30 de enero de 2015

CAPÍTULO 109: EL AMANTE DE LOS COCHES (Sergio's friend)

Las primeras veces que oí hablar del amante de los coches no fue mucho después de iniciarme en estas aventuras, estaba claro que al margen de nuestra recién adquirida amistad, los tres amigos teníamos vida aparte de pasar veranos juntos (que luego se fueron ampliando a Madrid también). El protagonista de la historia de hoy conoció a Sergio cuando ambos trabajaban en un curro temporal, de los que sabes que no van a durar siempre, pero sí lo necesario para adquirir experiencia o sacarte un dinero mientras llega el trabajo deseado. Por lo que supe después, este chico estaba iniciado en el cruising desde antes que nosotros lo descubriéramos. Esto no sería una gran sorpresa de no ser porque el chaval era considerablemente más joven que nosotros. Si, bueno, ya se que llegamos tarde a nuestro descubrimiento, pero estaba claro que las nuevas generaciones venían pisando fuerte. 

Hubo un momento de aquellos primeros veranos en el que Sergio no paraba de hablar de Dylan: que si Dylan por aquí, que si Dylan por allí, que si me lleva a casa en un coche muy chulo, que si quiere quedar este finde... Por aquel entonces los sentimientos no estaban muy claros, pero cuando le decíamos a Sergio de broma que estaba enamorado del tal Dylan, él se echaba a reír y no le daba la más mínima importancia. Si algo he de reconocerle a Dylan es que fue el primero que nos habló y nos animó a conocer El Cerro de los Ángeles, uno de los lugares de cruising por excelencia de Madrid. Le llamábamos el amante de los coches, porque según nos contaba Sergio, este chico tenía una pasión brutal por los coches: cuanto más caros mejor. Y como provenía de una familia pudiente, aunque desestructurada, comprar y tunear coches no era un gran problema. De las fotos que nos enseñaba Sergio obtuvimos una idea bastante alejada de la realidad de cómo Dylan era: un chavalito bajito, bastante bajito al menos en comparación con nosotros, muy delgadito aunque ligeramente fibrado, algún tatuaje, con cara de niñato malo, bastante guapo. Con ese físico, nos esperábamos a un cani de San Cristóbal de los Ángeles, pero resultó tener más pluma de la esperada, lo que en ningún caso fue impedimento de nada. 

Mucho tiempo después, remontándonos al verano que se narra en el blog en estas entradas, las casualidades que siempre nos acompañan demostraron que el mundo es un auténtico pañuelo. O eso, o que la teoría de los seis grados de separación del sociólogo Duncan Watts es absolutamente cierta. 

Una de esas tardes en las que no pudimos concretar nada con Dani para irnos un rato al Rebollo, Sergio y yo nos cogimos las bandoleras y nos marchamos dando un tranquilo paseo hasta el Moncayo. El silencio acompañaba nuestro camino, un silencio que llevaba instalado entre nosotros dos desde que ocurrió toda la movida de Óscar, un silencio que no supe identificar a qué obedecía. No es que estuviéramos de mal rollo ni nada de eso, simplemente es que la conversación no fluía tanto como antes. Y para qué negarlo, no se si la culpa era mía, suya o de los dos. La cosa es que en la Caseta del Moncayo el ambiente estaba aburridísimo, todavía quiero que alguien me explique cómo puede ser que un lunes por la tarde esté petado de gente y un jueves, por decir un día, aquello parezca un desierto de gente. Nos fuimos caminando hacia el interior de la pinada por aquellos angostos caminos, tranquilamente, mirando y escuchando el rugido del mediterráneo:


- Marcos, ya que no hay mucho rollo, ¿podemos sentarnos en las piedras y hablar? -dijo Sergio, con cara de preocupación.
- ¿Y de qué quieres hablar? -dije con tono normal.
- De lo raros que estamos últimamente...-explicó como sin terminar la frase.
- Puedes terminar la frase, ¿eh? -dije de buen rollo.
- Y de cómo te follaste a John el otro día por ahí abajo -se sinceró.

En el momento que mi cara dibujaba una expresión de cierta sorpresa, debido mayormente a que no lograba imaginar cómo se habría enterado de aquello, oímos el rugido de un coche. Y no sería de extrañar si ese rugido no hubiera sido tan acentuado como aquel que invadía la explanada de arena del Moncayo. Nos miramos e instintivamente dimos la conversación por aplazada a otro momento, dirigiéndonos a la explanada para ver quién venía. Como dos marujas esperando carnaza. Nos quedamos medio ocultos entre los árboles, de tal forma que quien estuviera en el coche pudiera ver que había gente, pero no distinguir de quién se trataba. Y allí estaba: un Audi gris plateado pequeño, modelo TT, con un chavalín con gafas de sol a bordo.


- No me jodas -balbuceó Sergio, saliendo al encuentro del coche al ver que este iba a girar para irse por donde había venido.
- ¿Le conoces? -pregunté.
- Sí, tú quédate aquí pase lo que pase. Este es mío. -me miró desafiante.

¿Este es mío? ¡Qué cojones quería eso decir! Jamás yendo de caza juntos nos habíamos dicho algo similar el uno al otro. Me quedé mirando lo que ocurría: cuando Sergio salió a la explanada y el coche estaba apunto de enfilar la salida a la rotonda, frenó en seco, hizo gestos como de asegurarse mirando bien el retrovisor, dio la vuelta, aparcó y salió corriendo a abrazar a Sergio. Ahí fue cuando le reconocí, aún con su chillona camisa rosa y aquellos piratas vaqueros. Era Dylan. El famoso Dylan al que solo conocía de fotos, pero había visto tantas que era fácil reconocerle. Me sorprendió solo a medias que estuviera allí: obviamente no esperas encontrarte a gente de Madrid en un sitio de cruising de Alicante, pero teniendo en cuenta que a Dylan le iba el rollo, estaba claro que si estaba cerca pasando unos días acabaría visitando los puntos calientes de la zona.

Y allí estaba yo, absurdamente escondido entre los árboles y matorrales escuchando cómo ambos se ponían al día. La pregunta que diría: y... bueno, ¿qué haces por aquí? estaba al caer, pero lo que más me sorprendía es que nunca me había imaginado a Dylan con pluma, nada exagerado, solo que por las fotos jamás lo hubiera dicho. Se alejaron un poco y dejé de escuchar lo que hablaban con nitidez, solo me quedaba observar. Observar como Sergio cogía a Dylan de la mano y se lo llevaba hacia abajo. Y no precisamente a enseñarle las vistas tan bonitas.
No me iba a quedar allí, así que con disimulo bajé a la zona donde debían estar, pero no estaban. ¿Qué haría Sergio? ¿Llevarle a una de nuestras zonas donde fácilmente pudiera encontrarles? ¿O investigar algo nuevo? Opté por la segunda de las posibilidades y acerté; no mucho más lejos les encontré en una zona más baja donde pocas veces habíamos estado, la ventaja es que las voces les delataron. Cuando les situé con exactitud, traté de buscar un sitio donde verles sin que me vieran y, vaya, parecía que ambos se tenían muchas ganas sexualmente hablando porque estaban ya totalmente desnudos. Dylan guardaba una buena porra para su tamaño y un culo recogidito y apretado, aunque apetecible, lo que pasa es que debido a su estatura siempre tenía que mirar hacia arriba para dirigirse a Sergio. Se estaban morreando y sobando las pollas cuando Sergio preguntó algo que no pude oír, pero sí escuché la respuesta de Dylan:


- Últimamente me mola morder almohada, pero siempre he sido más activo y con tu culazo... Siempre que te lo veía en el trabajo con aquellos vaqueros apretados me imaginaba comiéndotelo tío...
- Pues adelante. -dijo Sergio dándose la vuelta, apoyando las manos en un grueso tronco de palmera y abriéndose bien de piernas.

En ese momento volví en mí mismo y me descubrí con la mano apretando mi dura polla, como un voyeur de estos que se pajea mirando como otros follan. Ver el culo de Sergio y cómo Dylan se ponía de rodillas y se lo comía con esas ganas que provocaban en Sergio gemidos de placer me estaba poniendo muy burro... 


- ¿Te mola a pelo? -le dijo Dylan.
- No tío, por muchas ganas que te tenga, prefiero con goma. -respondió Sergio.
- Qué pena, con este culo que tienes, a pelo sería la puta gloria... -dijo Dylan sacando un condón del bolsillo de atrás de los piratas-vaqueros que estaban tirados en el suelo.

Y se lo empezó a follar. No hubo muchos preámbulos más que la intensa comida de culo que le había dado y un sobrecito de lubricante que había sacado junto al condón. Sergio debía estar muy cachondo y con muchas ganas de follar porque no se quejó lo más mínimo, y a los pocos segundos Dylan se lo estaba empotrando como un auténtico animal. Sólo se escuchaban sus respiraciones aceleradas y como los huevos de Dylan chocaban contra el culo de Sergio provocando un ruido que se asemejaba a una pequeña palmada constante. De vez en cuando, Dylan paraba, escupía en el condón o sacaba la polla y escupía en el culo de Sergio, para seguirle follando a tope. 

Tenía la polla tan dura que no quise aguantar más mirando. Me desnudé completamente, cogí las ropas con la mano y de la forma más sigilosa posible, como cuando un tigre se acerca a su presa por detrás, me planté justo detrás de Dylan, sin que Sergio me viera. Rocé el culo de Dylan, provocando un leve susto y bote en él, quien sin parar de follarse a
mi amigo, se giró, me miró de arriba a abajo, se quedó mirando a mi polla y después a mis ojos con cara de corderito degollado. Me puse en paralelo a él, le cogí de la mano y se la puse en mi polla. Como pudo, comenzó a pajearme sin parar de follarse a Sergio, que anunció que no podía aguantar más y se corrió a chorros en el suelo. Lo cierto es que a mi tampoco me quedaba mucho:


- Tío me corro, me corro... -empezó a decir Dylan.
- Sí, lléname el culo de leche. -dijo Sergio para animar la situación.

Y resultó que Dylan y yo nos corrimos a la vez. Él en el condón dentro del culo de Sergio, y yo pringando la pierna derecha de Sergio de leche:


- Pero...¿qué coño?...¡¡Marcos!! -gritó Sergio, al girar la cabeza.
- No me jodas que os conocéis. -dijo Dylan sacando la polla del culo y quitándose el condón.
- Sí, me parece que no nos han presentado. -dije.
- ¿Y tu le has estado pajeando? -exclamó Sergio mitad enfadado, mitad cachondo.
- Tío, ¡está muy bueno! -dijo Dylan.
- Pues es mi... mi... mi mejor amigo y compañero de aventuras -dijo Sergio, mirándome con los ojos brillantes.

Le comí la boca a Dylan para presentarme correctamente ante la atónita mirada de Sergio, que ya se estaba limpiando y recogiendo un poco aquello.


- Pero tíos, y ¿por qué no nos montamos algo los tres en otro momento? -dijo Dylan, con cara de vicio.
- Sí, Sergio, ¿por qué no nos montamos algo los tres? -pregunté con sorna.
- Bueno, sí, todo puede verse...-respondió, quedándose descolocado.

Nos vestimos, recogimos los restos de pañuelos y subimos arriba. Por supuesto, el amante de los coches nos acercaría a casa explicándonos cada detalle de su recién estrenado Audi y hablando de cada coche que le adelantaba.

Mientras tanto, Sergio y yo nos mirábamos por el retrovisor interior leyéndonos la mente y sabiendo que la conversación que teníamos pendiente tenía un elemento más de discusión. 

26 de enero de 2015

CAPÍTULO 108: LA SÚPER PANDI DEL REBOLLO Y EL CHULAZO QUE ALIMENTA

¿Quién no ha tenido alguna vez un grupo de amig@s con quienes salir a tomar algo o de fiesta? Las pandillas han sido algo común en las vidas de la mayoría de los adolescentes de todo el mundo, comienzan formándose pequeños grupos en el colegio por afinidades, que tenderán a mantenerse con ligeros cambios en el instituto y que cambiarán radicalmente en épocas futuras (o no, de todo hay). Ha habido pandillas de todos los tipos: pandillas de malotes, de canis, de gente sin etiquetas... Incluso cuando nos vamos acercando más a la treintena y estamos más lejos de aquellos veinte años, continuamos saliendo en grupos más grandes o más pequeños. A fin de cuentas, es la historia del hombre y la socialización del ser humano. 

Claro que, no iba a ser menos, también existen las pandillas o grupos formados por chicos gays. Aquí hay submundo completo de diversos tipos de pandillas: normalmente los chicos más femeninos o con ciertos rasgos obvios de feminidad tienden a agruparse, al igual que los osos, chasers, los musculitos, los que van de machos y un largo etcétera. Hasta aquí todo bien: dicen eso de que para los gustos se han hecho los colores. Cada cual elige con quién sale y qué hace para divertirse. Eso sí, jamás creí que llegaría el día en el que vería durante un eterno mes a una pandilla de cruising por El Rebollo. Y es que una cosa es que vayas buscando tema en pareja o incluso en trío y otra cosa es una pandilla de 7 u 8 tíos hechos y derechos haciendo el canelo en estos lugares. Lugares a los que uno va a ligar, a follar, a disfrutar de un buen rato, de un masaje... No a hacer el tonto, a espantar a gente y a conseguir que todos te acaben odiando.

Esa es la historia de hoy: la de la Súper Pandi

Sergio, Dani yo conocíamos a todos los componentes de la súper pandi de vista, de haber cruzado alguna palabra con ellos al verte todos los días, de haber hablado por aplicaciones de móvil... pero siempre por separado. Me refiero a otros veranos, hasta ese no habían ido en pandilla. Este grupo de chicos quedaban siempre en la playa e iban llegando poco a poco, supongo que según se agruparan en coches para llegar a su destino. Llegaban a formar un grupo numeroso y, habitualmente, daban la nota bastante: haciendo juegos, llevando colchonetas inflables de lo más llamativas (un grupo de gays con un inflable para el agua con forma de cohete, la gracieta estaba servida) o hablando a todo volumen haciéndo ránkings de los chicos de la playa. Hasta aquí todo normal: ¿qué de malo había en un grupo de chicos que habían quedado para disfrutar de un divertido día de playa? 

Durante la mañana, como siempre, prácticamente nadie se adentraba en la pinada en busca de tema porque no lo habría, o lo que habría, no sería particularmente interesante. Y, para ser sinceros, en un día de pleno sol a partir de las 12h no hay quien aguante dentro de la pinada con el calor insufrible que allí se acumula. Me decidí a buscar tema por la tarde, para ir a lo seguro y evitar perder tiempo. Tras dar unos cuantos rodeos por la pinada, de ver a la gente habitual, a curiosos y a las nuevas caras, me topé con él: un chulazo que rondaba los 30 con un pequeño bañador negro adherido al cuerpo que poco dejaba a la imaginación... Ya sabéis, este típico tío de revista cachas que me vuelve loco, quizá el único defecto que le encontraba es que era bastante más bajito que yo, pero hasta la barba y el vello en el pecho le daban un aire de masculinidad que alteró mis hormonas por completo. Tenía un culazo bastante apetecible, pero a simple vista y sin cruzar palabras es muy difícil saber si le gustará más meterla o que se la metan. Cruzamos un par de miradas al encontrarnos de frente y cuando nos pasamos, nos giramos y volvimos a encontrarnos en nuestras miradas, con una leve sonrisa por parte de ambos. 

Cuando estaba tan sumamente claro que entre ese chaval y yo iba a pasar algo, comenzó a escucharse cierto alboroto en la pinada. No es que sea un sitio silencioso, pero era un tipo de alboroto no muy común por la zona. Unas algaradas de un grupo de chicos que venían haciendo el subnormal desde la playa. En el momento en que les vi no me sorprendió nada que fueran ellos: la súper pandi de la playa venía ahora en tropa de cancaneo a la pinada. La gente comenzó a mirarse, a poner caras de... ¿qué pasa? ¿A qué viene esto? Mientras la pandi ya se encontraba en pleno centro de la zona de cancaneo: el chico del bañador slip blanco, a juego con el tono de su piel, el moreno fibrado de bañador rojo, el desgarbado de bañador short verde y así hasta completar el sexteto que venía de juerga. Y, claro, para el colmo de mi suerte cuando observaban la escena en la que el chulazo y yo nos debatíamos sobre qué hacer y dónde hacerlo, se fijaron en el chulazo y pusieron su radar en él.

La súper pandi se separó, como si tuvieran perfectamente pensado qué hacer, en dos pequeños grupos, para ver quién daba caza antes al chulazo, que empezó a huir de ellos como de la peste. Lo que pasa que cuando tienes a un grupo de 6 personas tratando de hacer lo imposible por ligarte, resulta difícil y cansado encontrar un sitio donde no te puedan seguirte ninguno de los seis. El chulazo comenzó a andar deprisa mientras me hacía señas de la forma más disimulada posible para que le siguiera. Y, bueno, tengo que decir que habría estado muy curioso poder haber visto aquella escenita esa tarde desde el aire: el chulazo y yo tratando de encontrar un sitio donde hacer algo, y la pandillita saliendo inesperadamente a nuestro encuentro continuamente. Empecé a encabronarme porque era TAN obvio que ninguno queríamos nada con ellos que solo nos faltaba plantarnos y tener una situación un tanto incómoda o violenta con ellos. Pero claro, no conocía de nada al chulazo para saber si iba a apoyarme o no, a pesar de que su cara reflejaba un cabreo monumental. 

Quizá por nuestras caras de cabreo o porque al final pensábamos haber conseguido despistarles, nos encontramos en un altillo que hay según se accede a la zona de cancaneo desde la playa, subiendo una pequeña cuesta. Es un sitio alto que tiene vistas de todo El Rebollo, no especialmente discreto, pero sí libre de la pandilla. Allí estábamos los dos, sudando como pollos, mirando al mar totalmente parados y recobrando aliento gracias a la brisa que siempre corría en ese altillo. El chulazo se acercó a mi:


- Parece que por fin logramos encontrarnos...-dijo, medio sonriendo.
- Sí, se nos ha puesto difícil, tío. -respondí.
- Vaya plastas, ¿los conoces? -preguntó.
- De vista de la playa, les mola dar la nota parece. -comenté.
- Pues yo tengo unas ganas de que me coman la polla que flipas...-dijo pasándose la mano por encima de su paquete, estrujándolo al ver como bajaba mi mirada.
- Y yo tengo un hambre que no veas. -dije pasándome la lengua por los labios a la que clavaba mi mirada en su polla, que acaba de salir del bañador. 

Nos fuimos a la parte izquierda del altillo a una zona que está levemente más resguardada, pero perfectamente visible si alguien venía. Comenzamos a comernos las bocas, con mucha lengua, no eran besos profundos sino más bien juego de lenguas en el aire, como una especie de lucha de sables en el aire. Después, empezamos a magrearnos las tetas, a comernos los pezones, el cuello y a terminar con los bañadores colgados de una rama de pino. Nos abrazamos de frente, juntando nuestras pollas, mientras seguíamos con aquella particular lucha de lenguas que nos la ponía durísima a los dos. Seguí magreándole las tetas y los abdominales, a vez que el con su mano derecha juntaba las dos pollas y las pajeaba a la vez, provocando en ambas que empezaran a estar babosas de la excitación que teníamos.


- ¿No decías que estabas hambriento? -propuso, como quien no quiere la cosa.

Lo capté y clavé las rodillas en el suelo poniéndome frente a su polla: un rabo no circuncidado de unos 18 cm, con grosor muy proporcionado y una base de un buen par de melocotones, que fueron lo primero que me empecé a comer. Llevaba los huevos y la polla depilada, y el pubis recortado, que es justo como lo llevo yo siempre y como más me gusta y me pone. La facilidad y el gustazo de comerte una polla sin pelos de por medio que estorben. Me metí su polla en la boca y empecé a saborearla con mimo, sabía a salitre del mar y prácticamente conseguía metérmela entera en la boca, disfrutando de cada centímetro y pasando mi lengua bien húmeda por cada milímetro de su rabo, mientras el tío no paraba de gemir. Era una polla muy dura con las venas muy marcadas, tanto que podías recorrerlas con la lengua hasta que llegabas al capullo para succionarlo. Como todo no podía ser tan perfecto, cuando nos quisimos dar cuenta, teníamos a la súper pandi rodeándonos convenientemente contemplando la escena y esperando, quizá, una invitación... la cosa es que no hacían más que cuchichear. Como las ancianas del público de Sálvame, exactamente igual. 

Tratamos de seguir a lo nuestro, de forma que el chulazo me cogió la cabeza con las dos manos y comenzó a darme una buena follada de boca, con caña, de las que a mi me gustan y que me excitan muchísimo. Me estuvo follando la boca a saco durante algunos minutos hasta que preguntó:


- ¿Dónde quieres que me corra, tío?
- En el pecho, dámelo todo en el pecho. -dije, totalmente deseoso de obtener mi premio.

En ese momento, me incliné hacía atrás y el hacía delante y con una paja bastante rápida me bañó el pecho de su leche grumosa, profiriendo unos gemidos bastante audibles. Me limpié con un pañuelo y al ver que la tenía totalmente  dura se puso de rodillas. Yo pensaba que me la iba a chupar, pero lo que hizo fue pajearme intensamente y dejar que mi leche se derramara en el suelo. Miraba con mucho morbo y deseo la lefa saliendo de mi capullo, dándome la sensación de que si por el hubiera sido la habría recogido con la lengua, pero quizá era solo morbo. 


- ¿Ya habéis tenido suficiente? -les espetó a la súper pandi, que ya partía en desbandada.

Nos pusimos el bañador y nos sentamos en aquella especie de mirador a charlar un rato. Acabamos intercambiando números de teléfono, ya que no solía ir a menudo por allí...

Lo malo es que el resto del verano fue así, día tras día, con la puta súper pandi

22 de enero de 2015

CAPÍTULO 107: INICIANDO A JOHN (Parte 2)

Era una situación complicada: ¿qué hacer? ¿dejarse llevar por el orgullo y el rencor y perder una oportunidad muy morbosa? ¿o dejar todo atrás y dar la bienvenida a aquel tercer miembro que parecía querer apuntarse a nuestra fiesta privada? No era tan sencillo, había estado varios veranos coincidiendo con Mamarracha y jugando al ratón y al gato con él, soportando que me mirara tocándose la polla para que luego no quisiera dar el paso y prefiriera seguir mirando. No era una persona reconrosa, pero siempre he tenido mi orgullo. Ahora que le gustaba mi acompañante quería unirse, ahora sí le apetecía. Así que fingiendo que le comía el cuello a mi discípulo John, le susurré al oído:

— ¿Qué quieres hacer? ¿Quieres que te coma el culo e intentemos echar un polvo? —dije introduciendo mi dedo índice con mimo en su culo.
— Es tentador, pero, ¿no quieres que se una este tío? ¿No dijiste que te molaba? —preguntó.
— ¿Y tu no prefieres que te de por el culo un auténtico tío y no alguien que siempre se esconde bajo sus gafas de sol? Siempre puede unirse más tarde —afirmé.
— Ya sabes que no tengo mucha experiencia. —dijo, temeroso.
— Y ya sabes que yo sí —afirmé, categórico.

Pareció ser suficiente para John. En un punto en el que ya no sabía si realmente solo me quería por el interés de descubrir un mundo nuevo, me dejó ver que no era así dándose la vuelta, poniéndose a cuatro patas y ofreciéndome su lampiño culete. Saqué de mi bandolera un par de toallitas húmedas y el gel lubricante con efecto anestésico que siempre llevo encima desde que lo descubrí. Con las toallitas traté de asearle el culo lo máximo que pude, se que puede parecer un poco cortarollos, pero si me voy a comer un culo, quiero hacerlo con garantías de higiene total; así que traté de hacerlo de la forma más sensual posible para que incluso con aquel necesario preliminar pudiera disfrutar. Cuando estuvo listo le empecé a pasar mi lengua por la superficie rugosa de su agujero con mucha calma y delicadeza, algo que provocó unos gemidos que parecían casi gruñidos; mantuve mi técnica un rato, para comenzar al poco a insertarle la lengua todo lo que esta permite. Es un gustazo ir sintiendo como lametón tras lametón el culo comienza abrirse como si de una puerta con contraseña se tratara, pulsando las teclas adecuadas. Le estaba encantando la comida de culo, así que le eché un chorreón de lubricante y empecé con los dedos, poco a poco: uno lo toleró sin problemas hasta el fondo, con dos a la vez ya tuvimos problemas. Aquel ligero sufrimiento que mostraba John parecía atraer a más gente curiosa, miraba alrededor y había varios tíos con la polla fuera, esperando el momento en el que me decidiera a metérsela. O esperando quizá una señal de invitación a participar en aquel polvo al aire libre. No era tan habitual ver folladas en el Moncayo, sí muchas mamadas, pajas y tal. Sin embargo, mi impresión es que el culo de John era virgen o al menos, no había conocido mucha polla. Localicé a Mamarracha mirando desde bien cerca, con su bañador en los tobillos y la polla fuera, pero convenientemente tapada entre los arbustos, imposible de ver para nosotros. ¿Sería Mamarracha solo un mirón?

Con esfuerzo y paciencia logré meterle a John 3 dedos en aquel estrecho culo, pero sabía que la follada le dolería. 

— ¿Quieres que siga? —pregunté al ver su cara de sufrimiento.
— Ya que hemos llegado hasta aquí, me vas a follar, duela más o duela menos. —dijo con seguridad.
— A sus órdenes —dije, para quitarle hierro al asunto. Pajéate, póntela dura de nuevo. —añadí.

Mientras John trataba de empalmarse yo hacía lo propio, pero con aquellos tres dedos metidos en su culo no me hizo falta mucho tiempo para que se me pusiera muy dura. Saqué un condón, me lo puse, vertí más lubricante en su culo y poco a poco le comencé a meter la punta.

— Noto mucho escozor, tío, ¿es normal? —preguntó John.
— Sí, tranquilo, será sólo al principio —aseguré.

Y allí tenía a John a cuatro patas, conmigo de rodillas detrás, tratando de metérsela, cuando algo inesperado sucedió. Pude notar que tenía a alguien detrás, por su respiración, quizá fuera Mamarracha. No quise girarme y fastidiar el momento, así que traté de seguir a lo mío. Dos manos comenzaron a acariciarme el culo de forma muy sensual hasta que se posaron firmemente, me agarraron de los cachetes y me empujaron con fuerza hacía delante. Se la metí de golpe cuando solo tenía la puntita metida provocando en John un grito desgarrador, mientras notaba como el tío que tenía detrás salía corriendo de allí, cuando me giré solo le vi de espaldas. No había sido nadie que pudiera reconocer. John también se había dado cuenta de que algo raro había pasado, pero me negué a joderle el momento saliendo detrás del tío, que quizá era lo que realmente pretendía. Dejé mi polla dentro de su culo, entera, clavada y haciendo fuerza, a la par que me tumbaba encima de él, consolándole y acariciándole el pelo con cierta ternura.

— Dale —dijo John al cabo de dos o tres minutos.

Comencé a bombear su culo despacio, miré alrededor y los mirones habían salido de sus escondrijos a hacernos una especie de corro disimulado. Allí había 5 o 6 tíos de varias edades con sus pollas en mano mirando la follada. John también lo vio, y no se por qué, pareció gustarle, ya que levantó la cabeza con firmeza y empezó a mover el culo para contribuir al polvo. A los pocos minutos me lo estaba follando con total normalidad, con nuestros gemidos entrecruzándose, y subí la intensidad de la follada un poco más. En ese momento, un par de tíos se corrieron en el suelo y se marcharon, otro se la guardó y se marchó y los otros tres seguían. John me avisó de que se iba a correr y vaya si lo hizo, menudos chorretones le salieron pringando mi toalla. Yo seguí follándomelo un rato, pero quise contribuir al espectáculo, así que cuando estaba apunto de correrme, saqué mi polla de aquel prieto culo con cuidado, me quité el condón y con una paja pringué toda la espalda de John, quien cayó derrumbado y envuelto en sudor en la toalla. Y luego preguntaba mi madre que por qué echaba las toallas todos los días a la lavadora... Cuando fui a echar mano de los pañuelos, me di cuenta de que ya no había ni rastro de nadie mirando. 

— ¿Me va a durar mucho el escozor y dolor que siento ahora? —preguntó John.
— Un par de días seguro, no te voy a mentir. Al menos espero que hayas disfrutado. —dije.
— Como un enano tío, pero ¿qué pasó al principio? ¿Esa brusquedad? Me cortó un poco el rollo, y aquel pibe corriendo —contaba.
— Algún subnormal corta rollos, se acercó con demasiado sigilo —expliqué, lo poco que podía explicar.

Me tumbé junto a él en la toalla.

— Ahora entiendo lo que es la versatilidad. Siempre hago de activo... esta ha sido mi primera, bueno, una de mis primeras veces como pasivo. Y me ha molazo mazo. —siguió.
— Pues cuando vengas aquí todos van a querer catar ese culo tan apretadito que tienes —dije, lanzándome a comerle la boca.
— Bueno, te tengo a ti para que me ayudes... —dijo.
— No John, podemos follar cuando quieras y donde quieras, pero creo que ya sabes todo lo que tienes que saber para "volar solo" si te apetece. —afirmé.

Me respondió con una sonrisa. No una sonrisa como las de otros chicos, como en aquella primera vez con Sergio. No era una sonrisa de alguien enamoradizo, era una sonrisa que denostaba una afirmación. Un "gracias". 

— ¿Ves como al final ese tío que te molaba no quiso ni unirse? Seguro que se pajeó y se marchó —le dije en referencia a Mamarracha.
— Ya tío, al principio pensé que lo decías por algún despecho, pero veo que es verdad —dijo.

Comenzamos a vestirnos. Recogimos. Volvimos a hacer un pequeño tour por las rutas del Moncayo y nos marchamos tranquilamente al pueblo.

Había nacido un nuevo cruisinero


19 de enero de 2015

CAPÍTULO 106: INICIANDO A JOHN (Parte 1)

Aquel verano sucedieron muchos imprevistos que están aún por contar, quizá fueron la consecuencia o, al menos, una de las consecuencias de la historia que estáis a punto de leer. Durante aquellos días, desde la primera vez que por fin logramos quedar con John, había estado guardando un secreto... o más bien, no contando una verdad. La cuestión es que desde aquel mismo día había mantenido bastante contacto con John mediante Whatsapp y si ese contacto hubiera sido meramente cordial, del tipo: ¿cómo te va? - Muy bien, ¿y a tí? ¿Cogiendo colorcito en playa?, pues habría tenido un pase... pero a lo que se dedicaba John era a ponerme tan cachondo y tan cerdo que terminábamos pajeándonos pasándonos fotos por el móvil unas veces, llamándonos otras e incluso por webcam las últimas veces. Y mira que siempre había estado no muy a favor de esta forma de sexo, siempre había preferido el "aquí y ahora", pero John sabía muy bien qué frases decir, cómo decirlas, qué fotos enviar... para que, al final, acabara llenando las sábanas de mi cama de leche caliente. En cierta parte tenía muchas similitudes con Óscar, que ahora era algo así como el fruto prohibido, y creo que en parte eso favorecía que me pusiera tanto. 

Sin embargo, aquel cyber-zorreo no duró demasiado porque siempre que le decía de quedar ponía muchos reparos, casi como antes de conocerle, es como si nunca nada hubiera pasado entre nosotros y no lo acababa de entender. Y así, como os lo cuento, se lo transmití a él sin conseguir una conclusión clara a aquella especie de ultimátum. Y es que John siempre fue más de hechos que de palabras. Palabras que llegaron la mañana en la que sonó el tono de llamada de mi móvil:

- ¿John? -pregunté al ver en número en pantalla.
- Marcos... ¿puedes quedar? - dijo.
- Sí... claro... ¿Cómo hacemos? -preguntó.
- Llévame al Moncayo. Quedamos en la playa, al final de la urbanización sur.
- Pero a ti eso te viene muy mal, ¿no? -pregunté.
- No que va. Estaré por la zona. A las 7.
- De acuerdo -contesté.
- Chao -se despidió colgando.



¿Chao? Mira que me ha repateado siempre esa forma de despedirse. Di por hecho que John tenía ganas de montárselo conmigo en un sitio al aire libre, quizá por el morbo de ser vistos, por hacerlo entre los pinos o qué se yo. Pero estaba muy equivocado. No era solo por eso.

La hora llegó y acudí al lugar de encuentro elegantemente tarde, esto es, unos diez minutos por encima de la hora prevista. Allí estaba John, esperando en el poyete de acceso a la playa. Me saludó con un fuerte apretón de manos e iniciamos nuestro paseo de media horita, mínimo, hasta el Moncayo. Nos pusimos un poco al día, nos dijimos lo que habíamos estado haciendo, le eché en cara que le costaba mucho quedar y John soltó la bomba. Lo que realmente quería de mi aparte de follar: quería que le iniciara en el mundo del cruising. Argumentaba que estaba harto de las apps de ligoteo, de ir a los bares de ambiente de la provincia en los que siempre estaban los mismos grupos con sus mismas estupideces, y que le daba mucho morbo cuando yo le contaba mis historias en estos lugares. 

Me quedé callado un rato. Pensando. No había nada de malo en iniciar a John en estos mundos, ya habría querido para mi un maestro de ceremonias en su día que me hubiera hecho las cosas mucho más fáciles (a excepción de Dani, claro). Ir acompañado siempre te alivia los nervios, te hace sentir más confiado, contar con un apoyo y arriesgarte un poco más. También había una parte negativa: John era carne de cañón, sus 19 años y su físico harían que se los llevara a todos de calle. Era competencia muy dura, pero a fin de cuentas prefería ser yo quien le enseñara antes que dejarle volar solo. Accedí. No hizo falta decirlo, simplemente dejé que las cosas surgieran de la forma más natural posible. Le enseñé el camino más corto desde la playa, hicimos un recorrido por el Moncayo y su pinada para que se familiarizara con aquellos pequeños caminos y recovecos en los que solía haber tema. Le enseñé mis sitios, aquellos lugares donde estar más tranquilo y aquellos lugares donde estar más expuesto para favorecer que otros se unan a tu fiesta. Le mencioné los posibles riesgos: que no llevara nunca cosas de valor, que no expusiera demasiado el móvil con otros tíos cerca, que siempre llevara condón y que estuviera muy atento a su alrededor para no despistarse de nada. Por supuesto, nos íbamos encontrando con otros tíos a los que John no paraba de mirar de forma lasciva, mitad curiosidad, mitad de querer calentar a todo el personal.

- ¿Te lo vas a montar con todos a los que estás dando esperanzas haciéndoles ojitos, sonriendo, girándote y guiñando? -le recriminé.
- Yo solo... experimentaba...-dijo cabizbajo.

Creo que fue suficiente para que lo entendiera. Para su suerte aquel día el Moncayo estaba bastante animado, con mucha variedad de gente, entre ellos "Mamarracha". Le advertí sobre el y se lo tomó como una especie de reto:

- Pues me lo voy a follar, está muy bueno -se propuso.
- Aquí sentado te espero -le dije sentándome en un poyete de hormigón cercano a La Caseta.

Se dio una vuelta bastante larga y tardó mucho en volver. Ya pensaba que realmente se lo había conseguido montar con él, lo que entonces me haría saber que Mamarracha los buscaba muy jovencitos. Vino con una sonrisa y lo di por hecho:

- Bueno, al menos me contarás qué tal folla -dije.
- ¡Qué va! Si le he sacado la polla y ni por esas se ha animado -dijo. Pero una idea -dijo cogiéndome de la mano.

Me llevó a uno de los lugares que le había enseñado previamente, uno de esos en los que la gente puede verte de forma relativamente fácil. Y me empezó a comer la boca. A quitarme la ropa. A besarme por todas partes. Cuando quise ser consciente habíamos extendido un par de toallas y estábamos completamente desnudos acariciándonos nuestras duras pollas mutuamente y mirándonos con esa mirada que dice: te reventaría el culo ahora mismo. Giré el cuello y me di cuenta de que estábamos dando un poco de espectáculo, tres cabezas miraban desde arriba entre los árboles y, para mi sorpresa, Mamarracha esperaba a 2 metros, con su mano en su paquete una señal.

Una señal para unirse claro. 

Este chico aprendía pronto.