22 de abril de 2016

CAPÍTULO 153: UNA JOVEN PROMESA CAÍDA EN DESGRACIA (Parte 1)

Cuando tienes un padre al que le apasiona la política, la vive y la disfruta, es imposible no caer en la tentación de conocer un mundo nuevo lleno de oportunidades. Mi padre, ya desde antes de montar la empresa, siempre tuvo unas ideas muy claras y desde joven fue pasando por partidos políticos con los que se identificaba en mayor o menor medida, hasta que dio con uno con el que comulgaba en la mayoría de los aspectos y desde ahí fue creciendo poco a poco hasta ganar peso en su ejecutiva regional y ser, incluso, miembro de la lista electoral regional y, finalmente, elegido diputado autonómico. La época de mayor ascenso de mi padre dentro de la política coincidió con mi último año de instituto, en 2º de bachillerato, y lo recuerdo como una época en la que mi padre apenas estaba en casa. Mi madre, que al principio se quejaba, se dejó seducir por un nuevo círculo de amistades que le proporcionaban un abanico nuevo de tardes de ocio tras el trabajo, que no conocía. Además, con un hijo ya criado y sacándose los estudios bien, sentía que tenía tiempo para abrazar ese mundo que estaba catapultando a su marido a una relativa cuota de poder. Eran fines de semana en los que mis padres se marchaban a convenciones, actos de partido, reuniones internas, cenas, actos con afiliados... Que luego pasaron a ocupar buena parte de sus tardes entre diario. No voy a negar lo evidente y es que el hecho de que mi padre fuera un empresario de relativo éxito, al que le iban bien las cosas conseguidas con su sudor y esfuerzo, le abría muchas puertas en aquel partido político. Cuando le ofrecieron entrar en la ejecutiva regional aún quedaban unos años para las elecciones autonómicas, pero ya se hablaba de que iba a haber un cambio de candidato y que había que tener a las bases movilizadas.

Ahí fue cuando empecé a entrar al juego. Una tarde de un lluvioso mes de enero, de hace ya bastante más de una década, mi padre me comentó que sería ideal que su hijo, es decir, yo, empezara a asistir a algunas reuniones de la directiva juvenil. Dicha directiva apenas tenía presencia destacada en la zona sur de Madrid, donde vivíamos y lo cierto es que me empezó a picar el gusanillo. La primera reunión a la que asistí fue un poco desoladora, ya que apenas había gente y la gente que había era el prototipo más típico del partido que más que atraer a jóvenes, los asustaba. Y un servidor, que aunque era educado nunca se había callado, dijo lo que pensaba con la seguridad de ser "el hijo de" al que no iban a poder apartar si no decía "sí, bwana" a todo lo que en aquellas tristes reuniones se acordaba. Pronto empecé a hacer gracia y destacar por mi carácter, que nadie esperaba, y no tardé en tener un puesto de cierta responsabilidad en la organización juvenil. Sin descuidar los estudios y la preparación para selectividad, comencé a asistir con mi padre a la sede central de partido y allí conocí a un chaval que aún no llegaba a los 30 años y ya era alcalde de su pequeño municipio, aún más al sur del sur de Madrid. A él le llamaremos Fabián.

Además de haber llegado a la alcaldía tan joven, era coordinador de la zona sur del partido y congeniamos enseguida. Él era un chulo en toda regla: alto, pelo engominado, guapo a rabiar, buen cuerpo y buena planta, tanto que nunca he conocido a nadie a quien le quedara tan bien un traje como a él. Aparte de su imponente físico, era un embaucador con mucha labia. No se callaba nada, era cercano, simpático, directo, de los que caen en gracia enseguida y con quien te irías de cañas sin dudarlo. Una vez lo conocías, no te quedaban dudas de por qué había conseguido un resultado tan aplastante en sus primeras elecciones como candidato de su pueblo. En la primera reunión con el en su despacho, estuve bastante cohibido. Una cosa eran reuniones sin importancia entre chavales que quieren cambiarlo todo y otra cosa era ese nivel de formalismo. Tanto que me había presentado allí con unos vaqueros ajustados, unas Reebok blancas de vestir y una camisa-polo azul marino de Blueberry. El resto de chavales y hombres que había por allí iban todos con traje o el que menos, con chinos. Al poco de comenzar la reunión con él, enseguida me dijo que me dejara de tantos formalismos y que mejor nos bajábamos al bar a charlar de todo un poco, que quería conocerme bien. Se quedó sorprendido cuando se enteró de que aún tenía 17 años y que me estaba preparando selectividad, pero le quitó importancia diciendo: 'mírame a mi, llegué a la alcaldía antes de los 30'. Me hizo muchísimas preguntas personales y ya, sí, después empezamos a hablar de cómo reactivar el partido en la zona. Me reuní con él dos o tres veces semanalmente durante 3 meses, más luego todos los actos en los que coincidíamos. Hablábamos a menudo, salíamos a tomar copas, tanto que se convirtió de la noche a la mañana en un amigo, más que un compañero de partido. Además, a mi padre le caía bien y le ponía como ejemplo de un chaval honrado que, pese a no haber acabado los estudios superiores, había conseguido que le votaran mayoritariamente. Con lo cual, no ponía pegas. Siempre me traía y me llevaba en su coche de gama alta o de pasajero en su moto de alta cilindrada, pagaba la mayoría de mis consumiciones sin pedírselo, me protegía y, aunque entonces no me diera cuenta, me había enamorado hasta las trancas de él. 

Quizá me di cuenta de que sentía algo más que admiración política y amistad cuando en convenciones de partido siempre acababa rodeado de chicas jóvenes y no tan jóvenes que le tiraban los tejos sin mucho disimulo. Iban todas detrás de él. Había quien decía, incluso, que sería el próximo candidato autonómico si seguía pisando tan fuerte. Y yo me ponía bastante furioso con aquellas chicas a las que les faltaba poco menos que tirársele al cuello. En aquella convención regional que se hizo poco antes del examen de selectividad pasó algo que dio un vuelco a todo. Por supuesto, mis padres lo sabían y habían dado su consentimiento, pero lo que pasó allí me descolocó los esquemas. Era una convención de alcaldes y portavoces de municipios de la zona sur en un teatro de mediano aforo de Móstoles, tenía sitio reservado con mi padre y mi madre nada menos que en segunda fila, detrás de pesos pesados del partido a nivel regional y nacional. Fabián era el encargado de abrir el acto tras la música de rigor y la presentación de los altos cargos que nos acompañaban, no había nadie mejor que él porque sabía como ganarse al público con chistes y un discurso directo y alejado de formalismos típicos. En menos de diez minutos de discurso le habían aplaudido ya tres veces, sobre todo desde la organización juvenil, de la que el era coordinador de una sus áreas y, aunque no la presidía, todo el mundo sabía que la zona sur era cosa suya:

- Queridos amigos y amigas que hoy nos acompañáis en este importante acto de la zona sur. Aún estamos a dos años de las elecciones, pero hay que salir a por todas, hay que rejuvecener las caras, tener un discurso directo, sin complejos y sin miedos. Por eso, hoy, tengo que daros dos noticias. La primera, es que dejo la coordinación de la organización juvenil para centrarme en gobernar con acierto mi municipio, revalidar con mayoría en dos años y la segunda es presentaros a una joven promesa que me sustituirá con acierto al frente de la coordinadora

Cuando Fabián pronunció mi nombre y apellido y me presentó delante de toda aquella gente, me quedé petrificado, sin saber reaccionar. ¿Cómo? ¡Si llevaba poco más de medio año formando parte de aquello! La sorpresa fue mayúscula, ya que la organización juvenil enmudeció y los aplausos tardaron unos segundos en arrancarse. 

- ¿Pero cómo no me habéis dicho nada? -espeté a mis padres, que con su sonrisa, ya lo sabían todo.
- Vamos, sube, Marcos, coño, que te están esperando -me dijo mi padre.

Y allí, con la misma indumentaria con la que me presenté a la primera reunión con Fabián, subí a que me presentaran como nuevo coordinador de la zona sur. Afortunadamente no tuve que pronunciar ningún discurso ni cosas similares, simplemente un pequeño agradecimiento y un levantamiento de manos que significaba que el turno de Fabián terminaba y debíamos abandonar aquel escenario de madera. 

- No has estado mal, Marcos -me dijo Fabián.
- ¡Venga ya, cabrón! ¡Estas cosas se avisan, joder! -dije, con las manos temblorosas.
- Estas cosas salen mejor cuanto más espontáneas son -dijo convencido.

Se acercó a mi y me dio un largo abrazo con el que pude sentir cada uno de los músculos de su cuerpo.

- A partir de ahora tu vida va a cambiar, pero tienes que seguir formándote a la vez que tomas la organización, yo te ayudaré -me dijo, en un susurro al oído - Tú vales para esto.

Obviamente Fabián estaba jugando conmigo, todo era parte de una estrategia que él tenía en mente para saltar a las altas esferas de la dirección regional del partido en el congreso que se celebraría después de las elecciones municipales, aún con dos años por delante. Veía que mi padre llevaba años subiendo peldaños y quería ganarse puntos de cara a una hipotética composición de listas, en las que él llevaría sus triunfos municipales como principal aval y sus contactos internos como ayuda extra e imprescindible. Yo era un total inexperto, un recién llegado al que muchos miraban con recelo, un chaval que no tenía idea de nada, pero al que le estaban regalando los oídos y modelando para que actuara a las órdenes de Fabián. Y yo de todo aquello no me daba la más mínima cuenta. 

Alterné los meses hasta junio estudiando para selectividad, teniendo mis últimas experiencias con Lolo y Cata y dedicándole al partido cada vez más tiempo.  Fabián se encargaba de tenerme absorbido haciéndome asistir a múltiples reuniones y actos, mandándome a asesores de protocolo para que me aconsejaran,  cuando una vez más, me volvió a pillar por sorpresa, al acabar una extensa reunión:

- Oye, Marcos, confirma con tu padre que habéis recibido la invitación, ¿vale? -dijo, montándose en su moto, tras dejarme en el portal.

¿Qué invitación? Al hablarlo con mi padre me enteré de que Fabián tenía un hijo, estaba actualmente soltero, pero ya preparaba su boda con su futura mujer. Esa era la invitación, a su boda que llegaría en unos meses. Así que si alguna vez pensé en la más mínima posibilidad de tener algo con él (sabía que estaba soltero, pero nada de hijos o mujeres pasadas), con aquello perdí toda la esperanza, porque además, él de gay no tenía absolutamente nada (que no tiene por qué, pero es lo que piensas a los 17). Que me enterara de toda su situación familiar supuso un pequeño bache en mi repentina pasión por la política, pero no implicó que dejara de sentir una profunda atracción por él. 

La cosa se complicó aún más cuando se enteró de que había aprobado la selectividad con unas notas bastante buenas. Nada más meterme en internet y ver las notas, antes incluso de poder llamar a mis padres para darles la noticia, Fabián ya lo sabía y era el primero en darme la enhorabuena por teléfono. "Ya sabes, contactos en la Consejería", me explicó. Y no ya solo eso, sino que me invitaba ese mismo sábado a celebrarlo "como Dios manda" en su chalet. Una casa en la que, por cierto, todavía no había estado, pese a aquella amistad tan absorbente en la que me había metido. 

Mi madre empezaba a mostrarme signos de leve preocupación. Veía que apenas pasaba por casa entre la política, los amigos, el gimnasio y sobre todo, por Fabián; pero, de nuevo, era mi padre el que cegado por el propio Fabián quitaba hierro al asunto y la tranquilizaba:

- Y en esa fiesta a la que vas... ¿va más gente del partido? ¿Gente joven, como tú? -preguntaba mi madre.
- Sí, supongo... -decía yo tratando de mostrarme más convencido de lo que realmente estaba.
- Si bebéis y acabáis tarde, que no te traiga Fabián, ¿has oído? Te coges un taxi o duermes allí, que habitaciones tiene de sobra y si no que le llame tu padre -decía, preocupada.

Lo cierto es que no tenía ni idea en lo que iba a consistir aquella celebración que Fabián, supuestamente, se había encargado de organizar. Esperaba encontrarme a gente de la organización juvenil bien vestida, rollo cuando vas a bodas y tal, así que por primera vez en mi vida decidí ir con traje. Cuando mi padre me dejó delante del imponente chalet de Fabián me quedé asombrado por el poderío económico de aquel chico e imaginé que venía de familia acomodada, aunque si me ponía a pensarlo, en estos meses apenas había hablado de su vida. Llamé al telefonillo exterior, me abrieron la puerta sin responder, cerré, crucé el porche y una señora de unos 50 años me abrió la puerta:

- El señor le espera en la piscina, pase por la entrada, atraviese el pasillo y el salón y saldrá a la parte trasera. Estaré en la cocina para lo que necesiten.

Tal como dijo esa frase se marchó de la entrada, cerró la maciza puerta de madera cuando pasé y, en dirección opuesta a la mía, se perdió. "Vaya nivel", pensé. Escuché a lo lejos que Fabián me llamaba, así que avancé y contemplé boquiabierto la decoración de la casa. Estaba absorto mirándolo todo cuando Fabián me llamó por segunda vez. Le respondí que ya iba (siguiendo la procedencia de la voz) y atravesé la entrada, un pasillo, el salón y la terraza para salir a la parte trasera y encontrarme con Fabián tumbado en una hamaca, en bañador con la piscina a sus pies y un cóctel en la mano. A su lado, había otra hamaca preparada con otro cóctel y una pequeña mesa con lo que parecían pinchos de tortilla y canapés. Lo que más me llamó la atención es que no había nadie más.

- Pero... ¿a dónde vas así chaval? -me dijo, riéndose.
- Joder, si no me dices nada de lo que vamos a hacer... -le contesté.

No paró de reírse, se puso de pie y avanzó hacia donde yo estaba. Me detuve a comprobar su cuerpo perfecto, marcado y bronceado, con un poco de vello en el pecho que le daba un toque muy atractivo y las piernas arqueadas hacia afuera, que siempre me habían gustado tanto, y propias de tíos que juegan o han jugado mucho al fútbol. El bañador era más bien feo, de estos tipo bóxer sueltos, que más que bañador parecían calzoncillos. Me dio un abrazo apretándome fuerte contra él y al oído me susurró: "enhorabuena por esas notazas", lo que provocó que se me erizaran todos los pelos del cuerpo. Abrió un pequeño arcón de madera que estaba al lado de la ventana de la terraza y sacó un bañador similar al suyo que me lanzó:

- Anda, póntelo y deja tu ropa dentro del arcón. 
- Vale, y... ¿dónde me cambio? -pregunté.
- ¿Cómo que dónde? Pues aquí, joder, si nadie te ve -dijo convencido, mientras se dirigía a la hamaca y de un salto se tumbaba en ella, quedando en paralelo a mi.

Miré alrededor y lo cierto es que con los altos setos que rodeaban la piscina nadie veía nada, siempre tuve mi punto pudoroso. Me quité el traje, los zapatos, la corbata, la camisa, los pantalones y cuando me quedé en calzoncillos pude notar cómo Fabián me observaba por el rabillo del ojo. Me di la vuelta con disimulo, me quité los calzoncillos sabiendo que le dejaba ver mi culo y mis huevos y me puse el bañador que me había ofrecido. Se estaba estupendamente allí, a finales de junio en Madrid ya aprieta el calor, así que se agradecía una tarde de piscina. Estuvimos un rato charlando, bebiendo y picando algo de comida, nos dimos unos baños, hicimos un poco el ganso haciéndonos aguadillas y al salir de la piscina nos pusimos debajo de una manguera del jardín para quitarnos el cloro de encima. Una vez empezó a oscurecer, pasamos al salón, nos sentamos en un cómodo y amplio sofá y seguimos allí la charla con música de fondo, hablando de todo un poco, de risas, mientras a mi cada vez me resultaba más complicado dejar de fijarme en su cuerpo y echar miradas furtivas a su paquete de cuando en cuando. Además, cuanto más vino bebía más me atontaba y menos vergüenza quedaba en mi, así que llegó un punto en que lo que menos hacía era mirarle a los ojos. Fabián se daba cuenta de ello, de hecho se llevaba con disimulo la mano al paquete y se lo atusaba cada 3 o 4 minutos, quedándose pendiente de cómo mis ojos no podían resistir fijarse en aquello. Llegado un momento en el que la conversación llegó a su fin, preguntó:

- ¿Te gustaría que llamara a unas amiguitas? Tardarían poco en llegar...
- ¿Unas amigas? Bueno, si a ti te apetece... -contesté.
- No. Hoy estamos celebrando tus resultados. Tú decides -respondió, mirándome a los ojos, desafiante.
- Como veas, Fabián, es tu casa, yo me adapto. Si son majas... -dije, sin terminar la frase.
- ¿Majas? No. Están buenas, si están buenas, esa debería de haber sido tu pregunta -dijo, cortante.
- Es que a mi que estén buenas o no, me da bastante igual -comenté, más por producto del alcohol, que me desinhibía, que de mi propio coraje.
- Eso ya lo sabía, pero quería ver si tenías cojones a decírmelo. Ya te dije cuando nos conocimos que quería saberlo todo sobre ti. Y cuando digo todo, es todo. Si te gustan los tíos, pues te gustan, pero necesito saberlo. Si no, no voy a poder protegerte. 
- Pues sí, me gustan los tíos. Los tíos hechos y derechos -respondí.
- Así está mejor -sonrió, Fabián.

Acto seguido alargó su mano a la mesa baja que estaba delante del sofá, conectó la enorme televisión, puso una conocida plataforma satélite de pago, conectó los canales eróticos y reprodujo una película porno de corte bisexual. Por aquel entonces era de las primeras películas porno bisexuales que veía, siempre me había centrado más en lo puramente gay o totalmente hetero. Unos minutos después, sin ningún tipo de vergüenza se puso de pie, se quitó los calzoncillos y me dejó contemplar aquel rabazo erecto de 18 centímetros, bien proporcionado en anchura y depilado, que reposaba sobre un buen par de huevos redondos. Se volvió a sentar, se escupió en la mano y empezó a acariciarse la polla suavemente:

- No se tu, pero tengo ganas de correrme, así que si no te importa... me la voy a cascar... -dijo mirándome a los ojos y pasándose el pulgar sensualmente por la punta de su capullo.
- Haz... lo que... consideres, estás en tu... en tu... en tu casa -dije, sin quitar ojo a su rabo.
- Pájeate tu también... -dijo, bajándome levemente el bañador con la mano que tenía libre.

Me lo dejé por los tobillos y saqué a relucir mi polla totalmente erecta. Fabián me la miró y no dijo nada. Se colocó pegado a mi, y con su mano izquierda atrapó mi polla y me la empezó a pajear sin quitar la vista de la tele. Con mi mano derecha, pasando mi brazo por encima del suyo, atrapé su polla y le empecé a pajear, lo que provocó un pequeño gemido en él:

- No hacía estas cosas desde los colegas del instituto... -susurró, humedeciéndose los labios.

Aproveché para sobarle los huevos suavemente y me sorprendió no poder abarcarlos con toda la palma de mi mano de lo grandes que eran. Acabó apoyando su cabeza en el respaldo del sofá, mirando al techo, gimió con más intensidad según apretaba su polla con más fuerza y rapidez, aumentó sus respiraciones y se corrió abundantemente pringando mi mano y parte del sofá. No pude quitar el ojo a cómo su capullo expulsaba fuertes chorros de lefa tan blanca como la leche. Volvió a coger mi polla, que había soltado durante su corrida, y me pajeó durante algo menos de un minuto, que fue lo que tardé en correrme, también de forma abundante, con varios chorros. Se levantó en silencio y sacó del armario de debajo de la tele una caja de la que salían pañuelos de papel de marca conocida y nos limpiamos sin decir nada. Pude contemplar sus apretados y apetecibles glúteos mientras andaba delante mía, cogía el teléfono inalámbrico de la mesilla de al lado del sofá y me lo lanzaba:

- Llama a tu casa y dí que te quedas a dormir. 

Me quedé mirándole, allí desnudo frente a mi, como el David de Miguel Ángel, pero con mayores atributos sexuales. Tenía una mezcla de nervios, excitación y ganas de pasar allí la noche. Su mirada penetrante expresaba una seguridad en sí mismo y en todo lo que le rodeaba, que ya me había acostumbrado a tener esa sensación de protección cuando estaba a su lado. Protección, admiración y un enamoramiento tan profundo que acabaría convirtiéndose casi en una dependencia absoluta.

Así que, sí, llamé y dije que me quedaba allí aquella noche. 




16 de abril de 2016

CAPÍTULO 152: EL MACHORRO

Vaya por delante que lo de ligar utilizando aplicaciones basadas en la geolocalización para mi siempre ha sido un tema de lo más espinoso. ¿Por qué? Bueno, primordialmente porque considero que hay mucho calienta-pollas, gente indecisa, pajillero empedernido, gente con los estándares muy altos, falsificadores de perfiles, gilipollas y finalmente un número más bien justo de personas a quienes sí les gusta quedar sin dar tantísimas vueltas y tantos rodeos en conversaciones eternas que pueden durar horas. Por eso, últimamente mis aplicaciones de ligue por excelencia han pasado a ser una app más del móvil como pueda ser Instagram, que consulto de cuando en cuando por entretenerme un rato sin más aspiraciones. Por eso, también, me va el cruising: porque generalmente todo es más directo, te ves directamente y ya decides si pasar a la acción o seguir buscando. No hay rodeos interminables. Si nadie te gusta, te vas y a seguir con tu día. 

Sin embargo, hay ocasiones en las que doy con algún perfil que por alguna razón me llama la atención y decido hacer algún comentario jocoso o hablar para ver con qué me encuentro, la mayoría de veces, todo hay que decirlo, no me encuentro con nada bueno o que satisfaga mis necesidades. Esta vez iba a ser diferente. A los dos días posteriores al rechazo en la pinada del Rebollo, me encuentro en Grindr con un perfil que muestra a un chaval de unos 23-25 años apoyado en una piedra enorme, con un bonito paisaje detrás. El chaval lleva el pelo bastante cortito, rollo militar, es moreno de piel, luce una sonrisa impecable y desafiante, tiene la mandíbula marcada y una nuez resultona en su garganta, por cómo le queda la camiseta puedo darme cuenta de que tiene buenos brazos y ese cordón de oro que lleva al cuello me lo da todo. No se si estoy ante un perfil falso o no, pero decido leer lo que pone en su descripción:

Si estoy por el ambiente solo busco dar rabo y que me la coman bien, si me encuentras en otro tipo de sitios busco dar, recibir y todo lo que se tercie. Solo sexo entre machos.

El texto llama mi atención y me quedo contemplando la pantalla con una sonrisa un tanto incrédula y escéptica. ¿Qué tendrá que ver que estés o no por el ambiente para que te apetezca hacer una cosa u otra, sexualmente hablando? Y lo de solo sexo entre machos me hace gracia, ya que si bien soy una persona que no puede con la pluma para el sexo, es difícil encontrar tíos que realmente sean masculinos y varoniles; me refiero concretamente a estos tíos que escriben descripciones como esta, suelen del tipo que fingen ser algo que no son y tarde o temprano su verdadero 'yo' sale a la luz. Decido escribirle una broma para ver cómo reacciona. Al hacer estas cosas caben tres posibilidades: que te bloqueen directamente, que te respondan airadamente o que te respondan de buen rollo. 

Inesperadamente, cuando consulté la aplicación unos minutos después, vi que tenía un mensaje y que era suyo. Este tío era de los míos, contestaba con una mezcla de humor y firmeza que me gustaba, así que le seguí el rollo. Por su manera de escribir estaba claro que se trataba de un cani en toda regla, de un chaval de barrio. Así que ganado ese punto, faltaba por descubrir si realmente era el de la foto o no. Estuvimos de cháchara un buen rato, no era la típica conversación de besugos pesada de este tipo de apps, sino algo mucho más directo, como si hubiéramos congeniado inmediatamente. Por lo que me contaba, su padres acaban de comprar un piso de segunda mano por la zona, justo en la zona sur del pueblo, la más próxima a La Mata y él se había escapado esa semana para relajarse. Por supuesto, como buen cani, tenía un Seat León rojo y novia. Lo de la novia no me lo suelo creer por defecto, pero valga decir que en su caso era real. La conversación seguía fluidamente hasta que nos empezamos a picar el uno al otro al decirle que a ver si era verdad eso de que era tan macho, que muchos dicen lo mismo y luego les salen las alas en cuanto se confían. 

¿A qué no tienes huevos a quedar, machote?

Le escribí. Cuando tienes a un tío de estos delante, apelar a su hombría suele funcionar para dar el paso definitivo. Y funcionó.

¿A k no tiens cojones y viens a mi kely xra tomar 1birra?

No habíamos intercambiado ninguna foto, solo habíamos estado de conversación. Le pedí el teléfono y me lo dio sin problemas, así que al agregarle al Whatsapp pude ver en su foto de perfil que sí se trataba de él e imaginé que la chica con la que aparecía sería su novia. Además, su estado era el siguiente: "NiniiA nO SaBeS K m MuErO x Ti y nO AgUaNtO SiN Ti". Seguido de emoticonos de corazones de varios tipos, anillos y algunos más. Me arriesgué a quedar con él, porque total estaba a unos 10 minutos andando de mi casa y no tenía más que hacer. Y si no me molaba, pues tomábamos la cerveza y de buen rollo. Vivía en una zona del pueblo que siempre me ha gustado para pasear, pero no para vivir, porque al estar en la parte sur, si ibas fuera de temporada alta eso era como una zona abandonada, sin gente. Además, eran pisos bastante viejos, pero con buenas vistas, todo hay que decirlo. Cuando llegué al número que me había dicho vi su coche en la puerta, tuneado, con pegatinas, banderas de España y demás cosas típicas de cani. Era inconfundible, la verdad. Llamé al telefonillo y no contestó, directamente abrió el portal. Eran pisos de 4 o 5 plantas, no recuerdo bien, pero se que el suyo era el último de los que daban para el mar. No había ascensor y la luz del portal era más bien escasa, así que en ese momento me puse algo nervioso, pero bueno, ya estaba ahí. Eran 4 puertas por descansillo y cuando llegué al último piso ya me esperaba el chaval en la puerta con un cigarro en la boca. Iba con una camiseta de tirantes negra, de estas que suelen ser de interior y unos pantalones cortos de deporte, descalzo. Yo iba de manga corta y en vaqueros. Sí, era guapo a rabiar como en la foto y parecía estar bastante bueno. A la hora de saludarnos le estreché la mano y él me la estrechó de una forma que hacía años que nadie lo hacía. Cuando era adolescente y me encontraba con mis amigos de fiesta o por la calle, no te daban un apretón de manos normal, sino que hacías un juego de manos un tanto extraño, pero que una vez cogido el truco era fácil. Era muy de malotes y de barrio bajo, pero lo cierto es que el chaval se sorprendió de que supiera "responder" a ese tipo de saludo. Se medio sonrió y creo que le dio bastante confianza, por alguna extraña razón. Como si supiera que estaba ante uno de los suyos.

Me ofreció entrar al salón de aquella destartalada casa, bueno, en realidad era la típica casa antigua de verano: con muebles y decoración escasa, pero típica de muchos apartamentos de la zona. Se notaba que aún no habían tenido tiempo de personalizar aquello como quisieran. Me senté en un largo, pero estrecho, sofá de escay para cuatro personas, de esos en los que te quedas pegado con un poco de calor. El chaval, desde la cocina, me ofreció 'una birra', que acepté gustosamente. Al poco tiempo de llevar hablando con él detecté un marcado acento murciano, aunque por lo visto llevaba media vida viviendo en Madrid por causas familiares. Tenía una pequeña televisión de 14'' encendida con el volumen muy bajo, que casi actuaba más de acompañamiento que de otra cosa. No tardamos en acabar de hablando de fútbol y de coches, ya que el chaval era un auténtico apasionado de estos temas. Me dio consejos para tunear y personalizar mi coche y se ofreció, incluso, a hacerme esos trabajos sin coste, solo pagando los materiales. Se levantó a la cocina a llevar los botes de cerveza vacíos y coger otro par, pero cuando volvió al salón lo único que llevaba cogido con la mano era su paquete:

 ¿Sabes, nano? ¿Por qué no me la chupas un poco? dijo él.

Lo cierto es que la conversación fluía de tal manera que me había resultado complicado encontrar un momento para entrarle, así que bueno, interiormente agradecí que diera el paso porque el chaval tenía un morbo acojonante. Se colocó de pie delante de mi, con su paquete a la altura de mi cara y se bajó aquel pantalón corto de chándal por los tobillos. Era evidente, me di cuenta al entrar a la casa, que debajo de aquellos pantalones no llevaba ropa interior alguna. Así, ante mi boca hambrienta, apareció una polla morcillona gorda, circuncidada, morena como el resto del cuerpo, con el pelo recortado y descansando en dos buenos cojones, que pedía guerra. Antes de hacer nada le miré a la cara y, ante su sonrisa de complacencia, me metí su polla en la boca para saborearla bien. Hay una sensación que me excita bastante y es la de meterme una polla morcillona en la boca e ir notando cómo se pone dura hasta reventar con mis lametazos. Mientras me comía aquel rabo de 16cm que sabía a limpio, el chaval gemía ligeramente y se subía la camiseta para tocarse a sí mismo con la mano que no aguantaba mi cabeza para marcarme el ritmo. No me dejaba comerle la polla rápido, quería que todo fuera despacio y lento, pocos tíos así me he encontrado en mi vida. Y de hecho en el momento en que su rabo estaba duro como el acero me dijo, así como en una especie de susurro:

 Me mola correrme en la cara del tío que me la come, dejársela como un cuadro y que le chorreé mi leche.

No me dejó sacar su polla de mi boca, así que asentí como pude. Unos segundos después me la sacaba de la boca, me pedía que le mirara a la cara y con una paja suave recibí sus 3 chorros de leche en distintas partes de mi cara, acompañado de unos gemidos que más que de humano, parecían de animal. Me indicó donde estaba el baño y me lavé la cara, mientras que el se lavaba el rabo. Volví al sofá y el chaval vino con otro par de cervezas diciéndome que hacía siglos que un 'maromo' no se la comía tan bien. Seguimos con la conversación como si nada hubiera ocurrido cuando sonó su móvil y, ante mi sorpresa, respondió la llamada. Era la novia. No tuvo que decírmelo, sino que con el volumen al que tenía el altavoz me enteré de toda la conversación. No hice preguntas, pero si ya de por sí tenía unas ganas enormes de follar con él o volverle a comer el rabo, esto lo acrecentó. Se fue a la cocina de nuevo a tirar los otros dos botes ya terminados y cuando volvió lo hizo completamente desnudo. Pude recrearme mirando su cuerpo fuerte, con el vello recortado, su piernas trabajadas y su torso fibrado. Se puso en la otra parte del salón, lejos de la ventana, y se dirigió a mi:

 Venga tío, quítate la ropa y ven aquí que me apetece hacer más contigo, cabrón.

Sonreí, me levanté, me desnudé y me coloqué frente a él, ambos de pie, a unos centímetros de distancia, pudiendo oler ambos nuestras respiraciones. Empezó a sobarme el cuerpo, parte por parte y yo correspondí sobándole el suyo. Estaba mucho más duro de lo que parecía y eso, junto con sus tocamientos, me la puso dura:

 Te trillas en el gimnasio, cabrón dijo.
 Tu también te lo curras, ¿eh? respondí.
 Te gastas buen nabo también... dijo sin poder acabar la frase.

Entonces sus manos, que estaban entretenidas sobándome el culo mientras nuestras pollas duras se restregaban solas, pasaron a sobarme la polla y los huevos. Se escupió en la mano y siguió sobándome la polla, a la par que yo le magreaba el culo y la espalda fornida que tenía. Sentía un deseo irrefrenable de comerle la boca, pero con tíos como este nunca se sabe, así que no intenté nada por no fastidiar el momento. Tener su boca allí, a apenas 5 centímetros de la mía, sus ojos clavados en los míos, sus manos húmedas en mi polla y las mías en su culo, me hacía muy difícil controlarme y mis ojos se iban a su boca. Se dio cuenta y como un rayo, sin esperarlo, me empezó a comer la boca metiéndome la lengua de forma muy brusca. Nuestras lenguas se enrocaron y empezaron una batalla que me excitó muchísimo y a él también, puesto que en otro arrebato unos segundos después se puso de rodillas y empezó a hacerme una brusca mamada. Me sorprendió ver como era capaz de tragársela entera sin quejarse, mientras su mano izquierda recorría intermitentemente mi torso, mi culo y mis huevos. Como me la estaba mamando tan rápido, con tanta saliva, tan bien, unido al estado de excitación que ya tenía, le avisé de que me iba correr. Sin embargo, no paró, ni frenó. Siguió mamando al mismo ritmo y le repetí que me corría por si no me había oído, pero de nuevo no paró, sino que me introdujo en el agujero del culo la primera falange de su dedo índice, lo que provocó que me corriera en su boca abundantemente sin poder remediarlo. No se en ese momento quién gemía más: si yo al correrme lleno de sudor o él al saborear mi leche caliente. No sacó mi polla de su boca hasta que la tuve flácida y, para mi sorpresa, se había tragado la leche. Me tiré al sofá mientras él fue al baño a enjuagarse. Tardó un poco más de lo que esperaba y al volver me habló:

 No te rayes, ¿eh? Hacía al menos dos años que no tragaba leche, pero de un tío como tu merece la pena, no soy una puta cabra loca... 

No me pareció el momento de echarle ninguna regañina, a fin de cuentas los dos éramos ya lo suficientemente mayores para saber lo que hacíamos. Sacó una tercera cerveza que acepté y pasamos, allí en bolas, casi otra hora de charla fluida. Charla que se detuvo cuando le dio otro arrebato y volvió a comerme la boca de forma exagerada, colocándose encima de mí en aquel sofá, dominando la situación. No tardé en volver a tenerla dura y lo mismo le pasó a él, sintiendo su cuerpo caliente y duro encima del mío, con sus piernas forzando a las mías a abrirse. Se escupió abundantemente en la mano derecha y buscó mi culo, mientras yo le comía el cuello. Empezó a meterme los dedos siendo un poco brusco y le dije que en mi bandolera, que estaba en la silla de al lado, había lubricante del bueno y condones. Se quitó de encima de mí, bajó y poniendo mis piernas por encima de él empezó a lubricarme el culo y a hacerme dedos hasta que consiguió meterme tres a la vez sin que sintiera demasiado dolor. De cuando en cuando, paraba la tarea para chuparme los huevos o mamarme la polla suavemente. No se cuánto tiempo hacía que no quedaba con un tío para tener sexo, pero que este tío estaba necesitado era evidente. O eso o era una máquina sexual como pocas he conocido. Me dijo que quería 'petarme' el culo, se puso el
condón, colocó mis piernas sobre sus hombros y me folló con suavidad al principio y dureza el resto del tiempo. En esta ocasión no me miraba a los ojos como con la mamada, sino que prefería mirar a cómo su polla entraba y salía de mi culo o cómo mi polla dura se meneaba con sus embestidas. A los pocos minutos de estarme follando duro, cogió mi polla para pajearla y empezó a gemir. A mi no me quedaba mucho para correrme por segunda vez, se lo avisé, y me pajeó más rápido pausando la follada. Cuando empecé a correrme se puso como loco, aceleró y dando embestidas un poco así como a destiempo, como un tren descarrilando, se corrió en mi culo (dentro de la gomita) y cayó rendido y sudado encima de mi. Allí tumbado, sacó su polla de mi culo, se quitó el condón, le hizo un nudo y lo tiró al suelo. 

 No sabes, chaval, el tiempo que hacía que no follaba con un tío de verdad... dijo.
 ¿Ah, sí? dije, haciéndome el interesante, allí debajo de su sudado cuerpo.
— Normalmente los 'maricas' me la quieren chupar y poco más, o cuando se corren con una mamada ya no pueden más... Panda de flojos, joder. 

No dije nada porque precisamente yo solía ser de los que tras correrme una vez necesitaba más que una hora escasa para volver a estar en forma, pero como siempre, todo depende del tío, del morbo y de la situación. Y si por mí hubiera sido, me hubiera dejado follar una segunda vez aquella misma tarde. Me ofreció una ducha y nos la dimos juntos, pero sin morbo alguno, lo que es ducharse sin más. Hubo una cuarta cerveza y acabamos pidiendo unas pizzas y cenando allí. Aparte del buen sexo y la química evidente que había surgido entre nosotros, había una conexión que nos permitía tener una charla casi interminable. 

 Una pena que pasado mañana llegue mi piba, tío... me molaría verte más dijo, cuando me iba a ir. 
 Bueno, tío, tienes mi número... Si te apetece aquí o en Madrid, solo tienes que escribir, ¿va?

Y me despidió en la misma puerta donde me había recibido con el mismo tipo de saludo, que en realidad, fue lo que me abrió las puertas a aquella tarde de sexo que me había dejado exhausto y con tembladera en las piernas.

4 de abril de 2016

CAPÍTULO 151: CONTIGO, NO.

Con el instinto depredador totalmente despierto y consciente, cogimos el coche aquella madrugada del primer sábado de Semana Santa de aquel año y pusimos rumbo hacia nuestro pequeño paraíso. Muchas personas me han dicho en este tiempo que no comprenden cómo nos puede gustar tanto Alicante y su Vega Baja, cuando hay otros lugares como Maspalomas, Ibiza o Sitges donde podríamos pasarlo mejor. Mi respuesta siempre es la misma: la variedad de hombres que conocemos aquí, no tiene nada que ver con los que conocemos en estos sitios en los que también hemos estado. En las pinadas del Moncayo y del Rebollo no solo conocemos a hombres del gremio, sino que también experimentamos acalorados encuentros sexuales con hombres casados, chavales que vienen por primera vez, canis, maduros, extranjeros... La variedad de hombres es muy grande. Además, en nuestra zona hemos vivido ya tantas experiencias que nos sentimos atados a ella hasta el punto de sentirnos plenos cuando cruzamos la pinada, ya sea solo para salir a correr o dar una vuelta sin buscar nada sexual. Os lo he dicho muchas veces a los que venís siguiéndome desde hace tiempo: mi futuro, a más o menos tardar, se encuentra en esta provincia. 

Habíamos pasado un invierno duro con todo lo que había ocurrido con Óscar, hasta tal punto que nos habíamos distanciado un poco, más por mi responsabilidad que por la suya, ya que Sergio y Dani estuvieron al pie del cañón siempre. En esos meses me había olvidado del cruising, de la caza, del morbo... pero con el despertar sexual al que me forzó Óscar de nuevo, todo había vuelto a su ser. Poco antes de salir de viaje, me había pasado por un lugar de cruising de Madrid que llaman el Olivar de Perales, cerca de Getafe, pero no encontré nada interesante, así que os podéis imaginar que iba con los huevos bien llenos para satisfacer mis deseos en la costa alicantina. 

Además, aquella Semana Santa caía como a mi me gustaba: en abril, con el cambio de hora ya hecho, los días más largos, más tiempo para estar en la pinada y, habitualmente, más calor y cielos despejados. Aquella semana fue una de esas. Llegamos a casa antes del medio día, comimos, nos echamos un pequeño rato a descansar y a eso de las 5 de la tarde nos fuimos a ver qué se cocía por la playa del Rebollo. Hacía sol y el termómetro marcaba 25º, así que nos pusimos nuestros bañadores, camisetas de tirantes y en una mochila metimos ropa de más abrigo, porque las temperaturas mínimas caían bastante en cuanto se ponía el sol. Sabíamos que aún era algo pronto, ya que normalmente la gran estampida hacia Alicante se produce en jueves santo que es cuando la mayoría de la gente tiene días libres y aprovechan para salir. Pese a ello en la zona gay de la playa había movimiento, nada comparado con verano, pero sí bastantes chavales de entre 20 y 35 años en bolas tomando el sol. Para mi gusto, con el aire de levante, hacía algo de fresco como para tumbarse allí y despelotarse, así que dimos una vuelta, saludamos a unos conocidos y aprovechando que Sergio y Dani se quedaron un rato con ellos poniéndose al día, decidí meterme a la pinada para ver si había presas a las que cazar. Necesitaba correrme aquella tarde allí.

Al entrar a la zona de influencia el panorama fue un poco desolador: hombres muy maduros andando por aquí y por allá, haciéndome propuestas, una quedada de chicos 'chubbies' que habían ido por allí a hacer nudismo y conocer los encantos ocultos del Rebollo y poco más. Estuve dando vueltas por el círculo, subiendo y bajando las doradas dunas de arena cubiertas por esa variedad de pino bajo tan típica de la zona que buenas sombras nos proporcionan y no veía nada interesante, no había ninguna presa a la que cazar. Decidí dar una última vuelta e irme a la playa, a las malas podría cogerme a Sergio y follármelo contra algún pino, como a él le gusta. Pero, en ese momento, justo cuando bajaba de las dunas superiores hacia la parte baja de la pinada, le vi a él: a ese chaval que llevaba años viendo por allí en épocas muy contadas del año. No mediría más de 1,75, debía estar cerca de los 36 años, siempre iba con gafas de sol, piel blanquecina, bañador tipo slip blanco muy
pegado, cuerpo completamente depilado, delgado, pero con formas de gimnasio marcadas, sin exagerar y con un culazo que me daba un morbo tremendo. Era la única presa que veía por allí con la que podría tener una buena sesión de sexo. En otras ocasiones, pese a haber coincidido por la zona, siempre habíamos estado ocupados con otros ligues, pero aquella parecía la ocasión perfecta: ¿con quién más va a follar si no era conmigo aquel día? Pensaba yo. ¡Si no hay nadie más interesante!

Para no ser demasiado descarado me aparté de su camino y di la vuelta a la pinada en sentido contrario a como la estaba dando él, de tal forma que como un reloj, nos acabaríamos encontrando en algún punto de frente y sería justo ahí cuando le entraría y me lo follaría hasta que suplicara que necesitaba correrse. Hoy, más que en ninguna otra ocasión, le veía más atractivo y con más morbo que nunca, así que fui a por todas y me quité el bañador sumándome a la mayoría de tíos de la pinada del Rebollo que siempre van sin ropa alguna. Me desesperé un poco según iba avanzando porque ni me encontraba con él, ni me encontraba con nadie interesante, estaba siendo una caza un tanto aburrida, pero aun así, tenía el corazón latiendo a mil por hora. Estos años en el cruising me habían proporcionado mucha confianza en mí mismo que no tenía al principio, no obstante cuando tenía una presa nueva aquellos nervios de primerizo volvían a surgir. 

Me encontré con el en el mirador de la pinada, ese que los más divertidos del lugar han bautizado como 'El Mirador de Montepinar': es la estancia más alta de la zona de cancaneo y desde ella se ve todo el movimiento que viene desde la playa y el de la zona inmediatamente inferior. Estaba ocupando una posición que ocupo yo infinidad de veces: en la parte central, contemplando el frente con sus gafas de sol y el móvil en la mano. Nunca llevaba nada más, imagino que daba por hecho que de follar, habrían de ser los demás quienes llevaran condones, lubricante y algo para limpiarse. En mi caso, como sabéis, la mayor parte de las veces suelo llevar una bandolera a la espalda con lo esencial. Me coloqué a su lado derecho, a unos dos metros de distancia, a contemplar el mar como hacía él y a echarle miraditas descaradas. Vi cómo le sorprendió verme totalmente desnudo, ya que me miró y se sonrió ligeramente. Con lo que no contaba yo en aquel momento es con la competencia. Sí, ya puedes estar dando vueltas por el Rebollo y no ver a nadie interesante, que cuando te decides a cazar al que te gusta, aparece alguien a quien también le apetece cazar a esa persona en ese mismo momento. Me da muchísima rabia, pero qué le vamos a hacer. Es algo así como la ley de la oferta y la demanda. Se trataba de un chico joven, pelirrojo, alto, cuerpo normal, tez blanca levemente bronceada, pecas en la cara e iba con un bañador azul tipo shorts y con una pequeña mochila, donde supongo que llevaría cosas similares a las que llevaba yo. Nuestra presa no se inmutó, pero se sabía ya como el centro de atención. Miró hacia todas partes y cuando vio que solo estábamos nosotros dos sin nadie más, empezó a pasarse la mano por el paquete con disimulo y suavidad. Mi competencia se acercó sigilosamente a él y empezaron a echarse miradas, así que decidí que era mi momento de actuar.

Comencé a tocarme la polla suavemente para que se pusiera contenta. Mi polla en estado normal es bastante asequible, pero visto lo visto, tendría que desplegar todos mis encantos para dar con él. Me acerqué también a él con disimulo y ambos estábamos a la misma distancia de nuestra presa. A mi el chaval pelirrojo no me disgustaba, así que si había que hacérselo con los dos, desde luego que estaría dispuesto. Mi presa me miró, se colocó las gafas de sol en la mano y con descaró miraba mi polla ya totalmente dura, relamiéndose los labios. El chico pelirrojo decidió pasar a la acción y se bajó el bañador por las rodillas enseñando una polla normalita de unos 16 centímentros y unos huevos depilados. Así, nuestra presa también se quitó el bañador y nos dejó contemplar ese culazo que tenía al natural. Me puse burrísimo de pensar en que aquella tarde podría follarme ese culo tan perfecto, tan redondo, tan apretado, tan depilado... Solo de recordarlo se me pone dura instantáneamente. De polla tampoco andaba nada mal, tenía una buena polla con forma de cántaro en estado morcillón. El chaval pelirrojo se me adelantó y se puso de rodillas para empezar a comerle la polla a nuestra presa, quien mientras disfrutaba de la mamada no dejaba de mirar mi polla. No había palabras, todo se decidía por leves gestos de cabeza y acciones, pero en ese momento, justo cuando el pelirrojo ya disfrutaba de su dura y apetecible polla, me dijo:


— Síguete pajeando, me mola ver cómo te pajeas mientras me la chupan.


Me apeteció entrar al juego y me pajeaba lentamente mientras él disfrutaba de la mamada, desde luego el que se la chupaba tenía buenas tragaderas porque se la metía entera sin el mínimo signo de ahogamiento o dolor. Además, el pelirrojo me estaba poniendo malo porque no dejaba de sobarle el culo que yo tanto ansiaba. Llegado cierto punto me cansé de estar ahí de pie mirando y me acerqué para sumarme de una vez a la fiesta:

— No, contigo no, tío —dijo mi presa.
— ¿Cómo? —dije yo, un tanto extrañado.
— Quédate y pajéate si quieres, pero no quiero nada contigo, al menos hoy —dijo.



El chaval pelirrojo al oír esto me miró con cara de extrañeza, pero siguió a lo suyo mamando polla hasta que la que iba a ser mi presa se la sacó de la boca y se corrió en el pecho del chaval. Se limpió la polla con la mano, se puso el bañador y las gafas de sol y con un 'Hasta luego, chavales', se marchó rumbo a la playa. Me había quedado allí mirando, el chaval me ponía tanto que confieso que habría podido correrme solo mirando su culo contrayéndose y viendo como daba polla al chaval, pero es que para hacerme una paja me la habría hecho en casa con una porno.

— ¿Quieres que te la chupe? —me dijo el pelirrojo, aún de rodillas, con cierta timidez.
— Sí, tío, por favor, pero no me queda mucho —dije.
— Da igual, estás muy bueno, ven aquí —dijo
.


Y, allí, en el mismo sitio donde mi presa le había estado dando polla, le metí la mía hasta la garganta aún cuando las gotas de lefa del otro chorreaban por su pecho hacia abajo. Me comió los huevos un poco, me sobó el torso todo lo que quiso y le puse las manos en la cabeza para que me la comiera sin parar:

— He visto las tragaderas y el aguante que tienes, tío, así que mama —le dije.



No respondió y me la siguió comiendo hasta que le avisé de que me corría. Me pidió que le echara la lefa donde se la había echado el otro y accedí a sus deseos. Al pobre le bañé de leche con las ganas que llevaba ya de correrme y a tenor de su cara de placer viendo mi polla cubriéndole de leche, creo que le gustó. Saqué un pañuelo de la mochila y le ofrecí otro a él para que se limpiara:

— El tío este es un poco gilipollas, llevaba días detrás de él, pero tu estás más bueno —decía mientras se limpiaba.
—También llevo tiempo detrás suya, no te creas —le dije.
— Yo, que ya me veía chupando vuestras pollas a la vez —dijo, con una sonrisa.
— Bueno, no te quejarás, cabrón —le dije.
— Para nada tío, de hecho, si otro día tienes ganas... Nunca había ido a por ti porque me parecías inaccesible, pero... lo dicho... que si te apetece un rato de morbo... suelo estar por aquí todo el verano —se explicó.
— La mamas muy bien, eso desde luego, tío, así que si te veo otro día... claro —le dije.



No es que el pelirrojo fuera nada del otro mundo, de hecho tenía un cuerpo normal, polla normal, era guapete, eso sí, pero como le dije a él, lo cierto es que la chupaba muy bien. Si surgía otra vez la posibilidad, no me hubiera importado darle polla de nuevo. De hecho, en ese momento, mientras hablaba con él, caí en que le conocía de otras veces. Siempre solía ir con un chico también alto, más moreno y más gordito, así que tenía la impresión de que buscaban tema juntos. 

Ese día me marché con mal sabor de boca, llevaba una racha en la que me había encontrado con pocos rechazos a la hora de tener sexo y me quedaba con la espinita clavada de no haber podido cazar a mi presa. De esas cosas que a uno le duelen en el orgullo.