Me
desperté a eso de las 12:30 porque mi teléfono empezó a sonar. Antes de
levantarme de la cama para cogerlo, sabía perfectamente que me llamaban de casa
y recordé que tan siquiera había avisado de que pasaría la noche, o mejor dicho
la madrugada, en casa de Santi. Lo cogí y, efectivamente, mi madre cabreada
empezó a sermonearme. La tranquilicé, le dije dónde estaba y cuando colgamos
escuché la voz de Santi:
-
Ah... ¿pero que todavía estás aquí? No te encapriches, ¿eh? Que a mí me van las
tías y....
-
Para el carro Santi, que me parece que has visto muchas pelis- le interrumpí.
Te he comido la polla, hemos pasado un buen rato y yo tengo la boca sellada,
así que tranquilo, que sólo diré que hemos estado viendo pelis y bebiendo
cervezas.
-
Anda, ven aquí - contestó.
Me
cogió de la cintura y me tumbó en la cama, mientras me bajaba los calzoncillos.
Yo no salía de mi asombro, pero me dejé hacer:
-
Imagino que te has quedado con un buen calentón - dijo Santi - déjame que te
alivie...
Me
cogió la polla con su mano derecha, comenzó a acariciarla lentamente para
ponerla dura, mientras también bajaba a los huevos y los acariciaba con
cuidado, de vez en cuando, bajaba con un dedo casi hasta el culo, pero paraba
antes de llegar y cuando la tuve completamente dura empezó a hacerme una paja
mientras me comía la oreja y me decía en susurros: "no sabes lo bien que
la chupas, recuerda lo de anoche, recuerda como te la metías entera, eh,
acuérdate de cómo disfrutaba con tu chupada...". Y entre el calentón que,
en efecto, tenía y todo lo que me susurraba al oído, tardé poquísimo en
correrme. Para mi asombro, que ya de por sí era grande, cuando fui a levantarme
para limpiarme, no me dejó, se puso encima de mi, y me limpió el toda la
lefa... con su boca. Me dejó más limpio que una patena. No hubo más
conversación que esa. Cuando éramos adolescentes pasaba más o menos lo mismo:
primero le pajeaba yo a él y luego él a mí, pero después no había ninguna
conversación. Siempre terminábamos actuando como si nada hubiera pasado. Y
parecía que por él, debía de seguir siendo así.
Nos
vestimos y arreglamos y bajamos al piso de abajo. Me tocó saludar a su familia
que se alegró mucho de verme por allí y decidí irme a mi casa para pasar un
rato con la familia. Típica despedida de Santi con un apretón de manos. Lo más
hetero posible.
Y,
como ya me había pasado algunas veces, por mi cabeza apareció Sergio y empecé a
darle vueltas al asunto. ¿Le tenía que contar algo? Tenía mensajes en el móvil
suyos para ver qué tal había pasado la noche con mis amigos, y no se me ocurría
qué contestar: "Bien, al acabar me fui a casa de Santi y le comí la polla,
además esta mañana me ha hecho un pajote con el que he disfrutado como hacía
tiempo". No, no podía decírselo. No tenía que decírselo. No había ninguna
obligación. Además, lo de Santi había sido casual, no se volvería a repetir
porque él no querría, tenía que seguir guardando las apariencias de su vida....
Qué
equivocado estaba.
Machito ¨hetero¨ calientapollas.
ResponderEliminarQué mala espina me da.
Este, de aquí unos años, te lo encontrarás convertido en la más locaza del ambiente.
Al tiempo !.
Olfato de perro ;-)
Aún queda mucho que contar sobre Santi, no vas mal encaminado, pero hay algunas cosillas que ayudarán a comprender mejor la historia, al menos desde el punto de vista de Santi.
EliminarJajajajaja...seguro perro. Mark me encanta tu blog, y sobre todo como lo cuentas
ResponderEliminarMe alegro de que guste! Espero seguirte leyendo por aquí ;)
EliminarPor fin un blog actualizado. Hay harta cosa olvidada en la red!
ResponderEliminarEsta es la primera entrada que leo y me parece re-interesante. Te expresas bien y si leer me produce bombeo de sangre en el "pequeño", aquí me quedo.
Iré poniéndome al día con las entradas.
Sigue así.
Saludos desde Chile.
Muchas gracias por tu comentario, espero seguirte leyendo por aquí ;)
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