El
año estaba siendo duro, había empezado a hacer un curso de posgrado en la
universidad que me estaba exigiendo mucho más tiempo y dedicación de la que
inicialmente había previsto. Como estaba un poco agobiado, vi la oportunidad de
aprovechar un puente que había en diciembre, así que me compré un billete de
tren destino Alicante y me puse en marcha. Me marchaba un miércoles y volvería
un domingo, no iba a ser mucho tiempo, pero sí el suficiente para desconectar.
Le propuse el plan a mis dos amigos, pero ellos no vendrían hasta el viernes a
pasar el fin de semana.
Al
estar estudiando me marché un día antes de que empezara el puente, para que el
tren no fuera tan lleno como otras veces, y para que me saliera más barato
compré tarifa mesa, esta tarifa en la que compartes un espacio para 4 asientos.
Cuando me monté en el tren de las 07:20 de la mañana en la madrileña estación
de Atocha, aquella fría mañana de diciembre, me encontré con que el vagón iba
casi vacío y que hacía mucho calor dentro del mismo. Llevaban la calefacción a
tope, así que pronto me quité la chaqueta para quedarme en manga corta. Cinco
minutos antes de que el tren saliera, se montó un chico de unos 30 años y se
sentó enfrente de mí: también había comprado la tarifa mesa. Prácticamente
íbamos sólos: él y yo en un extremo del vagón y 2 personas más en el otro
extremo. “Bien”, pensé, “va a ser un viaje tranquilito”.
El
chico que estaba enfrente mía era un chico de color, negro, vamos, como decía
Dani, del color del chocolate, bastante guapete. Iba vestido con un pantalón
vaquero y un par de jerseys gordos encima. Así que con el calor que hacía en el
tren empezó a sudar cosa mala, me daba hasta cierto reparo ver cómo sudaba el
muchacho. El tren ya había salido y ya habían pasado los encargados a
ofrecernos cascos y comprobar los billetes. No habría paradas hasta Albacete.
A
los 20 minutos de haber salido, e imagino que sin poder aguantar más, el chico
se empezó a quitar los jerseys con la mala suerte, o buena, según se mire, de
que al tirar de los jerseys, se le subió la camiseta y yo me quedé embobado
mirándole los marcados abdominales y pectorales que tenía. Sin un solo pelo. Al
quedarme así como extasiado y levantar la vista con cierto disimulo, pude ver
que el negro me estaba mirando fijamente a los ojos con media sonrisa dibujada
en su cara, mientras se bajaba la camiseta que se le había quedado enroscada en
el cuello.
- - Hace
calor aquí, ¿eh? – dijo en un perfecto español, mezclado con acento de no se
muy bien dónde.
- - ¡Y que
lo digas! – contesté, mientras notaba como mis mejillas se ruborizaban y mi
pantalón mostraba lo empalmado que estaba. (Sí, siempre fui de erección fácil).
El
chico no dejaba de mirarme con esa especie de sonrisita y, llegado un momento,
miró para ver si había alguien cerca y, al ver que no, se subió la camiseta de
nuevo:
- - ¿Te
gusta lo que hay aquí? – dijo, pasándose la mano desde los pectorales a los
abdominales.
- - Tienes
un cuerpo muy currado… - acerté a decir con tono bobalicón.
Después
bajó la mano hasta el paquete y se estrechó la polla pudiéndome dejar ver lo empalmado
que estaba:
- - ¿Y
esto te gusta? – preguntó.
- - Pues
tiene buena pinta, pero mucha ropa encima… - dije, ya tonteando en serio.
Volvió
a mirar a un lado y otro del pasillo y se empezó a desabrochar el pantalón y
bajarse la cremallera. Sacó una enorme polla gorda de unos 19cm, circuncidada
que culminaba en un glande rosáceo, provocando un curioso contraste con su
polla negra. Así me lancé y empecé a pajearle suavemente, pero me frenó:
- - Aquí
no tío, sígueme…
Como
podréis imaginar me llevó al baño del tren. Esos minúsculos baños que hacen las
cosas complicadas. Nunca fui mucho de baños, no me gustaban, pero esa vez
merecía la pena. Cuando entré, me estaba esperando con el pantalón bajado,
sentado en el W.C., masajeándose la polla y mirándome desafiante. No lo dudé,
me puse de rodillas (menos mal que estaba limpio) y me tragué esa polla que
colmaba toda mi boca y parte de mi garganta. Era mi primera vez con un chico de
color y aquella polla sabía más fuerte que otras, pero estaba deliciosa. La
saboreaba con mi lengua y le daba pequeños mordisquitos, mientras que con una
mano le tenía bien apretados esos huevos, que parecían un gran melocotón. Le
lamí las pelotas con ansia y volví a la polla mientras el chico gemía cada vez
más y comenzaba a expulsar esas deliciosas gotas de líquido preseminal.
Estaba
a punto de correrse, lo sabíamos los dos. Me detuvo en seco, me levantó con
fuerza y me bajó los pantalones bruscamente para ponerse como loco a hacerme un
dedo en el culo, envuelto en su saliva.
- - Quiero
follarte tío… quiero clavártela entera…- decía.
Sin
embargo, no le dejé. No me habían follado muchas veces y menos con una polla
tan grande y gorda, tenía miedo. A pesar de que me insistió con el típico “iré
despacio” o “sólo te dolerá al principio”, al final tuvo que ceder. Me volví a
poner de rodillas, me cogió la cabeza con las dos manos y me obligó a mamarle
la polla sin piedad ni descanso, hasta que pude notar un abundante chorro de
leche caliente que no pude contener en la boca y se me fue escurriendo. Cuando
se la había dejado bien limpia, me levantó y me comió la boca con ansia…
- - ¿Quieres
que te haga una paja para aliviarte? – se ofreció.
- - Hombre,
si me la chupas…- dije.
- - Paso
tío, como mucho una paja… No me va comerla.
Así
que me senté en el WC, él se puso de rodillas y empezó su trabajo manual hasta
que le llené la mano de leche. Se notaba que lo hacía por puro compromiso, por
cumplir, pero que no era lo suyo. Al menos me quedé a gusto y con el calentón
quitado.
Cuando
nos limpiamos, volvimos al asiento y pasamos hablando el resto del viaje.
Guillaume, que así decía llamarse, había nacido en un país de África que no recuerdo donde sólo estuvo de bebé, se había criado en
Francia, y desde los 11 años estaba en España. Estaba casado con una mujer y
vivían en un pueblo cercano al pueblo en el que yo veraneaba. Afirmaba no ser
gay, pero decía que no había orgasmo igual que follarte el culo prieto de un
tío o que un tío te comiera la polla. Había ido a Madrid a una entrevista de
trabajo, pero no había habido suerte. Además, también cogió el autobús al sur
de Alicante y fuimos hablando más tiempo. Había tan buen rollo que me dio su
número de teléfono y yo le di el mío.
No sé si ese tipo de cosas ricas e inesperadas no me pasan a mi o en realidad no pasan tanto en Chile. Pero si se me planta en frente un negro juguetón, me lo llevo al primer baño público que encuentre XD.
ResponderEliminarEn todo caso, es verdad eso de que duele al comienzo, pero no te vuelvas a perder la oportunidad. Después no vas a querer que te la saquen :)
(Lo digo por experiencia propia)
Bueno, realmente la mayoría de las experiencia que cuento son en sitios de cruising, quiero decir, que de inesperadas tienen poco. Esta historia es distinta porque pasó en un tren, pero también te digo que es la única experiencia que he vivido de esta manera, no es lo común.
EliminarDios ! En un tren, con un negro y espontáneamente !
ResponderEliminarIncreible !!!. :-)
Si te sirve de consuelo yo tampoco me huberia dejado follar por polla tan descomunal, sin lubricante a mano, ni condon.
Que te desgarra el culo, y adiós a unas plácidas vacaciones.
Ya se te presentará otra ocasión ;-)