22 de julio de 2015

CAPÍTULO 127: MORENO (Parte 1)

Pasada la polémica fiesta de cumpleaños de Sergio no volvimos a saber absolutamente nada de Miguel durante bastante tiempo, podemos decir que mi relación de trío con Dani y Sergio volvió a la más absoluta normalidad en esos meses que quedaban hasta la llegada del verano. Aquel año logramos hacer coincidir nuestras vacaciones a base de mucho esfuerzo e insistencia en nuestros trabajos, quién sabe, quizá estuviéramos ante el último verano en que conseguiríamos hacer coincidir nuestros días libres en nuestros respectivos trabajos. Bajo esa premisa prometimos disfrutar de aquel verano sin complicaciones, sin ataduras, como siempre habíamos hecho con anterioridad. Todo pintaba muy bonito, idílico: volver a repetir esos tiempos de atrás, esas primeras escapadas... No veíamos la hora de que llegara el verano.

Poco tiempo antes de coger el coche y chuparnos las 5 horas de viaje desde Madrid, recibí uno de muchos mensajes privados a través de uno de los foros de cruising de Alicante que frecuento. Ya para este momento, y por las variadas experiencias, había decidido no volver a quedar con nadie de aplicaciones, chats y foros sin ver claramente el físico y las intenciones de la persona que se interesaba por conocerme, casi siempre basados en la foto de torso de mi perfil. Noté que este chico que me escribía era distinto, insistente, de buen rollo, preocupado por conocer también con quien hablaba y con el rabo duro tras algunas fotos que intercambiamos. Probamos a poner Skype, con la vicisitud de que mi cuenta es compartida con mi hermano ya que prácticamente no lo uso, pero no nos dimos la cara, sino que enfocamos al cuerpo y estuvimos chateando un buen rato. Estaba bastante bueno, fibrado, con poco vello y con un morenazo de envidiar. El problema es que apenas tenía tiempo para dedicarle a Skype y a conversaciones online, de modo que nuestra inicial relación vía internet cayó un poco en saco roto hasta que estuvimos en nuestro destino veraniego habitual. Un día antes de partir, y tras cierto tiempo sin hablar, le escribí un mensaje privado dejándole mi número de teléfono por si seguía interesado en conocerme y le indiqué los lugares donde encontrarme. No recibí ningún tipo de respuesta más que la evidencia de que mi mensaje había sido leído.

Durante la primera semana de vacaciones nos alojamos en mi casa por estar los tres compartiendo un mismo techo y dividir los gastos. Nuestras familias no llegarían hasta llegado agosto y preferíamos hacerlo así. Tenía muchas ventajas: gastos iguales para comidas, reparto de tareas, partidas de videoconsola más entretenidas, estar en bolas por casa, conversaciones interminables, cubatas en casa, partidas de cartas... pero también tenía sus inconvenientes. El roce hace el cariño y los tres llevabámos tiempo sin echar un polvo, así que al tercer día después de comer nos tiramos los tres en el sofá de tres plazas de mi salón. Dani y yo en bolas y Sergio en gayumbos. Nos quedamos sobados rápidamente a tenor del airecito que entraba por la ventana. En un momento de ruido provocado por algún coche, me sobresalté y al abrir un poquito los ojos vi mi polla empalmada provocado por el sueño y la pierna de Sergio por encima de mi rozándome, y al otro lado del sofá estaba Dani espatarrado y dormido también con el rabo como una piedra. En mi era muy normal despertarme de la siesta o por la mañana con todo tieso, de hecho en épocas de poco follar me pasaba con mayor asiduidad y solía dedicarme buenos pajotes mañaneros para comenzar de forma relajada el día. Sin embargo, aquel día tenía ganas de rabo  y con el máximo cuidado posible me levanté del sofá, me arrodillé delante de Dani y me metí su rabo en la boca para empezar a mamarlo con mucha suavidad y cuidado. Dani dormía como un tronco y tardó en despertarse, pero Sergio se despejó y al ver la situación se puso lo más cerca que pudo de Dani y me ofreció su rabo también. Paradojas de la vida estaba ocupando la posición que más le gustaba ocupar a él: de rodillas y comiendo dos rabos a turnos. Dani se desperezó minutos después y tras intercambian unos morreos con lengua y sobeteos con Sergio, me llenó la cara de leche bien espesa. Seguidamente Sergio se puso de pie y con una paja me acabó de llenar cara de leche. Nos aseamos y volvimos a caer en el sofá rendidos, pero esta vez más relajados.

Me despertó el sonido de varios Whatsapp insistentes. A simple vista no conocía quién escribía, ya que solo aparecían emoticonos de caras sacando la lengua en las alertas, seguidas del nick 'moreno'. ¿Moreno? Sí, el chico que con el que empecé a escribirme hacía unas semanas a través del foro de cruising. Me decía que estaba de camino a los chiringuitos de playa que había debajo del Moncayo, justo donde el gran hotel y que si me atrevía por fin a ponernos caras en persona tomándonos unas cañas. Claro, miré al reloj, vi la hora que era y me di cuenta de que la siesta se nos había ido de las manos. 

Me di una ducha rápida, me calcé el bañador de marca australiana que acaba de comprarme para ese verano, una camiseta roja de tirantes, las primeras chanclas que pillé y les dije a mis amigos que me iba a correr por la playa. Contesté a Moreno diciéndole que estaba de camino y me contestó diciéndome que me esperaba en Be Chill Out en la última mesa a la sombra con un mini de cerveza; curiosamente mi chiringuito favorito de los tres o cuatro que solían montar en esa zona. Aún a estas alturas seguía poniéndome nervioso a la hora de quedar con alguien de redes sociales y el camino de media hora por la playa se me hizo eterno. 




Cuando me aproximaba a los chiringuitos y veía que estaban llenos los nervios afloraban, llegué al chiringuito indicado y allí en la última mesa le vi: un chico con el pelo negro, cortito, de punta, gafas de sol Arnette, morenazo y marcando pectorales por encima de la mesa. Éramos similares en altura y constitución y por lo que llevaba puesto, me di cuenta de que también éramos similares en gustos. Y eso que aún no habíamos comenzado a charlar si quiera. No se cómo, pero me reconoció nada más verme y me saludó con la mano para que me acercara. Pasé primero por la barra a pedir una cerveza y ya me fui para la mesa. Nos saludamos con un par de besos y quedé absolutamente enamorado por esa sonrisa tan pícara que tenía aquel chaval:

- Tenía miedo de que fueras un coco, tío, buen cuerpo pero más feo que un limón 'arrugao'... con esta moda que hay ahora de que los feos se ponen cachas para comerse algo...-dijo, sonriendo - pero eres muy guapete, colega.
- Ya, tío, siempre es el miedo que se tiene... Yo lamento decirte que en tu caso... - dije, levántándome de la mesa.
- ¡No me jodas! -dijo.
- Que en  tu caso -continué- también me pareces muy guapete.

Se rió y me di cuenta de que la conexión entre ambos fue instantánea. No tenía ni una sola gotita de pluma y feminidad, se le veía con cultura, pero a la vez un chico de barrio, con dejes típicos de barrio y acento murciano chulo. Nos pasamos en aquel chiringuito hasta que se hizo de noche y la gente del hotel empezaba a venir tras las cenas engalanados con ropa de noche, para tomarse sus cócteles y mojitos. Así que cuando fue evidente que estabamos sobrando allí, pagamos y dimos un paseo por la playa continuando con una conversación que parecía no tener fin. Al llegar a la altura de la rampa de madera que dirige al camino para subir al Moncayo, Moreno se dio cuenta de que me quedé mirando hacia la caseta en lo alto de la pinada:

- ¿Qué? ¿Te apetece una vueltecita por el Moncayete? -dijo.
- Vaya, veo que lo conoces, ¿eh?
- A ver, tío, vivo a poco más de 70 kilómetros de aquí y me paso los veranos en la zona. Y siendo marica, ¿quién no lo conoce?

Nos echamos a reir, nos miramos, me cogió con fuerza de la mano e iniciamos el ascenso a mi zona de cruising favorita.