La conversación pendiente que tenía con Sergio había quedado pausada desde la última vez que estuvimos juntos. Y no sabría decir muy bien si realmente había quedado en punto muerto, puesto que inesperadamente le surgió una urgencia familiar que le obligó a marcharse a Madrid, para lo que Dani se había ofrecido a llevarle en coche. Así que me encontraba con mis dos mejores amigos a 500 kilómetros de distancia y sin saber cómo debía comportarme. Bueno, sí que lo sabía. Pese a alguna idea que se pasó por la cabeza, estaba claro que no iba a renunciar a ir de caza porque mis amigos no estuvieran. Más tarde o más temprano acabaría cayendo en la tentación y, sí, como podréis adivinar, fue más temprano que tarde.
Me había acostumbrado a que Dani nos llevara de un sitio a otro, pero ese verano descubrí mi auténtica pasión por conducir al verme obligado a tirar del coche de mi padre para seguir yendo de visita por la Playa del Rebollo. Claro que, tenía que sortear preguntas de mi madre del tipo:
- ¿Y vas tu solo a la playa? ¿Por qué no te bajas aquí con nosotros? ¿Y de verdad tienes que coger el coche? ¿Tan especial es esa playa en la que siempre estáis?
Ay, mamá, si tú supieras lo especial que es.
Estuve varias tardes redescubriendo lo que era ir por allí de caza solo, sin nadie que te esperara en la playa al otro lado de las dunas con quien compartir tus experiencias. Ya lo había hecho antes, pero te acabas acostumbrando a la compañía y ahora tocaba volver a los inicios. Las primeras tardes fueron aburridas y sosas, parecía que con la marcha de mis amigos a todo el mundo le habían surgido cosas y se habían marchado. Bueno, al menos el tipo de chicos que yo esperaba encontrar por allí. De pronto un día, así como quien no quiere la cosa, al entrar a la pinada me encuentro con un grupo numeroso de hombres agolpándose y dirigiéndose al mismo sitio. ¡Uh! Estaba claro que había tema interesante por algún lado, así que me decidí a juntarme a la marea y ver de qué se trataba. Cuando llegué, el espectáculo lo estaban dando un par de extranjeros jovencitos (no tendrían más de 25 años), de buen ver, guapos y muy dotados, que estaban allí en medio del camino instalados con una tienda de campaña, ahora abierta, follando a pelo. Si ya de por sí se forman corrillos cuando dos tíos follan, si encima lo hacen a pelo, tienen una importante audiencia viéndolo todo y pajeándose mientras miran. Se notaba que eran pareja a pesar del sexo duro que estaban practicando: uno era moreno, el de mejor cuerpo y polla más gorda y grande, que era el activo; el otro era rubio y de ojos claros, con un cuerpo más normal, pero más guapo, que era el pasivo. Y el pasivo no hacía más que esnifar poppers cada vez que su chico se la metía entera y con fuerza. Era una película porno en directo. Y no exagero si digo que allí estábamos al menos 30 tíos mirando.
La cosa es que me descubrí a mí mismo de nuevo haciendo de voyeur y totalmente empalmado sin pretenderlo. Os aseguro que la escena tenía muchísimo morbo, difícil de transmitirlo con palabras. Ver cómo cambiaban de posturas como dos actores profesionales, cómo gemían de placer, cómo se la metía hasta el fondo, cómo nos miraban y les excitaba aún más ser vistos. Y aún si cabe la escena se puso más caliente. Apareció un madurito habitual de unos 45 años con muy buen cuerpo, alto y fuerte, y el moreno le hizo una señal con la cabeza. El rubito se puso a cuatro patas sobre la esterilla de la tienda de campaña, mientras que el moreno le ponía al maduro un condón, ya con la polla totalmente empalmada. Se notaba que buscaban buenos tamaños, porque el maduro tenía un buen trípode. El rubito esnifó de su bote de cristal oscuro y el maduro se la metió de golpe sin encontrar ninguna resistencia ni gran quejido. Qué envidia, pensé, sin poder evitar llevarme la mano al paquete y estrujarme el rabo. Le estuvo follando durante unos 5 minutos, se corrió en el condón, se limpió, se dieron la mano y el moreno volvió a ocupar su turno volviendo a follarse a su rubito, que estaba demostrando tener un aguante brutal. De pronto, noto un cuerpo muy pegado detrás mía y una voz en mi oreja:
- Qué morbo, ¿verdad, tío? Es increíble el aguante que tienen estos chicos. -dijo un hombre de entre 40 y 45, con pelo largo y una perrita blanca a la que llevaba de la correa.
- Ya te digo, un morbo brutal. -respondí de buen rollo.
Estuvimos intercambiando amigablemente impresiones en voz baja sobre cómo follaban esos dos delante de todos y yo notaba como se le iba la mirada a mi paquete. Ese día llevaba un bañador tipo slip, de color azul claro, que con mi polla empalmada no dejaba mucho a la imaginación. No es que me atrajera el tío especialmente, porque no era nada del otro mundo: cuerpo normal y cara normal. Pero lo cierto es que empezó a acariciarme el culo por detrás muy suavemente y me dejé hacer. Incluso le permití que metiera la mano por dentro del bañador y me lo siguiera acariciando de esa forma tan sensual en la que él lo hacía. Mientras, hablábamos como si nada raro estuviera pasando. Los guiris dejaron de follar y se metieron tumbados y abrazados en su tienda de campaña. La gente se empezó a dispersar, yo volví en mí mismo y, educadamente, me despedí del tío de la perrita porque no quería hacer nada con él y tampoco es plan estar calentando al personal si luego no vas a hacer nada. Me fui a dar una vuelta por el resto de la pinada, pero no había nada interesante y, como me aburría, di marcha atrás. Para mi sorpresa, cuando pasé por donde los guiris estaba el tío de la perrita chupándosela al moreno dentro de la tienda de campaña, me miró, me sonrió y siguió a lo suyo mientras yo ponía rumbo al aparcamiento para marcharme a mi casa.
Los días siguientes no fueron especiales, ni muy destacables. Sólo recuerdo que un día estaba en el Rebollo, poco después de esto, con muchas ganas de que me hicieran una buena mamada, de esas como las que me hacía Sergio con esa lengua caliente y la boca tan salivada siempre. Ese día iba de caza. Y encontré a mi presa. Un chaval que no tendría más de 22 años, con un bañador morado, moreno, definido y guapete. Le hice unas señales y empezó a seguirme. Tampoco me hacía falta un lugar súper discreto, así que no nos fuimos muy lejos. Nos encontramos con el hombre de la perrita del otro día y, al ver que iba acompañado, me guiñó un ojo que hizo las veces de saludo, y correspondí con lo mismo. Llegamos a una zona donde hay árboles un poco más altos y me bajé allí con mi pretendiente:
- ¿Qué buscas? -me preguntó, visiblemente tembloroso.
- Una buena boca que quiera comerse esto. -dije, bajándome el bañador y quitándomelo. Me había venido tocando y la tenía morcillona.
- Joder, tío, qué pollón. -dijo quitándose la bandolera y clavando las rodillas en el suelo cubierto de ramas de pino.
Me miró a los ojos con carita de niño bueno y se la metió en la boca mamándomela muy poco a poco, se notaba que quería disfrutar de mi polla y yo estaba encantado de disfrutar de aquella boca que me la comía tan suavemente y con tanta delicadeza. La tuve durísima en pocos segundos, pero a pesar de eso él seguía calmado, clavando su mirada en la mía siempre que podía, lo que yo no podía evitar poner los ojos en blanco con aquella mamada
tan rica que me estaban haciendo. Llevaba casi una semana sin correrme y podría haber terminado pronto, pero empezó a masajearme los huevos a la par que chupaba y yo veía el cielo... Quizá por eso al principio no me di cuenta conscientemente de que una mano me acariciaba el culo muy sensual y suavemente, eran demasiadas sensaciones juntas. Cuando giré la cabeza le vi a él: al hombre de la perrita, con su sonrisa, mientras miraba como aquel chico disfrutaba de su chupa chús. Las caricias que me hacía en el culo fueron a más, tanto que se escupió en un dedo y me lo empezó a introducir. Tan cachondo como estaba yo, entró entero sin problemas, y me metió dos con los que me estuvo follando el culo casi al mismo ritmo que el chaval que me la estaba mamando:
- ¿Dónde quieres la corrida, tío? No aguanto más...-dije.
- Lléname la cara. -dijo el chaval cogiéndome la polla con firmeza con su mano derecha.
Me empezó a pajear con fuerza y ganas y me corrí en su cara, dejándosela hecha un cuadro y con los dedos del tío de la perrita metidos hasta el fondo. Me los sacó después de correrme y se los chupó, susurrándome:
- Espero que otro día pueda meterte la polla, te cabría bien. -dijo, dándome un beso en el cuello y largándose.
Le di al chico que me la había chupado una toallita húmeda para que se limpiara la cara y me senté a su lado para charlar un rato. Me contó que era el primer verano que se pasaba por allí y la segunda polla que se comía, aunque, según dijo, mucho mejor la mía que la anterior. Me preguntó si otro día podríamos repetir o hacer algo más y le dije que claro, que por qué no. Y me preguntó si aquí siempre se acababan uniendo otros a la fiesta, en referencia al tío de la perrita. Nos despedimos con un morreo y no le volví a ver más en todo el verano. Ni en la pinada, ni en la playa.
Al día siguiente, aunque ya bien descargado, volví de caza. Y allí me volví a encontrar con el tío de la perrita, con el que estuve hablando un rato. Sin embargo, esta vez no se andó con muchos rodeos y comenzó a sobarme el paquete mientras hablábamos de los guiris del otro día. Me dejé hacer y se me puso dura, así que se tomó la licencia de meter la mano por debajo del bañador y empezar a magrearme la polla y pajearla. En realidad, me daba morbo la situación, pero no el tío en sí... y cuando se fue a poner de rodillas para mamármela le dije que de eso nada y me largué. La situación volvió a repetirse varias veces, solo que ya no le dejaba tocarme ninguna parte de mi cuerpo. Llegó un punto que tenía que huir de él, no entendía las negativas. A ver, yo comprendo que le di pie al principio, pero después le rechacé educadamente lo menos 7 veces. Diciéndole: "tío, no, de verdad, me caes genial, pero no quiero sexo contigo de ninguna forma, déjalo estar". No se las veces que le repetí la frase. Y otra de esas tardes en las que me estaba follando a un tío pasó lo inevitable. El tío de la perrita llegó con su habitual sigilo, la perrita no solía ladrar, y empezó a chuparme el culo. Paré la follada, me di la vuelta, le di un puñetazo en la cara y seguí follándome al tío que miraba con una cara de alucine brutal.
No hubo palabras, ni insultos, ni amenazas. La hostia hizo un ruido sordo y seco. El tío cayó hacía atrás y se largó. Ahora sí ladraba la perrita. No me siento orgulloso, pero tampoco siento arrepentimiento alguno. Siete veces le dije que no, y el siguió erre que erre. No soy violento ni pretendo fomentar la violencia. Hay otras formas, claro. Pero ya me había tocado los cojones de sobre manera.
hostia.
1. f. Hoja redonda y delgada de pan ácimo, que se consagra en la misa y con la que se comulga.
2. f. Cosa que se ofrece en sacrificio.
3. f. vulg. malson. Golpe, trastazo, bofetada.