16 de octubre de 2015

REFLEXIÓN: ¡¡PAREJAS NO!! O así no. OPINA.

El mundo del cruising tiene, como casi todas las cosas de este tipo, sus propias reglas no escritas. Incluso hay algunos blogs que se dedican a explicarlas y debatirlas: que si echa unas miraditas a quien te mole, que si no molestes a tíos que estén follando, que si no insistas cuando no encuentras respuesta del chico al que sigues, que si no des las luces del coche de noche, etc. Reglas que pueden entrar dentro del sentido común y a las que la mayoría somos capaces de llegar por nosotros mismos, sin necesidad de hacer un máster en ellas. Y como todas las cosas que tienen reglas, también existen las trampas para saltárselas, las tretas y las contradicciones de la gente que las aplica fielmente. O simplemente contrariedades a la hora de ligar, cosas que a mi se me escapan y me resultan un tanto absurdas. 

Pondremos un ejemplo para ilustrar una situación frecuente en lugares de cruising:

Vas solo con ganas de marcha y ganas de morbo, hace tiempo que no echas un polvo y deseas encontrar tema. Te quedas en bañador y empiezas a pasear por los pinos en busca de algún tío que te mole para pasar a la acción. Encuentras a este tío, le miras, te mira, os acercáis, os besáis y os empezáis a enrollar. Poco después estáis magreando vuestras pollas y acariciando vuestros torsos y culos y cuando menos te lo esperas estás de rodillas comiéndole la polla al tío, o al revés, tienes al tío de rodillas comiéndote el rabo. En plena situación de morbo aparece otro tío que os mola y se os queda mirando, ambos sonreís y le invitáis a que se una a vosotros. Tenéis un trío de pollas morboso y lo pasáis genial entre miradas ajenas de pura de envidia. Aparece un cuarto tío de vuestro perfil que os mola y le invitáis a unirse, ya estáis apunto, pero el chaval tiene morbazo y pollón, así que ya sois cuatro. Unas mamadas, unas folladas. Os corréis y os despedís. Misión cumplida, te vas a casa descargado y a la espera de la siguiente aventura.

Hasta aquí todo normal, una situación que puede ser frecuente en sitios de cancaneo al aire libre: estar con un tío y que uno o dos más se unan. Morbazo total, frecuente verlo en el Rebollo, por ejemplo. Ahora bien, vamos a cambiar un poco la historia. A contarla desde otro punto de vista:

Te vas con tu chico/pareja/amigo/follamigo de cruising. Os mola hacerlo juntos, buscar el morbo de un trío o de lo que surja. Llegáis al sitio de cruising y os quedáis en bañador. Hace tiempo que no folláis y tenéis ganas de un rato de morbazo. Empezáis a dar vueltas y véis chicos interesantes, el que más os gusta acaba de empezar a liarse con otro sin discreción ninguna, así que seguís buscando. No encontráis nada mejor y volvéis a ver al chico de antes: vaya, le están comiendo rabo y vaya rabo. Os encantaría mamarlo o tenerlo en vuestros culos. Y hablando de culos, vaya culazo. Se lo empotraríais bien, si surge. Le miráis, os mira. Tenéis la sensación de que vais a pasar un rato de morbo incréible. Os acercáis y cuando vais a pasar a la acción el chaval os dice: "no tíos, pasamos de parejas, lo siento". Lo flipáis, os váis y seguís buscando, qué remedio.

Y la pregunta que os hago es la siguiente: ¿no es esto del todo absurdo y estúpido? ¿No os parece que es algo que carece de todo sentido y lógica? Es decir, si la pareja va por separado os podéis montar un trío o cuarteto casi sin mucho insistir, con relativa facilidad. Y luego, además, fardáis de ello con vuestros conocidos y en los foros: ¡Vaya morbazo de orgía el otro día en los pinos del Rebollo! Ahora, si vais juntos como pareja hay un 70% de posibilidades de que suene la ya típica frase de: "¡No, parejas no!". Además, luego con vuestros amigos suena la frase típica de: "Buah, estaba follando y aparece una parejita".

¿Qué opináis al respecto? Follar con parejas: ¿si o no? O mejor dicho: tríos o grupos, independientemente de lo que sean: ¿si o no? Ahí ya cambia la respuesta. ¿Por qué? Si a fin de cuentas es exactamente lo mismo.

Espero vuestros sinceros comentarios, ya sean anónimos o no, sobre el tema.

Imagen sacada de internet, si eres el propietario y no estás de acuerdo con su uso en este blog, escribe e-mail y la retiramos.

10 de octubre de 2015

CAPÍTULO 132: EL SEÑOR OSCURO

El amargo final de la historia de Mario nos dejó un poco apagados durante un par de días, días en los que empiezas a reflexionar y por primera vez desde que conocí y me metí de lleno en el mundo del cancaneo me asaltaron las dudas: ¿hasta qué punto merece la pena ir de cruising? ¿No sería mejor pasar a un estilo de vida sexual más tranquilo? ¿Es que al final nadie te aporta más que sexo sin compromiso? Nunca me había hecho esas preguntas, para mi el ir de cruising era algo que me permitía escapar un poco de todo, disfrutar de nuevas experiencias, conocer tíos, vivir la vida y aplicar al máximo la famosa cita de carpe diem, con cabeza, pero sin preocuparse en exceso por las consecuencias de cada uno de nuestros actos. Esos dos días de apagón y vendaval emocional los dediqué a hacer planes con Sergio, planes que podríamos decir que eran típicos planes de pareja, aunque nosotros no éramos nada de eso y eso estaba ya aclarado, o parecía estarlo. Que si una cenita en un restaurante italiano con velas, que si una visita a unas fuentes naturales y a un spa, que si un paseíto de noche por la playa que acaba en un polvo debajo de las estrellas en las dunas del Moncayo... Hasta que se me pasa y todo vuelve a la normalidad. Me despierto, me siento en paz, lleno de energía, de vida y siento que no tengo que renunciar a nada por una experiencia que no ha salido como yo querría, que la vida sigue y que me sigue encantando ir de caza.

Aquel día estábamos por la tarde en la playa del Rebollo pasando un rato con unos amigos que subían desde Murcia a vernos, era una tarde dominada por el intenso viento de levante y era imposible bañarse porque aparte de haber bandera roja, las olas y las corrientes eran de impresión. Como el día de playa no acompañaba mucho, nuestros amigos se marcharon rumbo al sur antes de que cayera el sol y aproveché ese momento para sugerir un plan que me apetecía muchísimo:

- Chavales, esta noche hay luna llena, lo sabéis, ¿no? -les dije a Sergio y Dani sonriendo.
- Se por donde vas, pero esta noche he quedado con un chaval del Grinder, así que os lo dejo todo para vosotros -respondió Dani.
-  Pues había pensado que podíamos irnos a cenar a Alicante...-dijo Sergio, sabiendo ya de mis intenciones, apesadumbrado.
- ¡Podemos ir cualquier otro día, tío! Esta noche tiene escrito el nombre de "MONCAYO" en mayúsculas, es nuestra primera luna llena del año -expliqué.

Sí, como he dicho muchas veces, odio ir al Moncayo de noche. No soy de los que folla sin ver, me gusta el morbo, pero me gusta saber claramente con quién follo. Es triste ver cómo en los últimos tiempos te encuentras por la noche con gente que pasa ya de los 45-50 años vestidos como adolescentes: vaqueros apretados, camisetas de Lonsdale, gorras hacia atrás, botas-deportivas de marca... Si realmente ligan más por jugar a ser algo que no son, enhorabuena para ellos, pero es precisamente por este tipo de cosas por las que al Moncayo voy con luz y taquígrafos, o con buena luna que te deje ver con quién realmente vas a pasar un rato de buen rollo. 

La noche llegó sin prisas y con tranquilidad. Cenamos cada uno en nuestras respectivas casas y nos arreglamos como quien se va de fiesta, ya que quizá si no encontrábamos nada en el Moncayo nos íbamos a algún pub después. Decidí ponerme esos pantalones pirata blancos que según Sergio me hacen culazo y y paquetón, con una camiseta azul ajustada y mis Adiddas negras y blancas. Me peiné el pelo de punta, me puse el cordón de plata, cogí el coche y recogí a Sergio en su portal. En 10 minutos estábamos entrando al aparcamiento del Moncayo donde nos esperaban unos 12 o 13 coches aparcados en distintos lugares, la gran mayoría a los lados de la vieja caseta. . La noche prometía: pasaba de media noche y teníamos un cielo despejado, luna enorme y brillante y lleno de coches. Aparcamos y salimos del coche, no somos de quedarnos dentro eternamente, para
eso me quedo en casa. Nos vamos hacia la caseta, al mirador, y nos cruzamos con varios tíos que están de caza. Damos la vuelta y nos metemos al bosquecillo. La mayoría de lo que hay fuera de los coches son gente bastante adulta que, al vernos, comienzan a seguirnos con cierta cautela por toda la zona de cruising. Parece que llevamos un grupo de escoltas detrás vayamos donde vayamos, imagino que esperando a que nos saquemos el rabo o comencemos a liarnos, para unirse. Me canso de llevar a toda esta gente que no me interesa detrás y me llevo a Sergio más lejos, a una zona que algunos conocen como la piedra filosofal. Se trata de un mirador al mar de tierra en el que hay unas rocas grandes que por la erosión de la lluvia tienen forma de asiento, te sientas y disfrutas de buenas vistas. Los que nos seguían se quedan merodeando un buen rato, pero como no pasamos a la acción se van marchando poco a poco. Bien, un poco de paz.

Por las noches la gente no suele llegar tan lejos en el Moncayo, así que pasados 25 minutos decidimos volver al aparcamiento para ver si se ha renovado un poco el ambiente y ha llegado savia nueva. No nos daría tiempo a llegar al aparcamiento, a medio camino, en una zona pasado un mirador que se estrecha bastante, antes del montón de cristales rotos apilados, nos cruzamos con lo que aparentemente parece ser un chico de unos 35 años, vestido con un polo rojo ajustado, unos pantalones pirata marrones, moreno, con buen cuerpo y pelo bien peinado. Le miramos, nos devuelve las miradas y comenzamos el juego de caza. Se empieza a agolpar la gente cerca nuestra, así que me vuelvo a llevar a Sergio un poco más adentro sin dejar de lanzar miradas al chaval nuevo, que nos seguía a cierta distancia. Llegado a uno de los dos grandes terraplenes que bajan hacia la playa, me meto con Sergio a una zona rodeada de arbustos donde hay una butaca azul abandonada. El chaval que nos sigue, se mete poco después y sin mediar palabra lanza sus dos manos a nuestros paquetes y nos los empieza a sobar esbozando una sonrisa. Hago lo propio y le cojo el paquete con mi derecha; me doy cuenta de que no está mal dotado, así que le miro a los ojos y sonrío. Los tres nos desabrochamos el pantalón, nos bajamos los calzoncillos y los dejamos caer a la altura de los tobillos, nos agarramos de las cinturas y empezamos a sobarnos las pollas mutuamente. No hay besos, sólo nos pajeamos con una mano y con la otra nos agarramos de la cintura y nos sobamos los culos. Evita en todo momento mirarnos de frente o juntar bocas. Tiene buen rabo: unos 17 centímetros de rabo grueso, duro y circuncidado. No me queda muy claro su rol, así que seguimos pajeándonos entre los primeros alientos y gemidos, poco después el chaval se separa de nosotros, nos coge de los rabos y se agacha para empezar a comerselos. No lo hace mal, se las mete enteras en la garganta y saliva mucho, así que para mi polla es como estar en el paraíso, sin embargo no parece querer ponerse de rodillas y a veces se le iban un poco los dientes... Tras estarlas mamando un rato, se incorpora y Sergio aprovecha para ponerse de rodillas y comernos las pollas a los dos. El chaval me coge de la cintura, me levanta la camiseta y me empieza a sobar y a comerme los pectorales y los pezones. Llegado un momento me coge mi mano derecha y me la lleva a su culo. ¡Por fin ha quedado claro!

Le sobo un poco el culo aprentándole los cachetes y comienzo a meterle un dedo, mientras Sergio sigue a lo suyo zampándose suavemente ambos rabos. Noto algo pegajoso en su agujero y con disimulo trato de olerlo, pero el chaval se da cuenta y susurra:

- Es lubricante, me lo traigo preparado de casa.

Y efectivamente, mi dedo se pierde dentro de su culo hasta el fondo sin mucho misterio... Le acabo metiendo tres dedos sin excesivos preámbulos provocando que el chaval resople y gima. Me pide que le folle y, agachándose, se saca un condón del bolsillo del pantalón. Aparta a Sergio tocándole la cabeza con cierto mimo y apoya sus brazos en el tronco del pino que teníamos detrás, separa las piernas y abre el culo. Miro a Sergio y asiente. Me endurezco el rabo, me pongo el condón y se la empiezo a meter, pero el culo me la absorbe como si se tratara de pura gravedad, sin darme mucha cuenta le meto el rabo hasta el fondo y el chaval gime bastante alto. Sergio mira y se pajea.

- Sí, dame tío, dame, estoy apunto...-susurra.

Me lo follo un rato con caña y al minuto y medio se corre como un grifo reventado, no sabía si lo que echaba era leche o líquido dorado, pero por sus gemidos doy por hecho que es leche. Me quita el rabo del culo y yo trato de retenerlo:

- Tío, no me he corrido...-le digo.
- Ya, pero en el momento que me corro ya no puedo más tío...-dice.

Antes de que pueda responder, porque me cabrea, tengo a Sergio arrodillado quitándome el condón y metiéndose el rabo en la boca. Así que no me da tiempo a reaccionar. El chaval se limpia mientras mira y me soba el culo. Me dejo hacer. Aviso a Sergio de que me corro, se saca la polla de la boca y me pajea hasta que me corro abundantemente en el suelo. El chaval me da un pañuelo con el que me limpio, nos vestimos y salimos de aquel círculo de árboles. 

Durante todo el rato Sergio y yo nos damos cuenta de que el chaval intentaba que no le viéramos bien la cara, tratando de evitar las luces de la fábrica de enfrente o los reflejos de la luna, agachando la cabeza. Así que cuando se despide de nosotros le digo:

- ¡Cuídate, señor oscuro!

El chaval se da la vuelta un poco contrariado y le explico el por qué. Se queda pensando y responde:

- Tíos, solo vengo de noche porque estoy casado con mi chico... Por eso trato de que nunca me vean bien la cara, quiero discreción...-dice, medio avergonzado.
- Tranqui tío, si aquí todos queremos lo mismo...-digo.

Parece que se anima un poco a hablar mientras se fuma un cigarro y nos cuenta que con su marido siempre tiene que hacer de activo, porque el otro es 100% pasivo y que él ha sido versátil más pasivo siempre, así que viene a estos sitios de cuando en cuando buscando desfogar esa parte de él que no sacia con el marido.

No le volvimos a ver el resto del verano, pero lo cierto es que no me habría importado habérmelo follado hasta el final en otra ocasión.

 

5 de octubre de 2015

CAPÍTULO 131: UN FINAL PARA LA HISTORIA DE MARIO

Hacía bastante tiempo desde que asumí que nunca podría escribir una entrada como esta, que aquella historia había muerto de forma natural por las razones que fueran y que esas razones nunca llegarían a nuestro conocimiento. Tras por lo menos cuatro años, ¿quién nos iba a decir que íbamos a poder escribir un 'continuará' o un final? Absolutamente nadie. De hecho, tras pasar del deseo de volver a encontrarnos con él, atravesamos una racha de cierta obsesión y búsqueda, para pasar a la etapa de las conjeturas sobre lo que habría sido de él, para terminar con una real indiferencia

Y justo es ahí, en la etapa de la indiferencia y del olvido, de la superación de algo que podría haber sido y nunca fue, cuando ya te acaba dando igual, justo es ahí cuando ante nuestros atónitos ojos su coche vuelve a aparecer en el aparcamiento del Moncayo cuatro años después. 

Una encapotada tarde del mes de agosto, de uno de los más calurosos que se recuerdan, decido irme con Sergio a la playa del Moncayo. Han puesto más chiringuitos donde tomar algo y escuchar música, tanto que desde donde extendemos las toallas pasado el hotel, aún se escuchan algunos ritmos de la música chill que reproducen todas las tardes. La playa está más llena que otros años, parece que la gente apuesta por la costa levantina para pasar las vacaciones y los alrededores del hotel están totalmente colapsados, pero como nosotros nunca nos ponemos ahí seguimos avanzando hasta la rampa de madera por la que subimos a la Caseta del Moncayo. Extendemos la toalla aprovechando la sombra de un letrero de madera que no indica nada porque el intenso sol de las mañanas ha borrado, un año más, las indicaciones e información de la pinada que deja a su espalda. Y como dos niños pequeños, tras dejar las mochilas y las camisetas en las toallas, corremos al agua para sofocar el calor que acumulan nuestros cuerpos tras la caminata hasta esta zona de playa. Nos acordamos en ese momento que hay rocas en el mar y que tenemos que ir unos 10 metros a la derecha para poder bañarnos sin riesgo de chocar y hacerte daño con una de esas grandes rocas. Empezamos a hacer el moñas en el agua, jugamos a hacernos aguadillas, a luchar entre nosotros y con el roce se nos ponen los rabos duros. Nos empezamos a sobar las pollas dentro del agua y a comernos las bocas, pero en ese momento nos damos cuenta de que no estamos en el Rebollo y de que hay ciertas cosas que en esta playa no se deben hacer a plena tarde. Nos gusta mucho la playa del Moncayo, pero lo cierto es que para guarrear hay que meterse a la pinada y a las dunas, como se ha hecho siempre. Nos sobamos un poco más los rabos y lo dejamos estar para que vuelvan a su tamaño normal y poder salir sin recibir miradas de asombro o reprobación. Salimos del agua para colocarnos frente a las toallas mirando hacia la caseta, que es de donde viene el sol por las tardes y el que nos seca y nos broncea; junto con el ligero viento de levante que corre estaríamos secos en poco más de 20 minutos. Al mirar hacia arriba nos damos cuenta de que hay movimiento de gente en la pinada y en los caminos de pinos, así que recogemos nuestras cosas y subimos por donde siempre: rampa de madera, camino de la derecha dejando las ruinas romanas a nuestra izquierda, bajamos y cogemos el primer camino a la izquierda para subir. Es un camino estrecho, de arena, pero por el que se anda bien. Según vamos avanzando el viento de levante se va parando y el calor empieza a ser insoportable, estamos a 33º con un valor de humedad importante y característico de la zona. Llegamos a una zona arbolada y descansamos 3 minutos para beber agua, continuamos por el secarral y cogemos el camino de la izquierda (la mayoría de la gente sigue recto para subir directamente a la propia caseta), salimos al camino central, que debe ser una especie de cortafuegos o camino para vehículos de emergencia, y seguimos subiendo hasta que llegamos arriba. Nuestro camino nos deja en plena zona de cruising y ya vemos a los primeros tíos. Seguimos en dirección Torrevieja y solo vemos gente adulta, demasiado adulta, y los que son de nuestra edad no nos convencen. Vemos también a muchas caras conocidas, de los de siempre. Imaginamos que nosotros también debemos ser de "los de siempre", ya que encontramos sonrisas de complicidad, algún saludo y algún ofrecimiento de polla. 

Decidimos irnos a la caseta para refugiarnos un rato a la sombra que ofrece en su mirador hacia el mar. Justo cuando terminamos los caminos de pino bajo y rocas, echamos un vistazo al aparcamiento y vemos varios coches, unos cinco o seis. Me paro en seco, atónito:

- ¿Qué pasa, Marcos? -pregunta Sergio.
- Fíjate en ese coche que está al lado de la caseta, ese Peugeot...-indico.
- ¿No es el coche de...? -parece querer indicar Sergio, con cautela.
- De Mario, sí -termino de completar su frase.
- Mario -dice Sergio, ya con la mirada perdida.

Es ese momento que dura pocos segundos, pero parecen minutos, en el que te empiezan a pasar ideas fugaces por la cabeza: ¿será realmente él? ¿No será? ¿Será un coche igual? Y si es, ¿cómo será el reencuentro? Nos ponemos algo nerviosos, fíjate tu a estas alturas, pues sí, los nervios no se pierden nunca en según qué situaciones, y doy un paso al frente. Nos acercamos con toda la normalidad del mundo al mirador de la caseta dejando el coche a nuestra izquierda, lo miramos y vemos al tío con gafas de sol que aguarda en su interior mirando el móvil. Sí, estamos al 90% convencidos de que ese tío es Mario. No nos mira, no nos ve, está pendiente del móvil y no sale del coche. Eso me deja un tanto perplejo: el Mario que nosotros conocíamos no perdía tiempo en el coche y mucho menos en el móvil. Mario pasaba del móvil y pasaba de quedarse encerrado en el coche, no era de esos. Era de acción. Nos quedamos frente a su coche, en el mirador, manteniendo las distancias. Alza la vista y nos ve. Llega el momento.

Pero no. No sale. Pasa de nosotros o no se acuerda. ¿Concedimos importancia a algo que quizá no la tenía para él? Entonces no me cuadrarían muchas cosas de las que ocurrieron en su momento. Pensamos en que como hay ancianos cerca quizá prefiera algo más de intimidad, así que nos vamos de nuevo a los senderos para ver si pasado un tiempo nos sigue. Nos mira, pero no hace nada. Así que nos vamos más hacia dentro. Pasados unos minutos no viene nadie y decidimos volver. Ya no está en el coche. Está en la pinada de abajo haciéndoselo con uno "de los de siempre", con un cuarentón que no es nada del otro mundo. Le veo la polla y me convenzo: sí, ese tío que pasa de nosotros y ni nos saluda es Mario. Se corre, se monta en el coche y se va. Rápido, como siempre, la familia espera en casa.

Sergio y yo nos quedamos contrariados, perplejos y decidimos marcharnos al chiringuito de la playa a tomar algo de relax. Intercambiamos pensamientos, dudas, reflexiones. Esto nos ha dejado de piedra, tras tanto tiempo... 

Al día siguiente decidimos repetir el plan: volvemos a la playa del Moncayo, al mismo sitio del día anterior, y esta vez tenemos que tumbarnos pasada la pasarela de madera porque la sombra del cartel está ocupada por una pareja. Pareja o apaño, no sabemos: un chico de unos 30 años, unos 110kg, con un morito de unos 19 años fibrado y guapo. No se les ve muy unidos, parece que se hacen compañía y cuando se calientan un poco, recogen y se van hacia el hotel. Nunca más les volveríamos a ver, pero el morito empalmado bajo el bañador parecía tener una buena estaca. No nos apetece subir a la caseta con el calor, así que nos ponemos un altavoz bluetooth pequeño con música y nos quedamos un buen rato hablando. Veo que por la pasarela de madera baja un tío cachas morenazo con gafas de sol y tatuaje. Nos damos cuenta de que es Mario. Le miramos, nos mira. Repetidas veces, pero decide poner rumbo a Guardamar y se marcha, girando la cabeza varias veces. ¿Qué coño pasa con él? La situación me cabrea, pero Sergio intenta calmarme. Pasamos a las dunas y me la chupa hasta que me corro detrás de las ruinas romanas. Cuando estoy cabreado es la mejor manera de sofocarme...

A la mañana siguiente teníamos varias tareas que hacer, los típicos recados: que si ir a la compra, a por el pan, a echar la primitiva... ¡Bingo! Las casualidades que en el pasado nos unieron a Mario, vuelven a repetirse: nos damos de bruces en la Administración de Lotería, el sale camino a su coche, aparcado en doble fila, y nosotros entramos. Nos miramos 40 veces, pero no hay saludos. Tengo una sensación que le transmito a Sergio.

No somos de ir al Moncayo por las mañanas, porque no suele haber nada y hace muchísimo calor, pero ese día tengo un pálpito. Así que echamos la primitiva que jugamos los 3 amigos y cojo el coche con Sergio rumbo al Moncayo. Aparcamos y 2 minutos después entra Mario con su coche. El pálpito no me había fallado. Esta vez no dejo nada a la casualidad y me dirijo con firmeza a su coche, necesito saludarle, saber qué ha pasado... Mario sale de su coche y viene directo a nosotros. Joder, qué fuerte está. Va más al gimnasio que antes, eso desde luego, si me dijeran que casi cumple los 50 nadie se lo creería. No aparenta más allá de 40, ni por arrugas, ni por falta de pelo, ni nada de nada. Tiene un cuerpo que yo firmaría ahora mismo por mantener con esa edad, firme, fibrado y bien cuidado. Sin artificialidades. Nos damos un buen apretón de manos y empezamos a charlar. Hacemos breves referencias a los días anteriores, pero sin reproches. Se acuerda perfectamente de nosotros: nuestros nombres, edades, procedencia, profesiones. Todo. Recuerda todo, pero quiere hacerse el interesante y el curioso. Como las primeras veces, como si toda aquella confianza ganada años atrás hubiera quedado en la nada y ahora habría que empezar desde el principio, a reconstruir todo. Nos comenta el por qué de su ausencia en estos años, pero no quiere dar detalle. Quiere llevarnos a la pinada, mira el reloj y nos dice que no tiene mucho tiempo, pero que quiere recordar aquello que teníamos. Nos lleva a un sitio que le gusta y se desnuda completamente. Buffff. Esa polla que tiene no es normal, es tan ídilica, tan de peli porno de las buenas, que cuesta creérselo. Bien proporcionada: unos 20 cm con una anchura proporcionada, descapulla perfectamente y tiene un capullo para lamer como si de un chupachús se tratara. Nos hemos encontrado con muchas pollas a lo largo de estas historias, pero ninguna como esta. Ninguna. 

Nos quitamos las camisetas, pezoneamos un poco entre los tres y clavamos las rodillas en aquel suelo mitad arenoso, mitad lleno de hojas de pino que se clavan. Se la empezamos a comer a dúo, haciendo aquello que tanto le gustaba, que tan loco le volvía y ya tenemos un buen público con los sables fuera mirando la escena. Su rabo sabe tan rico como lo recordábamos y el gime con esa masculinidad y hombría de la que se siempre ha hecho gala. Recuerdo el por qué de nuestra leve obsesión con él y el parece recordar el por qué de la suya. Se corre como una fuente en nuestros pectorales, se limpia, sonríe y nos cita para el jueves en las dunas. Ahora se va, la excusa de hacer recados ya se le queda falta de tiempo y la señora espera en casa. A pesar de que tengo la mandíbula casi desencajada, me fijo en el bañador de Sergio y veo que aparte de tenerla dura, lo tiene mojado. El pobre, hace días que no se corre y yo tengo más ganas de rabo. Así que vuelvo a clavar las rodillas, le agarro de la cintura, le bajo el bañador y me meto en la boca aquel rabo que también me fascinaba. Se la mamo mientras con mi derecha me pajeo a mí mismo y debido al estado de excitación nos corremos en poco menos de dos minutos. Sergio me echa la leche caliente en la boca y yo me corro en el suelo. Nos limpiamos y nos vamos a tomar el sol y a bañarnos. Sigue haciendo mucho calor.

A pesar del buen rato que hemos pasado en el esperado reencuentro con Mario, hay cosas que no nos han terminado de cuadrar. No hemos establecido esa conexión de hacía años, faltaba algo. Algo había cambiado. No obstante, esperamos con ansias la cita del jueves y allí, en la misma playa por la que le vimos bajar tardes atrás, le esperamos. Sergio se baña y yo espero en la playa: es puntual, aparece a la misma hora a la que aparecía años atrás. Se da un baño con Sergio, se secan hablando conmigo después y subimos a la pinada buscando un sitio discreto, a nuestra petición. Lo encontramos, extendemos dos toallas y los tres nos quedamos totalmente desnudos. Por primera vez en nuestros encuentros nos coge de las pollas y estamos un rato pajeándonos los tres. Empiezan sus preguntas morbosas, esas que creía haber dejado enterradas años atrás: ¿os coméis muchas pollas por Madrid? ¿Folláis mucho por allí? Quería que le contaramos cosas con detalle y esos detalles se la ponían aún más dura si cabe. No aguantamos más la tentación y se la empezamos a mamar a dúo, mientras el nos cuenta experiencias que ha vivido en estos años. Y nos sorprende con algo:

- Estoy explorando mi lado más pasivo, creo que estoy cambiando de rol -dice.

¡No! ¡Tu pasivo no, por dios! ¿Qué está pasando? ¿Activos al borde de la extinción más absoluta? Esos pensamientos pasan por mi cabeza según habla y mientras Sergio y yo seguimos lamiendo ese pollón como dos perros que llevan días sin comer. Nos cuenta que hasta ha probado la doble penetración y eso ya me descoloca. De hecho, se fija en mi cara de extrañeza y arquea una ceja. En ese momento deja de hablar. Su insinuación para que le diéramos por el culo en ese momento ha caído en saco roto y lo sabe. Hace 4 años dejamos a un Mario con poca experiencia y 100% activo, que era el que nos volvía loco, y ahora nos encontramos a un versátil que busca morbo en prácticas más arriesgadas, que tampoco voy a detallar. 

- ¿Os apetece que nos subamos arriba y nos lo montemos delante de la gente para que les corroa la envidia de nuestras pollas y cuerpos? -dice.

Sergio me mira con cara de póker. Sí, a Mario siempre le había dado morbo ser visto, pero a nosotros no nos apetecía y Sergio le contestó que estábamos bien ahí, que si eso otro día. Pero Mario quería otra cosa. Este ya no era nuestro Mario. Este Mario era distinto. Una versión renovada, como si pasas de Android a iPhone, de Windows 7 a Windows 10, con sus mejoras y sus inconvenientes. Y buscaba cosas que quizá nosotros ya no podíamos/queríamos darle. Se acordaba con detalle de nosotros, sí, más de lo que quería admitir, pero no quedaba ni rastro de aquella complicidad que nos unió en el pasado. Ni la más mínima gota. Hasta tal punto que se le bajó el empalme y con la excusa de querer un cigarro y no tener fuego nos dejó allí desnudos, se despidió con un "hasta pronto" y un choque de manos y se subió a la Caseta en busca de nuevas conquistas. La ira me invadió, empotré a Sergio contra un árbol, le abrí de piernas, le comí el culo con ansia y hasta el fondo y me lo follé a pelo hasta que me corrí. A fin de cuentas, formaba parte del pacto. Sergio no abrió la boca ni para quejarse, gimió y se corrió casi sin tocarse, dejando el tronco de aquel pino lleno de su leche:

- Me asusta cuando te dan estas reacciones, pero me ponen muy burro. Y lo peor es que lo sabes -me dijo mirándome con ojos de enamorado.

Recogimos nuestras cosas y subimos arriba. Mario seguía por allí, con su llamativo bañador amarillo, se acercó a nosotros y nos dijo que aún le quedaban vacaciones hasta el domingo, por si nos apetecía vernos de nuevo. Asentimos, chocamos manos y nos despedimos. Nos despedimos definitivamente. Quizá el no era consciente, o sí, ya no sabía ni qué pensar. Pero nosotros llegamos a la conclusión de que era el momento de cerrar esa puerta para siempre, para no pasarnos otros meses pensando en qué podría ser. Tan siquiera me molesté en recordarle mi teléfono. Y tan siquiera nos molestamos en volver a coincidir con él en el tiempo que le quedaba. Que disfrute de sus escarceos y que encuentre con quién tener esos nuevos morbos que ahora añoraba. Y si alguna vez nos volvemos a ver, pues estaremos encantados con lo que surja entre nosotros, pero no nos pasaremos pensando en ello meses, ni en sus falsas promesas. 

El final se había escrito, aunque no fuera el que habríamos deseado, el final había quedado grabado.