12 de diciembre de 2016

CAPÍTULO 165: JUGANDO CON FUEGO - Parte 1.

Hay historias que no deberían ser contadas. No porque no se hayan producido, que sí, sino porque no deberían haber existido jamás. Desde que era pequeño he tenido una teoría que siempre he tratado de practicar lo máximo posible: no te arrepientas de lo que hayas hecho. Si ya está hecho y, de momento, no podemos volver atrás en el tiempo para modificar el pasado, ¿de qué sirve lamentarse o arrepentirse por actos que ya no tienen remedio? Se puede uno disculpar, pedir perdón, redimirse o expresar su intención de no volver a caer en la misma torpeza para no hacer año, pero... ¿arrepentirse? ¡Si ya está hecho! A lo largo de los años, según va uno madurando, aprende que esta teoría es muy bonita, pero que requiere de ciertas modificaciones o anexos para cumplir fielmente con ella. Hoy en día la sigo elevando a su máxima expresión, pero con matices. No me arrepiento de lo que hago, pero se disculparme con sentimiento auténtico para remediar algún perjuicio que haya podido causar. Eso, por supuesto, no implica que no queden cicatrices difíciles de sanar con las personas que se hayan sentido dolidas con tu actuación.

Aquel verano, a apenas dos días de la llegada de Sergio y Dani, estuve dispuesto a admitir lo que tanto tiempo me había estado negando. A darle una oportunidad, a dejar atrás las malas experiencias y reconocer que quería a Sergio más que como mi mejor amigo. Reconocer que, por primera vez en años, me empezaba a sentir listo para empezar una relación. Dios, R-E-L-A-C-I-Ó-N, cómo de fuerte y serio sonaba aquello. Por supuesto, no iba a ser una relación cerrada, ya a estas alturas era para nosotros absurdo fingir que no iba a haber otros hombres que compartieran en ocasiones cama con los dos. Porque nos hacía feliz, nos satisfacía, nos daba morbo y mantenía la llama muy viva. Desde la última vez enla que dejé destrozado a Sergio después de su romántica declaración, pasando por cuando se echó novio y la cosa salió mal, la situación no había vuelto a producirse. Me tocaba a mi dar el paso y esperar ser aceptado. Esta vez me sentía listo para volver a intentarlo. Para hacer todo lo posible porque saliera bien.

Cuando, por fin, llegaron le conté mis planes a Dani, que no pudo más que alegrarse con una sonrisa sincera dibujada en su cara, me ofreció consejos sobre cómo abordar la situación y se ofreció, con guasa, como padrino de nuestra futura boda.

- ¡Eh! No vayas tan rápido, tío, que me planto ahora mismo -le dije, medio en broma, medio en serio.

Sergio me decía que me notaba más nervioso de lo habitual, que no me relajaba cuando estábamos juntos y no paraba de preguntar si me pasaba algo. En realidad, simplemente buscaba el momento perfecto para tener esa conversación tan trascendental.

Y justo el día de antes a cuando tenía decidido hacerlo, él se cruzó en mi camino. Así como una piedra que a veces el destino pone en nuestro camino. O como un caramelo irresistible que te ves seducido a saborear hasta sus últimas consecuencias.

Con el objetivo de relajarme salí a correr aquella tarde por la playa, una vez el sol estuvo ya bajo. Por las tardes en la costa de esta zona es normal que sople el viento de levante y el cielo se llene de pequeñas nubes, mientras el sol se va escondiendo por la sierra de Orihuela. Además, en la playa hay menos gente que por la mañana y se corre muy bien. Al volver, tras 8 kilómetros, lo hice andando deprisa, disfrutando del mar y su brisa, encontrando esa relajación que siempre me ha producido. Cuando llegaba a la parte central de la playa, al mogollón del pueblo, un balón de fútbol casi impacta contra mi. Afortunadamente, recordando mis viejos tiempos de futbolero, reaccioné y paré el balón con el pecho, pasándolo a mis pies, haciendo unas carambolas, mientras un chaval se acercaba con cara temerosa a recogerlo.

- Eh chaval, perdona, pero vaya paradón el tuyo, ¿eh? -me dijo.

Oh, Dios. ¿Por qué me haces esto? 1,85, delgado, fibrado, sin un pelo en el cuerpo, moreno, ojos azules como el mar, no más de 18 años, sonrisa de la que te puedes enamorar, actitud masculina, acento chulesco vallecano... ¿Por qué a mi?

El caso es que comentamos un par de tonterías, en las que me quedé hipnotizado de sus ojos, y acabó presentándome a sus colegas y jugando una pachanguita con ellos. Gente maja, de barrio, con un nivel cultural justo, buen fondo y muchos sueños. La mayoría estaban haciendo algún grado medio de formación profesional y el seguir estudiando no entraba en sus planes. Por primera vez en mucho tiempo me di cuenta de que los años pasan para todos, ya que aún estando todavía en la veintena, me comparaba con ellos y veía que ya no tenía aquellos rasgos aniñados que se dibujaban por la cara de todos aquellos chavales recién llegados a la mayoría de edad. Hubo buen rollo, conexión inmediata, colegueo y buen fútbol. Tanto que repetimos un par de días más, también a la que volvía de correr.

El último día que jugamos, cuando me iba, la voz de David, que así se llamaba el chaval del que me había quedado prendado, sonó fuerte detrás mía:

- ¡Eh Marcos! ¡Espera tío!
- ¿Qué pasa? -le dije.
- Nada tronco, que el otro día me fijé en que vivimos muy cerca y así me voy contigo para arriba, no te importa, ¿no? -contestó.

Me pasó un brazo por encima de los hombros, pegó su cabeza a la mía y dijo así con chulería:

- Qué cabroncete el Marcos, cómo le da al balón.

Le miré, a escasos centímetros de distancia, con el sol de frente y su piel bronceada, a esos ojos azules y esa sonrisa picarona y juro que me faltó poco para que se me cayera la baba. Incluso me llevó un rato por la calle así cogidos del hombro comentando algunas anécdotas del partidillo, mientras yo trataba de pensar que aquellos roces eran normales entre chavales heteros que conectaban.

- Estás fuerte, ¿eh? ¿Cuánto te machacas en el gimnasio? -preguntó.

Le respondí mientras hacía la vista gorda a que me sobara los bíceps, los hombros y los pectorales, así como quien no quiere la cosa.

- Es que mira -dijo poniendo mi mano derecha en su bícep izquierdo -voy al gimnasio tres días por semana y solo consigo esto -dijo.

No es que el chaval tuviera un brazo enorme, pero vaya, que sacaba bastante músculo. El caso es que me acabó pidiendo el móvil, dándome un abrazo más largo del habitual al despedirse en mi portal y sonriéndome con esa cara con la que seguro conseguía un montón de cosas, simplemente mostrando su sonrisa. Unas horas más tarde empezó a escribirme Whatsapps para comentar tonterías hasta que me dijo que estaba solo en casa y que se aburría "mazo", que si me apetecía pasarme y veíamos una peli "o algo". Lo cierto es que esa noche había quedado con Sergio y Dani, pero la tentación me pudo y cancelé el plan para irme a casa de David. Cuando me dio la dirección, a cinco minutos de mi casa de la playa, algo me sonó familiar. Esa sensación se acrecentó mucho más cuando estuve frente a su portal y entré a él. Sabía que había estado allí antes, pero no conseguía recordar cuándo o saber si solo se trataba de un deja vù, que se fue acrecentando cuando vi el portal por dentro y subí en el ascensor.

La casa de David no era la típica casa de playa en la que pasas el verano, tenía mucha más pinta de hogar. El chaval me abrió la puerta vestido solo con unos bóxers blancos apretados (vale, hacía calor, era pleno verano), luciendo su delgado pero a la vez fibrado cuerpo, me plantó otro abrazo y me ofreció sentarme en el sofá. Le seguí sin apartar mi mirada de su culo redondo y apretado embutido en aquellos calzoncillos. Me ofreció un refresco y se tiró, literalmente, al sofá por encima de mi. Se fijó en que había empezado a sudar como un cerdo (no corría nada de aire en aquella casa a pesar de tener todas las ventanas abiertas) y me ofreció quedarme en calzoncillos, total, sus viejos no iban a llegar hasta el día siguiente. Así que no me corté y delante de él me desnudé quedándome en aquellos slips negros y amarillos que me había puesto aquel día. No me miró, ni observó.
Estaba entretenido poniendo el Call Of Duty en su Play4. Di por hecho que iba a ser una noche de videojuegos y me encantó la idea, ya que tengo un punto freaky con las videoconsolas. Cada vez que superaba una misión o mataba a algún enemigo importante, me abrazaba y con disimulo me sobaba la espalda o los brazos. Claro que, tras las primeras veces, empecé a corresponderle de la misma manera y a sobarle con la misma inconsciencia con la que aparentemente lo hacía él, que ni se inmutaba. El caso es que acabamos pegados el uno al otro en el sofá y hubo más abrazos y magreos, aparentemente inocentes, de los que jamás me había dado con ningún tío. Así nos pasamos algo más de tres horas en las que aparte de jugar nos comimos unas pizzas que habíamos encargado por teléfono, un par de refrescos más y tomado una bebida energética de moda como postre. Cuando terminó la partida tenía la espalda tan cargada de la posición del sofá y la tensión del juego que me tumbé boca arriba en el sofá y David, ni corto ni perezoso, también se tumbó reposando su cabeza en uno de mis muslos a escasos centímetros de mi paquete, que sin remediarlo se me empezó a poner algo contento. Estábamos exhaustos y empezó a contarme algunas de las paridas que hacía con sus amigos, los lugares por los que salía de fiesta y que había empezado un curso de fisioterapia al acabar el último curso de educación obligatoria y que quería dedicarse a eso. Y fue ahí cuando vi la ocasión perfecta para salir de dudas:

- ¿Ah, sí? Pues tengo un dolor de espalda terrible y tensión acumulada, a ver cómo me lo trabajas -le dije.
- ¿Es un reto? Venga, vente por aquí.

Me cogió de la mano con total naturalidad y me llevó a su habitación. Di por hecho que nada iba a pasar al ver los pósters de tías en tetas y subidas en espectaculares motos, todo muy sugerente. Quitó ropa que estaba encima de la cama, retiró la colcha y me dio instrucciones para que me tumbara boca abajo, apoyando mi cabeza en las palmas de mis manos. Era una cama de 90 en la que una persona está cómoda, pero dos están apretadas. Fue a otra estancia de la casa a buscar unas cremas y cuando volvió se sentó con las piernas arqueadas sobre mi trasero y empezó el masaje tras un:

- ¿Estás preparado?

Vi las estrellas. Según él, tenía un par de contracturas que se esforzó por quitarme aplicando distintas técnicas que iba comentando, de cuyo nombre no me acuerdo. A pesar de que era muy morboso tener a aquel chaval masajéandome la espalda, con aquellos dolores se me bajó toda la lívido y perdí cualquier remota esperanza de que algo pudiera pasar, hasta que David volvió a hablar:

- Bueno, esto ya está. Ahora toca la parte de relax para calmar toda la zona y aliviar tensiones.

Utilizó un par de cremas más y la cosa empezó a calentarse, aquello dejó de ser un masaje sumamente profesional para pasar a ser zorreo puro y duro:

- Habría que quitarse los gayumbos para no mancharse y tal, que estos productos salen mal, pero si te da palo, no pasa nada -dijo.
- Quítamelos -respondí, con seguridad.

Se hizo un silencio que duró al menos 15 o 20 segundos. Seguidamente escuché cómo se bajaba los calzoncillos, sentí cómo se subía de nuevo a la cama y noté cómo trataba de bajarme los slips con cierto nerviosismo. Se lo puse fácil arqueando el cuerpo y flexionando las rodillas. Los tiró al suelo y volvió a subirse sobre mi culo, esta vez sin telas de por medio. Creo que me puso dura justo en el momento en el que noté sus huevos sobre mi culo, calientes y blanditos. No hice nada, le dejé a él seguir con su masaje suave por toda mi espalda, pasó a sobarme el culo sin decir nada, las piernas, los pies, volvió a subir por las piernas y cuando se sentó de nuevo en mi culo, noté que no era el único que estaba excitado. David también la tenía dura y notaba como su rabo chocaba intencionadamente con mi culo.

- ¿Solo das el masaje por la espalda? -le dije, para caldear más la situación.

De nuevo, un silencio de más de 20 segundos. Y otra vez pude escuchar cómo su corazón latía con fuerza y, por primera vez, le vi nervioso:

- Sí, eh, claro... espera. Date la vuelta -dijo, tartamudeando.
Giré la cabeza para mirarle a los ojos, sonreí tibiamente y le dije:

- ¿Estás seguro?
- Claro -contestó, haciéndose a un lado de la cama para dejarme espacio.


Me di la vuelta sin apartar mi mirada de la suya y vi cómo, por mucho que trató evitarlo, sus ojos bajaron a contemplar mi polla dura y su lengua, involuntariamente, humedecía su labio superior. 

1 de diciembre de 2016

CAPÍTULO 164: RESENTMENT

Puede que haya pasado una década de aquello, pero aún lo recuerdo como si hubiera pasado ayer. Todavía te miro y no puedo perdonarte. Tampoco lo haré porque nunca has querido ser perdonado. Nunca sentiste que tuvieras que decir que lo sentías, que habías actuado mal. Que actuaste de forma egoísta. 

Por aquel entonces no eras ni una cuarta parte de lo que has llegado a ser. Te conocí porque eras uno de los mejores amigos online del que entonces era mi novio. De hecho, llevabais como dos años hablando por los chats de IRC y, posteriormente, por Messenger. Eras famoso para mi, mi novio te adoraba y siempre hablaba bien de ti, incluso antes de estar juntos, siempre tuvo buenas palabras para ese chavalín dos años más joven, simpático, divertido y encima guapo como pocos, que vivía a cientos de kilómetros, mar de por medio. Veo en mi mente tu primer detalle conmigo: aquella Navidad, cuando apenas llevaba un par de meses con él, en la que por sorpresa recibí por correo postal una felicitación navideña tuya vestido de papá noel. Un papá noel sexy y provocón que mandaba la felicitación con el jersey rojo abierto dejando al descubierto un cuerpo bronceado y fibrado que entonces ansiaba por tener. Y esa sonrisa que siempre has tenido, que acompañaba a la perfección a tus preciosos ojos.

Joder, pues entonces de verdad que el chaval este tiene que ser majísimo. Eso fue lo que me dije a mí mismo aquel día, cuando de verdad te lo digo, me hizo ilusión recibir tu felicitación. Esto empieza con buen pie, volví a pensar. 

Nunca sentí celos por tus conversaciones hasta las tantas de la madrugada con mi novio, por vuestros e-mails, sms, llamadas. No podía sentir celos de algo que había sido normal desde que éramos amigos, desde antes de ser pareja. Tan siquiera sentía celos cuando intentabas provocarle, cuando le decías que eras muy fogoso sexualmente y que te encantaría hacer tríos, que te daba mucho morbo. E incluso ver como una pareja follaba y pajearte enfrente de ellos. Prácticas que incluso hoy en día sigues haciendo públicamente tuyas. Tu y tus eternas insinuaciones. Miles de propuestas veladas de las que nunca me quejé, debido a que el amor que nuestra en persona en común me profesaba era auténtico y me tenía obnubilado.

Hubo una noche en la que le calentaste bien. Creo que nunca supiste que él me hacía partícipe de todas vuestras conversaciones subidas de tono, que para mi no eran un secreto. Le habías dicho que te daría muchísimo morbo estar en nuestra cama una noche y follar con los dos, mamarnos las pollas, pajearnos e incluso probar a que los dos te folláramos. Eras más crío, no habías tenido experiencias y tu lugar, a pesar de ser una capital de las importantes, no era tan gay-friendly como es en la actualidad. ¡Y entonces tu eras hasta tímido! Tan siquiera sé si se lo decías de verdad o solo para cascarte la paja de turno. Desconozco las palabras que usaste en aquella conversación por Messenger, pero el caso es que llegué a la habitación de mi novio y tenía tal calentón que aquella noche follamos cinco o seis veces, tantas que apenas nos salió lefa la última vez que nos corrimos y nos quedamos con el capullo rojo y oliendo a sexo como pocas veces. Las cosas y la energía de no tener ni 20 años. Nunca jamás volvimos a tener una noche tan fogosa. Fíjate cómo sería la cosa que nos llegamos a plantear aceptar un trío contigo si se diera la casualidad. ¡Ey! ¡Que por aquel entonces yo creía en el cuento del príncipe azul! ¡En las relaciones cerradas a cal y canto! ¡El cruising aún no había llegado a mi vida!

Después de eso tuvisteis una época de distanciamiento. Venías a Madrid algún fin de semana y lo cierto es que eras un chaval encantador y con quien me lo pasaba bomba. ¿Y cómo este chaval no tiene novio? ¡Si es un partidazo! Eso pensaba y, fíjate, muchos años después, en el presente, me puedo hacer las mismas preguntas. Nosotros pasamos por algún pequeño bache del que tu solo tuviste noticia de uno. El que más me cabreó. Mi novio te escribió un e-mail para pedirte consejo sobre cómo solucionar nuestro problema y tu, ni corto ni perezoso le contestaste:

"Lo que está muerto, está muerto. Cuando la llama se apaga, no se puede volver a encender. Lo mejor es que lo dejéis".

Así. Sin vaselina. Ante el menor problema, lo mejor es tirar la toalla. Vaya mensaje el tuyo, macho. A mi me aplastó leer aquellas líneas en respuesta al correo en el que mi entonces novio solo te pedía consejo a un problema concreto. Lo que no sabía es que tu intención era otra. Las novedades que estaban por llegar unos días después me lo aclararían.

Así, llegó la noticia de que te mudabas a Madrid en unos meses y querías compartir piso con mi novio, que claro, como él tampoco era de la capital y estaba en una residencia de estudiantes de la que estaba más que harto, pues era perfecto. Y, por supuesto, no entraba en tus planes tener que compartir el tiempo de mi novio. Lo querías para ti en exclusiva, porque sabías que se pasaba de viernes a lunes en mi casa e, incluso, algún día de diario también. ¿Y qué ibas a hacer tu solo, verdad? EGOÍSTA. Afortunadamente, el pequeño bache se resolvió con normalidad y yo seguí adelante como si esas palabras tuyas nunca se hubieran producido. 

Solo os quedaba buscar un piso y una persona más con la que compartir gastos.

Y de todo eso me encargué yo. Lo sabes. Yo busqué el piso, yo lo fui a ver, yo hablé con las dueñas, yo negocié el precio, yo os busqué a un compañero de piso ideal, yo os contraté los suministros y vosotros os encargasteis de lo fácil: el contrato listo para firmar. Un buen piso, un buen precio, un barrio humilde de la capital, bien comunicado: metro, renfe y autobuses a cinco minutos. En aquel verano que te viniste en julio a firmar, recuerdo que empezabas con el que fue tu novio durante muchos años. No querías que se supiera en la comunidad de amigos de la que formábamos parte y sabes que, de no ser por mi, se habrían enterado todos los que no que no querías que se enteraran. Joder, macho, en un mes te hice un montón de favores por lo que jamás pedí más que tu amistad y simpatía. Por los que jamás tuve un GRACIAS MARCOS. Pero sabes que a mi eso no me importaba.

Después todo empezó a torcerse. Descubriste que en Madrid tenías que hacer más cosas que salir de fiesta. Tus padres te exigían que estudiaras. Empezaste una carrera que odiabas, pero la empezaste por la presión familiar. No coincidías en el piso con mi novio, ni con el otro compañero, así que me contabas a mi lo que estabas pasando. Me contabas que querías dejar la carrera y yo escuchaba. Nos encontrábamos en el metro y nos íbamos a tomar café, para que tu te desahogaras. Las cosas entre tu y mi novio no estaban como habíais pensado. La razón es que te pasaste de frenada. Tu o el otro chaval con el que compartías casa. O los dos. Pero la comida de mi novio, pagada por mis padres en casi su totalidad, desaparecía de la nevera por arte de magia. Y eso, ya lo sabes, creó muchas tensiones. Tantas que os cruzabais por la casa sin miraros. Tantas que el día que dejaste la carrera, tus padres te cortaron el grifo y tuviste que volver a tu ciudad, no os despedisteis. ¿Y quién te acompañó al aeropuerto? Haz memoria. Sí, efectivamente, Marcos. El mismo que te fue a recoger en tu llegada unos meses antes. El mismo que olvidó tu egoísmo y tu mala fe y te trató como uno más de la familia. Como a un hermano.

Es en este punto donde me fallan los recuerdos. Creo que te reconciliaste con mi novio porque le pediste perdón en una carta sincera unos meses después. A mi nunca me llegaron tus disculpas, ni tu agradecimiento. Es más, de ti recibí el más puro pasotismo.

Después, cuando vuestra relación era casi inexistente, mi novio y yo lo dejamos para siempre. Pero eso hoy no toca. 

Llegó tu mudanza, durante el curso escolar, a las tierras del sur de donde era tu novio, diste con la carrera universitaria adecuada, hiciste un máster, volviste con tus padres, lo dejaste con tu novio y te pasaron cosas malas que no voy a contar aquí. Y siempre tuve palabras de aliento para ti, aunque la distancia estuviera por medio, aunque no nos viéramos prácticamente nunca, aunque sintiera dentro de mi que no te lo merecías. Nos seguíamos viendo cuando venías a Madrid e incluso nos hiciste de guía cuando fui a conocer tu ciudad natal. Y entonces surgió tu tímida estrella.

Hoy soy un mero número más en los casi diez mil seguidores que tienes en Instagram y tus cientos de amigos en otras redes sociales. Compartimos algún grupo de Whatsapp y poco más. No soy nadie significativo en tu vida, ni tu lo eres en la mía. Pero fíjate, consigo sacar tiempo aún hoy en día para animarte cuando nos haces partícipes de tus neuras

Sin embargo, en las pocas veces que coincidimos en persona, en las que siempre evitas sostenerme la mirada durante más de dos segundos, o cuando veo algún "directo" tuyo en Insta y me sumerjo en tus ojos no puedo evitar sentir que no te he perdonado. Que pude haber olvidado, pero jamás perdonado. No porque sea una persona rencorosa, sino porque es muy complicado poder perdonar a alguien que nunca ha querido ser perdonado. Que nunca ha sentido que tuviera que disculparse por su mala fe. Que nunca valorara todo lo que hice por él, mucho más de lo que esos falsos amigos con los que salías de marcha hicieron. Pero claro, en aquel entonces ellos eran más guays y os gustaba ser los guays de la discoteca Cool. ¿Qué te queda hoy de ellos? 

Sí, se que te has rodeado de buena gente que te apoya. Que tienes amigos auténticos tanto allí en tu ciudad natal donde sigues, como aquí en Madrid, ciudad que te ha acogido por temporadas. Fíjate, aunque probablemente no lo sepas, hemos tenido folla-amigos en común a los que ambos nos hemos tirado (en ocasiones separadas, claro). Y se que no eres mala gente, que tienes buen fondo. Por eso, querido conocido, porque no puedo llamarte amigo, espero que durante estos años hayas aprendido a pedir perdón a aquella gente a la que hayas hecho daño, consciente o inconscientemente. Supiste hace años que aquello me dolió y te dio igual, por eso digo, que espero que hayas aprendido. 

No te confundas, siempre te apoyaré en aquello que hagas y siempre hablaré bien de ti y de tu talento. Llegarás lejos, te lo dije hace diez años y te lo digo ahora, en estas líneas que no se si alguna vez leerás.

Que los focos y los escenarios no te nublen y que recuerdes que es con el pasado con el que se forja el presente que determinará nuestro futuro. 





Booty all out, tongue out her mouth, cleavage from here to Mexico
She walks wit a twist, one hand on her hip, when she gets wit'cha she lets it go
Nasty put some clothes on, you look to' down
Nasty don't know why you, will not sit down
Heels on her feet, swear she's in heat, flirtin' wit every man she sees
Her pants hangin' low, she never says no, everyone knows she's easy
Nasty put some clothes on, you lookin' stank
Nasty what's your problem, you should be ashamed