22 de septiembre de 2015

CAPÍTULO 130: AL VECINO LE VA LA MARCHA

Durante el largo invierno apenas había tenido noticias de Óscar. Después de la movida que habíamos tenido el verano anterior, el enfrentamiento con su anticuada madre, la confesión a su padre y el hecho de que nos retiraran el saludo consiguió enfriar una relación que siempre había de lo más cercana, sexo aparte. Había cruzado algún mensaje e e-mail con Óscar, pero su madre le tenía tan controlado que resultaba muy difícil contarnos cosas un poco más íntimas. Sí, él era ya mayor de edad, pero como la gran mayoría de su generación (y la nuestra) necesitan vivir bajo el paraguas de sus padres hasta finalizar la universidad y encontrar un trabajo decente que te permita independizarte y llevar una vida lo más digna posible. Me había llegado por otros vecinos que el matrimonio estaba casi acabado, que se oían las discusiones, que cada uno hacía su vida, pero que Óscar pagaba todos los platos rotos estando súper protegido. 

Tan siquiera sabíamos si vendrían a veranear, como ya dije antes la relación había pasado a ser prácticamente inexistente dado lo extremadamente controladora que era Puri, la madre del chaval. Una de aquellas primeras mañanas, mientras estaba desayunando en el salón con la televisión encendida, escuché aparcar un coche y posteriores ruidos de puertas y maletas, que procedían justo de abajo. Me asomé desde mi terraza y allí vi a Óscar con su padre sacando todos los tratos del maletero de aquel enorme Citroen C5 gris; me alegré, no había ni rastro de la madre: ¿quizá no había venido? ¿se habrían separado y ahora se dividían las vacaciones? Manolo me vio y me saludó desde abajo con entusiasmo, mientras que Óscar miraba hacia la izquierda, para después mirar hacia mi y guiñarme, tímidamente, un ojo. Algo no iba bien, cuando de pronto veo a Puri salir del portal. Debía ser que había subido la primera a abrir la puerta para ir subiendo las maletas después. Al verme hablando con su marido, sorprendentemente me saludó:

- ¡Marcos, hijo! Pero qué moreno estás ya. ¿Cómo estáis? Diles a tus padres que esta noche nos tomamos una cerveza para ponernos al día -dijo con la mejor de sus sonrisas.

Mera casualidad, porque mis padres habían llegado esa misma noche de madrugada.

No pude responder, más que asentir levemente. No me dio tiempo, después de soltar esa frase se metió al portal de nuevo, Óscar detrás ni me miró y el padre se despidió con una media sonrisa. Ahí había algo que no iba bien. Sin embargo, la noche llegó y se fueron a tomar unas cervezas con mis padres. Todos, Óscar incluido, menos yo. Al volver mis padres estaban encantados, por lo visto todo había vuelto a ser como antes, Puri se había disculpado "por lo del verano pasado", pero no se habló más del tema y me habían vuelto a "contratar" para que le diera unas clases de estadística a Óscar, cosa que mis padres habían aceptado como gesto de buena voluntad. Y una vez más sin consultarme primero, pero esta vez se lo agradecí. Eso sí, no eran lo mismo las matemáticas del instituto que las de la universidad, pero bueno, a ver qué podía hacer. Los 15€ la hora me venían muy bien.

La primera mañana que subí a su casa, y que supondría mi reencuentro con Óscar, todo estaba muy cambiado a como acostumbraba a darle clases años atrás. Puri me abrió la puerta, estaba cocinando, y me invitó a pasar al salón donde la mesa de comer estaba abierta y preparada con todos los apuntes y libros. Íbamos a estudiar en el salón. 

- ¡Marcos! Siéntate, hijo, Óscar sale ahora que se acaba de levantar y tenía que asearse.
- Vale, aquí espero. ¿Y Manolo? -pregunté por hablar de algo.
- Se ha bajado a la playa, ya le conoces, le gusta mucho -dijo desde la cocina.
- ¿Y tu no bajas, Puri? -pregunté.

En ese momento salió Óscar por el pasillo haciéndome una señal (cortándose el cuello con un dedo) como para decirme que había metido la pata con esa pregunta. Y, a tenor de lo que tardó Puri en responder, así era:

- No, hijo, este año bien poco voy a bajar. Me han salido unas manchitas y no puedo tomar mucho el sol -dijo.
- Vaya, espero que no sea nada -respondí.
- Gracias, hijo -dijo.

Miré a Óscar y él se rio y vocalizó, sin sonido, la palabra: MENTIRA. Óscar no me recibía como antiguamente: venía completamente vestido, con pantalones cortos y camiseta. Nada que insinuara lo más mínimo. Me acerqué a él con sigilo y se me tiró a darme un abrazo:

- Esto es un infierno, Marcos, tienes que sacarme de aquí -susurró en mi oído.

Le miré a los ojos vidriosos y pude ver el grito de auxilio que reflejaban.

- ¿Todo bien, chicos? -se oyó desde la cocina.

Así que corrimos a sentarnos en la mesa del salón y empezar la clase, uno enfrente del otro, así estaban preparadas las sillas. De cuando en cuando veía como Puri salía al pasillo de la cocina para ver que "todo fuera bien", lo que no se había esperado es que yo ocupara el asiento desde el que la veía perfectamente y Óscar el que le daba la espalda. A mi aquello se me hacía rarísimo: darle clase sin que poder hablar de nada, ver su cara de pena. Aunque eso sí, debía de continuar con el deporte porque estaba bastante más fuerte y marcaba ya buenos brazos. 

Antes de acabar la clase Óscar me puso el pie en el paquete por debajo de la mesa y susurró:

- No te creas que me han lavado el cerebro, ¿eh? -dijo poniendo esa cara de niño pillo que tanto ansiaba ver.

Así que cogí mi movil y puse el siguiente mensaje, sin enviar, solo para que el lo leyera:

Óscar asintió y procedimos a despedirnos de la forma más cordial posible. Todo era demasiado formal, como si estuvieran siguiendo algún tipo de terapia. Pero bueno, a fin de cuentas esa misma tarde me enteraría.

Aquella tarde hablé con mis amigos para contarles lo que estaba sucediendo y ellos decidieron irse a la playa del Rebollo mientras yo hacía de 'canguro'. La hora acordada se iba acercando y, ya preparado, me quedé en la terraza para ver cómo se acercaban los amigos de Óscar, llamaban al telefonillo, Óscar bajaba y se marchaba con ellos, sin mirar atrás. Dejé que pasara un tiempo prudencial para bajar después y tomar un camino totalmente opuesto al que ellos habían seguido, de tal forma que si su madre estaba pendiente de lo que ocurría en la calle, no sospechara nada. Era un poco absurdo tener que estar así, pero parecía no haber otra forma. Cogí el coche y puse rumbo al parque de las urbanizaciones, en la parte sur del pueblo, muy cerca de donde vivíamos pero sin visión desde nuestras terrazas. Aparqué y esperé un cuarto de hora hasta que Óscar apareció visiblemente nervioso y emocionado:

- Buah tío, mis colegas se han cabreado un poco, pero les he dicho que luego les veo... -dijo montándose en el coche.

Puse rumbo a la caseta del Moncayo, no porque quisiera tener sexo con él sin más, sino porque me parecía un lugar relativamente discreto y tranquilo. Un lugar que su familia no conocería. Entré por la rotonda, aparqué a la sombra de un árbol que hay según se entra, siguiendo recto, abrí las ventanillas y estuvimos un rato de charla. 

Efectivamente habían estado en terapia, una terapia familiar que consistía en tratar de normalizar la situación y de que Puri llevara bien la sexualidad de su hijo. No obstante, no estaba dando los resultados esperados dado ese carácter controlador y supervisor que nunca antes había tenido su madre, y Manolo, el padre, le había dado un últimatum de separación. La cosa estaba muy tensa en casa, a Óscar le costaba mil contar lo que había sido el último año y a mi me enterneció tanto que cogí y le abracé. 

Estuvimos un rato abrazos, en silencio, mientras contemplábamos los coches que entraban y salían de la zona de cruising, la gente perdiéndose entre los pinos, las miradas hacia nuestro coche... Hasta que Óscar alzó ligeramente la cabeza y nuestros labios se encontraron, provocando que nuestras lenguas se fundieran en una entrañable y dura lucha por saborearse la una a la otra dentro de nuestras bocas. Accionó la palanca que echa mi asiento para detrás y pocos segundos después me encontré tumbado boca arriba con Óscar encima. Quería disfrutar de ese momento, pero lo cierto es que estábamos en una zona bastante expuesta del Moncayo, a plena luz de media tarde. Como pude, dado que Óscar no me soltaba, traté de encontrar el botón para subir las ventanillas; no porque las tuviera tintadas, pero al menos para que los reflejos de la luz hicieran algo más complicado vernos, y seguidamente accioné el aire acondicionado.

Óscar se incorporó para quitarse la camiseta y dejarme ver la estupenda evolución de su ya fibrado cuerpo y seguidamente hizo lo mismo con la mía para pasar a comerme los pezones con suavidad, pero sin descanso. En esa comida de pezones bajó su mano hasta mi paquete, encerrado en aquellos pantalones vaqueros pirata azul oscuro, y el notar mi rabo duro hizo que el chaval sonriera de placer. No se detuvo en la comida de pezones y tampoco se detuvo en frotar su mano por encima de mi paquete:

- Déjate hacer Marcos, quiero hacer que disfrutes... -susurró con cara de lascivia.

Descendió un poco, el coche tampoco era muy espacioso, me bajó la bragueta mirándome a los ojos, desabrochó el cinturón y el botón y seguidamente me bajó el calzoncillo blanco que llevaba. Se escupió en la mano varias veces y me agarró la polla con dureza para pajearme con mucha suavidad, aún sin quitarme la vista. Yo estaba en ese estado de semisueño en el que caigo cuando estoy disfrutando mucho, en esa especie de nube en la que te dejarías hacer de todo con tal de llegar a correrte, sin reparar en los tres hombres que paseaban al lado de nuestro coche poniéndose las botas con lo que allí estaba pasando. Además, al estar el aire acondicionado puesto los cristales no se empañaban. Óscar me miró, se agachó e introdujo mi polla dura en su boca húmeda para hacerme una de las mejores mamadas que me han hecho en la vida. Se centraba mucho en el capullo, lo saboreaba, lo envolvía con su lengua, lo chupaba como si se tratara de un helado y cuando sentía que me quedaba poco para correrme, bajaba y se ponía a comerme los huevos y jugar con ellos en su boca, pasándoselos de un lado a otro. Llegado ese momento decidí cerrar los ojos, desconectar y dejarme hacer. Óscar volvió de nuevo a agarrar mi rabo con su boca y a comérselo, así que con mi mano derecha le cogí con fuerza de la cabeza y me folló la boca al ritmo que le indiqué hasta que me corrí dentro de su boca. 

A pesar de que ya había terminado y la cosa comenzaba a estar algo más flácida, Óscar aún jugó con ella un poco más hasta que decidió abrir la ventanilla y escupir lo que había recogido de mi rabo. Me metió la polla en el calzoncillo, me abrochó el pantalón y con una cara de satisfacción brutal se sentó de nuevo en su asiento. Nos pusimos las camisetas, recliné el asiento hacia delante y hablamos:

- ¿Cuánto hacía que no te comías una polla? -le pregunté.
- Desde el verano pasado he estado a base de porno...-dijo.
- Ya se nota, ya -le respondí pasándole la mano por la cabeza con mimo.

No se el tiempo que habríamos estado enrollándonos desde que comenzamos con los besos, pero la tarde había caído y me sorprendía ver tan solo un coche aparte del nuestro. ¿Dónde estaban esos tres hombres que nada más comenzar merodeaban por nuestro lado? Alcé la vista al espejo retrovisor y vi que un coche de la Guardia Civil bloqueaba la salida del Moncayo a la rotonda.

Lo que faltaba.

Arranqué el motor, di la vuelta y quise salir. La Guardia Civil se apartó y se quedaron en paralelo a mi coche. Bajaron la ventanilla y yo bajé la mía:

- Chavales, la próxima vez sed un poco más discretos, que aquí también vienen familias a hacer fotos -dijo el conductor, con media sonrisa, para subir la ventanilla después.

Asentí, respirando con cierto alivio, y nos marchamos.  

- Marcos, no quiero ir a casa todavía -dijo Óscar con cara de corderito degollado.

Aparqué en la urbanización de al lado del Moncayo y nos bajamos a la playa.