luego os contaré, me di cuenta del potencial sexual que podría tener: baños bastante amplios, con buenas puertas y poca vigilancia. El público era inmejorable por la tarde y noche: muchísimo joven y veinteañero de buen ver, con buenos cuerpos y que lanzaban miradas furtivas. ¿Lo malo? Que el aluvión de gente que normalmente lo frecuenta te hace ser extremadamente cauteloso y discreto.

"Esto es carne de cañón para el cruising, mucho mejor que el Habaneras", pensé, cuando me montaba en el coche de Dani y volvíamos a nuestro lugar de veraneo. El caso es que me olvidé del asunto hasta que tiempo después, en el foro de RolloXY, encontré que había gente que quedaba en los baños de al lado del Primark para tener sexo. Leí estupendas anécdotas de mamadas a chavales jóvenes, enculadas y folladas. Seguí buscando información por la red y, efectivamente, pude comprobar que se trataba de un nuevo lugar de cruising. No quizá un lugar de masas, que no lo es, pero sí un lugar donde disfrutar de un rato de morbo si la suerte acompaña.

La Zenia Boulevard, que es así como se llama, está muy bien comunicado por carretera, puedes llegar tanto por la AP-7, como por la N-332 y una vez pasas Torrevieja y Punta Prima empiezan los carteles que te indican cómo llegar: con las indicaciones y un GPS (para la primera vez) no tiene ninguna pérdida. El aparcamiento es muy extenso y siempre hay hueco fuera de las zonas de máxima afluencia. También sé que hay autobuses de Costa Azul que lo unen con Torrevieja, pero lo cierto es que desde que tengo coche me preocupo menos por el (mal) transporte público que hay en toda la provincia de Alicante.


El primer día que decidí ir a probar suerte fue un sábado por la tarde, como os imaginaréis estaba a reventar de gente. Aproveché que tenía que hacer compra grande y me dije: pues me voy a La Zenia y cuando termine pruebo suerte en los baños del Primark. Tras mi última experiencia con el tiarrón que no me dejó hacerle nada, os confesaré que tenía muchísimas ganas de encontrar una buen tío, activo y pollón que le apeteciera dar caña, eso era lo que me pedía el cuerpo. Así que dicho y hecho, hice la compra, la bajé al coche, me di una vuelta y me fui directo a los baños de al lado del Primark. No había mucha gente y, aunque odio los urinarios de pared, me quedé simulando que meaba un buen rato en ellos. Además, en mi perfil de las apps de ligoteo puse dónde estaba y qué buscaba y dejé las apps abiertas en el bolsillo. Por allí empezaron a pasar varios tíos: la mayoría a mear sin buscar nada más, alguno que otro echaba alguna mirada a mi polla morcillona y, finalmente, apareció él. Un chaval bastante alto que no pasaba de los 30 años, delgado, con cuerpo normal y cara aniñada. Se puso en el urinario de al lado, orinó con normalidad y empezó a mirar por el rabillo del ojo a mi rabo. Como vi que se produjo en más de una ocasión y, aprovechando que no había nadie más, empecé a meneármela con suavidad y a mirarle de cuando en cuando a la suya. Interpretó a la perfección mi señal y empezó a hacer lo propio con la suya: una polla larga, pero fina, un poco descompensada. No era mi ideal, pero podría estar bien para unas mamadas. 

Pasados unos segundos estábamos los dos con el rabo bien tieso hasta que el chaval se decidió y metiéndose la polla con dificultad en el pantalón, se dio la vuelta y se dirigió hacia una cabina. Se metió en ella, entornó la puerta y carraspeó un par de veces. Pillé la indirecta, esperé a que un hombre que entraba empezara a orinar y cuando lo hizo, me abroché la cremallera y me dirigí a la cabina con disimulo. Entré despacio y cerré la puerta con pestillo tras de mí. El chaval me levantó la camiseta y empezó a comerme los pezones y los pectorales, mientras que con una mano me sobaba el paquete. Intenté frenarle, le apoyé contra la pared, le comí el cuello y le empecé a bajar el pantalón de chándal y a sobarle la polla ya dura por encima del calzoncillo. De nuevo, me empujó a mi contra la puerta y empezó a bajarme la cremallera y a sobarme la polla, que me acabó sacando y pajeando. Como si se tratara de una pequeña lucha inofensiva, traté de imponerme y, con máximo sigilo, le apreté del pecho para separarle, volverle a apoyar contra la pared, ponerme en cuclillas y sacarle la polla del calzoncillo. Se la empecé a chupar un poco, cuando me paró en seco susurrándome:

- Tío, busco más chuparla yo, no me complace mucho cuando me lo hacen, ¿sabes?. Déjame comértela un poco y si quieres me follas, que tengo culo tragón.

¿Otra vez lo mismo? ¿Dar mi polla sin que me dejen jugar con la suya? No, de eso ya había tenido hacía dos días:

- Lo siento tío. No busco esto. Busco tíos más activos -le dije, subiéndome el pantalón.
- Anda venga, déjame que te la chupe un poco, no te puedes ir con este calentón -insistió, echándome mano.
- Que no tío, no insistas -le respondí.

Le aparté mano, abrí el pestillo y salí de allí con máxima normalidad. La verdad es que me había cabreado tanto la situación que me marché directamente al aparcamiento, cogí el coche y me marché a casa.

No obstante, volví el martes siguiente con algo más de suerte. Tras aparcar el coche sobre las cinco de la tarde, me dirigí a algunas de tiendas de ropa a mirar alguna camiseta de tirantes que me hacía falta. El calor apretaba y pese a los chorros de agua difuminada que echaban los aspersores colocados por todo el centro comercial, solo te encontrabas cómodo al fresquito del aire acondicionado de las tiendas. Fue en el Jack&Jones, otra vez, igual que me pasó en el Habaneras tiempo atrás, donde me di cuenta que un chaval que pasaba ligeramente de los 20 años me miraba más de lo debido. Vale, ese día iba con unos pirata negros y una camiseta de tirantes amarillo-pollo bastante holgada, que me permitía insinuar bastante bien mi cuerpo. No le di mayor importancia hasta que unos minutos después me encontré con el mismo chaval escudriñándome con su mirada en otra conocida tienda de ropa, así fue ocurriendo hasta en tres tiendas más. El caso es que solo se limitaba a mirarme y situarse cerca de mi fingiendo interés en ropa que tan siquiera se probaba. Lo cierto es que este juego que se traía de miradas e insinuación me estaba empezando a provocar bastante y encendía en mi un calor con ganas de ser refrescado. En la última de las tiendas, me metí al probador a ver si me quedaba bien una camiseta negra y azul que había llamado mi atención. Una vez la tenía puesta, abrí las cortinas del probador para verme en el espejo con más perspectiva y apareció nuevamente este chaval, que era considerablemente alto, guapete, sin un solo pelo en la cara y con un cuerpo proporcionado:

- Te está bien, aunque con el cuerpo que tienes la podrías llevar mucho más ajustada -dijo, con total naturalidad.
- Ah, sí, gracias. Ahora voy a por una -contesté.
- Espera, que te la traigo yo -se ofreció.

Cuando regresó segundos después con una talla menos, le pregunté si es que trabajaba en el centro comercial, porque ya le había visto en varias tiendas. No me va mucho eso de dar vueltas cuando una situación me produce sentimientos encontrados:

- No, lo que pasa es que te vi solo y bueno, parece que siempre está bien contar con una opinión de lo que pasa.

Mientras teníamos esta pequeña conversación, aproveché para quitarme la camiseta, coger de sus manos la otra talla, ver cómo sus ojos no podían evitar correr por todo mi cuerpo y cambiarme allí, delante suya:

- Sí, esta mucho mejor -dijo, mirándome a través del espejo y pasándose una mano sutilmente por el lado derecho de su paquete.

Le agradecí la ayuda, me despedí y me dirigí a una tienda de refrescos. Aproveché la conexión Wi-Fi y abrí el Grindr. Me saltaron varias conversaciones, entre la que destacó:

"La camiseta te realza los pectorales de sobre manera, te espero en los baños de al lado del Primark y si quieres me dices cómo me quedan los nuevos gayumbos que me acabo de comprar".

A la conversación le seguía una foto de este chico, el que me había seguido por las tiendas, con unos calzoncillos apretados y la polla tiesa debajo de éstos. Un buen pollón, que fue lo que encendió en mi las ganas de zampármelo. No le respondí, me tomé la bebida que había pedido y me fui directo a los baños de al lado de la conocida tienda. No había más que un hombre lavándose las manos, así que usé los urinarios. De pronto, escuché a alguien dar unos golpecitos suaves en una de las paredes de madera de las cabinas y una puerta de una de ellas se abrió. Eché un ojo y salió una mano que me hizo un gesto. Me abroché la bragueta y entré a la cabina como por despiste (no fuera ser que hubiera interpretado mal las señales). Allí estaba este chaval, sólo en calzoncillos, con el resto de su ropa metida en bolsas de algo que se había comprado, y con el rabo bien duro debajo del gayumbo. Le dije que creía que le sentaban muy bien y le empecé a sobar la polla mientras él me quitaba la camiseta. Me sobó el cuerpo y me comió el cuello y los pezones, pero yo no soltaba ese rabazo que intuía a través del tacto de la tela. Nos comimos un poco las bocas jugando con nuestras lenguas húmedas y cuando me hubo calentado bastante, le apoyé contra la pared y le bajé los calzoncillos con decisión. De allí salió una polla no circuncidada  de unos 17 centímetros y buen grosor, totalmente depilada y muy blanquita. Enseguida me di cuenta de que no descapullaba, porque intenté hacerlo con suavidad en un par de ocasiones y el chico me detuvo. No fue un problema, me agaché y me la metí entera en la boca. El chico se dejó hacer y me tuvo mamándosela algo más de diez minutos, la tenía algo sudada, pero limpia, en ese punto en el que el sabor es agradable y te llena de morbo. Me gustaba su discreción, controlaba muy bien la respiración, no gemía y no dábamos el cante. Noté que su polla se endurecía aún más y que sus manos empezaban a masajearme el cuello con más deseo y fuerza:

- Me corro... -susurró.

Saqué su polla de mi boca, le casqué una paja y se corrió a medio camino entre mi cuello y mi pectoral izquierdo. Una corrida bastante pobre a decir verdad, un par de chorrillos pequeños, unas gotitas y se acabó. O se corría poco por defecto o lo había hecho no hacía mucho. Me limpió con papel del WC, se sentó en la taza, me levanté, me acercó a él, me bajó los pantalones y calzoncillos y me cascó una paja hasta que me corrí en su cara, como él quería. Me dijo que no le iba mamarla, ni follar en estos sitios, así que bueno, le agradecí el gesto de pajearme para quitarme el calentón que me había dado tener su rabo en mi boca.


Desde entonces no he vuelto a tener sexo en este centro comercial porque no ha surgido de ir hasta allí por ese motivo. Sí he vuelto con mis amigos y se ve movimiento en estos baños principalmente, muchas miradas furtivas y tíos entrando juntos como quien no quiere la cosa. Desde luego, en temporada alta es un buen sitio donde intentar vivir un rato de morbo si se pasa por allí. No lo recomiendo para ir expresamente a ver si te surge algo, sino que si tienes que ir a comprar, comer, cenar o lo que sea, aproveches a echar un ojo y ver si hay suerte. Ideal para unas mamadas, pajas o algo rapidito. No lo veo muy apropiado para follar, ya que se hace más ruido y siempre hay gente entrando y saliendo. Especialmente en fines de semana o por las tardes. Baja afluencia en temporada de invierno.

7 de noviembre de 2016

CAPÍTULO 161: NI UNA SOLA PALABRA

Si bien es cierto que el polvo con el latino de aquel miércoles me dejó bastante satisfecho (me pasé la tarde de relax en la playa sin volver a pasar a la pinada, ni con ganas de hacerlo), fue una noche en la que no dormí nada bien. No hacía demasiado calor, tampoco había ninguna idea que me atormentara, no pensaba en nada en concreto, ni había ruidos exagerados en la calle que perturbaran mi descanso. Simplemente estaba caliente. Cada vez que lograba conciliar el sueño, me despertaba veinte o treinta minutos después completamente desnudo en la cama y con la polla tiesa, restregándome contra las sábanas. De nuevo me subía los calzoncillos y pasados un par de horas volvía repetir la misma situación, despertándome bañado en sudor, con un par de dedos dentro del ojete y con unas ganas tremendas de volver a follar. O de que me follaran. Lo que fuera. Pero tenía ganas y no había forma de decirle a mi polla que se bajara.

El reloj marcaba las seis de la mañana, era de noche y lo único que veía era el reflejo amarillo de las farolas de la calle en las paredes de mi habitación. Con ese calentón solo me quedaban dos opciones: o me cascaba un buen pajote o intentaba buscar tema rápido. La segunda opción fue la ganadora, aunque siempre es la más arriesgada, habida cuenta de que cada vez es más difícil quedar o dar con gente sincera. Abrí el Grindr, había poca gente en línea, tenía puesta de perfil una foto de torso, y a los pocos segundos me abría conversación un tío que estaba a unos ocho kilómetros de distancia. Desde luego, si se trataba del tío de la foto me iba de casa pero ya. No obstante, quise conversar un poco de las cosas típicas que se preguntan en el Grindr cuando uno quiere follar y quiere hacerlo ya. El tío en cuestión me decía que estaba en Torrevieja con la mujer, pero que pasaría en el coche por mi pueblo camino del curro con tiempo de pasar un rato de morbo en un lugar discreto, porque pasaba de meterse en casas que no conocía. Tampoco es que le fuera a ofrecer la mía. Sin pedírselo me mandó fotos de rabo, culo y cuerpo. Todo absolutamente espectacular. Un tío de 35 años con cuerpazo, pollón y culo de estos que parecen un melocotón redondo y bien apretado. Además, tenía una cara de macarra y malote, con patillas, pelo de punta, cordón grueso de plata al cuello y una chaqueta blazer abierta que me estaban poniendo malo. O se trataba de un pajillero que me estaba vacilando o era real. 

Al preguntarle lo que buscaba, no concretó demasiado y eso me hizo desconfiar. Fue una respuesta del tipo: "busco morbo, lo que sea, comer polla, que me follen, morbo del bueno". Le insistí un poco más y no le moló, hasta el punto que me dijo que o quedábamos o seguía buscando, que se le iba el tiempo y que no buscaba encuentros de solo cinco minutos. Lo cierto es que no tenía nada que perder, estando de vacaciones si me salía rana tampoco era un tiempo perdido, porque total iba a venir a buscarme en su coche a la vuelta de la esquina de casa. Le dije que sí, que me diera un cuarto de hora para ducharme y listo, que más o menos era lo que él iba a tardar en llegar. Me pidió, a modo de fetichismo, que llevara pantalones de chándal de algodón largos y una sudadera de cremallera sin nada debajo. Como dije antes, se trataba de una noche más fresca de lo habitual para las fechas, así que no supuso un gran inconveniente el hecho de ir un poco abrigado.

Tratando de hacer poco ruido me di una buena ducha centrándome en dejar bien limpias las partes más sensibles, me vestí como me había pedido (sin tan siquiera calzoncillos) y me marché, no sin que antes mi madre me susurrara desde su cama, literal, que a dónde coño iba tan pronto. "A correr, que no puedo dormir". Y se quedó tan contenta y aliviada, puesto que salgo a correr casi todas las mañanas, lo que nunca tan temprano.

Cuando llegué al lugar donde habíamos quedado localicé sin problema el coche azul oscuro metalizado y con las lunas tintadas que me había descrito. Creo que era un Peugeot Coupé, pero tampoco lo recuerdo exactamente. Al acercarme, él me veía por el retrovisor, abrió la puerta y me metí al coche. El tío no había mentido. Vaya tiarrón, muy del tipo Rafa Mora. "Te vas a poner las botas, Marcos", pensé. Le saludé, le pregunté que qué tal, pero no dijo ni una sola palabra. Arrancó, aceleró y me llevó al Moncayo. Al final siempre acabo en los mismos sitios. Metió el coche bastante adentro, nada de quedarse en el aparcamiento de arena principal, sino que lo metió entre los arbustos. Lo cierto es que sufría por los bajos de aquel coche, pero en fin, él sabría. Total, a esas horas y medio noche, por allí no había ni pasaba un alma.

Me quité el cinturón, le miré, me miró, y me echó mano al paquete directamente. Localizó la polla y me la empezó a masajear por encima del pantalón. Se desabrochó la blazer y me dejó contemplar la perfección de su cuerpo esculpido en horas de gimnasio. Siguió masajeando mi rabo hasta que lo tuve duro, que fue cuando metió la mano por debajo y me lo empezó a acariciar soltando un leve bufido por la boca, en señal de que le gustaba la polla que estaba tocando y los huevos que me sobaba con deleite. Tenía las manos grandes y calientes. Aproveché para echar mano a su paquete (también venía en pantalón de algodón sin ropa interior) y me sorprendí de notar que ya la tenía como una roca de dura, se la saqué, me la sacó y nos empezamos a pajear el uno al otro, mirándonos a los ojos, sin decir nada, pero suspirando del morbo que a ambos nos estaba dando aquello por simple que fuera.

Seguidamente me quitó mi mano de su polla, hizo presión en una palanca de mi asiento, lo echó para atrás, me bajó los pantalones a la altura de las rodillas, se medio sentó en ellas como pudo y me la empezó a mamar con verdadero ansia. No era mamar, era casi devorar, aunque lo hacía muy bien, para qué mentir. Con la mano que le quedaba libre, me desabrochó la sudadera, la apartó hacia los lados y empezó a sobarme todo el cuerpo, al que de vez en cuando dirigía sus miradas suspirando de morbo. Cuando paraba de sobarme el cuerpo, se cogía su polla y se la pajeaba mientras me la seguía mamando. El tío era una auténtica succionadora. Allí, con la cabeza en el respaldo de aquel coche, empezó a brillar el sol con algo más de fuerza y fue la primera vez que dijo algo:

- Vamos fuera.

Abrió la puerta de mi lado, salió, después salí yo, cerró la puerta, me apoyó contra ella, me bajó los pantalones hasta los tobillos, se puso en cuclillas y me la siguió mamando con
frenesí. He de confesar que aquella sensación de la brisa matutina acariciando mi cuerpo, con los primeros rayos del sol calentándome y aquella boca que me hacía ver el paraíso fueron demasiado:

- Para, si no quieres que me corra -dije.
- No, todavía no -respondió.

Sacó un condón de uno de los bolsillos de su pantalón, lo rompió con la boca, lo desenredó con facilidad y me lo puso tras escupirme la polla y darme un último lametazo. Acto seguido se descalzó, se quitó los pantalones dejándolos en el capó del coche, abrió la puerta por donde habíamos salido (la del copiloto), bajó la ventanilla completamente, volvió a cerrar la puerta y metió su cabeza y cuerpo por el hueco de la ventana quedando únicamente su culo y piernas apoyadas fuera. Una vez más, no dijo nada, pero vi claro lo que quería. Le cogí de los cachetes, se los abrí para ver cómo era el agujero que quería que le follara y lo cierto es que me sorprendió: primero, porque lo llevaba depilado y, segundo, porque lo vi demasiado cerradito y estrecho. Así que le escupí un par de veces, le metí un dedo, pero no me dejó. Sacó una de sus manos, me cogió de la polla con fuerza, la arrimó a su agujero y se la metió sin quejarse ni un poquito. Así que, sinceramente y visto lo visto, que quería caña y nada de preliminares, empecé a darle bien, con ganas, fuerza y clavándola hasta el fondo, hasta que mi pubis pegaba bien con su culo, haciendo, por cierto, bastante ruido (o quizá es que la ausencia de ruido en los alrededores lo magnificaba más). Si tenía que quejarse o decirme que más suave, pues que lo hiciera. Sin embargo, lo cierto es que no lo hizo, en ningún momento. Cada vez gemía con más frecuencia y más volumen y su culo dejaba de sentirse tan cerrado y apretado, ahora estaba mucho más acolchado, esa es la sensación exacta que recuerdo, como si te pusieras dos pequeñas almohadas a los lados de la polla y te la frotaras. Un auténtico placer de culo. Le volví a avisar:

- ¿Quieres que me corra?

No contestó, se detuvo en seco y me paró. Sacó su medio cuerpo del coche, me volvió a apoyar contra la puerta, me quitó el condón, se puso de cuclillas otra vez y me la empezó a mamar de nuevo.

- Tío, en serio, o me corro o me meo, una de las dos -le dije.

Lo cierto es que entre los nervios de quedar con un desconocido y el rato largo que ya llevábamos por allí, más la presión de follar, sentía fuertes ganar de mear.

- Méame la cara -dijo, secamente.
- ¿Cómo? -pregunté.

Se quitó la blazer tirándola al capó del coche, de forma que se quedó totalmente desnudo y me miró a los ojos:

- Que me mees, joder. Que me mees la cara -insistió.

Nunca había practicado antes la lluvia dorada de ninguna de las maneras porque es algo que me da cierto asco, pero puesto que era yo quien le tenía que mear a él, esperé que se me bajara un poco la erección y tras unos segundos empecé a mearle la cara. El tío lo vivía, en serio, con toda mi orina escurriéndosele de la cara por el cuerpo, la polla se le puso súper tiesa y se pajeó y corrió en abundancia justo cuando le echaba las últimas gotas. Sin parar si quiera para limpiarse, volvió a atrapar mi polla con su boca y me la siguió mamando hasta que la tuve dura otra vez:

- Córrete para mi -dijo.

Le saqué mi rabo de su boca y con una paja que duró unos segundos le pringué, otra vez, toda la cara. Me temblaban las piernas bastante, he de decir. A diferencia de hacía unos minutos, esta vez atrapó con la lengua restos de mi lefa, los saboreó poniendo una cara de vicio bestial y los escupió después. Se levantó del suelo, abrió la puerta y guantera del coche y me ofreció unas toallitas perfumadas bastante grandes para limpiarme, mientras él hacía lo propio, usando bastantes más por todo su cuerpo.

Y yo que pensaba que me iba a poner morado y el que se puso morado, en todos los sentidos fue él. Pero lo cierto es que disfruté de aquel tiazo, no vamos a negarlo, aunque le hubiera sobado mucho más y me quedé con las ganas de comerle la polla, cosa que me explicó después.

Una vez estuvimos limpios y vestidos se ofreció a llevarme a casa, lo que le agradecí porque si bien en coche son 5 minutos, andando te lleva media hora. Siendo muy parco en palabras, me dijo que su mujer no sabía nada de esto y que la única vez que se la dejó chupar por otro tío, ella notó algo raro en el olor y que desde entonces no se arriesga. Que, además, disfruta mucho más mamando y siendo follado "con chavalotes como tu". El sexo hetero sólo le molaba meterla en el chochito de su mujer y por cumplir, pero que el verdadero placer lo encontraba en el sexo con hombres. Me dejó en casa y subí a tirarme directamente en la cama. Eran ya las 9 de la mañana, pero tenía sueño. Antes de dormirme, abrí el Grindr y me acababa de mandar un mensaje:

- Me ha molado mazo tu rabo y cómo follas, cuando quieras repetimos.

No respondí. Para una vez había estado muy bien, había tenido mucho morbo y la corrida me dejó como nuevo, pero una segunda vez haciendo lo mismo, sin él dejarse hacer nada, para mi hubiera sido aburrido y carente de morbo. Además, lo de mearle me había sobrado totalmente. Bloqueé su perfil y me quedé dormido profundamente.


2 de noviembre de 2016

CAPÍTULO 160: EL LATIN KING

El mundo está lleno de acciones incomprensibles, pensamientos ilógicos y contradicciones constantes. ¿Cómo es posible que muchas veces se diga que los gays somos los más intolerantes con respecto a ideas o acciones diferentes a las nuestras? Resulta complicado entender que tras tanta lucha por eliminar las etiquetas, los insultos, las vejaciones, seamos nosotros quienes pequemos de intolerantes e, incluso, de racistas. Porque, vamos a ver, seamos sinceros. ¿Quién no tiene algún amigo o conocido gay/bi/curioso que alguna vez haya dicho aquello de: "yo, es que con latinos jamás tendría nada"? Cambiad latino por cualquier otro adjetivo que deseéis y seguramente más de alguno de vosotros se sienta identificado con la pregunta, a no ser de que seáis como esos que van en el tren por las mañanas diciendo que jamás de los jamases ven Gran Hermano (Big Brother), pero que luego saben todo acerca de lo que ocurre en el polémico programa. Así que, llegados a este punto, tomémonos el asunto con relativa seriedad y dejemos la hipocresía para otras circunstancias. Ese tipo de comentarios los he oído cuarenta veces en mi círculo de amigos, de conocidos, a grupos hablando de ello en la playa, a gays y a heteros. Sin embargo, me resulta más chocante cuando frases de ese estilo salen de nuestra boca.

En ese sentido creo que siempre he sido diferente a la corriente mayoritaria. A mi otras nacionalidades, lejos de provocarme rechazo, me provocan mucha curiosidad en lo que al plano sexual respecta. ¿Cómo voy a decir que no tendría nunca nada con un latino si jamás me lo he hecho con uno? Resulta absurdo, ¿no? Sí, sí... Ya sé. Para gustos se inventaron los colores y habrá a quienes no le atraigan determinadas nacionalidades, hasta ahí puedo entenderlo, por ejemplo, reconozco abiertamente que los orientales o asiáticos no me producen la más mínima calentura, aunque no diría eso de "jamás tendré nada con uno". Lo que no puedo comprender es esa cerrazón que se está haciendo tan mayoritaria y ese desprecio sibilino con el que se nos mira a los que sin complejos admitimos haber follado o tenido relaciones con hombres de otras nacionalidades. Por eso quiero reivindicarme con esta entrada.

Aquel día de primeros de agosto amanecía una mañana preciosa, inigualable, de cielos azul celeste absolutamente despejados, sin una nube y con un sol radiante. De esos días en los que sabes que las fotos saldrán preciosas porque se dan todos los condicionantes para que así sea. De hecho, es comos si colores se potenciaran más. Se trataba de un miércoles, o miércoles 'de mercadillo', porque en el pueblo donde veraneo siempre hay mercadillo los miércoles y se trata de todo un acontecimiento donde va el 90% del pueblo y decenas de personas llegan desde urbanizaciones y otras ciudades. En mi caso, salvo contadas excepciones, siempre huyo de los mercadillos. No os encontraréis conmigo por casualidad en uno de ellos. Así que esa mañana, mientras mi familia madrugaba para ir a primera hora y evitar el calor de las horas centrales, yo preparaba mi mochila para pasarme la mañana en la playa del Rebollo, con mi música, tumbado bajo el sol. Aparqué sin problemas, ya que normalmente entre diario es fácil, bajé hasta la playa, paseé por la orilla durante media hora y me metí a la pinada a tumbarme en el mirador del Rebollo. Una zona complicada, por estar siempre ocupada, ya que tiene un lugar en lo alto desde el que divisar toda la zona de cancaneo y la playa. Sin embargo, como aquel día era pronto, no hubo dificultades. Extendí mi toalla, me desnudé completamente, me di crema en todas las partes de mi cuerpo y me quedé observando durante algunos minutos, en los que aproveché para tomar alguna foto de aquel paisaje paradisíaco. No había nada de movimiento, parecía que la pinada estaba a mi entera disposición cuando el reloj ya pasaba de las 10 de la mañana. Así que me puse las gafas de sol, saqué los cascos, puse música y me tumbé boca arriba sintiendo cómo los rayos del sol comenzaban a calentar mi cuerpo, que ya estaba bronceado.

Reconozco que no tengo mucho aguante a la hora de tomar el sol, normalmente necesito combinarlo con periodos de sombra, pero aquel día me había dejado la sombrilla en el coche y a esas horas, con el sol en lo alto, el pino bajo es insuficiente para dar sombra. Así que cuando ya pasaban de las 11, guardé los cascos, bebí agua de la botella congelada que siempre llevo y me puse de pie para dejar que la brisa marina acariciara y refrescara mi cuerpo. De nuevo, me quedé un rato mirando y no vi a nadie a simple vista. No me causaba sorpresa, en El Rebollo suele haber poca gente por las mañanas y a esas horas suele predominar los hombres muy maduros, pero como no iba con la intención de follar, me limité a quedarme allí sintiéndome como el vigía que controlaba un reino. A los pocos minutos algo llamó la atención por el rabillo de mi ojo derecho. Alguien subía de entre los pinos por ese lado. Debía de dirigirse hacia el mismo altillo en el que yo estaba, pero al verlo ocupado se detuvo a media subida y se instaló allí mismo, a medio subir. Pese a la distancia, pude ver que se trataba de un chico de no más de 26 años, alto, moreno, con pelo corto de punta y buen cuerpo. Contemplé cómo se desnudaba, ponía su esterilla y le perdía de vista al tumbarse. No le di mayor importancia, porque él casi ni había reparado en mi, así que me di la vuelta dejando mi parte trasera al sol y perdiendo la mirada a lo lejos, contemplando las montañas que se divisaban al fondo.

Pasados unos minutos, ya cerca del medio día, volví a darme la vuelta y eché un vistazo a mi derecha. ¡Joder! El mismo chico de antes, solo ataviado con gafas de sol y un cordón de oro alrededor de su cuello que ponía latin en mayúsculas letras doradas, me miraba de pie con un enorme pollón erecto en sus manos, con el que jugaba sensualmente, sonriéndome con unos blanquísimos dientes. Desde la distancia que nos separaba, unos 15 metros, no pude adivinar que el chico que se me ininuaba, el cachitas, morenazo y pollón, era latino (la palabra inscrita en su cordón la leí cuando estuvo cerca). Ni me hubiera importado. Se me puso morcillona solo de verle jugar con su polla y con un gesto que él esperaba le animé a subir. Ipso facto, recogió su esterilla y subió rápidamente a mi encuentro. Cuando llegó, se le notaba nervioso, no debía estar muy experimentado en aquello del cruising, pero se presentó estrechándome la mano sin perder la sonrisa, dándome un fuerte y firme apretón.
Aún teniéndole a mi lado, solo descubrí que era latino por el característico acento que tenía al hablar. Dejó sus cosas al lado de las mías, se puso a mi lado y estuvimos un par de minutos hablando con simpatía de todo un poco, hasta llegar al tema del sexo al aire libre, que fue cuando su mano, con cautela y suavidad, se perdió por mi culo acariciándolo y pellizcándolo con mimo y nuestros cuerpos quedaron pegados. Me miró, volvió a sonreír y se miró la polla. Bajé la mirada y contemplé aquel pollón (que tendría fácilmente 18 o 19 centímetros, con un grosor proporcionado y que descapullaba perfectamente).

- ¿Qué te apetece? -le dije, mientras su mano no paraba de jugar en mis glúteos.
- Lo que quieras, lindo. Soy más activo, pero muy morboso, hacemos lo que te apetezca -decía, con evidente nerviosismo en su voz.

Me arrodillé ante el y empecé a hacerle una mamada con la que el chaval gemía desde el primer segundo. Traía la polla bien limpia y tenía una dureza increíble, que me sorprendía por lo nervioso que estaba. Me deleité lamiéndole el gran capullo que tenía. Me paré a chuparle los huevos un par de veces, pero lo cierto es que eran pequeños en comparación con el pollón al que sostenían. Seguí mamándosela con suavidad y el chico se sorprendía de que fuera capaz de metérmela entera en la garganta. Me dejó mamársela durante unos 5 minutos, pero de nuevo se agachó en busca de mi culo, esta vez buscando directamente el agujero.

- Tienes muy buen culito, lindo, déjame que juegue con el -pidió.

No respondí. Me levanté y puse mis manos en el montículo de arena que hay en esa estancia, que tiene un pino seco encima, abriéndome de piernas y flexionando las rodillas.

- Qué bueno, lindo, todo depiladito, ¿puedo lamértelo un poquito? -preguntó con cautela.
- Claro -dije.

Se puso de rodillas y su larga lengua empezó a darme un placer brutal en el culo. Era acojonante como el chaval conseguía salivar tanto que hasta su saliva chorreaba de mi culo y formaba pequeños cúmulos húmedos en la arena sobre la que caían. La polla se me puso muy dura y me la empecé a tocar para llevar la excitación a su máximo nivel. El chico comenzó a alternar la comida de culo con un par de dedos que metía hasta el fondo y no tuve problemas para dilatar. Se levantó y comenzó a restregar su polla por mi culo, presionando con morbo su duro capullo sobre mi agujero y resoplando de placer. Reconozco que sentir su capullo tratando de taladrarme el agujero me produjo una enorme excitación.

Se acercó a su mochila, cogió un condón y un pequeño sobre de lubricante que gastó en seguir dilatándome el culo y acto seguido se colocó el condón y empezó a follarme. Comenzó la follada con suavidad, aprovechando que había empezado a pajearme, pero cuando vio que el culo estaba bien dilatado y podía follarme con caña metiéndola entera, no lo dudó, me cogió con ambas manos de la cadera y empezó a follarme a base de bien. No tuvimos interrupciones, sí algún mirón que se pajeaba a lo lejos viendo la escena. Gemía constantemente de placer, pero no eran gemidos exagerados, más bien suaves y llenos de morbo. Me empezaron a temblar las piernas y le avisé de que me iba a correr. No paró, ni frenó el ritmo y el hecho de sentir su polla totalmente dentro de mi, entrando y saliendo, me hizo correrme abundantemente sobre aquella arena. Gimió más al escucharme gemir a mi y ver, en las sombras, mi leche caer en el suelo. Me sacó la polla con brusquedad, se sacó el condón tirándolo al suelo y empezó a pajearse rápidamente. Le quedaba poco. Me di la vuelta, me arrodillé y le dije:

- Córrete en mi pecho tío -mientras pasaba mi mano sensualmente por mis pectorales.

Aquello debió de darle el morbo definitivo y con un par de gemidos más altos que los anteriores, me llenó el pecho de una cantidad tremenda de lefa espesa. Era tal la cantidad que tras haber usado dos pañuelos de papel, aún no conseguía quitármela toda. El chico se quiso disculpar por la magnitud de su corrida, pero no le dejé, al contrario, me había excitado bastante ver cómo aquel pollón expulsaba tal cantidad.

Después de limpiarnos, continuamos con la conversación que se había quedado pendiente antes, mientras recogíamos todo. Aún tenía ganas de sobarme el culo cuando tenía la ocasión. Me ofreció ir a bañarnos juntos al mar y accedí. No pasó nada más, simplemente nos dimos un agradable baño en las aguas del templado Mediterráneo, nos aclaramos bien nuestras partes, charlamos y sin esperar a secarse, se despidió y se marchó por la orilla de la playa en dirección al camino que llevaba al aparcamiento. En mi haber, contaba ya con experiencias de haber follado con un ucraniano y un africano. Si bien follar con un latino no estaba en ninguna lista de preferencias, lo cierto es que me encantó lo calientes que pueden llegar a ser, aunque suene a tópico.

Nunca más volví a verle por allí. A pesar de que no hablamos del tema en cuestión, estoy convencido de que ese chico tenía quien le esperara en casa. Los nervios le dalataron, pero también las ganas que tenía de follarse un culo. Es una de las folladas con más morbo  y ganas que recuerdo de aquel verano, sin duda.

¿Y vosotros? ¿Tenéis experiencias sexuales con otras nacionalidades distintas a la vuestra? ¿Se caracterizaron esos encuentros por algo especial? ¡Dejadme un comentario!