25 de mayo de 2015

REFLEXIÓN: PAREJAS CLÁSICAS VS. PAREJAS ABIERTAS

No os alarméis. No echéis las manos a la cabeza. No os voy a contar nada político, que para eso ya hemos sufrido quince días de campaña electoral, y precisamente el tener un padre dedicado en su tiempo libre a la política, pues he tenido suficiente.

Hoy quiero compartir una reflexión con vosotros acerca de cómo nuestras opiniones y mentalidad cambian con el paso de los años, con la llegada de la madurez y el asentamiento de las ideas. Y en este caso voy a entrar en materia con la visión que tenemos de lo que debe ser una relación entre dos personas. 

Bien, de adolescente e incluso en mis primeros años de la veintena, siempre tuve una visión idílica de lo que una pareja debía ser. Nunca me preocupó en exceso el ser gay, el ir de la mano con un chico u otras cosas que sí preocupaban a otros amigos. En mi caso, siempre fui un firme defensor de las relaciones amorosas duraderas, constantes, fieles y totalmente monógamas. Una relación tradicional, eso era lo correcto, lo que debía ser. Quizá lo tenía tan claro porque mi generación es lo que ha conocido: unos padres que llevan juntos, felices, con sus más y sus menos, toda la vida. O padres que se han divorciado y han empezado una nueva relación estable, basada casi en los mismos principios que la anterior. Me veo a mí mismo, apenas 8 años atrás, discutiendo acaloradamente en un foro para chicos gays y bisexuales con un malagueño que afirmaba llevar mucho tiempo con su novio y tener relaciones con otros chicos, juntos y por separado. Hablaba de tríos, orgías, de disfrutar de sus cuerpos, de sexo... y lo contraponía con una relación feliz de amor, de vida en común, de proyecto de pareja. Por mi parte, no hacía más que repetirle que eso no era una relación ni era nada, que lo acabarían dejando tarde o temprano, que eso no era serio. Y él me insistía en lo siguiente: ¿por qué te empeñas en tener una idea única de lo que debe ser una relación? ¿Por qué no te entra en la cabeza que cada persona, cada pareja, pueda llevar su relación por los derroteros que de forma común acuerden? Pues no, al Marcos de 20 años esa idea no le entraba en la cabeza. Y, lo cierto, es que varios años después siguen juntos, como una auténtica familia.

Con el paso del tiempo y de varios desengaños amorosos que forjaron en parte la personalidad que hoy tengo, aprendí a aceptar otras ideas. Mis dos únicas relaciones duraderas, de las que os hablaré más adelante si surge, murieron por infidelidades que nunca fui capaz de perdonar, que no entendí y que me dejaron sumido en la más absoluta desconfianza. Sin embargo, como de todo se aprende, fui capaz de ir aceptando nuevas ideas poco a poco. Vi que, aparte de los conocidos malagueños de los que os hablaba más arriba, tenía varios amigos que tejían esta nueva idea (para mi) de pareja: parejas liberales, parejas abiertas... Unas duraban, si había absoluta confianza y acuerdo entre ambos, y otras no (cuando había mentiras que dirigían a enamoramientos de esas terceras partes que entraban en la pareja). Me di cuenta de que si había parejas hetero o gay que llevaban más de una década juntos con este sistema de confianza, ¿qué de malo había en ello? ¿Quiénes somos los demás para juzgarlo o criticarlo? Quizá es que siempre hemos estado perseguidos por un miedo irracional a decir lo que pensamos. Quizá siempre hemos tenido interiorizada esa idea de que si nos atraía alguien ajeno a nuestra pareja eso era algo malo, algo que había que callar, que ocultar y que desterrar de la mente. Siempre hemos tenido por algo malo ir por la calle con nuestro chico y girarnos para ver un chulazo que acaba de pasar:

- ¿Es que ya no me quieres? ¿Es que no soy suficiente? ¿Es que ya no te atraigo?

Son frases que me veo a mí mismo diciendo unos pocos años atrás. Frases que nunca volveré a repetir, porque ahora soy consciente de que hay más posibilidades aparte de las que siempre se nos han inculcado. opciones que cada persona elige y que debemos respetar. Que hubo y hay una lucha por tener los mismos derechos que una pareja heterosexual, pero también se debe abrir la mente a nuevos tipos de pareja. Insisto, siempre que haya acuerdo entre las dos partes. Y si no lo hay habrá que tomar decisiones y buscar soluciones.

¿Es lícito cambiar de opinión a lo largo de la vida? Hay muchas personas que no lo entienden, que te tachan de incoherente, de demasiado liberal, de no ser fiel a tus principios. Pero es que... ¿no hay derecho a modificar lo que uno piensa en función de lo que nos va enseñando la vida?

¿Cómo lo veis? Dejadme vuestros comentarios.

21 de mayo de 2015

CAPÍTULO 122: DE CANCANEO EN LA GINETA CON EL EJECUTIVO

Efectivamente, el verano había acabado. Y como ese verano habíamos llevado dos coches, el mío y el de mi padre, pues me tocaba hacerme el viaje de vuelta a Madrid solo. Si hay algo que detesto es ir en caravana, no me gusta los conductores que lo hacen porque muchas veces se producen situaciones peligrosas por no perder al coche de delante y no me gusta hacerlo a mi, ya que a fin  de cuentas vas más concentrado en "ir juntos" más que en la atención a la carretera. Teniendo en cuenta que el día en el que regresábamos no era un día de vuelta masiva, me negué a madrugar tanto como solíamos hacer y salí un par de horas después que mis padres. Las únicas ganas que tenía de volver a Madrid era por ver  a mis amigos; se me había hecho extraño pasar la segunda mitad de agosto en la playa sin ellos, casi como antes, sólo que ya no tenía apenas relación con mis amigos "de antes". 

Cuando llevaba algo más de una hora de camino y enfilaba dirección Albacete nada más coger la autovía de Murcia, mi móvil empezaba a sonar insistentemente. Me daba rabia, porque se me había olvidado conectar el Bluetooth y al ver que insistían me empecé a poner nervioso, así que vi una de estas zonas de la carretera a modo merendero y paré un rato hasta que el móvil volvió a sonar. Número oculto:

- ¿Marcos? -dijo una voz que conocía.
- ¡Cuánto tiempo, tío! ¿Todo bien? -contesté.
- Veo que me recuerdas fácilmente. -dijo, alegre.
- Es que lo bueno es difícil olvidarlo. -dije, con tono de zorreo.

Se trataba del Ejecutivo. Qué rabia, seguramente me llamaba para quedar justo el día en el que ya ponía rumbo a Madrid y casi a mitad de viaje. Total, que tras hablar unos minutos, resultó que el estaba haciendo el viaje hacia Alicante, desde Madrid, y acababa de coger el peaje de Ocaña. Propuso quedar, sin muchos rodeos, en alguna estación de servicio para algo discreto y rapidito. Por lo visto había tenido una semana de mucho estrés y necesitaba descargar.Y la única que conocía yo que nos viniera bien a los dos por estar a mitad de ambos caminos era La Gineta. Es un área de servicio grande situada en La Roda, Albacete, donde hacen parada la mayoría de los autobuses con destino Alicante, Benidorm, Murcia y un largo etcétera. Cuenta con dos zonas de aseos bastante grandes, suele estar limpia y son aseos espaciosos. Como llegaría antes que él, quedé en esperarle en el acceso de la derecha de las escaleras, que siempre está menos transitado, y sin ningún saludo le seguiría con disimulo a los baños.


Llegué, aparqué a la sombra y me satisfizo ver que apenas había gente o autocares por allí, no era la típica hora de masiva afluencia, así que eso era ventajoso. Accedí a donde habíamos quedado y esperé como media hora larga hasta mi ejecutivo entró con su paso firme, su traje negro ajustado y esa seguridad en sí mismo. Me guiñó un ojo con disimulo y se dirigió a los servicios. En el rato que estuve esperando tuve tiempo de analizar el personal que estaba por allí: un par de dependientas de la tienda de souvenirs que no paraban de charlar y dos o tres camareros en la zona del restaurante. No parecía haber nadie de seguridad. Así que le seguí disimuladamente. 

Se había metido en la última de las, por lo menos, 15 cabinas de aseos seguidas que había, la última porque era la que tenía ventana que podía abrirse y reducir un poco el calor. El Ejecutivo estaba desaforado: nada más entrar me cogió con vehemencia y me lanzó contra la pared comiéndome la boca como nunca lo había hecho antes, usando bastante la lengua. Tenía barba de "tres días" y pinchaba un poco, pero eso era lo que menos me preocupaba. Se quitó la chaqueta, la colgó en la puerta y se desabrochó la camisa dejando la corbata cayendo por su musculado y moreno cuerpo, cubierto con una fina mata de pelo negro en medio de sus pectorales y caminando hasta el ombligo. Me quitó la camiseta y comenzamos a sobarnos mutuamente, mirándonos a los ojos con una cara de deseo brutal.

- Qué ganas tengo de reventarte, niñato...-me susurró al oído.
- Y yo de sentir tu rabo duro rompiéndome el culo. -le susurré, comiéndole la oreja. 

Me quité los pantalones y los calzoncillos quedándome completamente desnudo, no sin antes sacar un pequeño bote de lubricante y un condón, que dejé sobre la taza del WC. Tras comerme la boca un poco más, me dio la vuelta, me separó las piernas y pude sentir como se quitaba el cinturón y se bajaba pantalones y calzoncillos hasta las rodillas. Cogió el bote de lubricante, se pringó bien un par de dedos y me los metió con fuerza. Con demasiada, diría yo. Le dije que se relajara un poco y me pidió disculpas riéndose y admitiendo que llevaba una eternidad sin echar un polvo. Bajó un poco el ritmo y siguió haciéndome dedos durante un rato. Mientras tanto, oíamos como entraban tíos a mear, pero de momento nada que nos molestara. El Ejecutivo nunca comía el culo, por eso se esmeraba tanto con los dedos, a ratos escupiendo, a ratos usando más lubricante. Solía tener paciencia y prefería encontrarse con el culo ya bien abierto para que la follada fuera fluida. Ese día no se enfundó el condón hasta que no tuve tres dedos suyos clavados hasta dentro. Y sus dedos eran gorditos.

Cuando sentí que cogía el condón y lo sacaba del sobrecito, escuchamos cómo alguien entraba en la cabina de al lado, que para más inri contaba con un agujerito pequeño por el que se podía mirar, como casi todas. Esperamos en silencio un tiempo prudencial, pero el tío no se iba y a mi Ejecutivo se le empezaba a bajar el asunto. Así que me di la vuelta, me arrodillé y comencé a mamársela con tranquilidad para que recuperara dureza. No me costó mucho que la tuviera dura de nuevo, le puse el condón y recuperé mi posición inicial.

- Fóllame, no vamos a esperar eternamente. -le dije, además sabiendo que él siempre iba con prisa.

Me separó un poco más las piernas y me la empezó a meter muy suavemente hasta que la clavó hasta dentro. Me respiraba en la nuca y me daba algún beso en esta misma zona de vez en cuando. Creo que era la primera vez que me besaba tanto. Pero duró poco, ya que en cuanto notó que mi culo estaba listo, empezó a follarme a su estilo: con fuerza y duras embestidas constantes. Era uno de los mejores activos con los que me había topado, follaba muy bien para ese tipo de encuentros. Los gemidos eran obvios, aunque tratábamos de controlarnos y, bueno, el haber abierto la ventana ayudaba a que el ruido de la autovía disimulara un poco lo que allí pasaba. De vez en cuando giraba el cuello y veía como un ojo ocupaba fíjamente el pequeño agujero entre ambas cabinas. No se por qué, pero me dio tanto morbo que cambiamos de posición. Me abrí de piernas sobre la taza del WC y apoyé las manos en la pared frente a la puerta. De esta forma, el curioso tenía total visión de cómo aquel rabo me follaba sin parar. Notamos cómo aquel tío se ponía de rodillas y cómo dejaba caer un chorro de corrida por debajo de la pared que separaba ambos baños. No pude aguantar mucho más y por el morbo de la situación me corrí encima de la tapa de la taza gimiendo un poco más alto de lo que hubiera debido. El Ejecutivo se corrió poco después dentro de mi culo embistiéndome con más fuerza y acabó medio tumbado encima de mi. 

Al incorporarnos, ambos estábamos envueltos en sudor y nuestro espectador ya no se encontraba allí. 

- Qué placer es follarte ese culazo, Marcos. -dijo él mientras nos vestíamos.
- Siempre está muy bien follar contigo, tío.

Salimos con cautela de aquel aseo y nos lavamos un poco en los lavabos. Posteriormente, nos quedamos sentados fuera del área de servicio mientras él fumaba un cigarrillo. Allí me preguntó por Sergio, nos contamos brevemente qué tal nos iba, y como siempre, tras terminar el cigarro, le entraban las prisas. Nos despedimos con un buen apretón de manos y cada uno a su coche.

Esperé a que el se marchara y me quedé descansando un poco. Bebí agua y al ponerme en marcha y salir del aparcamiento, un hombre de unos 40 años que estaba con su mujer e hijos, me miraba fíjamente con media sonrisa. ¿Habría sido nuestro espectador o era media coincidencia? Nunca lo sabré, lo único que sabía es que me iba con un estupendo sabor de boca para afrontar las dos horitas que aún me quedaban hasta la capital. 

A la pregunta de: ¿hay cruising en La Gineta? Pues mi respuesta sería que no. Todo lo que pase allí es casual o previa quedada. Las puertas de los baños suelen tener números de teléfono de contactos que indican que allí se folla, pero lo dicho, por mera casualidad que pueda surgir o simplemente, como en nuestro caso, porque habíamos quedado.


5 de mayo de 2015

CAPÍTULO 121: LOS JUEGOS DE LOLO

Pasado ese día mi excitación era enorme, esos nervios que te invaden por dentro tan característicos de la adolescencia. ¿Qué pasaría ahora? ¿Cómo sería nuestra relación? ¿Volveríamos a tener más encuentros? Vaya, casi las mismas preguntas que me había hecho meses antes cuando El Cata me desvirgaba y me daba esperanzas sexuales en aquellos encuentros en su casa. Por aquel entonces tenía la cabeza en tres tíos: el ya mencionado, Lolo y El Peque; aunque al último le iba olvidando un poco más al no verle todos los días. Recuerdo que aquel día hice los deberes, estudié geografía y me quedé hasta las tantas escuchando un programa de radio muy popular entre los chavales de entonces que trataba de sexo. Creo que fue el último gran impacto de la radio de mi generación: la mayoría estábamos hasta las tantas escuchando como se daban consejos sexuales a todos los que llamaban al programa, generalmente, gente joven hetero, gay y bisexual. Contaban unas historias tremendas de las que se hablaba en el recreo al día siguiente. Y el día siguiente era mi gran preocupación.

Jamás había llegado tarde a clase. Me considero una persona excepcionalmente puntual y solo llego elegantemente tarde cuando quedo con algún chico, manías de uno. Hasta entonces, creo que nunca había llegado tarde a clase, pero ese día mis padres se habían marchado antes y el despertador estaba con la pila agotada, así que cuando abrí los ojos por pura casualidad y vi que eran las 08:10, me levanté como un resorte, me puse lo primero que cogí, me aseé y con un croissant en la boca salí de casa a toda pastilla. Llegué quince minutos tarde y... me tocó sentarme al lado de Lolo. Era el primer curso en el que teníamos libertad de sentarnos con quien quisiéramos siempre que eso no afectara a nuestro rendimiento académico, así que no había sitios asignados, pero sí frecuentes. Y el mío era o al lado de El Cata o al lado de una de mis mejores amigas. No obstante, cuando uno faltaba, todo se movía. Y aquel día el único sitio disponible estaba al lado de Lolo. No se si sería casualidad o algo que él hubiera provocado. Como ya os conté, Lolo era un chaval accesible, de buen trato, de ningún grupo definido, pero a él le gustaba juntarse con los malotes del barrio porque así se sentía alguien. Pensaba que eso era lo guay en aquel momento y ello le generó muchos rechazos, pero era un tío auténtico. Hablaba sin parar y yo temía que algún profe nos llamara la atención, incluso en el recreo se vino conmigo. Y estuvimos así durante todo el primer trimestre, hasta poco antes de Navidad, sentándonos juntos. Parecíamos, de pronto, los mejores amigos del mundo. Y no, desde el primer encuentro en los baños a principios de octubre, no había pasado nada más, tan siquiera había sacado el tema ninguno de los dos.

El problema de tanto colegueo y de tanto buen rollo, de tanto hablar y de ayudarnos mutuamente fue que me empecé a pillar por él. No se le conocía novia y no solía hablar de chicas, ni soltar los típicos comentarios que sí decían otros compañeros. Eso siempre te daba esperanzas de que quizá podría ser gay, que quizá podría ser tu primer novio. Como el resto de parejas. El tema sexo y chicas era como un tabú entre nosotros, porque no salía. Durante aquel trimestre escrutaba miradas enfurecidas de El Cata al ver que ya no me sentaba con él, incluso llegó a preguntarme si estaba molesto por algo. Creí, incluso, ver en él un ligero reflejo de celos, que más tarde confirmé que eran ciertos. Lolo y yo comenzamos a ir de casa de uno a casa del otro, pero en esta ocasión se venía más a mi casa que estaba más tranquila, ya que mi familia llegaba tarde de trabajar. 

Nuestro instituto nos hacía simulacros de selectividad y el primero sería a finales de noviembre, dividido en miércoles, jueves y viernes. Cuando terminamos el viernes estábamos tan rendidos que lo que menos nos apetecía era seguir estudiando o haciendo deberes, así que esa tarde se vino Lolo a casa y estuvimos echando unas partidas al Fifa de aquella temporada. Estábamos en mi habitación sentados en mi cama frente a la televisión de 14" que tenía entonces, el uno al lado del otro en manga corta porque la calefacción estaba fuerte. Hubieron roces, miradas, abrazos de emoción al ganar una partida contra equipos que nos mandaba la UEFA. Y una de estas en la que nos quedamos mirando fijamente, me quedé prendado de sus ojos marrones miel y me lancé a darle un beso. Dejé posados mis labios en sus labios y al no encontrar rechazo, le metí la lengua y el me correspondió. Fue un beso un tanto torpe, típico de dos chicos con poca experiencia a sus espaldas. Quizá el juego de lenguas fue un poco brusco y exagerado. Se prolongó durante un tiempo, varios segundos que a mi me supieron a gloria. El beso llegó con naturalidad a su fin, fue el momento en que nos quedamos mirando y Lolo se recostó apoyándose en la pared. Se bajó la cremallera y sacó aquella gran polla que escondía en aquellos vaqueros apretados:

- Me apetece mazo que me la chupes...-dijo cogiéndome de la cabeza con la mano que tenía libre.
- Y a mi ha....-traté de decir, sin poder terminar la frase dado que mi boca tocaba ya su capullo de forma de seta.

Hacerlo, lo que quería decir era hacerlo. Traté de disfrutar del momento comiéndosela lentamente, lamiéndole los huevos y la polla de base a punta con mi lengua muy húmeda y ensalivada. Pero Lolo, como muchos a esa edad, lo que quería era correrse. Así que me cogió con ambas manos de la cabeza y me forzó a chupársela más rápido. La tenía tan
grande que se me saltaron las lágrimas de las arcadas que me producía, pero en ningún momento quise que parara. Empezó a gemir al rato y pude notar como rápidamente le subía la leche por aquellas gruesas venas moradas. Poco después se corría en mi boca abundantemente, tenía un sabor amargo que me desagradó un poco, así que cuando terminó de correrse, me fui al baño para escupir y enjuagarme la boca con agua y después con un colutorio que era bastante popular entonces. 

Cuando volví a la habitación, Lolo estaba de pie preparado para marcharse. Se le había hecho tarde y tenía que marcharse. Me dio un abrazo y salió por la puerta. Fue una despedida un tanto abrupta y forzada que me dejó mal sabor de boca, y no solo por lo amargo de su lefa.

Durante las semanas que quedaban hasta las vacaciones de Navidad no volví a tener apenas relación con Lolo, simplemente la que había tenido hasta hacía unas semanas. De saludos y poco más. Habitualmente, mi colegio organizaba un festival el último día de clase antes de vacaciones. Cada curso se encargaba de una cosa y ese año, como éramos los mayores, nos tocaba hacer la representación del belén viviente. A mi, al Cata, al Lolo y a varios más nos tocó hacer de pastores. A los chicos nos daba más igual, pero las chicas estaban encantadas y emocionadas por que ese año nos tocara a nosotros. Tanto que querían que todo fuera perfecto. Nosotros, al ser los pastores, no tuvimos que ir a ningún ensayo, como sí hicieron el resto. Simplemente un día antes de la representación, pusimos todo en conjunto para ver que no había errores de última hora. El día señalado llegó y fue agotador. No pudimos asistir a los actos del resto de grupos porque teníamos que estar todo el día en el belén, para que nos vieran los padres y los distintos grupos: desde primaria, a quienes les hacía auténtica ilusión, hasta los de secundaria que venían más en plan a vacilar. Tuvimos algunos descansos, sobre todo para comer, y al finalizar el día y como agradecimiento a las chicas por su implicación, nos quedamos los pastores a recoger todo. A última hora de aquel 22 de diciembre quedábamos los 5 pastores y el conserje, que vivía en el colegio y que nos había dicho que le avisáramos al marcharnos para que nos abriera la puerta. 

Antes de irnos, pasé por los baños más cercanos y me puse a mear en el urinario de pared que quedaba libre, el otro estaba ocupado por Lolo. No pude evitar mirarle la polla, porque me estaba hablando a la vez que se la meneaba para sacudirse las últimas gotitas y a mí su rabo moviéndose me producía como un efecto hipnótico del cual no podía despegarme por más que lo intentaba. Lolo se percató de esto y se la siguió meneando para ponérsela dura:

- Te gusta mi polla, ¿eh? -dijo.
- Sí tío...-contesté sin poder parar de mirarla.
- ¿Me haces una pajita? -preguntó, sin dejarme responder.

Me apoyó en la pared de detrás de los urinarios y él, a su vez, se apoyó de espaldas sobre mi. Pesaba, pero tener su cuerpo pegado al mío y mi rabo en su culo hacía que todo lo demás no importara. Me cogió mi mano derecha, se bajo el atuendo que llevaba hasta los tobillos y la puso sobre su rabo. Empecé a pajearle lentamente y Lolo gemía, así que empecé a comerle el cuello y la oreja. Sorprendentemente, se dejó y parecía gustarle. Al notar que yo tenía el rabo muy duro (yo llevaba el atuendo de pastor, pero el había dejado su culo al aire) el cabrón se frotaba contra mi pidiendo que no parara de pajearle. De pronto, escuchamos pasos y deprisa y corriendo Lolo se subió el atuendo, justo en el momento en el que El Cata entraba al baño. Lo que allí sucedía era obvio: dos tíos visiblemente empalmados en una situación rara. El Cata me miró, se sonrió, bebió agua y se despidió diciendo que tenía prisa. El Lolo quiso irse, pero le agarré de la cintura y le bajé el atuendo. Aún seguía medio empalmado, así que recuperamos la posición inicial y seguimos a lo nuestro. Aunque esta vez, para mi sorpresa, con su mano izquierda me bajó el atuendo y empezó a pajearme a la vez que yo a el. Ninguno dijimos nada. Yo alucinaba y me encantaba tener aquella mano caliente dándome placer. Aunque fuera una paja. Me corrí a los dos minutos pringándole toda la ropa, y el se corrió poco después llenando el suelo de lefa. Se limpió como pudo, nos limpiamos el rabo con papel y nos secamos el sudor que caía por nuestras caras:

- Pues también tienes buena polla, ¿eh? -dijo.
- Ya ves tío. -respondí con satisfacción.
- Hay pives de clase que la tienen enana tío, no me digas que no te has fijado en las duchas otros años- -dijo riéndose.
- ¡Y que lo digas! -respondí.

Salimos del colegio ya bien tarde y subimos juntos al barrio hablando de todo un poco, como si nada fuera de lo habitual hubiera ocurrido. Y me pasé todas las Navidades haciéndome pajas recordando como frotaba el culo contra mi rabo duro. Lo que más me apetecía era abrírselo y metérsela. Y con ello fantaseaba casi todas las noches hasta que en enero empezamos las clases de nuevo.